Capítulo 17

1880 Words
“Si ya lo pensaste, atrévete; si ya te atreviste, no lo pienses.” Proverbio japonés.             Días después, en las profundidades del subterráneo, bañados con la blanca luz que dejaba a la vista todo y a todos mientras estaban completamente sumidos en sus oficios, estaba Salomé un poco aturdida con el sonido de las balas al chocar contra los blancos de puntería que estaban en una habitación contigua, los escandalosos disparos dejaba un eco ahogado que moría al instante, sin duda le costaría mucho descubrir ese lugar a quién no tiene ni idea de una remota posibilidad de la existencia de aquel sitio, es decir, que hasta el momento estaban a salvo.             Había más de cien personas en aquello y muchas otras en la superficie, en la ciudad actuando como si nada pasara y observando cualquier detalle cuidadosamente dispuestos a prevenir de inmediato cualquier riesgo, rastreando alguna señal de peligro. —Atacaríamos entonces por éste lugar —habló alguien muy cerca de ella en una mesa contigua mientras le explicaba a otros tres oficiales de n***o uniforme—. Seguramente los guardias activos en contra defenderían de ésta manera —señaló moviendo una docena de soldados de plástico pequeños sobre el mapa hacia otro punto—. Dispararán desde aquí y desde acá —volvió a señalar otros dos puntos—. Es de esperar a que, cuando hayamos invadido más de la mitad de su territorio llamarían refuerzos, los cuáles probablemente llegarían por ésta zona —rodó el dedo índice a otro lugar distinto colocando luego un cono en miniatura sobre el punto que mostró de último.             No era parte de la información que debía recibir de primero, pero aún así Salomé prestaba atención de reojo mientras William Zimmer se acercaba hasta ella con una caja pequeña de color oscuro parecida a un maletín. La depositó sobre la mesa ante la que ella estaba, llamando su atención. —Ésta será tu compañera —le presentó el contenido de la caja una vez que la abrió frente a ella—. Es hora de aprender a utilizarla. Es una CZ SP-01. La pistola está diseñada para abarcar todos los posibles usos que se le pueda dar hoy a un arma de este tipo. Sigue conservando el impecable formato de su empuñadura, su construcción totalmente de acero, con una vista que nos permite notar rápidamente su frame (cuadro) largo que llega hasta la boca del arma, brindándole aparte de un diseño más futurista, un mayor equilibrio al momento del disparo. Con una capacidad aumentada de 18 tiros en el cargador, seguro de martillo ambidextro, y conservando su sistema da/sa (doble acción y acción sencilla), es decir el primer tiro en doble acción —señaló con un gesto en una mano el arma en la caja, encajando en el marco hecho para ella entre una almohada roja—. En el modelo tactical este armazón alargado permite colocarle mira láser y otros accesorios especiales. Y este nuevo desarrollo denominado “sp-01” abarca todos los usos que se le puedan dar a una pistola de este tipo, desde el tiro deportivo hasta los grupos tácticos especiales.             Salomé miró con ojos alucinados la pistola dentro de aquella caja, imaginando mil cosas pero volviendo a la realidad nuevamente. William la tomó y se la ofreció, depositándola en su mano. Era pesada y fría, un arma de color n***o tenía la palabra de un lado muy cerca de otra serie de códigos, Salomé la miró detenidamente y luego posó sus ojos sobre los de su interlocutor. —Imagino que es tu primera vez —habló él como respondiendo a cualquier excusa mental que pudiera tener la joven recluta—. Pero no es algo que deba preocupar demasiado, puedes aprender. Vamos —le instó a seguirlo.             Caminaron entre mesas y personas que planificaban su parte aportando ideas y mano de obra. Salomé giró la cabeza un poco para poder escrutar mientras pudiera en esa fracción de minutos, a un trío de mujeres con mascarillas de látex sobre su nariz y boca, manos enguantadas y ojos tras gafas transparentes que les servían de protección. Estaban fabricando los explosivos que utilizarían, con mucho cuidado y profesionalidad; cuando una hacía su parte, le entregaba el avance a la que continuaría aportando lo que le correspondía, de modo que culminaran el objetivo diario con más prisa. Salomé apartó la vista para evitar chocar con algo o alguien mientras caminaba. Un ligero olor a humo y pólvora picaba en sus fosas nasales y un momento antes de abrir la puerta frente a la que estaban ahora William Zimmer descolgó unas orejeras de clavos que se situaban incrustados en la pared como soldados firmes. —Ten —se las ofreció, ella sostuvo entonces el arma con una sola mano y con la otra tomó el objeto—. Las necesitarás —predijo.             Los sonidos al otro lado de la puerta ocasionados por los disparos retumbaban y estremecían las cosas pequeñas, incluyendo vibraciones de la misma puerta. Zimmer se colocó las suyas sobre su cabeza, ajustándola luego y una vez que Salomé hizo lo mismo él sintió el impulso de ayudarla, de modo que, en un atisbo de amabilidad mezclada con ternura le ajustó las orejeras a la mujer que de pronto se sintió nerviosa con la cercanía tan íntima entre ellos a pesar de estar en presencia de muchas personas que no se desconcentraban de sus oficios. —Así está mejor —dijo este, con una ligera curva en la comisura de sus labios acomodándole el cabello entonces a los lados de las orejeras, dejándole la cara bastante al descubierto—. Vamos.             Abrió la puerta y se hizo a un lado para darle paso a la dama, quien cruzó bajo el umbral con pasos tímidos y precavidos. Salomé se encontró por primera vez con la gran sala de tiros al blanco. Había muchas personas con vestuarios casuales distintos unos de otros, con orejeras sobre sus cabezas protegiéndolos del ensordecedor ambiente mientras sus manos se estremecían al tirar del gatillo de sus respectivas armas.             Había de muchos tipos, armas cortas y largas. Ella miró a lo alto, la misma serie de bombillas alargadas de luz blanca y paredes del mismo color con algunas grietas mínimas causadas por tiros fallidos. Frente a ella permanecía la hilera de personas sobre sus pies firmes que no hacían otra cosa que gruñir de satisfacción cuando daban en el punto y de insatisfacción cuando fallaban. Y a metros ante ellos estaban una serie de aproximadamente cincuenta maniquíes de modo que hubiera uno para cada uno y aún así sobraran para los que vendrían llegando. —Ven por aquí —le colocó una mano en la espalda para guiarla suavemente en un acto cortés—. Exacto —se detuvo—. Éste será tu lugar hoy —dijo aunque ella no pudiera escucharlo.             Salomé lo miró y bajó la vista asintiendo en silencio. Instantáneamente su anfitrión notó su incomodidad razón por la cual se tensó. —Préstame el arma —le pidió.             Adivinando lo que decía, después de leer sus labios ella pareció pensárselo un par de segundos y sin decir nada como respuesta lo hizo.             Zimmer sacó el cartucho para verificar y luego de un ágil movimiento la introdujo nuevamente con la intención de estar enseñándole cómo hacerlo la próxima vez. —¿Me sigues? —preguntó mirándola a los ojos y devolviendo la vista de nuevo al objeto en sus manos, repitiendo el acto una y otra vez.             La joven mujer asintió levemente una vez que le entendió al leerle los labios nuevamente. Estaba ligeramente insegura. —Aquí quitas y pones el seguro —señaló uno de los bordes extremos más cerca de la mano con la que sostenía la pistola—. Apuntas al objeto en la zona que sería el pecho o la cabeza y disparas —levantó el arma mientras ella le observaba el movimiento en los labios seguidos de cada acto, buscando el significado, haló el gatillo y salió la bala en un disparo.             Salomé se sobresaltó ligeramente, volteando a ver el maniquí con una g****a en lo que sería el medio de la frente cuya marca gritaba la excelente puntería de William Zimmer. —Es tu turno —dijo él y le entregó el pesado objeto que ya se había tibiado por el encierro en la mano del oficial.             Salomé decidió no titubear más, pues, aquel era ahora su nuevo empleo. Además, antes de echarla a patadas al rebuscar otra vez trabajo, Kinston le aplastaría la cabeza con una piedra; posterior a eso el uniformado hombre a un lado de ella terminaría de darle muerte para después tirarla en algún lugar servida en una bolsa negra como el plato especial de los cuervos.             Tomó el arma con determinación y con ambas manos apuntó a la cabeza del objeto a metros de ellos. Antes de hacer algo más, la mano de William sobre las suyas que sostenían el arma le pidió que se detuviera, entonces con el cuidado de un excelente maestro tomó las manos de ésta mostrando cómo debía sostener el objeto. Su mano derecha envolvía la pistola con el dedo ante el gatillo y la otra de debía situar debajo de ésta sirviendo de fuerte base que inmovilizara el arma una vez que se estremeciera en una sacudida posterior al disparo. No se enojó, desesperó o fastidió ante los titubeos de su alumna, ya sabía que esto podría ser complicado al principio para ella de modo que hasta los momentos perdonaría la torpeza. Se miraron y él asintió dándole paso.             La joven mujer de aspecto no tan frágil y uñas sin maquillar haló el gatillo. Su mano se estremeció junto a todo su cuerpo, pero la bala le dio a la pared. Volvió a mirar a su maestro a un lado de ella mientras a su alrededor los otros seguían disparando. William le hizo un ademán señalando apenas el maniquí nuevamente en un gesto de nueva oportunidad. Ella lo hizo de nuevo, pero ésta vez la bala sólo rozó el hombro del objeto de superficie negra. Salomé no necesitó mirar nuevamente a su instructor para saber que debía repetir el acto hasta dar en el punto y volvió a disparar, haciendo que la bala impactara contra la pierna izquierda del maniquí.               William pensó > ladeando la cabeza en un ademán obvio. Después de una serie de disparos de las cuales ninguna bala atinó aunque fuera dentro del espacio del primer círculo, la pistola pareció ya no tener más cargamento.             Entonces el oficial tomó la pistola en sus manos e hizo otros movimientos que para su alumna resultaron extraños, en una maniobra experta sacó un objeto alargado del interior del arma (el cargador), introduciendo otro más pesado a continuación. Le entregó la pistola. Tras dos intentos más, Salomé al fin pudo incrustar una bala en el área del círculo más grande dibujado en lo que sería el pecho del maniquí, un poco lejos pero más cerca que las anteriores. Ella observó detenidamente el avance, sintiéndose repentinamente insatisfecha. Sin embargo, a su lado, el oficial asintió enarcando las cejas y curvando hacia abajo la comisura de sus labios, ladeando la cabeza ligeramente en un gesto de aceptación.  
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