“No son las malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del campesino.”
Confucio.
El odioso olor a sangre media podrida, moho, óxido y alcohol cruzó las fosas nasales de la periodista Sandra Acevedo como una lanza de mal gusto. Miró a su alrededor, divisando el pútrido aspecto de los baños del hospital central de Las Minas Negras, contuvo la respiración:
—Graba esto —le pidió la mujer de aspecto afroamericano al camarógrafo.
La cámara que sostenía el rubio enfocó la suciedad del piso, del inodoro rebosante de desechos biológicos, basura en cada lugar; era un verdadero asco todo aquel espacio por la falta de agua y productos de limpieza. Ambos salieron de allí y continuaron tomando evidencia de lo que dentro de aproximadamente media hora sería noticia.
—Esto también podría servirles —sugirió la directora del hospital—. Vengan conmigo —caminó delante de ellos.
Sandra contenía las ganas de vomitar, era parte de su trabajo hacer llegar la verdad a cada ciudadano fue por eso que prefirió hacer su labor de manera eficaz y eficiente.
Por otra parte Daniel Navas caminaba con más tranquilidad y precisión, mantenía su estómago bastante fuerte, tal y como como era su aspecto físico; estando dispuesto a tomar el riesgo de ser parte de la publicidad del descuido que ha tenido el sistema político nacional con los centros médicos hospitalarios del país.
La directora del hospital les dio paso para que así pudieran adentrarse a la sala de pacientes a quienes se les aplicaba algún tipo de tratamiento.
Había aproximadamente doce camillas en total, seis a lo largo de cada lado dejando un espacio en el medio que servía de pasillo a las enfermeras y al final de éste se encontraba una ventana que permanecía abierta a falta de algún aire acondicionado, ya que tenía un par de años aproximadamente fuera de función.
Aparte había también cinco colchones individuales tendidos en el suelo alineados con las demás camillas. Sandra tragó saliva sintiendo su corazón encogerse ante aquello, la cámara sostenida por un Daniel curioso y aplicado en su trabajo enfocó entonces a las personas que eran atendidas en aquellos colchones, algunas soluciones intravenosas y el complemento podría ser algún otro medicamento que con suerte pudiera estar disponible en el hospital. Sandra sostenía el micrófono en sus manos presionando inconscientemente en un apretón el objeto, divisó a una distancia de tres metros a una mujer que sacudía una y otra vez una camisa sobre el aire con la intención de espantar los zancudos, moscas y al mismo tiempo ventilar a quién posiblemente sería su hijo, un niño de algunos 10 años de edad que yacía con llagas sobre su piel marrón acostado sobre sábanas curtidas sobre un suelo al cual se le sentía la tierra al caminar.
—Corta, guarda e inicia nuevamente —le pidió la mujer de chocolate cabello rizado y ojos marrones—. Haré un reportaje.
Daniel asintió ante esa petición, pero la cucaracha que se deslizó sobre la superficie del atril que sostenía un ringer lactato a poca distancia de él lo distrajo, el condenado animalito se detuvo mientras husmeaba algo sobre el frasco transparente que guindaba haciendo una gotera, como si allí hubiera algo que comer en medio de aquella crisis nacional, sus antenas no dejaban de moverse y segundos después eran sus alas abiertas que la sostenían en el aire facilitando el descenso de su cuerpo grande en comparación con otros seres de su especie, aterrizó a los pies del camarógrafo el cual después de segundos de observación le colocó su zapato de cuero en el lomo, aplastando y moviendo su talón a los lados haciendo que la punta del zapato dejara el insecto hecho una papilla blanca con n***o.
Levantó la vista hacia la distraída Sandra, que observaba el techo de la sala que parecía a punto de derrumbarse.
—Preparando —llamó su atención—. Enfocando —colocó la cámara hacia ella mientras esperaba a que se arreglara y se pusiera en la posición adecuada.
Mientras tanto, algunos hospitalizados observaban la cámara con curiosidad desde sus camillas
—Tres… dos… uno… ya.
* * *
En alguna otra parte del país, dentro de una casa rural estaban ante una mesa una familia, el padre, joven hombre moreno de cabeza rapada que miraba con asco disimulado el plato con granos ante él que era lo único que tenían para comer ese día aparte del puré de papas, que junto a su esposa habían preferido dejar a sus hijos para evitarles el fastidio que supone tener que pedirles que coman nuevamente los granos.
La madre, mujer delgada de frágil aspecto y piel blanca servía los otros platos mientras el hijo mayor, de algunos 8 años de edad comía en silencio. El mediano comía de las cucharadas que le daba su padre en la boca para hacer la situación menos tensa y el más pequeño de todos estaba en una silla para bebés del otro lado, siendo más atendido por la mujer que ahora se sentaba a su lado para amamantarlo a la vez que también comía de su plato servido.
El televisor, ubicado sobre un atril especial para mantenerlo en lo alto de la pared transmitía las noticias de medio día, en eso el hombre giró la cabeza a un lado para escuchar y ver al mismo tiempo.
—Estamos en el Hospital Central de Puerto Libertad transmitiendo en vivo cada evidencia que deja en claro el fatal estado en el que se encuentra dicho establecimiento de salud —habló en el televisor la mujer de piel oscura con aire profesional típico de una comunicadora social—. El descuido y la falta de aseo de los baños y otros sitios dentro del hospital han sido motivo de quejas tanto de los usuarios como también de los médicos, enfermeras y demás personal trabajador quienes afirman la dificultad que trae el tener que prestar sus servicios con la falta de insumos que hay en éstos momentos desde aproximadamente dos años en la que se ha venido agravando la situación del país.
La pantalla del televisor mostraba grabaciones de los baños, el techo, las paredes, el piso y las personas sobre las camillas y colchones en el suelo.
En el hogar, sin mucho entusiasmo, el jefe de familia volvió su vista sobre le plato del cuál comía, mirando después la miserable papilla que le daba a sus hijos por no tener algo mejor a la mano; y no era por no haber buscado empleo, ya había hecho muchos intentos que al final resultaron fallidos. Hizo un gesto de negación con la cabeza sin levantar la mirada a alguna otra parte, podía sentir la mirada angustiada de su mujer posarse sobre él, mientras reflexionaba qué hacer ahora sin empleo de frente a la escasez y a la hiperinflación que hacía estragos sobre la gran mayoría de ciudadanos del país, situación que últimamente estaba provocando el despido de personal de las empresas, quienes se limitaban a reducir obreros con la intención de disminuir los gastos y egresos; eso mismo le había sucedido, eso ahora era su mayor problema y el de su familia.
* * *
Al otro lado de la ciudad, la muchedumbre alrededor de la periodista era bastante frustrante, se sentía ligeramente asfixiada pero afortunada y agradecida de poder tener una exclusiva con los doctores y enfermeros que protestaban a las afueras del hospital manifestando su inconformidad con cada cosa en específico mientras decidían estar en paro. Muchos de ellos sostenían carteles en sus manos y otros refunfuñaban molestos con el gobernador de Estado y el alcalde de la ciudad.
—Agradezco la disposición de ustedes al permitirnos una entrevista para el canal Gato n***o, mi nombre es Sandra Acevedo, periodista y comunicadora social —sostenía el micrófono mientras permanecía de pie a un lado de la fila de personas con uniforme blanco—. ¿Qué los ha llevado a declarar paro en éste como en muchos otros centros hospitalarios de Las Minas Negras? —preguntó Sandra colocando entonces el micrófono cerca de quién respondería, un doctor de avanzada edad.
—Buen día, Sandra, gracias por esta entrevista —saludó primero, inclinando la cabeza milímetros para quedar bastante cerca del micrófono que aún sostenía la mujer—. Desde varios meses atrás hemos puesto distintas quejas en el ministerio de salud para reclamar, primero que todo la falta de insumos médicos en el hospital —pausó—. Verás —miró a la cámara—. Casi siempre que se le va a aplicar algún tratamiento a algún paciente tenemos que pedirles que traigan lo necesario, eso no pasaba antes. Ahora a cada usuario se le recuerda que si necesita de nuestro servicio, debería traer lo que se requiere para tal cosa. Ejemplo —recordó, mirando a un lado y luego mirando a la reportera—. Hace unos días una persona necesitaba que se le atendiera en quirófano por una gravedad en un riñón, murió al no tener la atención que necesitaba ¿Por qué sucede esto? Porque los quirófanos están en completo deterioro, no hay instrumentos adecuados e incluso, que no es para menos, varios del personal médico han decidido emigrar a otros países y eso es un vacío que va quedando con el transcurso del tiempo —pausó—. Así es con todo, pues, otra de las razones es la falta de insumos para el aseo de las distintas áreas y una de las más importantes es la falta de un aumento salarial. Sandra asintió en modo de entendimiento con pesar. Movió el micrófono hacia sus propios labios.
—¿Qué respuesta les ha dado el ministerio de salud? —preguntó.
—Nada —dijo a secas sacudiendo la cabeza, los otros seguían protestando a los lados, atrás y en otras partes—. Tenemos dos días en esto, sin contar los años que tenemos llevando las quejas. El alcalde, el gobernador y el presidente del país se hacen los desentendidos ante esto y cuando se dignan a responder nos dicen que nos despedirán por negligencia y falta de ética, que pondrán a laborar esas personas que andan por allí desempleados a quienes ellos llaman “médicos” y no tienen más que una preparación de algunos dos años lo máximo, según el presidente y sus gobernadores afirman que son esos quienes nos reemplazarán si renunciamos —pausó en busca de una mejor respuesta rodando los ojos a un lado—. Nos preguntan siempre que por qué si no nos parece bien el salario aún continuamos laborando, que renunciemos y le dejemos el cargo a alguien que sí acepte esa miseria como p**o, soportando el actual estado del hospital.
Sandra acercó el micrófono a su boca nuevamente.
—¿Qué tienen ustedes como respuestas a esas personas civiles que afirman que ustedes son “egoístas” y “asesinos” al preferir dejar que una persona muera antes de atenderle como deberían, mientras están en paro exigiendo un mejor sueldo?
—Sandra, a decir verdad (y evocando aquellos tiempos en el que todos nosotros – se señaló y señaló a sus colegas —éramos universitarios) dejamos de comer algo para invertirlo en un cuaderno, lápiz o libro médico. Nosotros o la gran mayoría tuvimos que pagar residencia y dejar de viajar en vacaciones para invertir ese gasto en un kit quirúrgico u otro uniforme, en resumen, vivimos miseria para poder estar donde ahora estamos y con el grado que tenemos —pausó para proseguir con una interrogante—. ¿Por qué ahora, personas que no saben analizar lo que dicen, nos llaman asesinos por prestar más atención a una protesta que a nuestros pacientes? ¿Por qué nos llaman egoístas cuándo decidimos pensar en nosotros y en nuestras familias? Porque, para nadie es un secreto que todos tenemos necesidad económica, y es para solventar eso que decidimos hace tiempo atrás estudiar y formarnos en alguna profesión. Nuestras familias, comen, calzan, visten y se enferman. Nosotros no hacemos favores, nosotros prestamos un servicio en un hospital público ¿Cómo es que ahora todo el mundo quiere que se le atienda gratuitamente? Todos trabajamos por necesidad en medio de esta crisis y sin embargo cuando lo hacemos lo hacemos bien, pero todo tiene su límite, no es justo que el p**o de una quincena solo alcance para un kilo de queso ¿Y qué hay de lo demás? —alzó un poco más el tono de su voz—. Pido a cada persona que habla mal acerca de nosotros que, en vez de dañar las muros de nuestras casas dibujando que somos asesinos o publicándolo en las r************* , culpen al presidente de egoísta y asesino, no a nosotros, él es el responsable de todo esto, se supone que es el líder y responsable de dar la orden final. Presionemos a Ferguson a que aumente el salario que merecemos, no somos esclavos o voluntarios, somos, médicos, doctores y enfermeros profesionales.
Sandra volvió a asentir y antes que pudiera formular otra pregunta un grupo de guardias irrumpieron en el lugar, arrebatando el micrófono de su mano y otro más ordenaba a Daniel a que apagara la cámara. Ninguno de los dos parecía tranquilo ante esto aunque ya lo hubieran visto venir y aún así tomaran el riesgo.
—¡¿Pero qué están haciendo?! —gruñó Sandra en una queja—. ¡Estamos transmitiendo directamente!
Los doctores se alarmaron, pues, estaban unos guardias poniendo las esposas a varios de ellos para arrestarlos.
—No tienen permitido hacer éste tipo de noticia —gruñó en respuesta el guardia que le había quitado el micrófono—. Debieron hacer otra cosa en vez de esto —dijo mientras también a Daniel le daban media vuelta para colocar las esposas en sus manos ya desocupadas—. Están arrestados —sentenció.
—Pero… —quiso Daniel reclamar, sacudiéndose ante el agarre, pero le fue imposible soltarse.
—Vamos —dijo el hombre empujándola junto a los demás hacia la patrulla.
—¡No pueden hacer esto! —rugió la reportera por su lado.
—Sí —replicó el guardia que la sostenía haciéndola avanzar a trompicones—. Sí podemos, y también cerraremos el canal para el cual trabajan ustedes.