Capítulo 13

2636 Words
“El que teme sufrir ya sufre el temor.” Proverbio c***o.             Salomé llegó junto a sus padres al lugar indicado, había tanta gente aglomerada en aquel lugar que más parecía la reunión a la entrada de un concierto que el inicio de una campaña de estrategias políticas.             Había cuatro filas largas, una para niños a partir de 10 años de edad, otra para adultos jóvenes, la tercera de adultos mayores de cincuenta años y la cuarta para personas discapacitadas. Por todos lados había guardias con cara de pocos amigos, un 80% de personas opositoras chantajeadas y el resto una manada de mediocres partidarios de ese gobierno que disfrutaba con el acto que llevaban a cabo.             Unas personas murmuraban en voz baja cosas en contra de la actividad que se estaba realizando y otros vociferaban que todo estaba de maravilla salvo por el ataque que, según ellos, provenía de Tierra Dorada. —Por aquí —señaló un guardia la columna que debía formar.             Estas columnas estaban detrás de otros que también esperaban su turno a la entrada de un local de varios compartimientos de gran portón blanco, anteriormente había sido un hospital, de aquella época cuándo las personas que se transportaban en carruajes, últimamente había estado abandonado, razón por la cual fue objeto de arreglos y mejoras un par de días antes. —Y ustedes por acá —instruyó otro guardia conduciendo a los padres de Salomé hacia otra fila.               Antes de separarse se miraron una vez más, como si esa fuera una efectiva manera de comunicarse y luego avanzaron rumbo a su respectiva ubicación.             Salomé tragó saliva con fuerza, no podía negar que estaba un poco nerviosa. Apretó las manos en puños sintiendo el sudor en sus palmas, paseó su mirada por todo a su alrededor, la gente estaba bastante aglomerada, llegando a cada momento, por suerte, buena o mala, Salomé estaba de octava en la columna, pasaron a los primero cinco, custodiados por guardias mientras abrían el gran portón de rejas gruesas.             Avanzaron unos cuantos pasos más, la temperatura estaba fresca puesto que aún no era medio día y los árboles sobre ellos le brindaban la frescura que debían tener todas las mañanas, las horas parecían ser eternas y de pronto cada personas delante y atrás de ella se le antojaron fastidiosas, en realidad, el simple hecho de estar allí le provocaba ganas de vomitar.             Los guardias se paseaban de un lugar a otro, parecían perros guardianes, cuando en realidad eran perros desgraciados a la merced de un gobierno de porquería. Miró de soslayo, con el rabillo del ojo una madre joven que amamantaba un niño recién nacido al lado de ella preguntándose cómo haría o con quién lo dejaría mientras se sometiera al famoso tatuaje, ¿Lo anestesiarían también sólo para mantenerlo callado? Bueno, cualquier cosa podría pasar, con el sistema que controlaba todo, era casi inútil pelear por hacer y deshacer a tu manera, únicamente funcionaría si fuera guardia nacional y aún así harían rodar su cabeza si tan solo los tiburones mayores olfatearan cualquier atisbo de traición.             Se miró las uñas en un urgente intento por desviar su atención de la gente que estaba cerca de ella, el aire se le antojaba amargo, pesado y caliente, pensó que si pudiera dejar de respirar para tener menos percepción de los detalles de su entorno, fuera de mucha ayuda para no salir de allí hacia su casa a planificar otras estrategias de empleo en vez de someterse a esa tortura.             Una hora aconteció, aunque no exactamente, con unos minutos de más y la reja rodó a un lado mientras los guardias escoltaban a las primero cinco personas que habían pasado y ahora venían de regreso, adormecidas, con la completa ausencia de entusiasmo en sus rostros.             Caminaron en silencio pasando a un lado de ella, entonces en un rápido vistazo intencional Salomé divisó los brazos tatuados y una ligera sutura más arriba de la serie de dígitos marcados con tinta visible en la epidermis. Rápidamente la curiosidad picó en todo su ser, pero se mantuvo en silencio. —Vengan conmigo —instruyó uno de los uniformados que cargaban colgadas sus respectivas armas reglamentarias.             La joven y todos los correspondientes al llamado obedecieron en silencio, avanzaron a través del espacio permitido, una vez todos adentro casi en columna la reja sonó en un ruido hosco al cerrarse. Salomé en un acto instintivo volteó tímidamente hacia atrás, percibiendo el peligro, pero no vio más que la cara de bulldog del guardia que los escoltaba mientras delante de todos iba otro más guiándolos.             Caminaron sobre un largo y despejado suelo de cemento, era más bien una especie de camino estrecho con césped falso flanqueando a los lados haciendo de alfombra a ficticios arboles de pinos. Tan sólo un par de días no bastarían para convertir aquel espacio en una especie de centro médico de estilo clínico.             Llegaron a la otra puerta vigilada por un par de guardias que, a partir de ese momento dieron paso abriéndola al verlos acercarse, a Salomé le pareció todo esto muy exagerado, tampoco es que fueran a intercambiar órganos ilegalmente aunque por dentro sentía como si realmente eso fuese a pasar.             Cruzaron el umbral en silencio, entonces caminaron por un pasillo iluminado de paredes blancas con alargadas bombillas del mismo color a lo alto. Llegaron luego a otra puerta custodiada por una mujer guardia que ya sabiendo lo que le correspondía les permitió el paso.             Al fin estaban dentro de una sala de consultorio, avanzando hasta detenerse a pocos metros del escritorio en el que un hombre gordo de bata blanca llenaba los espacios limpios en unas cuantas planillas y posterior a eso le estampaba un sello. Sin recibir instrucciones nuevamente y como si se hubieran puesto de acuerdo se alinearon los cinco en fila.             Los dos guardias que los escoltaron hasta allí se marcharon en silencio a esperar afuera del consultorio, los cinco siguientes esperaban en silencio, observando con curiosidad todo a su alrededor y la pelinegra escrutaba en silencio el rostro del gordo hombre que actuaba como si no supiera de la presencia de ellos justo en frente de él. —Necesito sus datos sobre cada cuadrilla vacía en ésta planilla —dijo sin mirarles a la cara, ubicando sobre el escritorio los diez papeles en fila, de dos en dos bajo cinco bolígrafos para dar prisa a la realización del requisito—. Y firmen el acta escrito en la segunda hoja.             Salomé mantenía su entrecejo ligeramente fruncido al leer lo que decía el acta mientras los demás firmaban sin verificar las letras pequeñas, ellos tenían prisa y notable sumisión en represión del fastidio e impotencia que seguramente sentirían todos los presentes obligados a someterse a la realización de aquello. El acta no decía otra cosa que la descripción del proceso, el cuándo y el por qué.   —Espero el suyo, señorita…             Salomé salió de sus cavilaciones e intensos análisis. —King —respondió al regresar su mirada a la cara del odioso doctor.         El gordo hombre de espesa cabellera negra tenía la mano estirada hacia ella, aún esperando, con una mirada la mujer confirmó que por desgracia todos ya habían completado lo debido.         Llenó a toda prisa los espacios pero se detuvo antes de firmar el acta —¿Por qué nos colocarán anestesia general? —preguntó ella—. Se supone que sólo es un tatuaje o algo parecido, además, es en un brazo. En ese caso lo más apropiado sería anestesia local —opinó inquisitivamente—. Máximo podría ser, anestesia regional. Pero esto... —volvió a mirar el papel en sus manos.             El hombre de bata blanca sobre vestuario semi formal resopló con poca amabilidad y empatía inexistente hacia las personas que serían los pacientes pronto. —Son esos los métodos para la realización de la siguiente operación —escupió sus palabras como quién ya está harto de lo mismo.         Su voz carecía de entusiasmo, como todos allí parecían trabajar por obligación y compromiso forzado. —Si no está de acuerdo podría no firmar y retirarse, de ese modo me ahorraría tiempo —agregó.             La mujer frente a él quiso volver aquel par de papeles una sola bola arrugada y con el bolígrafo clavado como el palillo de una chupeta estamparlo en con brusquedad en la boca del hombre que aún la esperaba. Salomé imaginó nuevamente cómo sería volver a repetir días sin empleo y peor aún, sin nada qué comer o qué darle a sus padres, de modo que no esperó más y firmó. —Aquí tiene —murmuró con voz casi inaudible.             El hombre casi arrebata los papeles de su mano y con su mirada vacía e indiferente miró a los otros entonces. —Llévalos —ordenó mudando los ojos hacia la mujer rubia de bata blanca que esperaba a la entrada de otra puerta que no era la misma por dónde habían llegado.         Ésta asintió una sola vez y pronunció. —Vengan conmigo.             Los cinco la siguieron, grupo en el cual la señorita King era la única mujer, posteriormente atravesaron la puerta y se encontraron con una especie de sala idéntica a la que se utiliza en las películas que hablan de la NASA. Cada superficie tenía en su mayoría colores metálicos que iban desde los más brillantes tonos hasta los más opacos. Las cuatro paredes de la estrecha habitación fuertemente iluminada estaban vacías, sólo en el medio había un círculo un tanto elevado, como una especie de tronco, una especie de mesa redonda o un banquillo metálico.             La doctora cerró la puerta tras ella y se quedó a la entrada frente a un monitor, tecleó un par de cosas y levantó la vista hacia ellos. —Pase el primero, por favor —les instruyó amablemente—. Sólo sitúense en medio del circulo elevado, captaré su imagen al redondo, cuerpo completo en 3D. Esto es para la imagen que se necesitará de cada uno de ustedes de modo que a eso le asignen el código que próximamente les tatuarán.             La doctora empujó las cuadradas gafas de montura plástica para acomodarlas en su cara. —Adelante —le dijo al primero, el cual tímidamente dio pasos titubeantes hacia el lugar señalado.             El pelirrojo de pecas sobre su nariz puntiaguda se detuvo sobre el círculo de centro n***o. Parecía el presentador de un espectáculo bajo el foco de luz luego de subir el telón, sólo que aquel se mantenía en silencio, estremeciéndose de momento y manteniendo una castaña mirada media asustada.             Un cilindro de cristal transparente sin tapa en el extremo bajo se colocó ajustado a los bordes del círculo elevado, cubriendo al individuo como si fuese a realizarle algún proceso criogénico, y dejarlo dentro de aquella vitrina circular como si de una estatua o persona embalsamada se tratase. El objeto posiblemente pesado le dio un aspecto al joven semejante al que tenían los experimentos del padre de “La princesa de hielo” doctor científico de una ficticia historia romántica.             Salomé observó cada movimiento en el desarrollo de la actividad, mirando alternativamente a la doctora tecleó otro par de veces, moviendo el mouse y dando un par de clicks. A continuación se iluminó la superficie del cilindro en una línea que iba en ascenso y luego en descenso, como el láser producido por un escáner o una fotocopiadora. Salomé vio con el rabillo de ojo y cautela hacia la mujer rubia con cara de tonta que seguía tecleando mientras guardaba la imagen y la transfería a su respectiva carpeta en el sistema. Parecía bastante absorta en su trabajo. —Siguiente por favor —pidió con voz aterciopelada.               Salomé miró a los lados, a las personas que habían venido con ella y al ver que ninguno quería ser el siguiente ella tuvo que avanzar a pasos lentos e indecisos hacia el círculo que quedó nuevamente disponible una vez que se elevó el cilindro y quedó a lo alto, esperando lo que vendría después.             Sintió el frío de la habitación al entrar en ella y ahora mucho más al estar sobre el círculo elevado a pocos centímetros del suelo, miró después en dirección a los otros que esperaban y hacia la mirada de la rubia de cabello ondulado que daba otro par de clicks, ordenando al sistema bajar el cilindro de transparente cristal alrededor del delgado y esbelto cuerpo de la mujer en cuestión. El objeto se situó en el lugar exacto, produciendo un zumbido bastante bajo y suave al cerrarse por completo, a través del material que tomaba captura de la imagen pudo distinguir a las personas que había del otro lado, aún expectantes. Las líneas azules celestes volvieron a ascender y descender encandilándola de momento, aunque no parpadeó o entrecerró los ojos.             Un pitido agudo como el sonido del ascensor al detenerse y abrir sus puertas se hizo escuchar y cinco segundos luego se elevó el cilindro a lo alto, ayudado de una palanca bastante limpia y sofisticada con un color plateado mate. Fue entonces cuando Olivia pudo bajar de dónde estaba, dándole paso al siguiente.             Después que todos hubieron pasado a facilitar la toma de su imagen de cuerpo completo fueron guiados por la puerta al otro extremo de la habitación, atravesaron el umbral nuevamente, pasando entonces a otra habitación, ésta igual de fría que la anterior pero aquí habían, a tan solo un metro de distancia una de la otra, cinco camillas. Estaban cubiertas cada una con una sábana blanca mientras al lado había atriles de metal con soluciones intravenosas colgadas, uno para cada persona a marcar. —Acuéstense —ordenó con monótona voz la mujer que llevaba la batuta dentro de aquella habitación, ya que la rubia del escáner se había retirado—. Se les administrará solución intravenosa mientras se les aplica la anestesia, pueden estar tranquilos, no será por mucho tiempo, sólo es una marca que, de no colocar algo que bloquee el dolor, puede ser bastante difícil de soportar.             Los cinco se acostaron, temiendo de los que le podría pasar, un par de ellos estaban confiados y los otros dos parecían estar haciéndolo a regañadientes.             Salomé con la cautela de una gata en otro ambiente distinto al cual creció, se sentó y recostó su espalda de la superficie disponible, viendo el techo, pensando en las cinco personas con gorro y mascara quirúrgica que había mirado manteniéndose en silencio, posiblemente eran los que realizarían la operación. Sus manos enguantadas sostenían yercos, motas de algodón y alcohol en cada bandeja. Las batas blancas que cargaban puestas gritaban que tenían algún grado en medicina para estar allí, desenvolviéndose como enfermeros, anestesiólogos y tatuadores al mismo tiempo.             El entrecejo de Salomé se arrugó ligeramente al sentir el pinchazo en el brazo, lo que le indicó que la solución intravenosa ya estaba a punto de comenzar a circular en su sangre.             A la cabecera de la camilla en la que se situaba King se asomó la doctora correspondiente, quedando sus caras en posición inversa una de la otra, los rabillos de cada ojo de la castaña mujer se arrugaron un poco en señal de una sonrisa por parte de ella aunque la máscara quirúrgica no dejaba ver la curva que seguramente se estaría dibujando en su rostro. La mascarilla que expulsaba anestesia general fue colocada sobre la nariz de ella, el gas que emanaba de allí rápido comenzó a pinchar el sentido olfativo de la mujer de cara ovalada y pequeño lunar sobre el lado izquierdo del labio superior, seguramente de los demás pacientes también les estarían aplicando lo mismo.             Lo último que vio antes de quedarse sumida en un profundo sueño fue su propio rostro reflejado en los ojos miel de la mujer a su cabecera, ojos honestos, ojos como un mar profundo pero cristalino, ojos… oscuridad e inconsciencia después. 
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