El mismo día
Rabat, Marruecos
Hospital
Fatma
Es inevitable crear lazos, involucrarte con las personas de tu entorno, porque existe una necesidad profunda de conexión y pertenencia. Al abrirte a los demás, te quitas tu escudo protector y te expones a la vulnerabilidad. En ese instante, quedas a la deriva, flotando en un mar de emociones y expectativas, ante todo sabes que hay una gran posibilidad de que te lastimen, de que los sueños que compartiste se hagan añicos, y de que las promesas susurradas en momentos de intimidad se conviertan en cicatrices.
No es una mentira, es una realidad. Las relaciones siempre implican riesgos. Es como caminar por una cuerda floja sin red de seguridad. Ante todo, tu corazón, esa fuerza indomable y caprichosa, vive tomando el control de tu vida. Aunque tu mente te advierte del peligro, de las señales de alarma, es tu corazón el que te empuja hacia adelante, hacia lo desconocido. Pero no es bueno dejarse llevar por los sentimientos sin una dosis de sensatez. Es un peligro, una apuesta en la que las probabilidades de salir ilesa son mínimas. Cuando te das cuenta, estás recogiendo los pedazos de lo que quedó de ti, de esa persona que una vez fuiste antes de que el dolor y la desilusión te transformaran. Entonces, intentas dejar atrás el pasado sin sentir que te mueres, sin que cada paso hacia adelante sea una tortura. Te encuentras perdida, tratando de entender cómo volver a ser tú misma, cómo reconstruir tu vida sobre las ruinas de tus sueños.
Sin embargo, incluso mientras tratas de protegerte, de evitar nuevas heridas, sabes que no puedes vivir completamente aislada. La vida sin lazos, sin conexiones significativas, sería vacía y desoladora. Así que avanzas con cautela, permitiéndote abrirte de nuevo, pero con una nueva conciencia. Aprendes a equilibrar tu corazón y tu mente, a dejar que la sensatez guíe tus decisiones sin sofocar completamente la voz de tus sentimientos.
Quisiera repetir que seguí a la vocecita de la sensatez. Pero no, apareció el terco de mi corazón gritándome en silencio: “No puedes ser una perra con Esned, menos irte sin conocer que está a salvo Mehmet”, mi maldita consciencia me impidió subirme al avión, no fui capaz de ignorar las suplicas de mi suegra, también admito que pesaron mis sentimientos por él. No puedo mentirme a mí misma, yo aún amo a ese hombre, no es tronar mis dedos y olvidarme lo que vivimos como si fuera tan fácil, por esa razón necesitaba poner distancia entre nosotros, aunque mis planes cambiaron drásticamente con esa llamada.
Lo cierto es que me subí al primer taxi libre con una sensación de incertidumbre, pero intentando ocultar mi nerviosismo, para colmo repitiéndole a Hakim cosas que ni yo me las creía. Obvio, mi hermano me observaba con esa cara de incredulidad que tanto conocía.
–Solo quiero constatar que Mehmet está bien, fuera de peligro, hablaré con el doctor y enseguida salimos de regreso al aeropuerto para subirnos en el próximo vuelo a Londres. Esned no puede pedirme más, debe entender mi posición. Así que le avisas a Rania que tuvimos un percance, pero que nos espere en Londres mañana– mencionaba con un ligero temblor en mi voz y arqueó la ceja.
–Claro Fatma, lo que tu digas– respondió incrédulo, con esa mirada que me perforaba el alma y tensé mi rostro.
–¿Acaso lo pones en duda? Viajaremos a Londres, ya tengo organizado mis próximos días con reuniones y salidas, solo se retrasarán unas horas. No afectará mi itinerario el accidente de Mehmet, no hay motivos– rebatí con un tono de malestar y se cruzó de brazos en silencio clavándome esa mirada penetrante.
Hakim nunca discutía abiertamente, pero esa pose de confianza absoluta muchas veces me hacía hervir la sangre, porque podía leerme con un gesto y detestaba ser tan predecible, no poder actuar con sensatez y vivir dejándome arrastrar por mi corazón.
Quisiera repetir que los nervios cesaron cuando puse un pie en el hospital, fue todo lo opuesto, en cada paso en dirección a la sala de espera mi corazón bombeaba a toda máquina, sentía un nudo en la garganta que cada segundo crecía mucho más, mis piernas amenazaban con fallarme. Igual intentaba estar aplomada, caminando erguida, con la mirada altiva y segura, porque ni loca mostraría que estaba sufriendo por haber firmado los papeles de divorcio, ante todo había una gran posibilidad de encontrarme con algunas serpientes venenosas, entonces debía ser fría y centrada. Sin embargo, mi pose de mujer fatal se desvaneció en dos segundos al contemplar el sufrimiento de Esned en un rincón de la sala de espera. Mi suegra lloraba desconsolaba y desesperada por el estado de mi exesposo, porque la poca información proporcionada por los doctores no era alentadora. Mehmet estaba en cirugía debido a sufrir miles de traumatismos por el accidente en el auto y nada garantizaba que sobreviviera.
En resumidas cuentas, perdí la noción del tiempo aguardando que finalicé la cirugía, conteniendo a Esned, para colmo está espera interminable es una tortura agónica. Vuelvo a incorporarme de mi asiento, doy unos pasos por la sala observando cada dos segundos el movimiento de las puertas de los quirófanos. Justo entonces, escucho esa voz chillona que me saca de mis casillas y el estómago se me revuelve.
–¿Qué hace aquí la maldita perra de Isra? ¿Con qué derecho se presenta aquí? –pienso, mientras respiro hondo, cuadrando mis hombros y guardando mi rabia. Me giro con aparente calma, aunque mi sangre hierve.
Isra avanza hacia nosotros con esa actitud altanera que siempre me ha sacado de quicio. Sus movimientos son deliberadamente lentos, su expresión una máscara de falsa preocupación, aumenta mi malestar, aprieto mis labios intentando no darle el gusto de perturbarme.
–Esned, vine apenas me enteré del accidente de Mehmet. ¿Cómo se encuentra? ¿Puedo verlo? –dice con una voz impregnada de falsa amabilidad, mientras sus ojos escanean el entorno como una predadora.
Mi suegra, completamente desconsolada, no puede responder. Yo le lanzo una mirada fulminante, mi paciencia al borde del colapso, pero con pasos firmes anulo la distancia entre nosotras sin intimidarme. Muestro mi rostro impasible.
–Isra, mi suegra te agradece tu preocupación por mi esposo, pero si no te has dado cuenta, ella está afectada. Así que retírate del hospital, porque esta es una situación estrictamente familiar y tu presencia es inoportuna. No tienes nada que hacer aquí– espeto con mi voz cortante, mi rostro tenso y mi corazón latiendo furiosamente. Ella me mira con indiferencia y una mirada de superioridad que hace hervir mi sangre.
–¡Difiero, Fatma! Soy amiga y socia de Mehmet, tenemos muchos negocios en conjunto y es mi deber conocer su estado de salud. Además, tú no eres nada para él. ¿No firmaste los papeles de divorcio? –su voz destila veneno, su mirada llena de desprecio y desdén. Mi rostro se contrae de ira, mi respiración se vuelve errática. Estoy a punto de explotar y agarrarla a bofetadas por su provocación.
–No tengo por qué responderte nada sobre mi vida privada, ese asunto no te concierne. Tampoco voy a soportarte con la falsa excusa de que eres la socia de mi esposo. Eres su amante, la zorra con quien se acostaba. ¿O ya se te olvidó lo que me dijiste aquel día en su oficina? –bramo, cada palabra cargada de rabia, mis ojos clavados en los suyos.
Es un duelo de miradas, una batalla silenciosa en la que ninguna de las dos quiere ceder. La tensión en el aire es palpable.
–¿Qué han dicho los doctores sobre el estado de la salud de Mehmet...? –presiona Isra, su voz un látigo que corta el aire, pero antes de que pueda responder, Esned interviene. Se levanta de su asiento con una energía inesperada. Me sujeta del brazo en señal de su apoyo y también para intentar calmarme. Su voz no tarda en presentarse.
–Retírate, por favor, Isra. No es el lugar ni el momento para que impongas tu presencia. La esposa de Mehmet es Fatma, no tú...–habla Esned, su voz es firme, aunque su dolor es evidente.
Isra tensa la mandíbula, su mirada me fulmina con odio, pero es la realidad, ella es la otra, yo fui y aun soy legalmente la esposa y mujer de Mehmet ante los ojos de la sociedad. Así que soporte las verdades o mejor que se marcharte por donde vino. Sin embargo, antes de que pueda decir algo más la puta. Somos interrumpidas por el llamado del doctor detrás de mí. La sala parece congelarse en ese instante, el aire cargado de anticipación y miedo. En un acto de valentía me giro despacio para encontrarme con un hombre de bata blanca, su rostro reflejando su experiencia, pero el temor aún sigue presente por el estado de Mehmet que no logro articular ninguna palabra. Mis latidos se disparan al infinito, mi respiración se altera mientras busco algún rastro en los ojos de este hombre, pero quien reacciona es Esned, su voz sale disparada en el ambiente. Clamor de su desesperación.
–Doctor, soy la madre de Mehmet Bozkurt, ¿Cómo salió mi hijo de la cirugía? ¿Cuál es el pronóstico de su estado de salud? –habla Esned con su voz cargada de preocupación e incertidumbre, el doctor guarda silencio dejándome con el corazón pendiendo de un hilo y especulando sobre la salud de mi exesposo.