Capítulo 5

1879 Words
2 de febrero de 1920 Gideon Su mirada se estrechó mientras observaba a su gemelo casi idéntico. -Deja de sonreír así. No es la primera vez que me sacas de aquí. Su hermano sonrió aún más. -Lo siento, pero admite que esto es divertido. El jefe me ha dicho que mi hermanito está enamorado de una mujer y que se ha metido en una pelea de bar porque alguien ha “manchado” su honor -se burló-. Espero que lo dijera como una metáfora porque, de lo contrario, espero que lo golpearas con fuerza. Gideon le sonrió. -Lo tumbé de un golpe. Félix le palmeó el hombro. -Bien -no espero ni dos segundos antes de hablar-. ¿Ahora me dirás de quien se trata? La idea de hacerlo pasó por su cabeza, sin embargo, prefirió guardárselo para él. -Por ahora, no. Félix se encogió de hombro. -Vale -concedió-. Solo espero estar para la boda cuando esa mujer misteriosa acepte casarse contigo. ¿Sabías que James va a casarse? Gideon frunció el ceño. -No voy a casarme con ella. ¿De dónde has sacado eso? Félix se encogió de hombros. -Te conozco, hermanito. Esa mujer te gusta, me lo dice mi intuición de gemelo. Gideon lo empujó un poco. -No me gusta y te recuerdo, que yo soy el mayor de los dos. Félix sonrió. -Lo que tú digas. Gideon resopló. -Y sí, ya sabía que lo de James. Parece que tendremos una nueva cuñada pronto. Janet Un nuevo ramo de lavandas entró por la puerta acompañada de su sirvienta algo más tarde lo que lo había hecho el día anterior. Se recordó que quizá debería de decirle a Gideon que, si iba a regalarle flores, tal vez debería de elegir otras que no fueran lavandas. Se recriminó al instante por ese pensamiento. ¿Qué iba a sacar ella de decirle aquello? ¿Qué supiera que tipos de flores le gustaban y supiera como cortejarla mejor? Resopló con ese pensamiento. Si Gideon de verdad quería cortejarla -por una apuesta- no se lo iba a poner fácil. Su atención se dirigió a la doncella. -¿Hoy no viene con una carta? Clara sonrió y se la tendió. -Aquí tiene. Janet tomó la carta cuidadosamente y la observó antes de abrirla. La última vez, habían sido apenas tres líneas y una invitación para ver una película. Después del beso, tampoco habían hablado mucho más, dudaba en exceso que aquel pelirrojo maleducado y rebelde se atreviera a pedirle una segunda cita, recordando eso. Ignoró como su corazón latía cuando sus ojos se enfocaron en las primeras líneas; luego, su mandíbula se tensó. Clara la miró con curiosidad, sabía que también quería saber lo que decía la carta ya que ella misma le había contado sobre la apuesta el día anterior. -Hoy no habrá cita -gruñó. Ni siquiera quiso entender por qué aquello le molestaba. -Seguramente, el señor Hamilton esté preparando alguna sorpresa. Sinceramente, lo dudaba. -Lo más seguro es que haya ido a algún bar la noche anterior, después de dejarme, y que se haya metido en alguna pelea. No sería la primera vez -masculló-. Espero que al menos le hayan golpeado en la cara. No lo decía en serio. En realidad, no quería ver a Gideon con el rostro magullado y herido por alguna pelea de bar, sin embargo, le molestaba que la estuviera evitando. -¿Dice algo más en la carta? Ella bajó la vista para seguir leyendo. Algunas líneas sobre salud y poco más. La hoja se arrugó en su mano. -Ni siquiera comprendo por qué me molesta. ¡Gideon es un idiota! -Tal vez debería de invitarlo usted a una cita. Janet hizo una mueca. -¿Y alentarlo para que me siga molestando? Paso. Clara sonrió, divertida con su respuesta. -A llegado otra carta más para la señorita. Janet tomó y observó el nombre y la dirección que aparecía en el reverso. Sonrió al instante y la abrió para leerla. -Ese idiota… -bromeó-. Sigue insistiendo en enviarme cartas cuando sabe que puede llamar a la casa. -Al señor Herbet le encanta enviarle cartas. Ella rió. -Siempre dice que lo hace más emocionante. -¿No debería decirle lo de su apuesta con el señor Hamilton? Su atención se dirigió hacia ella cuando formuló las palabras. ¿Realmente debía hacerlo? -Lo mío con Gideon es solo un juego. No es como si planeara casarme con él y, en cuanto gane mi apuesta, no pienso saber nada más de ese pelirrojo sacado del infierno. Clara dejó escapar una carcajada que cubrió casi al instante. A ella le pareció una tontería. Tenía la suficiente confianza con Clara como para que pudieran hablar entre ellas con comodidad y sin temor a reírse abiertamente. La chica, de cabello oscuro y ojos claros, parecía siempre llena de confianza en su trabajo y, sin embargo, nunca se atrevió a decir o hacer más de lo que se habría atrevido otro sirviente que hubiera pasado el mismo tiempo que ella en la casa. Si tan solo Clara viera que valía mucho más de lo que parecía pensar de sí misma. Esa idea le entristeció. Pantalones. Vestidos. Qué decir. Qué hacer. Todo parecía demasiado controlado por la sociedad a su alrededor a pesar del atrevimiento que parecían frecuentar cada vez más y más las mujeres. -No creo que Maslow se moleste por la apuesta… -murmuró algo más alto de lo que le habría gustado. Clara abrió la boca con la intención de hablar, sin embargo, no lo hizo. Janet abrió la carta que Maslow Herbet le había escrito y la leyó, sintiendo como una sonrisa tiraba de sus labios. Él siempre le divertía, incluso a través de las cartas que intercambiaban entre ellos. Eso le dio confianza al creer que no pasaría nada si no le contaba lo de Gideon. Más bien, sabía que sería todo lo contrario y que ambos se reirían de todo aquello una vez el período de la apuesta terminara. Además, Gideon había perdido una semana entera durante el tiempo que había permanecido desaparecido. Eso era tiempo que ella tenía a su favor. Solo tenía que esperar 18 días. 3 de febrero de 1920 Gideon -¿Cuánto tiempo planeas seguir enfadada? Janet gruñó, lo que hizo suspirar a Gideon. Las cosas no estaban siendo precisamente como había planeado. Janet era una mujer difícil o, al menos, ponía todo su empeño en serlo. Esta vez, ni siquiera estaba seguro de comprender qué había hecho para tenerla enfadada. Vale, puede que hubiera hecho un “pequeño” uso de las influencias de la familia para “pedir” muy amablemente al hospital que permitieran que Janet tuviera el día libre. Y, puede, que quizás eso no se lo hubiera tomado muy bien la mujer que tenía ahora caminando junto a él. Maldición. Ni siquiera estaban usando un coche para viajar hasta su próximo destino. Simplemente había aparecido ahí, en mitad de su hora laboral, con aquel maldito ramo de lavandas que al parecer tenía alguna especie de relación con el nombre de Janet -le había preguntado a la florista- y ni siquiera parecía emocionar a la dama. Siendo sincero, tampoco creía que cualquiera se alegrara si lo sacaban de su trabajo en mitad de este, sin embargo, le consolaba pensar que todo tenía una explicación. Un motivo por el cual valía la pena todos los enfados y regaños de Janet. Gideon suspiró e intentó no mirar a su acompañante. La carta que tenía preparada todavía hormigueaba en el bolsillo de su abrigo, mientras se cuestionaba si debía dársela o no. Tampoco decía nada del otro mundo, pero había algo en eso de entregárselo en persona que lo hacía sentir nervioso. Como si se estuviera metiendo en algo de lo que temía no poder escapar. Aquello lo estaba matando. Solo era una apuesta. Una jodida apuesta. Y él le daba vueltas como si fuera un adolescente hormonado, incapaz de contenerse la primera vez con la mujer que le gusta. A él ni siquiera le gustaba Janet. Era una contestona; y tenía una lengua afilada. Tenía labios besables que parecían adictivos, ojos inteligentes y brillantes y una sonrisa… Dios, solo había conseguido ver esa sonrisa una vez y ella ni siquiera sabía que él había estado cerca para presenciarlo. Había sido aquella vez en la terraza, cuando hablaba con Daisy. En ese entonces, ya había deseado acercarse a ella. Ahora la deseaba aún más. Pensándolo bien, era una increíble estupidez darle la carta. Ni siquiera debería haberla escrito para empezar. Era ridícula y estaba seguro de que ella también la encontraría estúpida. Debería de haberla quemado. Janet se detuvo, arrastrándolo con ella en el acto. Gideon pestañeó, sorprendido, y observó a la rubia que lo observaba con una expresión molesta más que furiosa. No estuvo seguro de si aquello era bueno o no, pero tampoco sabía si quería comprobarlo. Se aclaró la garganta. -¿Todo bien? Los ojos grises de Janet se estrecharon. -No, nada está bien -espetó, fríamente. A lo mejor, sí tenía que haber usado el coche-. Hemos estado caminando durante un buen rato y, te lo he permitido porque cuando abres la boca haces que lo siguiente que quiera hacer es darte un manotazo, pero estoy cansada y tampoco ha ayudado que me hayas sacado de mi trabajo en mitad de mi horario, sin contar que voy por la calle cargando un ramo de lavandas, cuando precisamente detesto las lavandas. Su mandíbula se tensó, contrariado. Quería replicar, pero en esa ocasión, sabía que ella tenía razón. Incluso cuando no le había gustado lo que había dicho sobre bofetadas y él cada vez que abría la boca, sabía que Janet seguía teniendo la razón. También había admitido que odiaba las lavandas. Maldición. Él había estado regalándole esas flores durante tres días como un idiota, pensando que así se la ganaría más rápido, cuando precisamente parecía estar haciendo lo contrario. La vergüenza no era algo que sintiera muy a menudo, pero en ese momento la sentía. Había metido la pata desde el principio y ni siquiera lo había notado. Y el preocupado por darle una dichosa carta. Seguramente ni siquiera la querría. -Lo siento -se disculpó. Los ojos de Janet se abrieron, sorprendidos. Eso lo hizo sentir un poco mejor-. No era mi intención tenerte dando vueltas sin ningún motivo. Había pensado en caminar un poco junto a ti y luego llevarte a almorzar algo, seguido de un paseo por los jardines de Kew. Y, si la tarde seguía bien, habría seguido con una cena en tu compañía, para luego dejarte en casa. Ella parpadeó, muda. Era demasiado evidente que había dejado sin palabras a aquella mujer replicona. Lo que le hizo sentir mejor. Sin pensarlo dos veces, le tendía su mano y le sonrió. -Ahora, si todavía estás de acuerdo en pasar este día conmigo, me gustaría que me hicieras el honor de acompañarme. Ella permaneció en silencio. -A menos que pasar tiempo conmigo te acobarde y desees admitir que has perdido la apuesta. Como si la palabra apuesta se hubiera convertido en la palabra tabú. Janet pareció reaccionar y tomó su mano casi al instante. Gideon sintió como su sonrisa se agrandó. -Ni en tus mejores sueños, pelirrojo.
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