El mismo día
Rabat, Marruecos
Isra
Ganar no es tan solo un resultado, es un arte que requiere una mente afilada, estrategia impecable, y una frialdad que te permite operar sin titubeos. No puedes permitirte el lujo de dudar, de mostrar debilidad o de ser sentimental. Si realmente deseas ser llegar a la cima, debes estar dispuesta a dejar de lado los escrúpulos, a pisotear cualquier obstáculo que se interponga en tu camino. Retrasar, humillar, manipular, sobornar, o incluso sellar un pacto con el diablo, si es necesario, todo vale cuando se trata de alcanzar el objetivo deseado, porque como dicen en la guerra y en el amor no hay reglas, solo ganadores.
Lo tengo clarísimo desde que era un adolescente, lo que me llevo a relacionarme con tipos pragmáticos, con una visión de la vida, pero sobre todo parecidos a mí, unos malditos cabrones motivados por el dinero. Malek es el mejor ejemplo: astuto, ingenioso, sin miedo a ensuciarse las manos de sangre, con una mente fría y calculadora. Sin embargo, como todo hombre se le nubla el pensamiento cuando se trata de un par de piernas bonitas, parece un títere sin voluntad, lo que lo convierte en aliado poco confiable y de cuidado. Puede traicionarme si cae en las redes de alguna zorra, si se enamora estaré perdida, entonces toca tenerlo comiendo en mi mano. Sí, soy su amante, con tal de utilizarlo a mi antojo, aclaro nada de sentimientos de por medio, es un acto físico donde cada uno obtiene placer y una alianza ventajosa.
No obstante, después del accidente de Mehmet, tuve que replantear mis estrategias. No podía seguir perdiendo terreno con la mosquita muerta de Fatma; era hora de usar a Malek a mi favor. Conociendo su interés por ella, decidí arriesgarme. Tal vez era una jugada peligrosa, pero si lograba sacarla de mi vida, valdría la pena. Allí estaba, delante de Malek, observando su rostro impasible mientras intentaba descifrar sus intenciones. Sabía que él intentaría confundirme, pero apostaba a que su debilidad por las mujeres y su ego masculino lo empujarían a aceptar mis órdenes. Después de un breve silencio, su voz resonó en la habitación.
–Isra, admito que en algún momento estuve interesado en Fatma, pero me di cuenta de que era inútil conquistarla. Ella estaba, o sigue estando, enamorada del idiota de Mehmet, así que no tenía sentido complicarme la vida para llevarla a la cama. Dime, ¿qué ha cambiado? ¿Por qué debería tomarme la molestia de seducirla? –sus palabras se deslizaban con un tono de malestar mientras intentaba disfrazar mi rabia mostrando una mostrando una sonrisa calculada.
–¿En serio? ¿No puedes usar tu cerebro? –repliqué con frialdad en mi voz. –Digamos que Mehmet queda en estado vegetativo y la vieja momia de Esned corre a pedirle ayuda con la empresa a su adorada nuera, Fatma. Ella estará al frente de los negocios, por ese motivo nosotros necesitamos controlarla para evitar problemas. Y si es posible, quitarle el dinero de los Bozkurt, ¿Lo entendiste o vuelvo a explicártelo con lujos de detalles? –añadí con un tono sarcástico.
Malek soltó una carcajada seca, claramente escéptico.
–La que no usa el cerebro eres tú, Isra, porque no ves la realidad. Fatma está enamorada de su exesposo y no habrá manera de engatusarla, mucho menos de llevarla a la cama– arguyó con su voz inquieta. Lo miré fijamente, sintiendo la irritación crecer, pero mantuve mi voz firme.
–No estaría tan segura– dije, inclinándome un poco hacia él. –Una mujer dolida, herida y "engañada" es capaz de buscar revancha, pagarle con la misma moneda a su esposo. Te aseguro que ese amor que alguna vez sintió por Mehmet se convertirá en odio con nuestra ayuda. Basta con darle un pequeño empujón para que caiga en tus redes. ¿O acaso ya no eres capaz de seducirla, Malek? ¿O te da miedo fracasar?
El desafío en mis palabras fue intencional. Sabía cómo provocarlo, cómo tocar esa fibra sensible que siempre lo empujaba a demostrar que era más de lo que otros creían. Malek podía ser impredecible, pero también era un hombre que no soportaba que se cuestionara su capacidad de conquista.
–Ganaste, conseguiste convencerme, pero te advierto que será una tarea difícil, no exijas resultados tan pronto, porque necesito tiempo para ganarme la confianza de Fatma y después meterme en su cama– explicó con su voz áspera y asomó una sonrisa triunfal en mis labios.
Si bien, era un paso importante la colaboración de Malek, también era una manera de conocer lo que sucedía con el estado de salud de Mehmet, ya que ni siquiera podía poner un pie en el maldito hospital sin encontrarme con la mosquita muerta de Fatma, pero cuando creí que podía controlar la situación, todo se vino abajo al conocer que mi socio no quedó en estado vegetativo como lo deseaba, menos murió, más bien tiene amnesia retrograda.
Lo malo es que puede ser irreversible, no hay garantías que su condición sea permanente, como consecuencia es una bomba de tiempo que en cualquier momento puede explotar o en el mejor de los casos aun podemos tener ventaja. La realidad es que incierto el panorama y no puedo dejar nada al azar, como tal decidí venir a la empresa impartir orden a los inútiles de los empleados, también para revisar los pendientes.
En resumen, en este instante mis tacones resuenan en el suelo de mármol, cuando las puertas del ascensor se abren en el piso de presidencia, anunciando mi llegada. A mi paso, los empleados murmuran saludos hipócritas y muestran sonrisas falsas, pero todo lo que siento es desprecio. Estos inútiles no son más que obstáculos en mi camino. Entonces, aparece la tonta de la secretaria de Mehmet, su voz chillona rompiendo el aire con su ridícula advertencia.
–Buenos días, señorita Tazi. Lamento informarle que no puede ingresar al despacho del señor Bozkurt. Si necesita revisar alguna documentación, necesitará el permiso de la familia– habla, como si tuviera algún tipo de autoridad sobre mí.
El calor de la ira me sube al rostro. ¿Cómo se atreve esta idiota a interponerse en mi camino? Siento un impulso violento de abofetearla, pero en lugar de eso, dejo que mi voz cargada de veneno haga el trabajo.
–¿Qué has dicho, tonta? –escupo las palabras con desprecio, acercándome a ella hasta que nuestra proximidad se vuelve incómoda. Mi presencia la hace retroceder, pero se mantiene firme. La rabia en mi voz es palpable mientras la invado con mi mirada penetrante, sintiendo el poder que tengo sobre ella. –A mí nadie me impedirá ingresar a la oficina de Mehmet. Soy su socia, no una simple empleada. ¿Con quién piensas que estás tratando? ¡Ubícate, estúpida! –vocifero a su rostro, dejando que cada sílaba sea un dardo envenenado.
La secretaria tiembla ligeramente, sus ojos muestran una mezcla de miedo e indignación, pero el miedo domina. Intenta responder, pero sólo un murmullo sale de sus labios, y el placer que siento al verla tan vulnerable es casi intoxicante. Sin embargo, no tengo tiempo para jugar con ella. Doy media vuelta sobre mis talones, ignorando sus súplicas que apenas alcanzan mis oídos. Mi caminar es firme, cada paso resonando con autoridad y desdén.
Llego a la puerta de la oficina y giro la perilla con un gesto decidido. Lo que me encuentro al abrirla me deja helada por un instante. Mi rostro se contrae en una mueca de asco y furia al ver la sonrisa retorcida y provocadora de Hakim, sentado cómodamente en la silla que debería estar vacía.
–Isra, no esperaba verte tan pronto– dice con una voz que gotea condescendencia. –Lástima que perdieras tu preciado tiempo, porque estoy ocupado resolviendo un millón de cosas pendientes. Ya sabes, con el accidente de Mehmet muchas negociaciones quedaron estancadas, pero te aseguro que, si coordinas con Dalia una cita, me sentaré contigo a charlar de lo que necesites. Ahora, por favor, retírate– concluye, removiéndose en la silla con esa sonrisa burlona que me saca de quicio.
Mi mirada se afila como un cuchillo mientras cierro la distancia entre nosotros, mi rabia en ebullición.
–Hakim, no estás hablando con un cliente o un empleado. Soy la socia de Mehmet, quien tiene la potestad de ocuparse de la empresa, así que levántate de ese puesto y no estorbes– bramo, mi voz destilando veneno mientras lo fulmino con una mirada gélida.
Él responde torciendo la boca en una sonrisa aún más cínica, chasqueando la lengua como si estuviera reflexionando sobre mis palabras.
–¡No! No puedo levantarme de este sitio. En primer lugar, no recibo órdenes de… –titubea, su voz irritada mientras mis ojos se entrecierran peligrosamente. –¿De una “socia”? ¿La puta que se revuelca con mi cuñado? ¿Cuál es el término para encasillarte? No importa, no viene al caso. No tienes autoridad en la empresa, eres un cero a la izquierda para la familia. Esned me pidió hacerme cargo de los pendientes y, por si fuera poco, Fatma me dio la potestad para tomar cualquier decisión como esposa de Mehmet. Así que no haces falta aquí– arguye, sus palabras caen con un saco de plomo.
La furia que hierve dentro de mí es tan intensa que por un momento me quedo en silencio, conteniendo el deseo de arrancarle la sonrisa de la cara.
–¡Hijo de puta! –gruño, mis palabras cargadas de veneno. –Sabes muy bien que soy quien conoce cada movimiento en esta oficina, y sin Mehmet al frente, es mi deber ocuparme de la empresa, o esto será un caos. Además, aunque tengas el apoyo de Esned y de la mosquita muerta de tu hermana, me necesitas para calmar a los proveedores, a los bancos, a los clientes, a los propios empleados. ¿Crees que puedes ocuparte solo de la empresa?
Hakim me observa, su sonrisa ahora más contenida, sabiendo que mis palabras tienen peso. Pero en sus ojos veo el desafío que me sumerge en un mar de dudas e incertidumbre.
Fatma
Mi madre era de esas mujeres que jamás se daban por vencidas, una luchadora incansable, capaz de mover montañas si se lo proponía. Creía fervientemente en el amor, en las segundas oportunidades, en las historias con finales felices. Siempre me repetía: "Hazlo posible, no flaquees, porque vales lo que estés dispuesta a luchar". Admito que en su momento no entendía del todo sus palabras; pensaba que se referían a mis estudios, a mis proyectos, a esos logros que creía que debían definirme. Pero ella hablaba de la vida, de las batallas que vendrían, de las guerras silenciosas que tendría que librar en mi interior. Lo que olvidó decirme, o tal vez no supo cómo, fue lo más importante: ¿Cómo curar mis heridas? ¿Cómo cerrar esos agujeros negros que me consumen? ¿Cómo vencer mis miedos?
Supongo que ahora estoy inmersa en una batalla interna entre mi corazón y mi cabeza, una lucha que no busqué, pero que se ha impuesto sobre mí. Cuando creí que podía seguir adelante con mi vida, el pasado me retiene, me mantiene anclada en una encrucijada de la que no sé cómo salir. El miedo a volver a acercarme a Mehmet me frena en seco, como si una fuerza invisible me sujetara, impidiendo cualquier movimiento hacia él. No es tan simple como decir "démonos otra oportunidad y veamos qué sucede". No después de todo lo que hemos vivido.
Hubo una vez una historia de ensueños, pero también una pesadilla. Y en medio de todo eso, amor en su máxima expresión. Entonces, ¿cómo le dices a tu corazón que esta vez no dolerá? ¿Cómo no ilusionarme si todavía lo amo con la misma intensidad que antes? Lo más sensato sería dar la vuelta, poner distancia, alejarme de Mehmet y desentenderme de los ruegos de Esned. Sin embargo, esa vocecita tonta de mi conciencia no deja de susurrarme: "Inténtalo, inténtalo". He intentado construir un escudo protector para no sucumbir a los gritos de mi corazón, para no dejarme llevar por esos sentimientos que me consumen. Pero la barrera es frágil, y se debilita cada vez más. Más aún después de escuchar a mi suegra, después de conocer el diagnóstico de Mehmet.
Estaba parada delante de la puerta de la habitación procesando la sugerencia de Esned de irme de vacaciones con su hijo como si fuera lo más normal y lo ideal para ayudarlo a recuperar la memoria si fuéramos un matrimonio feliz, pero nada más alejado de la realidad, por un segundo un silencio nos envolvió mientras su rostro lleno de esperanza me contemplaba. Aclaré mi garganta y finalmente dejé escapar la voz de mis labios.
–Esned, si cancelé mi viaje a Londres fue porque necesitaba estar en paz con mi conciencia –comencé, intentando mantener el control de mi voz, aunque esta ya traicionaba mi creciente desesperación–. Tenía que asegurarme de que Mehmet estuviera fuera de peligro. Pero su diagnóstico… su diagnóstico no cambia lo que hemos pasado. No puedo hacer lo que me pides, no puedo simplemente actuar como si nada hubiera ocurrido. Vivimos un infierno, las peleas, el daño… nos destruimos mutuamente, y por eso decidimos poner fin a nuestro matrimonio.
El rostro de Esned no mostró más que resistencia. Sus ojos se suavizaron, pero no cedieron en su obstinación. –Pero tú amas a mi Mehmet –insistió con una voz cargada de una ternura que me hizo estremecer–. Sigues tan enamorada de él, y lo sabes. Ese amor que nació entre ustedes sigue allí, en tu corazón. No tires la toalla todavía, no desperdicies esta oportunidad que la vida les está dando. Lucha por su matrimonio.
Sus palabras eran como un cuchillo que atravesaba mi alma, removiendo todo lo que intentaba mantener enterrado. Sentí las lágrimas agolparse en mis ojos, mi garganta se cerró y mi cuerpo comenzó a temblar. Solté un suspiro, intentando liberar al menos una parte de la frustración que me consumía. –Esned, es que ya no hay matrimonio –dije, con la voz quebrada por el dolor–. Firmé los papeles y estamos divorciados.
Mis palabras parecieron rebotar en ella sin efecto. –El doctor dijo que su amnesia podría ser temporal –continué, intentando que comprendiera–. Solo necesita un entorno familiar. Pero para él, soy una desconocida. No me recuerda, y por eso no es conveniente tu propuesta.
Mi voz se volvió nerviosa, buscando algún atisbo de comprensión en su mirada. Pero lo único que encontré fue reproche, un reproche silencioso, pero tan fuerte que hizo que mi determinación comenzara a desmoronarse. –Puedo quedarme unos días más, ver cómo evoluciona, pero no me pidas más… ¡Por favor, entiéndeme! –concluí, casi rogándole, mientras miraba cómo el malestar se dibujaba en su rostro.
Al final, quise mantener la distancia con Mehmet en la medida de lo posible. Lo sé, suena estúpido, por la mayor parte del tiempo estaba junto a su cama, pero estaba inconsciente por los propios analgésicos que le suministraban y me bastaba, era una manera de decirle adiós, de irme preparando para la partida, aunque lo inevitable sucedió: despertó.
Fue extraño observarlo, al punto de no estar segura sino me recordaba, reconozco que por un segundo pensé que escucharía sus gritos. No fue así, en su lugar me desnudaba con esa mirada intensa que tanto conocía, asomó su sonrisa traviesa ante mi actitud distante. Lo que fue horrible fue sentirme paralizada cuando me sujetó la mano, ese simple gesto puso mi corazón a mil por hora, para colmo Esned nos dejó solos. Digamos que mi suegra aprovechaba cualquiera oportunidad para jugar a cupido.
Nuestro reencuentro fue un torbellino de emociones, una mezcla extraña de familiaridad y distancia. Para él, todo parecía una continuación natural de lo que alguna vez fue, pero para mí, era como abrir viejas heridas que nunca terminaron de sanar. Su sorpresa por mi frialdad era evidente; no entendía por qué lo trataba con tanta formalidad. ¿Cómo podría explicarle que no era el miedo a su amnesia, sino el reflejo de los tormentos pasados que me había dejado marcada? No iba a lanzarme a sus brazos ni a fingir que nada había ocurrido. Mi orgullo no me lo permitía.
Lo más doloroso fue escucharle hablar de nuestro matrimonio como si aún fuéramos una pareja enamorada y feliz. Sus palabras eran como un eco lejano de una vida que ya no existía. Pero lo que realmente me quebró fue cuando mencionó a los hijos. Sentí que me rompía en mil pedazos al recordar el aborto, la pérdida de nuestro bebé, y el abismo que se abrió entre nosotros desde entonces. No pude responderle, las palabras se ahogaron en mi garganta. Sabía que entre nosotros había cicatrices tan profundas que no podían cerrarse solas. Y, sin embargo, había algo que no había cambiado: Mehmet seguía siendo el mismo seductor coqueto de siempre. Era desconcertante, casi surrealista, verlo regresar a esos hábitos, arrinconándome con sus planes románticos, como si todo fuera parte de un juego que solo él entendía. Propuso, casi con descaro, revivir nuestra luna de miel en Tarfaya, utilizando el pretexto de ayudarlo a recordar. Y en este instante es su mirada la que realmente me desarma, esos ojos penetrantes que parecen ver más allá de mi fachada, acelerando mi corazón, aunque intento mantenerme impasible, pero como si pudiera leer mi mente lleva mi mano a su pecho y su voz ronca vuelve a resonar.
–Fatma, no pido mucho. Quiero conocerte, saber tus gustos, descubrir lo que compartimos, hablar de tus proyectos. Haz de cuenta que es una cita extensa, donde no tengo que dejarte en la puerta de tu casa, y que puede convertirse en algo más si me lo permites– sentencia Mehmet con un tono pícaro, dejando escapar una sonrisa traviesa. Mis ojos se abren como dos faroles ante su insinuación.
¡Diablos! ¿Acaba de hablar de sexo? Todo está yendo demasiado rápido, pero claro, es Mehmet. En su mente, seguimos siendo un matrimonio felizmente enamorado.
–No pienses mal o sí… lo que sea está bien, creo. Somos esposos– añade con una voz nerviosa y apenada. Por un segundo, aparta la mirada, suelta mi mano lentamente, como si temiera romper el delicado hilo que nos une.
Intento mantener la compostura. –Lo que sugieres no es una cita extensa, sino interminable. Y no creo que estés en condiciones de viajar tan pronto. Todavía tienes algunos moretones en el cuerpo, y la cirugía en tu cabeza fue muy delicada; necesita cuidados para evitar complicaciones– comento, tratando de sonar razonable, aunque mi tono serio contrasta con la tristeza en su expresión. Mehmet tuerce la boca como un niño reprendido, y por un instante, casi me arrepiento de mis palabras.
Pero no se rinde. Con esa terquedad que siempre lo ha caracterizado, insiste. –Mi mamá ya resolvió ese tema, pero si quieres estar más tranquila, háblalo con el doctor. Estás en todo tu derecho, esposa mía… ¿viajamos? –informa, su voz inquieta y su mirada intensa desarman mis defensas, dejándome en jaque.
Un rato más tarde
Fue un desafió no claudicar a lo que me exigía mi corazón, pero tenía la disculpa perfecta o eso pensé para evitar ese viaje, porque el doctor me acaba de echar un balde de agua fría con sus palabras, ya le dio el alta médica a Mehmet, no cambia que sigo renuente a su propuesta. Ya hice demasiado, puse mi vida en pausa y es hora de volver a Londres, porque nada sacó siguiendo a su lado, ¿Cuál es el punto? ¿Seguirme lastimando? Me repite mi interior, cuando escucho la voz de Esned que me devuelve a la realidad.
–Hija, ¿cómo te fue con Mehmet? –pregunta Esned, su curiosidad palpable mientras yo suelto una mueca de frustración.
–Esned, tu hijo me propuso viajar a Tarfaya con el pretexto de ayudarlo a recordar, pero esa idea debió venir de ti. No voy a ceder; no tengo obligaciones con Mehmet, no estamos casados. Más bien tengo un vuelo a Londres que tomar– le respondo, tratando de mantener la calma.
–Fatma, es cierto que te lo propuse en su momento, pero te aseguro que ahora es diferente. No tuve nada que ver con esa propuesta de Mehmet. Y quiero corregirte en un punto.
–No sigas, Esned. No puedo seguir al lado de Mehmet, no es bueno para mí. Déjame ir por el cariño que sé que me guardas. De lo contrario, hablaré con mi abogado para que se entienda con tu hijo– digo, con un tono firme que intenta cerrar la conversación.
–Hija, estás cometiendo un error y estoy en la obligación de abrirte los ojos. Además, tengo que hacerte una confesión: sigues casada con Mehmet. Los papeles de divorcio no han sido presentados ante el juez; están en mi poder y los destruiré si me obligas. ¿Viajarás con Mehmet o usaré otros recursos? –su tono es grave, y en sus palabras hay una amenaza implícita que no puedo ignorar, dejándome sumergida en mis pensamientos.