Capítulo 6

2008 Words
Janet   Estaba siendo inusualmente testaruda. Había sabido desde la primera vez que vio a ese maldito pelirrojo que sería un gran problema que la perseguiría continuamente durante el resto de sus días. Un problema que, cada vez, empezaba a costarle ignorar más y más… Ya fuera estando enfadada, queriendo gritarle o besarle, Gideon parecía pasar la mayor parte de su tiempo rondando sus pensamientos. Y tampoco ayudaba el hecho de que estuviera tratando de cortejarla descaradamente. Aun sabiéndolo, eso no lo hacía mejor. Sabía que Gideon no sentía nada por ella. Se lo repetía constantemente y se recordaba que aquel beso no significaba nada para él. El problema era que lo había hecho para ella. Un beso con Gideon Hamilton había conseguido desestabilizarla más de lo que lo habían hecho otros besos antes que ese. Una auténtica tontería. Gideon no era mejor que Rafael o que su hermano Félix. Pasaba su tiempo de mujer en mujer, metiéndose en problemas y dejándose llevar por los juegos. No es que por esto -que ella supiera- fuera un jugador compulsivo, pero había entendido que a menudo le gustaba jugar en los bares junto a su amigo Thomas. Al final, el único de los hermanos que parecía salvarse era James y solo porque era demasiado aburrido y estoico como para hacer alguna locura. Todavía no entendía lo que Daisy, pero supongo que se lo podía imaginar cuando lo veía en persona. Tenía ese encanto Hamilton que compartían con su padre. Por otro lado, Leonard, el menor de todos los hermanos, no es que tuviera mucho qué decir. O, al menos, eso había creído hasta que fue expulsado de la academia… Ahora, ya no estaba tan segura de que fuera tan diferente del resto de sus hermanos problemáticos. Los chicos Hamilton eran un peligro para la sociedad. Su vista volvió a dirigirse hacia el pelirrojo que ahora se mantenía tras el volante. Después de todo lo que la había hecho caminar, habían terminado regresando hacia el hospital dónde Gideon había dejado aparcado su coche. Cuando se encontró frente a las puertas, estuvo tentada en escaparse e ir al interior del edificio para librarse de aquel día en compañía de Gideon, pero un par de recordatorios a sí misma sobre que no podía perder la apuesta, habían hecho que se lo replanteara finalmente. No estaba dispuesta a perder y mucho menos de la manera en la que lo esperaba él. -Normalmente, adoro cuando una hermosa dama posa su mirada en mí, sin embargo, en este momento, tengo más bien la impresión de que alguien me clava dagas e imagina mi muerte mientras me observa. Sus mejillas enrojecieron instantáneamente ante sus palabas. Aquello había sido algo inesperado. -Yo… -su boca boqueó y la cerró al instante. -¿Qué ocurre? -apenas la miró de reojo antes de regresar su atención al camino-. Puedes decirme lo que piensas. No me cohibiré si es algo malo. Eso no la sorprendió. Las personas a menudo tendían a opinar sobre él. -¿A dónde iremos si ya no vamos a dar ese paseo a pie? Gideon echó un vistazo rápido a su reloj de bolsillo. -Son las doce -informó-. Si nos ponemos en camino hacia el restaurante, llegaremos a tiempo para que abran y almorzar. Una sonrisa tiró de sus labios. -¿Algún restaurante, señor Hamilton? -cuestionó, notando la diversión en su voz-. Creía que lo tenía todo preparado para el día de hoy. Sorprendentemente, Gideon se sonrojó y debía admitir que eso le había resultado fascinante. -En realidad, ya había pensado en un lugar, pero no estaba seguro de que pudiera gustarte. -¿Has llevado a alguna de tus citas antes a ese sitio? Se hizo el silencio. Sí, efectivamente lo había hecho. Janet sintió como su pecho se apretaba. No debería de haber resultado así, pero había sido el caso. Gideon suspiró. -No. En realidad, suelo ir a este lugar con Félix. Cuando éramos niños, solíamos ir a menudo con nuestros padres y el resto de mis hermanos… hasta que Rafael empezó a salir con chicas e inició esa larga lista de enamoramientos fallidos. Ella pestañeó. -Perdona que haga a un lado la parte adorable y enternecedora de la historia familiar, pero ¿de qué lista me estás hablando? Gideon dejó escapar una carcajada. -¿En serio quieres saberlo? -la miró de reojo fugazmente-. Creo que su nombre lo dice todo. Que la aspen si quiere lo contrario. -Quiero saberlo. Lo vio resoplar, pero no perdió la sonrisa que le formaba un hoyuelo en la mejilla izquierda, ni aquella mirada divertida que ahora parecía alumbrar su rostro. En realidad, casi lo hacía verse incluso más joven. Un joven de veintitrés años, que a menudo se vestía para parecer más mayor. En ese aspecto, le recordaba un poco a su hermano James, quien aun estando cerca de los treinta, a veces daba la impresión de hablar con un señor de cincuenta. -Mi hermano Rafael -hizo una leve pausa-. Ya sabes que él es el mayor de los cinco. Ella asintió. Por supuesto que lo sabía, lo había visto a menudo en las fiestas que organizaba la señora Hamilton. Tenía el cabello oscuro azabache y los ojos azul verdoso, picaros e interesantes. En su opinión, los de Gideon eran más bonitos. De un color azul cobalto que, a menudo, daban la impresión de ver a través de ti como si no existieran secretos para él. Cuando notó que el tiempo que había pasado más en silencio que hablando, se dio cuenta de que Gideon esperaba su respuesta. -Lo recuerdo. Lo vio asentir. -Resulta… -hizo una pausa para reírse-. Verás, a menudo bromeamos sobre mi hermano porque es de corazón fácil. Ha pasado más tiempo enamorado y con el corazón roto, al mismo tiempo, que estando soltero. Eso ha dado mucho de que hablar y… ¿De verdad nunca has escuchado nada sobre él y su famosa lista? Ella negó. -No suelo escuchar los rumores que circulan en sociedad. Daisy está más puesta. Lo vio parpadear, antes de volver a sonreír. -Eres única. Frunció el ceño. -¿Perdona? Gideon tosió y sus mejillas se sonrojaron. -Nada, perdona -se aclaró la voz-. Como iba diciendo, mi hermano no sabe permanecer soltero o, mejor dicho, no sabe vivir sin enamorarse. Eso le ha traído algunos problemas a mi padre, quien a menudo ha tenido que lidiar con sus problemas. Eso la perturbó. -¿Qué tiene de malo enamorarse? -Nada, pero para Rafael parece más bien una maldición. Con él, enamorarse es sinónimo de catástrofe porque siempre acabará en problemas y en mi padre teniendo que cubrir sus errores con dinero. Janet dejó que aquello se asimilara en su cabeza, mientras Gideon aparcaba en un lugar cercano. Había dado por hecho que Rafael, por ser el mayor, sería el más responsable, maduro y tranquilo de los cinco, pero definitivamente, ese puesto se lo llevaba el segundo, es decir, James. -Ya estamos aquí. ¿Algo en especial que quieras saber antes de que bajemos del coche? Ella pestañeó hacia él. -¿Debería de preocuparme que tus hermanos tengan tendencia a enamorarse? Gideon la miró, confundido. -¿Lo dices por mí? -no esperó a que respondiera porque sonrió y dijo-. Eso no pasará, Janet, porque yo no pienso enamorarme de ti. Recuerda que esto es solo una apuesta. Gideon Era evidente que sus últimas palabras habían hecho algo en Janet. Maldición. No había planeado que aquello sonara así, pero las palabras simplemente habían salido y, cuando eso sucedió, ya no había habido vuelta atrás. Seguramente, con eso, había retrasado cualquier tipo de avance que hubiera hecho con ella. Si sumaba eso las flores, que la había sacado del trabajo y lo enfadada que había estado anteriormente, aquel día se había convertido en su desastre. ¿Desde cuándo cortejar a una mujer se había convertido en un ejercicio tan difícil? Se suponía que las cosas no deberían de ser así. Hacer que Janet se interesara por él debería de haber sido algo sencillo, no un ejercicio olímpico que le costara años de vida. Empezaba a creer que el final de túnel se encontraba cada vez más y más alejado de él. A este paso, terminaría siendo él quien se interesaba por ella o, peor, siendo simplemente amigos. Él no tenía amigas, bueno, si descartaba a Daisy, pero ella era más como su hermana. La cosa era que Janet debería de encontrarlo divertido e interesante. Debía de pensar que era un hombre romántico, capaz de hacerla considerar mantener relaciones con él. Él, por su parte, le demostraría el gran amante que podría ser y le daría la mejor noche de placer de su vida. En cambio, ¿qué había conseguido? Nada. Lo único que había sacado de aquel día, era que a Janet no le gustaban las lavandas y que podía ser irresistiblemente curiosa. Se endureció al pensar si también sentiría interés en el sexo. Estaba seguro de que había sido su primer beso ya que se trataba de Janet y ahora no podía dejar de imaginarse todo lo que podría enseñarle, hacer con ella. Para empezar, pondría su boca en ella, en la parte más íntima de ella, para ser más exactos, y la haría venirse. También la quería envuelta alrededor de su polla. Estaba seguro de que su boca se sentiría muy bien alrededor de él, pero también la quería enterrarse dentro de ella. Se movería hacia dentro y hacia afuera, lo haría rápido, lento, suave, duro. La haría poner los ojos hacia el cielo y, luego, la dejaría recostarse junto a él mientras se abrazaba alrededor de su cuerpo. Por último, la dejaría descansar un poco y vuelta a empezar. Maldición. Aquello no estaba siendo exactamente productivo en el restaurante. Habían ido a comer y él ya estaba pensando sobre el postre y en esa lengua rosada que había sentido contra su boca cuando la besó. Estaba muy mal. Se llevó un trozo de carne a la boca y masticó con fuerza, al punto en el que sus dientes chocaban y dolían. Pensar así de Janet no lo ayudaría a tenerla de verdad en su cama. Sus ojos se cruzaron con los de ella. Si supiera todo lo que pasaba por su cabeza, dudaba seriamente que siguiera sentada en esa mesa. En realidad, debía de admitir que decirlo resultaba algo tentador. Janet había demostrado ser bastante interesante y ahora tenía curiosidad sobre cómo reaccionaría si supiera todo lo que pasaba por su cabeza. Decidió no hacerlo. Después de todo, no quería que se sintiera intimidada. -¿Qué tal la comida? Una sonrisa iluminó su rostro. -Está deliciosa -respondió y miró a su alrededor-. No conocía este lugar. Él sonrió a su vez. -Me alegro de escucharlo. Este lugar tiene muchos recuerdos de mí y mi familia… Creí que te gustaría. Ella lo observó. -¿Por qué me has traído a este lugar, entonces? -preguntó con la curiosidad reflejada en la voz-. Si es tan especial, yo no debería de estar aquí. Ahora eso llamó su atención. -¿Por qué piensas que no deberías de estar aquí? Janet se encogió de hombros, sin dejar de comer. -¿Acaso no es evidente? Si este lugar es tan importante, es imposible que traigas a una cita -hizo una leve pausa-. Lo siento, sé que yo no soy una cita. Estamos aquí por una apuesta. Por primera vez, Gideon no supo que responder. Janet tenía toda la razón, una vez más. Aquel no era un lugar al que llevara a sus citas. Tenía demasiados recuerdos como para hacer precisamente eso y, sin embargo, la había traído a ella allí. Darse cuenta de que lo había hecho como si hubiera sido la cosa más normal de su existencia, lo perturbó. Eso no era normal en él. No llevaba a las “citas” a lugares en los que había estado con su familia. La idea de que ni siquiera lo había dudado con Janet lo asustó profundamente.
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