Capítulo 30

1005 Words
“Las grandes almas tienen voluntades; las débiles tan solo deseos.” Proverbio c***o.             Dos semanas después. Salomé esperaba a que atendieran con su nuevo celular móvil pegado a la oreja, tras ella, su entorno estaba ligeramente atestado de personas que se ocupaban de sus asuntos o conversaban acerca de sus cosas caminando de un lado a otro, estar en ese sótano de la montaña era como estar en una mansión subterránea, definitivamente habían otros niveles que ella no conocía aún.             Alguien contestó al fin. —Hola mamá —saludó la mujer, con calma—. ¿Están bien? —preguntó de primero—. Me alegro. Debo ser breve. No voy a regresar a casa hasta después de un tiempo —volvió a detenerse mientras seguramente recibía una pregunta—. No puedo dar detalles, sólo les pediré que no salgan de casa hasta que yo les diga cuándo es el momento indicado, las cosas no estarán bien dentro de un lapso de tiempo —volvió a detener su explicación al escuchar el montón de preguntas al otro lado de la línea telefónica—. Mamá, no puedo dar detalles acerca de esto —repitió—. Sólo… no salgan, las noticias seguramente aparecerán mañana, pero como siempre, igual de distorsionadas a favor del gobierno. Buscamos que todo salga bien, pero estamos a la espera de cualquier cosa, nos enfrentaremos al gobierno nacional —admitió, escuchando un montón de protestas de una madre que quiere a su hija fuera de riesgo—. Mamá —intentó tranquilizarla en vano—. Escúchame bien, dile a papá que confíe en mí, no deben hablarle a nadie acerca de mi o acerca de esto. Puede ser que no regrese —su voz se quebró, sintiendo un pequeño nudo en la garganta que tragó obligándose a ser fuerte—. Pero al final todo esto habrá valido la pena, porque habremos dado todo. No puedo alargar más la llamada, lo siento. Los quiero, adiós —colgó, tragando saliva con fuerza mientras sus ojos permanecían ligeramente cristalizados aunque sin ninguna lágrima derramándose, nunca se le había dado bien llorar.             Sostuvo el móvil en una mano mientras miraba la pantalla sin ver algo en particular, sumida en una intensa reflexión, interrumpida por una voz conocida. —Salomé —musitó tranquilamente esa voz, aunque en el fondo preocupadamente sincero—. Si prefieres no ir, puedes quedarte con tus padres —permitió—. Yo intentaré regresar con vida —se detuvo al levantar la mirada y enfrentarla, por alguna razón después de lo sucedido con ella era ocasionalmente tímido—. Y cuando lo haga te buscaré —prometió—. Sólo debes prometer que me esperarás. Sin decir una palabra acerca de esto.             Salomé lo miró fijamente, sin ninguna expresión en su rostro. Sacudió la cabeza. —Creo que ya estoy demasiado metida en esto como para retroceder —dijo con la determinación de una mujer que decide sus cosas—. Lo siento. Pero no voy a renunciar —dejó en claro haciendo un casi imperceptible movimiento de cabeza en gesto de negación, situación que William no quiso contradecir.               Horas más tarde ya era el momento apropiado, el minuto planificado, la hora acordada para dar el paso más importante de todos, para iniciar la batalla meticulosamente estructurada y dirigida por el oficial W. Zimmer. Contando con un total de 310 personas (en su mayoría oficiales del gobierno) disponibles para enfrentarse a la armada que seguramente defendería a los gobernantes de las garras de Zimmer y su tropa. Habían 39 automóviles de distintos tipos disponibles para abordar la casa presidencial, armas de sobra y los uniformes diseñados para esa ocasión, incluyendo el diseño de Alexander Soto en la mascarilla que utilizarían, la cual consistía en una serie de dientes aterradores que daban la impresión a quién lo usara de ser un rebelde amante de las artes oscuras y las bandas de Death Metal. —Son exactamente las 2:30 de la madrugada —fue lo primero que dijo el líder al reunirlos a todos—. Al cabo de media hora estaremos en la casa presidencial. Intenten mantenerse con vida, supongo que todos deben tener a alguien esperando en casa su regreso. Ya todos saben su posición, yo tomaré la mía junto a quienes estarán conmigo al entrar por la puerta principal. Recuerden los demás, que nos enfrentaremos al enemigo, el que no quiera ceder simplemente se le mata ¿entendido? —¡Sí, señor! —dijeron todos al unísono casi en un retumbante coro. —Afortunadamente el asistente personal de Ferguson está de nuestra parte —informó—. Incluyendo a los vigilantes de dos entradas, la del norte y la del este. También los dos puntos militares que nos encontraremos en el camino hasta allá. Estén al pendiente de sus radios, les avisaré con el código “Rojo” en caso que debamos retirarnos de inmediato, “amarillo” cuando tengamos a la vista el objetivo y “verde” cuando por fin lo haya atrapado.   —¡Sí, señor! —repitió el escuadrón.             Estaban perfectamente ordenado por orden de tamaño, pronunciando aquello detrás de sus bestiales mascarillas y cabezas dentro de cascos, de una vez ataviados con sus respectivos trajes cuya inicial de apellido estaba bordado en las chaquetas.             Salomé por su parte, mantenía su rostro serio, inexpresivo, casi como una estatua de plaza o museo. Mientras que Dafne tenía una mirada de una emoción reprimida, una mezcla de miedo con suma disposición; un mechón de su rubio cabello con destellos ligeramente naranja caía sobre una de sus mejillas cubiertas por la rediseñada tela negra del tapabocas.             Todos, con sus armas en manos con firme posición, teniendo armas ocultas también en otros lugares de sus uniformes, una reserva importante para todo guerrero.   —Entonces buena suerte —dijo en voz alta el líder para culminar—. Y honorable libertad para nuestra nación —pronunció antes de colocarse la mascarilla y tomar su ametralladora en manos. 
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