Janet
La tensión se aligeró rápidamente con la llegada de un nuevo comentario de Félix que le hizo reír. Era un buen cambio de aires tener a alguien que se comportara totalmente diferente a Gideon en lo que llevaba de día.
-Entonces, ¿me estás diciendo que mi hermano no ha sido capaz de hacerte reír en todo el día?
-Yo no diría que tampoco ha estado todo el día gruñón, pero es cierto que no han parado de pasarnos cosas en lo que llevamos de día.
Félix arqueó una ceja, sin dejar de perder la sonrisa. Le resultó curioso notar que, a diferencia de Gideon, a él se le marcaba el hoyuelo derecho al sonreír. Era como si entre ambos, formaran dos partes de una sola persona.
-Simplemente, parece que el día no se ha puesto de parte de ninguno de los dos.
-Supongo que eso quiere decir que admites que disfrutas pasar tiempo en compañía de mi hermano.
Janet casi se atragantó con el vino que estaba tomando. Mientras que ambos esperaban a Gideon, Félix había tenido la cortesía de abrir una de las botellas de su hermano y servirle un poco mientras hacían tiempo.
-Yo no diría precisamente eso…
La sonrisa del pelirrojo se amplió.
-Pero tampoco niegas lo contrario.
Malditos sean estos hermanos.
-Ni siquiera voy a responder.
Félix empezó a reír, incapaz de seguir conteniendo la diversión que sentía por dentro.
-Ya estás respondiendo.
Ella apretó los labios con evidente desagrado.
-No me digas que eres igual que tu hermano… Tenía esperanzas de que fueras diferentes.
Félix volvió a reír.
-Bueno, sería un mal gemelo si no tomara esta oportunidad para reírme un poco a costa de ambos.
Sus palabras hicieron que se girara para observarlo. Había tratado de evitar su mirada ya que parecía muy interesado en leer cualquier expresión que pudiera hacer y que pudiera decirle algo relacionado con su hermano, pero ahora no pudo evitar mirarlo.
-¿Qué quieres decir con eso?
Su sonrisa se amplió.
-Si no lo sabes, yo no pienso decirte nada.
Eso le hizo resoplar.
-Vaya, muchas gracias por la ayuda.
Él se encogió de hombros y se echó hacia atrás en el sillón oscuro sobre el que estaba sentado.
-Es un placer.
Janet resopló, hastiada.
-Eres igual que Gideon.
-Gracias -respondió-. Aunque me gusta pensar que, de los dos, tengo más encanto.
Empezaba a dudarlo a segundos. Félix y Gideon eran completamente iguales. Igual de pelirrojos, igual de molestos y de bromistas. Lo único que parecía diferenciarlos es que a primera vista Félix solía parecer (y ser) más educado de lo que era su hermano.
Eso y sus ojos. Una clara diferencia entre los gemelos eran los ojos. Los de Gideon eran de un hermoso azul cobalto que resaltaba en la distancia, pero los de Félix no se quedaban atrás. Parecía que el día que decidieron darle un color, no se decidieron y, en su lugar, poseía heterocromía.
A menudo, había escuchado a las personas alabar sus ojos grises y a ella siempre le habían gustado, pero no fue hasta que conoció a Gideon, que había visto otros ojos más hermosos.
-Siento la tardanza -la voz ronca de Gideon hizo que cualquier pensamiento o comentario existente se viera cortado al instante.
Ella lo miró y sintió como se le contenía el aliento. Gideon se veía mejor que cualquier otro hombre que hubiera visto jamás. Su belleza, peligrosa y traviesa, era aún más atractiva después de un baño caliente. Casi había olvidado lo idiota que podía ser cada vez que abría la boca.
-¿Habéis esperado demasiado?
No fue capaz de responder.
-¿Qué diablos hacías tanto tiempo en la ducha? -ese fue su hermano.
Gideon le sonrió.
-Cosas que jamás podría mencionar delante de una dama.
Janet jadeó escandalizada.
-¿Qué?
Entonces, ambos hombres la observaron y empezaron a reír. Ella pestañeó, más sorprendida que otra cosa por lo escandalizante del comentario. Al menos, parecían que los hermanos disfrutaban de los comentarios de Gideon.
Janet pestañeó hacia él.
-Dime que es una broma.
Gideon le sonrió.
-Es una broma.
Sinceramente, eso no la tranquilizaba nada. Estaba segura de que Gideon solo lo decía para molestarle. En realidad, empezaba a creer que todo lo que hacía era un simple broma. Posiblemente, ni siquiera iba en serio lo de la apuesta. ¿Qué diablos estaba haciendo?
Aquello le dolió en el corazón. Pasar tiempo con él a veces era divertido y le hacía olvidar que todo era un simple juego entre ambos. Tenía que recordarse a sí misma que nada de aquello iba en serio.
-Princesa, ¿estás bien?
Un escalofrío recorrió su espalda.
-¿Cómo acabas de llamarme?
Gideon se acercó hasta ella.
-¿Debería llamarte reina, quizás? ¿Hermosa dama? ¿Encantadora señorita? ¿Cuál te gusta más?
-Solo Janet.
Su sonrisa descarada se amplió.
-Está bien “solo Janet”. ¿Algo más que deba recordar? ¿Tal vez, algo sobre esas dichosas flores para saber cuáles debo enviarte mañana?
Sus labios se fruncieron con desagrado. Se estaba pasando de listillo.
-Una palabra más y me largo -respondió, cortante-. Y no. Si tanto quieres enviarme flores, averígualo por tu cuenta.
Por primera vez, la sonrisa de Gideon se borró en el acto.
-Eres una borde, ¿lo sabías?
-Desde el día en el que nací.
-Vaya par que estáis hechos -silbó Félix, sin perderse detalle de la conversación-. Hermanito, creo que acabo de dar con la primera mujer capaz de pararte los pies, sin contar a Daisy o a nuestra madre.
Ahora, Gideon se giró a él.
-Daisy no puede frenarme.
Félix le sonrió.
-Y nuestra madre tampoco, pero es divertido cuando piensa que sí.
Eso la tuvo jadeando. Literalmente, estaba sorprendida con aquellos hermanos. ¿Es que no había nadie normal entre los Hamilton? ¿O aquellos dos especialmente perdieron la cordura hace años?
-No me lo puedo creer.
Gideon tuvo el descaro de guiñarle un ojo. Eso la perturbó en lo más profundo. Tratar de mantener una conversación seria con aquel pelirrojo era como tratar de pedirle a un perro que hablara. Tal vez, el perro hablaría, con suerte, pero Gideon siempre sería una misión imposible.
-Debería irme. La lluvia parece haber parado un poco, así que es mi oportunidad para volver a casa.
La atención de Gideon se dirigió hacia su hermano.
-¿Te dejo un paraguas?
-Por favor.
Janet se giró hacia él para observarlo. Quizás ella también debería de aprovechar esa oportunidad para irse. Tendría que volver a ponerse su ropa algo mojada, pero sobreviviría a la perfección hasta que regresara a casa. Tampoco se había mojado tanto y ahora había entrado en calor gracias a la ducha en el apartamento de Gideon.
Su mano acarició el asiento del sofá delicadamente mientras sopesaba sus opciones. Podía esperar un poco antes de irse, pero eso no le prometía que siguiera sin llover cuando decidiera regresar, sin contar que se encontraría a solas con Gideon en el mismo espacio físico.
Lo mejor sería marcharse.
-Yo también debería irme antes de que llueva.
La incomodidad que sintió cuando los ojos de Gideon se clavaron en ella fue algo que quizá nunca olvidaría. En cuestión de segundos, había conseguido que una sola mirada la hiciera sentir culpable.
Observó como sus labios se separaban suavemente para tomar aire antes de hablar. El simple gesto que hizo con su rostro, serio e intenso, la tuvo conteniendo la respiración.
-¿Estás segura de que quieres irte? No me importaría llevarte más tarde.
Janet tragó, resistiendo la tentación de cerrar los ojos. Si la obligaran a ser sincera, diría que no quería marcharse. Gideon podía ser insoportable, pero era divertido. No, tenía que irse.
-Mañana trabajo -fue su única excusa.
La mueca que hizo el hombre la tuvo lamentando su decisión después de eso.