Janet
Su paso se detuvo a la par de Gideon cuando se detuvo frente a los jardines de Kew. Janet lo contempló en silencio y con interés mientras el pelirrojo parecía pensar en algo.
-¿Qué ocurre?
Gideon se giró y la observó. Una sonrisa torció sus labios antes de hablar.
-Estaba considerando qué era la mejor opción.
-¿Sobre…?
-Qué hacer -admitió-. Al principio, pensé que podríamos caminar y ver los jardines, pero algo me dice que esa no será tu actividad favorita.
-Aciertas bien.
Él rió.
-Lo supuse -sus ojos se centraron en ella-. Así que pensé, ¿qué tal si vamos a mi apartamento?
Aquello le hizo recelar al instante. ¿Gideon y ella, juntos, en un apartamento? Ni por todo el oro del mundo planeaba que eso sucediera.
-¿Por qué quieres que vayamos a tu apartamento? ¿No se supone que esto es una cita?
Él se encogió de hombros.
-Hemos estado caminando antes del almuerzo. Normalmente, llevo mis citas a una caminata después del almuerzo, pero he pensado que contigo podría ser diferente.
Sus palabras la ofendieron. ¿Acaso estaba insinuando que ella no se merecía la misma importancia que le daba a cualquiera de sus ligues? No planeaba ponérselo sencillo, pero, sinceramente, mentiría si no dijera que sus palabras la habían molestado profundamente. Ni las espinas de las rosas podían pinchar tanto.
-¿Por qué piensas que soy diferente? ¿Acaso no merezco los mismos esfuerzos que las otras mujeres? -se arrepintió al decirlo. Casi sonaba como una persona desesperada.
Tampoco ignoraría el hecho de que le había avergonzado decirlo.
Gideon contuvo el aire y lo soltó escasos segundos después. Había algo en cómo estaba reaccionando que la hacía recelar. No estaba actuando como habitualmente lo hacía. El hombre al que ella estaba acostumbrada era molesto, insoportable, un charlatán y un bromista. Este, sin embargo, parecía dudar de todo, incluso de sí mismo.
-No es eso lo que trato de decir -pestañeó-. Yo… -suspiró y sus manos peinaron su cabello pelirrojo hacia atrás. Extrañamente, ella sintió envidia de ello y quiso ser quien hubiera pasado sus dedos entre las hebras de su cabello. Él la devolvió a la realidad-. Supongo que no sé bien lo que trato de explicar, pero simplemente quería probar a hacer algo distinto.
Eso la hizo recelar, otra vez.
-¿Qué estás tramando, Gideon?
Lo vio hacer una mueca.
-Nada -resopló-. Solo estaba tratando de hacer un cambio. No es como si tuviera planeado sacar una pistola de algún lugar por arte de magia y apuntarte con ella.
Janet se abstuvo al comentario. Aquella mención de la pistola le había recordado a lo que le contó una de las enfermeras que había conocido a Gideon y que, irónicamente, se había acostado con él.
Gracias a ella, ahora las bromas sobre pistolas le recordaban a ese maldito pelirrojo. Algo que no estaba segura de si era bueno que supiera. Tampoco estaba interesada en confirmarlo. Simplemente, deseaba que aquel día terminara rápido.
Mientras antes terminara el día, antes pasarían al siguiente y, luego, al otro siguiente. Así, hasta que pasara el plazo y ella ganara la apuesta.
Solo 17 días más, se recordó.
Quedaba poco.
Como si el tiempo hubiera decidido ponerse de su parte, gotas de agua empezaron a caer desde el cielo y a golpear en sus cabezas como una bendición traída a ella. Que lloviera, solo podía significar que podría dejar de pasar tiempo con Gideon, y de pensar en él. Algo que últimamente empezaba a temer que sucediera cuando se encontraba a solas, mayormente.
El hombre maldijo a su lado, poco antes de que su brazo se envolviera alrededor de su cintura, solo para segundos después empujarla e instarla a correr hacia el coche.
-Lo siento, no había creído realmente que lloviera.
Ella se burló.
-¿Tú crees? -bromeó-. Estamos en Londres, Gideon, aquí mayormente llueve.
-Y cuando no, nieva.
Se abstuvo de mirar hacia el cielo. El agua apretó con más fuerza, forzando a sus abrigos a pegarse a su ropa y a empapar su cabello hasta que este se volvió más frío e hizo doler su cabeza.
-Ni siquiera sé de qué te sorprende. Es evidente que podría llover de un momento a otro.
-Oye, yo no soy adivino y tú tampoco es que hayas traído un paraguas contigo.
Él tuvo la cortesía de abrirle la puerta para que entrara en el coche. Lo dejó pasar porque empezaba a tener más frío, en lugar de decirle que podía abrirse su propia puerta.
En cuanto la puerta se cerró, él corrió por el frente y dio la vuelta hasta entrar a su derecha para conducir el coche. Solo cuando ambos estuvieron dentro y con el motor encendido, fue que Gideon fue a hablar:
-Permíteme que tome la decisión de dirigirnos hacia mi apartamento. Me niego en rotundo acabar este día empapados de la lluvia.
Ella se movió, incómoda, sobre el asiento.
-Ni siquiera tengo ropa para cambiarme, déjame en mi casa.
-¿Acaso tienes miedo de lo que pueda pasar si te dejo algo de mi ropa y te quedas en mi casa?
Sus palabras le hicieron fruncir el ceño.
-¿De qué tonterías me estás hablando? No tiene nada de extraño que quiera regresar a mi casa, para tomar una baño caliente y cambiarme de ropa, puesto que alguien decidió sacarme de mi trabajo. Porque, de otra manera, ahora mismo estaría en el hospital, seca, y trabajando.
Lo escuchó resoplar.
-Precisamente es porque preferirías estar en otro lugar antes que conmigo que tengo la obligación de hacerte cambiar de opinión -se giró momentáneamente hacia ella-. Ven conmigo.
-Ya te he dicho que no -bufó-. Y haz el favor de mirar hacia el frente. Lo último que necesito es que choques con alguien.
Lo escuchó reír, lo que hizo que ella se girara para observarlo. No podía creer que, después del extraño día que estaban teniendo, él fuera capaz de sonreír. ¿Acaso había perdido la cabeza?
-Admítelo, Janet, tienes miedo de pasar tiempo conmigo.
-Sé lo que estás tratando de hacer: quieres que me enfade, que te diga que estás equivocado y que, cayendo en la trampa, acepte pasar tiempo contigo solo para demostrar que estás equivocado.
Él se volvió a girar hacia ella.
-¿Y tengo razón?
Janet boqueó.
-¡Te he dicho que mires hacia el frente, idiota! Me niego a tener un accidente metida en un coche contigo -hizo una pausa-. Y no, no la tienes.
-Porque tú siempre tienes razón -su tono era sarcástico mientras decía las palabras.
-Tampoco haces mucho para demostrarme lo contrario.
-¡Janet, joder! ¡Estoy tratando de hacerlo, pero tú no me dejas intentarlo! Cada vez que intento hacer algo, haces que entremos en una discusión y echas por tierra mis esfuerzos. ¡Pon tú también de tu parte!
-Te recuerdo que eras tú el que tenía la “intención” de hacer que me enamorara de ti, mi deber, como parte contraria, es impedir que eso ocurra.
-¡Janet!
Por primera vez, rió ante lo que estaba sucediendo. Había encontrado algo divertido molestando a Gideon.
-Está bien, vamos para tu casa.
-Genial, porque ya estabamos de camino.
-¡Gideon!