Capítulo 14

1753 Words
“Excava el pozo antes de que tengas sed.” Proverbio c***o.             La mujer de largo cabello n***o con ojos entrecerrados fue la primera en despertar de aquello, se incorporó sobre la camilla, sentándose, sintiendo instantáneamente mareo y una ligera punzada de dolor en el brazo, se volvió a verlo, eran una serie de dígitos en tinta negra brillante por lo reciente y sobre los números marcados había una ligera sutura con hilo n***o.             Salomé arrugó el entrecejo, confundida, miró su otro brazo y pudo notar el yerco aún incrustado en la piel de su brazo cerca de la vena. La solución cristalina echó su última gota. —Es normal que te sientas confundida —habló alguien detrás de ella, acción que provocó el movimiento repentino de la joven mujer hacia el origen de la voz —mira—. Volvió a decir la mujer de bata blanca, pero alguien diferente, no era la misma que le había colocado la mascarilla de anestesia—. Ya se acabó la solución, es hora de retirar el yerco y así podrás regresar a casa —sonrió en un gesto de obligación notable mientras el rostro de Salomé seguía impasible. Casi como si fuese un objeto inanimado. —¿Por qué tengo una sutura? —preguntó cortante con voz ronca—. Se supone que sólo se trataba de un tatuaje.             La mujer de corto cabello n***o y bata blanca curvó sus rojos labios en una sonrisa evasiva después de retirar la aguja, pero la señorita King no le prestó atención al dolor que se supone eso provocaría al instante. —Es una especie de analgésico —contestó como si fuera la práctica de un guión, colocando una mota de algodón en el brazo y haciendo que lo doblara para prevenir algún sangrado.             Eso tampoco pareció distraerla, de modo que volvió a atacar. —Puedo tomarlos —dijo sintiéndose burlada—. Todo esto no era necesario.    —Ya está hecho, querida —le respondió como una adolescente que le suelta un sarcasmo a su madrastra—. Se diluirá y desparecerá en tu organismo, los hilos de la sutura los podrás retirar cuidadosamente al cabo de unos quince días, no dolerá, no es algo tan profundo —se detuvo antes de finalmente agregar—. Puedes retirarte, linda. Que tengas feliz día.               Salió de aquellas acomodadas instalaciones con el olor a alcohol aún pinchando en sus fosas nasales. Sus padres por suerte habían entrado y salido por otra reja que al fin y al cabo conducía a otros pasillos y distintas habitaciones de la misma construcción utilizada para aquello.             Por su parte, John estaba algo atontado aún, sin embargo Sophia estaba bastante despierta. Ambos con las mismas suturas y distintas series de diez dígitos marcados sobre la piel de sus brazos. —Es hora de regresar a casa —murmuró John para dar paso a la ironía de la cual gozaba cuando estaba del mejor humor—. A continuar siendo persuasivamente manejados como renuentes marionetas.               Era mitad de la tarde del mismo día, ese domingo calló lluvia serena y tranquila sobre la ciudad, algo totalmente inesperado. Salomé imaginó a cada persona que hacía cola para marcarse dar vueltas en busca de algún techo cuando ya las frondosas ramas de los árboles a lo alto no servía de paraguas. Aunque a fin de cuentas eran guerreros inconscientes, lucharían hasta con la misma naturaleza con tal de asegurar una migaja de pan que amortiguara el hambre que sufrían a menudo.             Recostada en su cama, pensando en una cosa y otra mientras su madre se encargaba de planificar lo que cenarían, Salomé repasó cada una de las cosas que posiblemente haría el día siguiente en su horario de trabajo. Como una lanza atravesó su cerebro un pensamiento bastante importante: la salud de su padre.             Con aquellos medicamentos había mejorado bastante, pero lo que le hacía tanto ruido como un par de metales frotándose entre sí era la certeza de que aquello algún día terminaría, se agotaría en los frascos, el jarabe, las pastillas, incluso en inhalador antiasmático. Resopló, debía asegurar la fuente que le proporcionó aquellas reliquias, debía buscar aunque fuera en el infierno lo necesario para que sus padres estuvieran bien.             Rebuscó entonces en el bolsillo de uno de los pantalones en el armario y consiguió el número telefónico de William Zimmer. Luego de marcar el número en el móvil y solicitar una llamada de voz se dispuso a escuchar el tono, a la espera. —Buenas tardes —saludó alguien al otro lado de la línea telefónica. —¿Estoy hablando con el señor William Zimmer? —de momento se sintió totalmente estúpida con aquella pregunta, obviamente era él.             Zimmer sonrió a labios cerrados desde su ubicación, sabiendo de quién se trataba al reconocer la voz. —Así es —asintió sin mover un músculo más, apoyando sus brazos cómodamente de un muro en el comando correspondiente.             En ese momento él, desde su sitio, miraba cómo el sol se ponía en el horizonte en medio de la llovizna mientras los demás oficiales estaban en sus respectivos oficios dentro del mismo lugar.             Y por un momento Salomé, dentro de su habitación no encontraba cómo comenzar. —Soy Salomé King —murmuró tratando de sonar lo más casual posible, aunque eso era realmente difícil—. No sé si me recuerdas… Me diste la tarjeta con tu número. —Sí —asintió en su lugar él, nuevamente escondiendo una mano bajo el codo del brazo que sostenía el móvil en un acto distraído—. ¿La puedo ayudar en algo?               Era imposible andarse con rodeos, de modo que como por inercia fue al punto. —Sí —asintió ella rápidamente—. Ahora que lo menciona debo consultar el precio de mi deuda con usted —tragó saliva caminando de un lado a otro dentro de su insípida habitación. Zimmer, triunfal, sonrió nuevamente sin mostrar sus dientes, el sol ya estaba a punto de ocultarse completamente y el ambiente tenía un matiz naranja; estaba comenzando a sentir una extraña simpatía por la mujer de verdes ojos, aunque en el fondo sabía que ayudarla con algo vital para su familia era como darle la primera banana a un mono, algún día la comería toda y vendría a pedir más.             Pero en éste caso, era imposible que la hubiera terminado, de modo que lo más lógico era que estaba por asegurar la fuente de adquisición o pedir algo más. >, pensó con satisfacción. —Por la medicina no te pediré a cambio nada —dijo él buscando persuadirla—. Fue un simple detalle. —Nada es gratuito —dijo ella a cambio, eso sí no se lo esperaba él—. Y ambos sabemos que usted pretende algo detrás de todo esto.             Para el hombre de n***o uniforme la cosa se puso mucho más interesante. —No entiendo a qué se refiere —respondió él fingiendo—. Sea un poco más específica, por favor. —Ningún hombre le da a una mujer gratuitamente medicinas que todo el mundo conoce como costosas y de acceso casi imposible —atacó ella con seguridad—. ¿Cuál es su intención?             Aquella última pregunta lo obligaba a decir la verdad, pero él se negaba a soltar demasiada información. —Ayudar —soltó a medias—. ¿Es algo malo querer hacerlo? —No —se sintió avergonzada de repente—. Supongo que no. Tampoco es mi intención sonar grosera.             Eso lo hizo curvar los labios nuevamente en una sonrisa torva, aprovechando el momento de contraatacar. —¿Entonces cuál es su intención? —disparó él la misma pregunta.             Hubo un silencio prolongado en la línea telefónica. > dijo ella en su mente. —La misma que tendría cualquier persona que tiene su padre enfermo —fue al punto, como la mayoría de veces. Aquello era placer para William, quién pensaba haber dado en el blanco—. Quiero asegurar el bienestar de mi padre —buscó insistentemente palabras adecuadas en su cabeza—. Tengo empleo, puedo pagar por la medicina que usted de algún modo puede facilitarme —ambos sabían claramente que con el miserable sueldo que obtenía ella no podría pagar al menos la mitad de aquello, era tan solo una gota de dinero semanal.             William Zimmer calculó su tiempo libre, esa tarde no podría puesto que después de terminar la llamada tenía que revisar documentos y algunas denuncias que estaban archivadas y pendientes, ahora era cuándo más tenía trabajo de sobra, eso era parte del oficio de quién decide pertenecer al cuerpo de seguridad antisecuestro y extorsión; eliminar criminales como matar zancudos, eso era su trabajo. —Mañana es lunes —dijo redundando un poco—. Sé que tienes trabajo, sin embargo es el único día que puedo tener un momento entre semana disponible según mi horario y agenda —pausó, sabiendo perfectamente lo que diría y haría—. Podemos hablar personalmente y aclarar ciertas cosas.             Salomé sintió que su mundo se sacudió mientras todo rastro de esperanza se escurría sobre el suelo como si fuera el agua de la ropa mojada. —Si falto a mi trabajo lo perderé —musitó deteniéndose en seco en algún espacio de su habitación.             Zimmer percibió su angustia de modo que ofreció un rayo de luz. —Prometo que si usted lo piensa bien y actúa inteligentemente no necesitará más el p**o que le ofrece el dueño del restaurante en el cual trabaja —habló confundiendo cualquier rastro de seguridad en ella. —No entiendo…   —Mañana al amanecer la esperaré al inicio de la autopista que conduce a la playa —dijo en voz notablemente más baja con cuidado de no dejarse escuchar por los demás oficiales, aunque todos estuvieran inmersos en sus propios asuntos—. Estaré al pie de la fuente a las siete menos quince.             Salomé pareció estar procesando aquel aviso más parecido a una orden que a una opción. Entonces una voz femenina irrumpió suavemente en su habitación como el resonar de unas campanillas. —La cena ya está lista —musitó Sophia llamando su atención, Salomé volteó hacia ella dedicándole una mirada noble curvando la comisura de sus labios apenas.             Entonces asintió una sola vez, la mujer mayor entendió y tranquilamente se retiró. —De acuerdo —dijo decidida—. Siete menos quince. Así será —segundos de silencio tras un— Adiós. 
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