“El carácter de cada hombre es el árbitro de su fortuna.”
Publio Sirio.
Un trío de niños harapientos pegaban sus narices del cristal que conformaba una de las paredes del restaurante en el cual trabajaba Salomé, intentaban mirar hacia adentro, buscando alguna señal que les diera esperanza de un bocado ese día, alguien que les arrojara algunas sobras, alguien que les obsequiara algún billete. El vigilante no solo debía torearlos para desviarlos de su entrada al establecimiento, sino también ahuyentarlos de los botes de basura situados en uno de los rincones escondidos en el lado lateral del restaurante, afuera.
Salomé miró hacia ellos, sintiendo que sus entrañas se retorcían de impotencia y tristeza al mirar esas criaturas con las palmas de las manos aplastadas contra el cristal y sus ojos rebosantes de ansiedad e inocencia se entornaban buscando ver algo.
Últimamente el número de pobres había incrementado de manera increíble, definitivamente era algo que se le estaba saliendo de control al gobierno nacional. Las adolescentes se embarazaban sin tener hogar propio o alguna fuente que les generara ingresos económicos para sostener el crecimiento, alimentación y educación de sus hijos, razón por la cual crecían en una supervivencia crítica, tenían que pedir en las calles, mendigar, rebuscar en la basura, incluso robar. Sus opciones de educación eran nulas por falta de los recursos necesarios y por más cruda que fuera la realidad, al llegar a la adolescencia los varones eran delincuentes y las hembras prostitutas, pues, la necesidad los empujaba al borde de todo, exponiéndolos a un precipicio que al recibirlos en sus fauces les arrancaba todo rastro de moral.
Antes del negocio abrir sus puertas ese día, Salomé ya se había encargado de la limpieza del piso que ahora parecía un espejo y desprendía un olor floral que transportaba a cualquiera a otro mundo muy lejos de la realidad, ahora cambiaba los manteles usados y con algún indicio de suciedad por más mínima que fuera, eso hizo con algunos que posteriormente fue a lavar a cepillo en la zona correspondiente a la limpieza de manteles, paños de cocinas, cortinas y otras telas.
El restaurante contaba también con cuatro televisores de pantalla plana en la sala para clientes del restaurante y otro más en la sala de cocina. Mientras Dafne Stocceli, con su cabello recogido en una cola alta bajo su gorro blanco de chef disfrutaba de la buena música y de vez en cuando miraba la pantalla para ver de momentos el video del audio transmitido, eran un grupo de jóvenes que llevaba por nombre Primera Fila y que ahora eran la sensación del momento a nivel nacional e internacional.
Una paleta de madera era lo que utilizaba para mover la salsa de tomates hirviendo mientras con la otra mano le agregaba aceitunas picadas y condimentos uno por uno sin dejar de mover la mano con cuidado y precisión. En otra olla hervían las papas y en otro par de tamaño más reducido ardían sobre las hornillas cocinando arroz en sus distintos estilos.
—Hey —llamó la atención de Salomé que recogía las toallas sucias de la cocina—. Ven —pidió en voz baja, con disimulo.
Salomé caminó hacia ella consciente de que algo estaría tramando la rubia.
—Necesito que saques la basura —miró hacia la bolsa negra dentro del pipote, acercándose a ella dijo con voz más baja aún—. Hay una bolsa con comida, asegúrate de que los niños la tomen.
Salomé comprendió al instante, asintió con una media sonrisa de complicidad. Se acercó a la bolsa de basura y rápidamente notó que no estaba tan llena como para sacarla, aquello sólo había sido un pretexto, y posiblemente lo de la comida en bolsa era para no levantar sospechas con los otros dos ayudantes de cocina que ella tenía.
La pelinegra de oscuros ojos verdes y nariz puntiaguda salió por la puerta trasera y caminó algunos pasos hasta llegar al bote de basura, el vigilante afortunadamente estaba en las puertas principales del restaurante, de modo que Salomé era libre de actuar rápidamente.
Algo se removió dentro del montón de deshechos y de pronto salieron de allí tres cabecitas y la escudriñaron con la mirada, un poco asustados y con aspecto salvaje. Salomé no se atrevió a decirles nada ni actuar como si quisiera espantarlos, sacó la bolsa transparente con alguna comida apetecible suficiente para cinco personas y la colocó cerca de ellos, sobre el suelo y rodeó el gran conteiner de basura para depositar la bolsa negra con restos de basura y conchas vegetales dentro.
Entonces se alejó de allí rumbo a la cocina a colocar una bolsa nueva, justo antes de cruzar la puerta trasera miró por encima del hombro a los niños que devoraban el contenido de la bolsa como pirañas. Minutos después Salomé seguía con su ardua tarea de mantener todo limpio, cambiaba los manteles y dejándolos en perfecto orden sobre las mesas, su aspecto no era sucio aunque no estuviera vestida con camisa blanca y pajarita como los mesoneros, cuyo chaleco vinotinto los hacía parecer servidores de la realeza.
No, su vestuario era el normal, jean ajustado, franela con alguna estampa sin importancia, zapatos deportivos y un delantal amarillo. Su cabello en una cola alta y sus manos dentro de amarillos y largos guantes de plástico.
En el mismo restaurante, entre los pocos clientes que había esa mañana estaba William Zimmer, seguía hojeando las páginas del Nuevo Mundo, amplio periódico que sostenía en sus manos, sentado cómodamente ante una de las mesas, sin reparar por un momento en lo que sucedía a su alrededor, por cusa de la escasez de papel y lo costoso de las tintas sólo podía adquirir un periódico semanal quién ofreciera al vendedor el precio exorbitante que pedía a cambio. A continuación tomó en sus manos la taza del n***o café con poca azúcar y lo acercó a sus labios, inhalando el aroma amargo y disfrutando el sorbo que después dio mientras seguía leyendo entretenidamente las noticias más destacadas.
Salomé, a pocos pasos del uniformado hombre terminó de recoger los manteles y colocó los nuevos, divisó cerca de ella a uno de los cuatro mesoneros bastante atareado con algunas copas de vidrio que quedaron en una de las mesas ya desocupadas, parecía que no podría llevarlas todas de vuelta a la cocina de un solo viaje, pues, de inténtalo estropearía todo dejándolas caer. En eso, la pelinegra miró disimuladamente a su alrededor, uno de los mesoneros llevaba una orden, otro esperaba en la cocina el siguiente plato que entregar y el tercero entregaba los menús.
—Yo te ayudo —le dijo con la intención de facilitarle el trabajo.
El joven mesonero reflejó alivio en su rostro con una ligera curva en sus labios.
—Sí que me hace falta ahora —respondió por lo bajo colocando las copas que podía sobre la bandeja—. Gracias —dijo agarrando entonces en su mano desocupada dos copas más y dejando una sola sobre la mesa familiar.
Salomé no dijo nada más, pero antes de dar algún paso hacia adelante, el inicio de la transmisión de un discurso político la frenó en seco. Los televisores, después de ciertos protocolos mostrados en pantalla dejaron ver el rostro de cada uno de los entes gubernamentales actuales y Dante Ferguson en el medio, todos sentados en una mesa en forma de U.
Los clientes del restaurante miraron hacia la pantalla que estuviera más cerca y los cocineros dejaron por un momento sus oficios para prestar atención a lo que iría a decir el presidente de la república.
—Tengan todos un buen día —inició el gordo hombre reflejado en la pantalla mientras todos sus secuaces a ambos lados de él miraban la cámara con simpatía ante la larga y estrecha mesa de madera barnizada—. Como siempre, es para mí, un honor estar aquí, en el interior de la hermosa casa presidencial del país, trayéndoles los estados de cuenta de cada uno de los movimientos comerciales y políticos, anunciando nuevos proyectos e invitándoles a que no desistan de la lucha en esta Batalla Financiera a la que estamos siendo cruelmente expuestos.
> pensó Salomé con rabia mirando la pantalla más cercana a ella, sentía la impotencia retorcerse en sus entrañas como un animal salvaje y sus ojos brillaban de ira mientras mantenía el entrecejo ligeramente fruncido.
—Sabemos que estamos atravesando la peor de las situaciones vividas a lo largo de la historia de Las Minas Negras —prosiguió con blasfemias saliendo de su venenosa boca mentirosa.
La primera dama, su esposa, tan rubia y arrogante a su lado derecho mientras de lado izquierdo estaba Joe Phiutad con cara de pocos amigos
—Y puedo asegurar que esto no le duele a nadie tanto como a mí, verlos sufrir me entristece, porque son mi país, porque mi bondad y generosidad se extiende al máximo y claramente es imposible que compagine con ese acto de violencia por parte de Tierra Dorada, de esa tierra del demonio.
Varios en aquel restaurante pusieron los ojos en blanco por el fastidio que provoca el saber que se está siendo tomado en juego, algunos gestos de molestia y otros comentaban cosas ente dientes, claramente en contra. Salomé continuaba rígida en el mismo sitio, mirando con odio aquella pantalla de gran tamaño y alta gamma.
—...y como arma para contrarrestar esta Batalla Financiera hemos pensado en una estrategia bastante práctica, fácil y eficaz —anunció—. Se trata de un sello, una marca, un código que deberá tener todo aquel nativo de éste país si quiere obtener los beneficios que podrán disfrutar al ser aprobados, un sello a tinta especial en el brazo que deberán colocar frente a la máquina apropiada que escaneará la marca y los identificará, donde quiera que estén —pausó antes de proseguir con toda calma y simpatía fingida—. Tengo claro que algunas personas no están de acuerdo con el tipo de gobierno que se está llevando a cabo, pero no tengo problemas con eso, ese tipo de situaciones es la que me tiene sin cuidado en este momento de la vida. Y no, —negó con la cabeza—. No serán violentados, no serán perseguidos puesto que estamos en una democracia, por supuesto, participativa. Pero nada se puede hacer ante una mayoría que sí aprueba mi estadía en la presidencia. Es esa la razón por la cual no soporto verlos sufrir, verlos con las necesidades económicas que están acarreando en éste momento, así que para todo aquel que lleve la marca será entregada la cesta alimentaria una vez mensualmente, se le facilitará el acceso a empleos, a los estudiantes universitarios la aprobación de becas, a los agricultores la entrega de créditos y a los empresarios para continuar teniendo el permiso de seguir con sus grandes negocios aquí en éste país, obteniendo como beneficio el subsidio que claramente necesitarán.
>> Esto no es un chantaje, gente de mi nación. Esto se debe a una estrategia de contabilidad, estadística y control de la población que manejaremos. No teman, se trata de un sencillo tatuaje permanente, un código que les será plasmado en el brazo izquierdo que será semejante al del carnet de identificación que todos poseemos como ciudadanos —explicó—. La diferencia es que únicamente se tratará de un código, una serie de dígitos que al ser anotados en un ordenador identificará a la persona y eso le dará el acceso al sistema gubernamental de transferir cada uno de los beneficios, que para iniciar serán algunas cuotas mensuales de dinero.
Tenemos aquí los ejemplos. Todos en el país, a través de la transmisión pudieron ver imágenes que señalaban el procedimiento de la realización de la marca en el brazo y como a final de cuentas eso era revisado en un ordenador portátil que luego lo transmitía a un holograma que proyectaba la imagen del poseedor del código, en 3D. Una visión tecnológica bastante avanzada.
Salomé seguía con el entrecejo fruncido y su mirada de odio sobre cada uno de los cuerpos gubernamentales que permanecían a los lados del dictador. Sobre todo su molestia y repugnancia hacia la primera dama, mujer con el 80% de su cuerpo hecho de plástico, pues, vivía la mayoría de su tiempo en el quirófano de las mejores clínicas de Tierra de Armas.
—Entonces, gente buena y luchadora —continuó hablando el obeso hombre con un rolex distinto en su brazo izquierdo—. La opción está sobre la mesa, repito que no se le prohibirá, se discriminará o se excluirá a quienes no quieran seguir lo que ahora podría considerarse una norma, sin embargo las personas que decidan regirse y colaborar con la estrategia creada, serán la prioridad del gobierno.
> pensó sarcásticamente Salomé, en silencio. Las palabras del presidente cayeron como un animal muerto, nadie se alegraba por aquello salvo algunas personas de mentalidad atenida y mediocre.
Salomé, presa de una emoción paralizante que a punto estaba de hacerla rugir escuchó a lo lejos el crujir de algún material de vidrio. Oía otras palabras aparte de las que emitían los televisores, pero no entendía los murmullos, eran como si le hablaran desde muy lejos; pensó que sería parte de la rigidez extendiéndose por todo su cuerpo el motivo de sentir un ligero ardor en la palma de la mano izquierda que apretaba ferozmente en un puño.
Deseaba con todas sus fuerzas tener la posibilidad de volarle en cráneo al cínico hombre que aún tenía un par de testículos para reír a pesar de la miseria de muchos.
—Tu mano —una voz grave y seca la trajo en sí, en vez de mirar lo que el hombre le advertía lo miró a él—. Tu mano está sangrando —terminó de decir él, ligeramente sorprendido de ver que la joven mujer que limpiaba el restaurante no tenía en su rostro alguna expresión que denotara dolor.
Salomé bajó la mirada hacia su mano herida con cristales incrustados en la piel, no se había percatado de que, con tanta ira contenida encerró en su mano aquella copa que inconscientemente rompió con la fuerza de sus dedos al cerrarse; la sangre goteaba sobre el limpio piso de cerámica pulida y brillante, procediendo a formar luego un hilo de espeso líquido rojo que posteriormente se convertiría en un charco a sus pies.
El hombre de uniforme n***o seguía mirándola, aún sorprendido (aunque sin reflejarlo en su rostro), la cima de dolor que podía soportar aquella persona a pesar de ser mujer era algo grotesco al mismo tiempo que admirable.
La mujer herida lo miró nuevamente, reconociéndolo aunque sin hacerle algún tipo de reverencia. El hombre que aún la miraba con rostro de expresión seria e inescrutable era el mismo que la había salvado del robo aquel día. El oficial de n***o uniforme legalmente armado hasta los dientes.
Zimmer, con tranquilidad aunque sin dejar de pensar en aquello tomó otro sorbo de su cargado café, sosteniendo aún el periódico con una mano sin dejar de mirarla, estudiándola, analizándola.
A Salomé le daba igual la sorprendida reacción de la mayoría de personas allí que la escudriñaban como indios al ver un auto encendido por primera vez, ni siquiera esperaba a que alguien acudiera para ayudarla, tan entumecido estaba su cuerpo debido a la ira resguardada y presa con cadenas en las profundidades de su ser que casi no sentía los efectos de los añicos cristalinos bajo la epidermis.
—Ten —le ofreció el mesonero al que ella había acudido a ayudar hacía minutos atrás—. Cúbrete —entregó una toalla de papel gruesa y suave que utilizaban como servilleta.
Salomé forzó una sonrisa a medias, colocando sobre la palma de su mano el blanco objeto que rápidamente se tiñó de rojo.
—Déjame ayudarte —ofreció el joven que durante el tiempo de la transmisión había llevado las copas y regresado a por los platos que quedaban en otras mesas—. Sé algunas cosas de primeros auxilios —quiso tomar la mano de esta, pero Salomé la apartó en un ligero gesto de negación.
—No es necesario —aseguró ella con su voz crispada de cortesía y una fingida sonrisa en sus labios, no quería ser grosera—. Puedo sola, gracias de todos modos —prosiguió, ubicando la otra mano bajo la herida para atajar la sangre que no paraba de correr—. Regresaré pronto a limpiar éste desastre —prometió avergonzada—. Lo siento.