Capítulo 21

1857 Words
“Un gran “gracias” no se guarda en el bolsillo.” Proverbio ruso.             Después de algunos minutos de la retirada de William, Salomé, aún sonrojada y ligeramente avergonzada comenzaba a sacar de las dos bolsas que había colocado sobre el mesón de la cocina los artículos de comida que, por asuntos ocultos del gobierno, con el bando enemigo de este, había adquirido. —Es muy amable ese joven —recordó su madre preparando lo que sería el almuerzo del día—. Bastante caballeroso —agregó en tono cómplice mientras John arreglaba un objeto plano y largo de madera con expresión seria, casi inanimada. —Emmm —titubeó su hija—. Sí, es bastante gentil —admitió ella querer dar muchos detalles del caso.             Pues, hacía minutos atrás el mismo personaje del cuál hablaban, con su imponente actitud, uniforme y todo lo demás la trajo a su casa, ayudando con las pesadas bolsas blancas llenas de comida, presentándose a sus padres con actitud casual para luego despedirse volviendo al auto con aquella expresión bastante segura y determinada a pesar de los vecinos que espiaban el hecho desde atrás de los arbustos. —Parece que tu nuevo trabajo es más rentable que el anterior —observó doña Sophia sacando la lasaña del horno—. Ahora pasas la mayor parte de tu tiempo ocupada, tanto así que casi no hablamos —dijo con la voz teñida de angustia. —Lo siento —se lamentó la joven mujer con disimulado pesar sin dejar de sacar y observar los artículos uno por uno—. Es que el oficio es bastante forzoso, o algo parecido. —Aún no nos has dicho a qué exactamente te dedicas —habló John después de todo aquel rato.             Las manos de este ajustaban algunos tornillos en las esquinas planas de aquel largo objeto que ocupaba considerable parte del mesón, ese día estaba haciendo de carpintero, una destreza que se le daba muy bien.             Un montón de ideas preocupantes se arremolinaron en la mente de Salomé, pero ya había esperado bastante aquella pregunta que la respuesta la tenía totalmente planificada.   —Me dedico diariamente a mantener la limpieza del comando en el que labora el señor Zimmer —explicó con calma, leyendo también las recetas en la bolsa de harina de trigo que sostenía en sus manos sin prestar demasiada atención, colocó el artículo sobre la mesa y tomó otro—. También me encargo de mantener limpios sus uniformes —exhaló fingiendo perfectamente—. Es agotador. >. Pensó. —Supongo que ha de ser bastante cansino como para ganar lo justo —volvió a reconocer la mujer mayor que ahora servía los platos—. En estos tiempos no todos pueden traer a casa semejante mercado. —Aquí tienes —le dijo Salomé a su padre empujando sobre la mesa cuidadosamente dos frascos más de medicina para el asma, pues, gracias al tratamiento constante el viejo John ahora al menos podía caminar y dedicarse a oficios simples. —Gracias —respondió este, tomando los frascos en sus manos con un aura de alivio, sonrió ligeramente avergonzado sintiéndose repentinamente culpable por las carreras que tenía que dar su hija para mantenerlo vivo—. Eres un ángel.             Ella estiró los labios en una sonrisa tensa sin mostrar los dientes, satisfecha momentáneamente. —¿Eso para qué es? —quiso saber refiriéndose a la madera que acomodaba su padre utilizando un martillo después de haber colocado los frascos en un lugar seguro.             El casi anciano hombre golpeó con cuidado, destreza y sin mucho esfuerzo el pequeño clavo hasta hundirlo. —Es una pizarra hecha de material sobrado y reciclable que acondiciono para enseñar a leer a ese grupo de pequeños que no pueden ir a la escuela por alguna razón —explicó sin apartar la vista de su trabajo—. Afortunadamente ya no estoy echado sobre una cama medio muerto, así que puedo hacer algo por ellos mientras pueda respirar —pausó, su hija sonrió a labios cerrados nuevamente, para ella, ella misma no era un ángel, pero sus padres sí—. Aún hay espacio en el patio de atrás, bajo el árbol de mango.   —Ah... —dijo ella, asintiendo en modo de entendimiento y aprobación. —El almuerzo está servido —canturreó Sophia ataviada con un vestido de estar en casa color naranja.             Ubicó los platos en el espacio sobrante del mesón de amplia superficie y los invitó. Salomé iría a sentarse ante su plato, pero antes de sacar la mano de la última bolsa y disponerse a ubicar la comida en su respectivo almacén sintió la textura de una caja.             Arrugó el entrecejo, dudosa, volviendo a sumergir la mano allí decidiendo extraer el objeto. Sostuvo la mediana caja de regalo en su mano, totalmente contrariada considerando que aquello era algo inesperado.             No tenía envoltorio, pero el objeto tenía una superficie de color rojo brillante con un discreto lazo de dos ojos pegado sobre la tapa extraíble. —Ahora vuelvo —dijo alejándose de allí hacia su habitación para curiosear lejos de la vista de sus padres.             Cerró la puerta tras ella y se detuvo en la mitad de la estancia de su insípido dormitorio gris. Separó la tapa de la base y se encontró con los pétalos de una rosa roja bajo y encima del objeto principal, un cuchillo de cazador de manga negra.             La sangre se le subió a las mejillas y en vez de sonreír y adorar al autor de aquello lo que hizo fue sentir mareos, un cosquilleo en su estómago le causó el sentire bastante incómoda ¿Qué era lo que pretendía el oficial Zimmer con todo aquello?               Flash-Back:             William Zimmer mantenía las puertas traseras del auto abiertas razón por la cual podía verse la compra que conservaba en bolsas blancas, el motor seguía apagado y Salomé frente a él escuchando las cuentas que tenían que entregarse uno al otro, ya era día del primer p**o, pues, se supone que el acuerdo no había sido obedecer gratuitamente. —Desde ayer estuvo el primer p**o en tu cuenta bancaria —informó él. Ella asintió, recordando que ya lo había gastado—. De alguna manera conseguí comida y medicinas —señaló hacia las bolsas—. Allí están. —Claro —dijo ella asintiendo sin más opción que aceptar condiciones que, a juzgar por los beneficios no eran tan fuertes. —¿Te arrepientes de algo? —preguntó él al mirar el gesto preocupado de la pelinegra.             Automáticamente ella sacudió la cabeza. —No —respondió, aunque tomó valor para agregar—. No debería.             Él comprendió la insinuación, así apartó la vista de ella para mirar a ningún lado en particular mientras formulaba lo que diría a continuación. —Salomé —dijo mirándola nuevamente, sosteniendo las manos en su cintura sin ningún atisbo de incomodidad—. Puedo darte esto y mucho más —ofreció, pero antes de poder continuar ella preguntó: —¿A cambio de cuánta sangre inocente que deba derramar? —quiso saber.             Él comprendió la incomodidad de ella, no era miedo, era cuestión de principios morales y más que todo, humanos. —No son ángeles a quiénes tendrás que hacer volar sus sesos —dijo fríamente—. Son personas corruptas. Personas malas, gente sin escrúpulo. Criminales que han asesinado a inocentes antes. —Eso me convertiría en uno de ellos —observó sin mirarle a los ojos—. Pero al menos es algo parecido a justicia tener la oportunidad de limpiar el camino de semejante basura —pausó antes de añadir—. Nos han forzado a convertirnos en bestias.             Fin de Flash-Back.             Salomé en medio de su habitación recordó aquella conversación horas atrás. Levantó la vista de aquel detalle del cuál evidentemente William era el autor y fijó la mirada en su propia imagen reflejada en el espejo del armario.             Se notaba gran diferencia ahora, ya con nuevo vestuario no era la joven de jeans gastados y franelas decoloradas, tan sólo el primer p**o le había alcanzado para renovar parte de su closet.             Su cabello se alzaba en una alta cola de caballo que de aportaba el aspecto regio y maduro de una dama, su torso y parte de sus brazos los cubría una camisa manga larga de color azul oscuro ajustada a su figura con los bordes bajos fuera del pantalón n***o, ceñido a sus caderas y pantorrillas mientras sus pies calzaban un par de deportivos nuevos de color n***o mate. Al observar la mejorada imagen de ella misma volvió al pasado.             Flash-Back: —Fue mucho dinero —admitió ella con gesto de ligera incomodidad—. La próxima vez descuentas la mitad —pidió al recordar el despilfarro de dinero por parte de William—. No debería darme lo que se supone lujos en la actualidad mientras eso podría emplearse en otras cosas... —pausó—. Suficiente seguridad y salud para mis padres, por ejemplo. —Escúchame bien —mencionó con voz aterciopelada—. Ya deja de ponerte en segundo plano siempre. Tus padres estarán bien —aseguró—. Deberías confiar en mi —aconsejó. —Igual sigo pensando que no merezco tanto por prestar un servicio que debería ser obligatorio para todo ciudadano que esté en contra de este sistema gubernamental —reconoció con la mirada baja sin temor y ya sin tanto remordimiento por lo que sabía que tendría que hacer. El oficial sintió un repentino sentimiento que mezclaba admiración con ternura y ganas de querer protegerla de algún modo y por alguna razón. Con un gesto cuidadoso acomodó el rebelde mechón de cabello que se acercaba a la frente de ella cayendo relajadamente sobre su mejilla, lo colocó detrás de su oreja y sonrió al mirarla ligeramente sorprendida por aquel acto. —A veces sueles ser demasiado ingenua —observó mientras ahuecaba la palma de su mano en la mejilla de ésta—. Cuando estemos en plena guerra descubrirás por ti misma que lo que te doy ahora como p**o adelantado es insuficiente, cuando tengas que correr por tu vida, cuando tengas que ver morir a tus propios compañeros, cuando en tus manos esté salvar y asesinar; incluso cuando si por desgracia te atraparan los enemigos para mutilar cada parte de tu cuerpo hasta la muerte. Cuando muchas cosas similares sucedan verás que ninguna cantidad de dinero se compara con el precio que tiene el valor de arriesgarse por la libertad y protección de una nación.             Fin de Flash-Back.               Salomé volvió al presente lentamente, recordando todo aquello cronológicamente. Ese pasado se volvía borroso como cubierto por niebla para luego despejar y aparecer de nuevo dentro de su habitación, de costado al espejo y con aquella cajuela en sus manos.             Pudo notar después un alargado papel de cartulina doblado debajo del cuchillo, llena de curiosidad lo extrajo y con una mano desocupada lo desdobló a la mitad para ver de qué se trataba exactamente. “Gracias, por formar parte de todo esto.” Leyó las letras doradas escritas a mano sobre la blanca superficie. 
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