Rafael
Rafael soltó una maldición antes de retroceder, sorprendido por lo que acababa de suceder delante de sus narices. Su pecho se alzaba y bajaba rápidamente, mientras su corazón martilleaba con una fuerza sorprendente.
¿Acababa de ser atacado por la señorita Grace?
Y, para mayor sorpresa, la había golpeado contra la pared como si fuera una simple muñeca de trapo.
Pestañeó.
-Yo… ¿te encuentras bien?
El libro que llevaba entre sus manos cayó al suelo en un golpe sordo. Perfecto. La había asustado tanto que ahora ni siquiera podía hablar. Rafael observó cómo sus mejillas se sonrosaban, posiblemente a causa de la vergüenza. Su boca comenzó a abrirse antes de volver a cerrarse de manera repetida.
-¿Señorita Grace?
Ella se sobresaltó.
-¡Sí! Yo… -sus ojos se abrieron de golpe y la preocupación entornó su dulce rostro-. Oh, Dios. ¡Lo siento tanto! ¿Estás bien? No te he hecho daño, ¿cierto?
Rafael casi tuvo ganas de zarandearla. Acababa de estamparla y ¿ella se preocupaba por él? Oh, cielos. ¿Cómo se podía ser tan dulce? Casi sonrió ante aquello.
-Estoy bien -respondió mientras la repasaba. A diferencia de aquella tarde, la señorita Grace estaba vestida con un camisón y una bata-. ¿No te he lastimado al alzarte?
Ella inclinó la cabeza unos segundos, antes de sonreír; su sonrisa lo fascinó.
-Estoy bien, gracias por tu consideración -dijo-. Lamento que hallas presenciado una situación así. No debo de dar una buena impresión como anfitriona.
Sus mejillas se sonrojaron. Malditamente se sonrojaron.
Rafael estuvo a punto de besarla cuando vio aquello. ¡Diablos! ¿Cómo podía ser tan jodidamente adorable?
-No necesitas preocuparte -carcajeó-. Los días en el ejército me endurecieron en cuerpo y espíritu.
Grace no respondió. En su lugar, detuvo su mirada en su torso.
Algo se calentó dentro de él al sentirse bajo el atento escrutinio de una mujer como ella. ¿Acaso sentía satisfacción? ¿Regodeo? No estaba seguro, pero le gustaba como se sentía. Puede que no fuera la primera vez que despertaba la atención del género femenino. No obstante, había algo que se sentía diferente.
Rafael carraspeó, intentando desviar el hilo de sus pensamientos y, al mismo tiempo, hacer que ella también volviera a la realidad.
Sus mejillas volvieron a sonrojarse.
-Yo… -se humedeció los labios-. ¿Qué le trae aquí, señor Rafael?
Mierda. Puede que no estuviera preparado para eso. No quería parecer alguien sospechoso. Rafael irguió los hombros, retrocedió un poco y alzó algo la barbilla.
-No podía descansar, así que pensé que no te molestaría si tomaba un libro prestado.
Grace lo miró inquisitivamente.
-Creí que después de todo este viaje hasta el condado de Dorset, estarías bastante cansado -apuntó.
Se encogió de hombros.
-Bien parece que no.
Ella lo miró de una forma que no supo entender. Bien parecía que quería decirle algo, pero, por la razón que fuera, era evidente que no lo iba a hacer. O, al menos, esa era la impresión que le había dado.
Era su oportunidad para marcharse antes de que hiciera algo de lo que pudiera arrepentirse. De que ambos olvidaran aquel encuentro y lo encerraran en un baúl bajo llave.
-Bueno, pienso que lo mejor será que me marche -dijo adelantándose hasta la puerta-. Nuevamente, siento haberla sorprendido. Mis más sinceras disculpas, señorita Grace.
Rafael tomó el pomo, dispuesto a salir de allí y terminar de una vez aquel bochornoso episodio. Bajar a la biblioteca no había sido una buena idea después de todo. La próxima vez, se pondría a contar las grietas en el techo de su dormitorio y listo.
-Espere.
La voz suave y segura de Grace lo distrajo, una vez más, de sus cavilaciones.
Su pecho se apretó nuevamente con un extraño sentimiento rondando dentro de él. ¿Era esto lo que llamaban esperanza?
-¿Sí?
Observó cómo se humedecía los labios por un segundo. Sus ojos clavados en los carnosos y rosados labios de ella. ¿Cómo se sentiría robarle un beso?
Solo uno.
-¿Señor Rafael?
De repente, Rafael sentía la boca seca.
-¿Sí, señorita Grace? -preguntó, incapaz de apartar los ojos de su boca.
-¿Está todo bien?
-Perfectamente.
Y, para su consternación, ella siguió hablando.
-¿Qué hará entonces?
Pestañeó. Sus ojos dejaron aquellos dichosos labios para mirarla.
-¿Cómo dice?
Una suave risa salió de Grace, la diversión reflejada en su rostro.
-No me ha escuchado, ¿cierto?
Él sintió como sus mejillas se sonrojaban.
-Me disculpo por ello.
Grace le dedicó una enorme sonrisa.
-No necesitas disculparte -dijo sin abandonar la sonrisa-. Me pasa más a menudo de lo que piensa.
Una sensación de celos se instaló dentro de él. No le gustaba imaginar a otros hombres viendo soñadoramente a Grace. Ni suspirando por sus labios de la misma forma en la que lo hacía él.
-¿Esto te sucede a menudo? -las palabras escaparon de su boca antes de que pudiera detenerlas-. Quiero decir, que se le queden mirando.
Grace se encogió de hombros.
-Eso solo ocurre porque no hay suficientes damas jóvenes en el pueblo -se excusó-. Estoy segura de que, de no ser el caso, no se fijarían en mí.
Rafael estuvo a punto de decirle que dudaba de que aquel fuera el caso. Grace no era consciente de lo hermosa que era. Porque, si lo fuera, estaba seguro de que no diría lo mismo.
-Supongo que tú, en cambio, serás bastante popular entre el género femenino -atinó con cierto retintín.
Casi se le cayó la boca abierta cuando la escuchó decir eso. ¿Grace sentía celos por él? ¡Diablos! Ahora quería besarla mucho más que antes y hacerle ver lo equivocada que estaba.
-¿Rafael?
Tragó.
-¿Sí?
-¿Por qué me está mirando así?
Él se acercó a ella.
-¿Así cómo?
-Como si quisieras besarme.
Debería haberle espantado que la señorita Grace hubiera sido capaz de leer sus intenciones con tanta facilidad. Sin embargo, fue todo lo contrario. Aquello fue el eslabón perdido. El último impulso que había necesitado para hacer lo que había querido hacer desde ese primer momento en el que la vio corriendo con ese feo traje de montar lleno de barro.
La besó.
La besó como si fuera la pizca de aire que necesitaba para seguir viviendo. Como si ella fuera la bandera al final de la guerra que necesitaba para saber que regresaba a casa y que la lucha había terminado.
Solo era un beso, pero era mucho más.
Debería de haberlo sabido en ese momento. Que él era un náufrago y ella la isla al otro lado del mar. Que él era solo un hombre, que se había vuelto a enamorar.
Un irresistible tormento.