El mismo día
Rabat, Marruecos
Hospital
Fatma
Dicen que un segundo basta para cambiarte la vida. Esa pequeña fracción de tiempo que parece insignificante, pero que tiene el poder de definir futuros, marcar vidas o apagarlas por completo. Es en esos momentos cuando te das cuenta de que somos víctimas del tiempo, prisioneros de su paso implacable. No existe una varita mágica que nos permita resistirnos a su avance; solo nos queda intentar no dejarnos abrumar por su presencia constante, porque él es un compañero molesto, una sombra que vive gritándonos en silencio, recordándonos que está aquí y que no se irá a ningún lado. No importa cuánto lo intentemos, no podemos detener su marcha ni cambiar su curso. Él marca el compás de nuestra existencia, moviéndonos como piezas en un tablero de ajedrez, y a nosotros no nos queda más remedio que adaptarnos, aunque cada paso que damos sea un desafío.
Vaya que es un desafió cuando juega con nosotros de una manera cruel, en una danza macabra en la que no tenemos control, más bien nos arrastra con su corriente, nos enfrenta a cambios que nunca vimos venir, y nos obliga a vivir con las consecuencias. Y aunque intentemos adelantarnos, planificar cada movimiento, el tiempo siempre tiene la última palabra, llevándonos por caminos que no imaginamos, a veces en direcciones que no deseamos. Es cierto que también es sanador, nos enseña lecciones y nos ayuda a crecer, pero al final de cuentas es parte de nuestras vidas, un invitado indeseable que nos acompaña siempre.
Y aquí estoy atrapada del tiempo observando como los segundos se convierten en horas mirando el rostro del doctor, queriendo descifrar lo que esconden sus ojos, pero no hay manera, es un profesional entrenado para no expresar sus emociones, entonces lo que queda es escuchar su voz y dejar de especular, porque es horrible está incertidumbre eterna, al punto de no prestar atención a la presencia indeseable de la zorra de Isra. Lo que necesito es conocer si Mehmet está fuera de peligro y pronto se recuperará. De pronto observo los labios del doctor entre abrirse lo que significa que terminará este calvario, así por fin su voz llena el ambiente.
–Señora Bozkurt, su hijo sufrió una serie de traumatismos producto del accidente de autos, pero logramos controlar las hemorragias internas. Sin embargo, lo que nos preocupa es la lesión en su cerebro. Hicimos una tomografía y detectamos un aneurisma que fue operable. Aun así, esperamos a que despierte del coma para volverlo a evaluar. No podemos asegurar que está fuera de peligro y, por el momento, eso es todo lo que puedo informarle. Lo siento– explica el doctor con profesionalismo, su tono mesurado contrastando con la tormenta de emociones que estalla en Esned.
Mi suegra se desmorona en un llanto desgarrador, sus sollozos se mezclan con el silencio incómodo de la sala. Sus hombros se sacuden con cada respiración entrecortada, su rostro una máscara de desesperación. Veo su sufrimiento, y aunque mis nervios me están carcomiendo por dentro, sé que tengo que intervenir.
–Doctor, soy Fatma Yavuz, la esposa de Mehmet. Quisiera saber si podemos verlo, ¿cuándo lo trasladarán a una habitación? –pregunto, mi voz quebrada, pero intentando mantener una firmeza que se siente frágil. Mis ojos buscan respuestas en los suyos, llenos de dudas y temores.
El doctor asiente ligeramente con la cabeza, comprendiendo el peso de mi pregunta.
–Fatma, en unos minutos trasladaremos a Mehmet a terapia intensiva, pero les pido encarecidamente que una a la vez ingrese a la habitación y solo la familia, nadie más. Después veremos si podemos dejar que se queden a cuidarlo. ¿De acuerdo? –responde con una voz cordial, pero firme, estableciendo los límites necesarios en un momento tan delicado.
–Le agradezco, doctor– murmuro, mi tono afable, pero lleno de una angustia contenida.
A todo esto, el intercambio con el doctor parece un veneno para Isra, quien tuerce la boca en un gesto de desprecio. Su rostro se endurece, su mirada se vuelve fría, pero no se mueve de su lugar. La rabia en mi interior crece, una llama que amenaza con convertirse en un incendio, pero la contengo. Apenas el doctor da media vuelta, giro mi atención hacia ella. Mis pasos son decididos, cada uno aplomado, y mi mirada es un rayo fulminante dirigido a la intrusa.
–Ya escuchaste al doctor sobre el estado de Mehmet, ahora vete y no vuelvas, porque no tienes derecho a estar aquí. Ahórranos tu desagradable presencia– espeto, mi voz cargada de una rabia contenida que ahora brota con firmeza, casi temblando de ira.
Isra me lanza una mirada de puro odio, sus ojos se clavan en los míos con una mezcla de desdén y furia, y antes de girarse hacia la salida, deja escapar un pequeño grito de impotencia.
–¡Mosquita muerta! Esto no se quedará así, me las vas a pagar– gruñe, su voz colérica resuena en mis oídos, y sin esperar respuesta, gira sobre sus talones, marchándose con pasos firmes hacia la salida del hospital.
Veo su figura desaparecer por la puerta y, aunque su partida me deja un breve alivio, sé que la verdadera batalla aún no ha terminado. Lo más importante, lo más aterrador, está aún por venir: esperar que Mehmet despierte y salga del coma. No obstante, soy arrancada de mis pensamientos por la voz de Hakim, quien se acomoda a mi lado.
–¡Bien hecho! Sacaste a la zorra de aquí, porque si tú no lo hacías yo estaba por hacerlo– sentencia, con su voz llena de satisfacción mientras dirige su mirada en dirección a la salida. De inmediato busca la oscuridad de mis ojos. –Ahora cancelemos el regreso a Londres y ocupa el lugar que te corresponde como esposa de Mehmet, quédate a su lado al menos hasta que este fuera de peligro. No te pido más, ¿Te parece? –propone y me deja en jaque sumergiéndome en mis pensamientos.
Unas horas más tarde
Isra
Existen dos tipos de mujeres en este mundo. Las dóciles, ingenuas, llenas de escrúpulos que creen en cuentos de hadas, en príncipes azules y castillos donde vivirán felices para siempre. Son aquellas que caminan por la vida esperando que la bondad y la paciencia les recompensen. Pero también hay otro tipo de mujer, una versión más feroz: las temerarias, las audaces, las pragmáticas. Somos las que arrancamos al mundo lo que creemos nuestro sin importarnos que nos llamen perras, porque sabemos que la sociedad condena lo que no puede controlar.
Las cabronas que se ponen los pantalones bien puestos y se fijan metas claras son las que realmente llegan arriba. Olvídate de las sumisas, de las que creen que la amabilidad es una estrategia para conseguir algo. Esas se quedan esperando que el destino les conceda favores, mientras nosotras, las que no tenemos miedo de ser malditas, construimos imperios a base de astucia y crueldad. Humillar, sobornar, manipular, todo está permitido cuando el objetivo es el poder. No hay milagros para las que se sientan a esperar, solo para las que se atreven a tomar lo que desean sin dudar.
Yo lo entendí desde el día en que dejé la casa de mis padres. Sabía que la vida de proletaria no era para mí. Aspiraba a algo grande, y nunca me conformaría con la pobreza ni con un hombre sin sueños. Ese novio que apenas podía pagar el cuartucho donde vivíamos… no, no era suficiente. Lo dejé todo y me fui a la gran ciudad, decidida a triunfar, a hacerme un lugar. Y lo logré. Después de mucho esfuerzo, me convertí en la socia de Mehmet Bozkurt, uno de los hombres más poderosos y ricos de Marruecos, y todo estaba saliendo a la perfección.
Pero entonces apareció ella. Fatma, la mosquita muerta que se convirtió en la esposa de Mehmet. Aunque con miles de artimañas conseguí separarlos, incluso llegué a pensar que la perra estaba fuera de mi vida para siempre. Me las arreglé para que ese matrimonio se acabará, para que los celos de ella fueran cosa del pasado. Sin embargo, cuando el accidente de Mehmet la llevó al hospital, supe que no había terminado. Fatma estaba allí, y eso era un problema de enormes dimensiones.
En fin, camino de un lado a otro en mi pent-house, la frustración y la ira palpables en cada paso. No puedo entender cómo cometimos semejante error, cómo todo se salió de control. Pero antes de que pueda perderme en mis pensamientos, la voz de Malek me detiene en seco. Clavo mi mirada en la suya, una mirada cargada de furia.
–Isra, no vas a conseguir nada con esa actitud. Es hora de pensar con frialdad, no como una leona furiosa que quiere destrozar a su presa. Aunque debo admitir que me hubiera gustado ver esa pelea de gatas en el hospital. No puedo imaginarme a Fatma perdiendo la compostura; siempre parece tan recatada– dice Malek, su voz llena de malicia y una sonrisa retorcida que me saca de quicio.
–¡Cállate, imbécil! Esto es culpa tuya. No hiciste tu parte, y ahora estamos en este caos. ¡Ojalá Mehmet hubiera muerto en ese accidente! Pero no, tenía que sobrevivir para complicarnos la vida–vocifero, mi voz cargada de reproche, aunque no es suficiente para expresar toda la impotencia que siento. Malek, con su habitual calma, se cruza de brazos y me mira con ese aire de superioridad que siempre ha tenido.
–Repasemos los hechos– comienza, su tono frío y calculador. –Te precipitaste, cantaste victoria antes de tiempo, y ahora estamos en esta situación. Lo que queda es minimizar el daño y prever los posibles escenarios. Y no olvides que una cirugía cerebral siempre deja secuelas, no conozco mucho del tema, pero por lo poco que se sobre medicina. Tal vez Mehmet quede en estado vegetativo y eso nos simplifique las cosas– añade, su voz teñida de un retorcido optimismo. Sus palabras, lejos de calmarme, desatan toda mi rabia.
–¡Conformista de mierda! No puedes simplemente esperar a que algo suceda. ¡Actúa! –exijo, mi respiración acelerada mientras camino en círculos alrededor de él. Mis pensamientos se vuelven cada vez más oscuros mientras me acerco de nuevo, enfrentando su mirada verde. –A ti siempre te interesó Fatma, ¿verdad? Pues ahora es tu oportunidad. Acércate a ella, sedúcela si es necesario. Pero quiero que desaparezca de la vida de Mehmet. No puede seguir ocupando un lugar que me pertenece. ¿Lo entendiste? –le ordeno, mi voz firme, resonando en el espacio con un peso que no deja lugar a la duda. Malek me observa en silencio, su reacción me confunde sumergiendo en mis más oscuros pensamientos.
Dos días después
Fatma
No sé si es bueno o malo tener consciencia, porque muchas veces nos pone en aprietos, nos condiciona, también no es cuestión de encerrarla en un baúl con candados y echarla al mar para que deje de molestarnos. No, ella siempre está presente con su vocecita orientándonos, aunque no la invitemos, ni la queramos escuchar, tiene una fuerza arrolladora e impone su voluntad por más que nos resistamos. Supongo que me jugó en contra mi consciencia, porque no pude negarme al pedido de Hakim, mucho menos viendo el estado de desesperación de Esned. Así que cancele mi viaje a Londres y quisiera repetir que será por unos días, algo momentáneo, pero en verdad puse mis planes en pausa por Mehmet, y espero que sea hasta que despierte del coma.
El caso que ya llevo dos noches al pie de su cama aguardando encontrarme con la oscuridad de sus ojos, mientras sigo sin entender como todo se fue a la mierda en pocos meses, porque nuestro primer encuentro fue mágico, fue sentir que seríamos felices mientras sus miradas me atrapan, sus palabras me seducían y me deje arrastrar por las mariposas que revolotean en mi estómago, la corriente eléctrica con el roce de su mano. No sé, fue amor a primera vista y me dije no puedo equivocarme, Mehmet es el hombre de mi vida y allí fue que después de “algunas citas” nos dimos el si acepto.
Vuelvo a mirarlo tan vulnerable conectado a un respirador artificial, con miles de cables en su cuerpo, su rostro con algunos moretones y todavía se lo ve tan guapo. Es un galán, muy atractivo con un magnetismo animal que te atrapa, tiene el cabello oscuro y ondulado, una sonrisa coqueta y alegre que desarmaría a cualquier mujer, sumado a su barba lo hace lucir más varonil. Las cejas gruesas y una nariz respingada complementan su rostro de adonis, encima sus ojos marrones te miran de una manera absurda que no puedes escapar de él. Es atlético, con un abdomen bien trabajado y unos brazos fornidos, una piel bronceada y alto, como me gustan los hombres. Ahora entiendo como fui que caí rendida a sus pies, encima siempre fue un caballero conmigo hasta que la vida se convirtió en una pesadilla. De pronto siento un pequeño apretón en mi mano y de inmediato fijo mis ojos en Mehmet, quien parece reaccionar.
–Doctor, enfermera, vengan rápido. Mi esposo reacciono– elevo la voz en un reflejo y aprieto el botón de ayuda.
Unos minutos después
Estoy al borde de la locura esperando al doctor, incapaz de pensar en otra cosa que no sea el pronóstico. Esned está igual de ansiosa; la preocupación la consume, su rostro refleja el temor de lo desconocido. No sabemos qué pasará, cuáles serán las secuelas de este accidente. Todo lo que puedo hacer es rezar para que Mehmet vuelva a ser el hombre que conocí, el hombre que amé. Pero una parte de mí, la que mi consciencia no deja de martillar, teme que el hombre que despertará ya no sea el mismo, que quizás nunca lo recupere. De repente, la puerta de la habitación se abre revelando la figura del doctor, luego su voz se presenta.
–Doña Esned, Fatma, les tengo noticias sobre la evolución de Mehmet. Ha reaccionado a todos los estímulos bastante bien dentro de los parámetros, parece estar todo normal, pero existe un pequeño detalle. Tal vez sea temporal o permanente su amnesia. No recuerda el accidente, tampoco que está casado, es decir su vida de unos meses o años atrás. Lo recomendable en estos casos es llevar al paciente a su entorno cotidiano y esperar que con los días los recuerdos vuelvan poco a poco. Lo dejo a su consideración, háblenlo con calma y después vemos como continuamos. Pueden pasar a verlo si gustan– explica el doctor con su voz inquieta y me deja sorprendida, también aliviada, confundida y extraña.
¡No me recuerda! Mehmet no me recuerda. Quizás ni siquiera fui importante para él y está es la manera de que su mente lo protege del dolor, de la decepción que fue conocerme, o me odia por el fracaso que fue nuestro matrimonio. Ya está, se terminó todo y es lo mejor para que él empiece de nuevo sin ataduras que lo sigan frenando, sin recordar los momentos felices, las peleas, el dolor que nos causamos. Al menos será más fácil para uno de los dos fingir que el otro nunca existió.
–Hija todavía necesito tu ayuda para recuperar a mi hijo, ¿Por qué no se van unos días a la casa de la playa cuando Mehmet tenga el alta médica? Haz de cuenta que será una segunda oportunidad para ustedes, ¿Qué opinas? –la voz de Esned me arranca de mi mundo, pero sus palabras me dejan en una lucha interna entre mi corazón y mi cabeza, sin saber que responderle.