Capítulo 5

1876 Words
Grace se levantó de un brinco de la mesa y se acercó corriendo al hombre que previamente había entrado en el comedor. Estaba asustada y miles de malos pensamientos empezaron a rondar por su cabeza, siempre con la imagen de su padre en muy mal estado. Aquello no podía estar sucediendo. No podía haberle sucedido nada a su padre. No podía perderlo. -Howard, ¿qué ha pasado? Howard, el mayordomo, la miró con los ojos llenos de pena. Grace sintió que el mundo se le caía a los pies. Las lágrimas amenazaban con salir, fruto de la tristeza y preocupación que crecían dentro de ella por segundos. No quería creer que realmente algo le hubiera pasado a su padre. -Pero, díganos, ¿qué le ha sucedido al señor Wayne? -la voz grave de Rafael la sorprendió cuando la escuchó tan cerca de ella. ¿Cuándo se había acercado tanto? Howard hizo una mueca en su rostro, habitualmente impenetrable y la miró. El cuerpo de Grace temblaba mientras esperaba a que abriera la boca. No quería imaginarse cualquier cosa que hubiera podido pasar. ¿Y si se encontraba en el hospital? Peor aún, ¿y si había muerto o se encontraba inconsciente por algún golpe en la cabeza? El campo a su alrededor era bastante peligroso en temporadas de lluvia. Especialmente, la zona junto al barranco y la ladera empinada que su padre a veces solía frecuentar cuando no se encontraba en casa o en el invernadero. -Por favor, no se preocupe por la presencia del señor Hamilton. -Rafael -dijo para la sorpresa de todos. -Señor Rafael -se corrigió Grace, algo sorprendida por la intervención de Rafael. Howard tosió. -Como iba diciendo, señorita Grace, tenemos un problema entre manos. Ella tragó con dificultad. -¿Qué le ha sucedido a mi padre? -Me temo que el señor ha desaparecido, señorita. El rostro de Grace palideció al instante. -De… ¿Desaparecido? Él asintió con gravedad. -Eso parece -respondió-. Y no solo eso. Sino que también le ha dejado una carta. Grace jadeó, extrañada. ¿Qué diablos estaba pasando? -¿Una carta dice? -Efectivamente. -Rafael, quien hasta el momento había permanecido en silencio, se acercó más a Grace. Ella se estremeció al sentir el contacto de su brazo rozando su espalda. Rafael olía increíblemente bien y el calor que desprendía su cuerpo, le erizaba la piel. Aquello le provocaba cierta debilidad por él. Nunca había estado tan cerca de un caballero que no perteneciera a su familia y era evidente que se sentía algo perturbada. -¿Puede decirnos de qué trata la carta? Howard lo miró unos instantes antes de volver su atención a ella. -Es una carta destinada a usted, señorita -dijo educadamente-. Y, por ende, solo le concierne a usted leerla. Ella asintió conforme. -Bien. Entonces, deme la carta. Howard alzó una de sus ancianas manos y la metió en el bolsillo interno de su chaqueta oscura. Luego, sacó un sobre blanco, pulcramente escrito con tinta negra y se la tendió. Grace tomó el sobre con manos temblorosas y respiró pesadamente. Rápidamente reconoció la letra de su padre dónde su nombre se hallaba escrito. -¿Quiere que la deje leer tranquilamente? Los ojos de Grace se alzaron y miraron al apuesto hombre que tenía junto a ella. Incluso preocupado, el hijo mayor de los Hamilton era increíblemente guapo. No debía sorprenderla que también hubiera alguna hermosa mujer en Londres, esperando su regreso. Dios. Ahora incluso se sentía mal por hacerlo perder el tiempo. ¿En qué estaba pensando? En lo guapo que era, desde luego. -No, eso no será necesario -tragó-. Está bien dónde está. Una lenta sonrisa se dibujó en el rostro de Rafael mientras sus ojos de un azul verdoso brillaban con diversión. Se inclinó más sobre ella. -¿Debo suponer, entonces, que le gusta mi compañía? -preguntó con una voz baja y ronca que la estremeció desde la punta de los pies hasta el último pelo de la cabeza. Los ojos de Grace se ampliaron con sorpresa. Jadeó. -¡Señor Hamilton! -Rafael -la corrigió, de nuevo-. Acordamos que nos tutearíamos. Grace se quedó con la boca abierta, incapaz de creer aquello. ¿De verdad le estaba diciendo algo como eso en una situación así? Pestañeó. -Yo… El señor Howard volvió a toser, esta vez llamando la atención de ambos. -Si me disculpan, los dejaré a solas, para que puedan leer la carta con tranquilidad. Al instante, Grace se alejó de Rafael como si este ardiera. -Muchas gracias, Howard -agradeció. -¿Debo pedir que traigan la cena, señorita? Ella miró a Rafael, quien no apartaba los ojos de ella. -Yo… -No se preocupe por mí -se adelantó a ella-. Me sirve con un café mientras lees la carta. Grace cerró la boca y asintió, con un nuevo sentimiento de agradecimiento en el pecho. -Gracias. Él le dirigió una encantadora sonrisa. -Es un placer.   Rafael   Rafael observó a la señorita Grace mientras abría lentamente la carta. El giro de los acontecimientos había terminado siendo bastante inesperado. ¿Cómo habían terminado las cosas así? No estaba seguro. Se suponía que las cosas iban a ser fáciles. Simplemente tenía que presentarse allí, hablar con el señor Wayne, convencerlo de que sus planes de negocio eran una buena idea sobre la que invertir, y regresar a Londres al día siguiente con el negocio en el bolsillo. Pero ¿qué había conseguido en su lugar? Encontrarse con una supuesta desaparición. Su mandíbula se apretó al ver las suaves lágrimas que se cristalizaban en los ojos de la joven. Su instinto masculino lo instaba a abrazarla y consolarla. No obstante, no lo hizo. No podía permitirse volver a caer bajo el embrujo del encanto femenino. No. Esta vez sería diferente. Se aseguraría de que fuera así. -¿Y bien? -preguntó con una voz lo más neutra posible-. ¿Qué dice la carta? Grace se lamió los labios. -Mi padre nos espera al otro lado del condado. Rafael frunció el ceño. -¿Perdona? Ella lo miró y le pasó la carta para que la leyera. Él la tomó bruscamente y, una a una, fue leyendo todas las palabras que contenía aquella hoja de papel. Para cuando terminó, su enfado era enorme y su disgusto e indignación, todavía más. ¿Cómo diablos había acabado así? -Tenemos que ir a buscarlo. Grace asintió. -Lo sé. Rafael suspiró y calculó cuanto tiempo le llevaría encontrar y hablar con el señor Wayne. Desde luego, tendría que alargar su estadía en el hostal del pueblo y, seguramente, tendría que conseguirse una ropa más acorde para caminar por el barro, en caso de que siguiera lloviendo tanto. Grace fue la primera en hablar. -Si le parece bien, puedes quedarte a pasar la noche -hizo una pausa para humedecerse los labios. De repente, sentía la boca seca-. Soy consciente de que es bastante tarde y de que el camino hasta el único hostal del pueblo puede ser bastante molesto con toda la lluvia y el barro de por medio. Él la miró. Aquello le parecía una buena idea, teniendo en cuenta que a él tampoco le parecía agradable el hecho de que tendría que ir andando hasta allí. Aquella tarde, antes de que lloviera, había sido llevado en carro puesto que las carreteras no eran aptas para un coche. Sin embargo, ahora no tenía otro medio de transporte que no fueran sus piernas y, con una de ellas sufriendo de cojera, tardaría siglos en llegar antes de que la lluvia lo hundiera en la suciedad. Solo debería tener cuidado de no caer en las redes de la señorita Grace, puesto que ella también se la podría considerar una amenaza. Ella, con su hermoso cabello rubio, sus grandes ojos azules y ese horroroso vestido verde oscuro que no combinaba nada con ella. En serio, ¿de dónde lo había sacado? Debería tener una seria charla con su modista en cuanto tuviera ocasión. Suspiró. -Bien -dijo-. Si para ti no es ningún inconveniente, señorita Grace. Estaré de acuerdo en pasar la noche aquí. Una enorme sonrisa que lo desestabilizó se dibujó en el rostro de la joven. -¿Ahora nos tuteamos? Él rio, de una forma baja y ronca. Estaba perdiendo la cabeza. -Creo que lo dábamos por hecho, señorita Grace.   ****   Aquella noche, mientras el silencio de la casa opacaba cualquier distracción, Rafael se removía nervioso en su cama. La señorita Grace había sido sumamente amable con él, sin embargo, la pierna no dejaba de molestarle al dormir. Tal vez, debería haber pedido una banda caliente para ponerla en su rodillas, pero no quería seguir tirando de la amabilidad de la señorita. Ni si quiera soy capaz de pensar con normalidad cuando ella está cerca, pensó. ¿Tutearse? ¿En serio? ¿Acaso había perdido la cabeza? Rafael gruñó mientras volvía a removerse en su sitio. Debía empezar a pensar con racionalidad desde aquel mismo momento. Nuevamente, el recuerdo de su rostro apareció en su cabeza como un clamor al romance. ¡No! ¡Esto no podía seguir así! Rápidamente, Rafael se apartó las sabanas del cuerpo, se levantó y buscó sus zapatos. No podía dormir, así que pasaría su tiempo en la biblioteca de la casa. Solo esperaba que la señorita Grace no se molestara y comprendiera su necesidad de mantener la mente ocupada, puesto que no podía dormir.   Grace   Grace dio giro a una nueva página y comenzó a leer. El sonido de la lluvia la transportaba lentamente a otro mundo, mientras el calor de la chimenea, seguido de la suave luz de su lampara le daban una sensación de cobijo. Rafael había sido un eslabón suelto en su día perfectamente organizado. Incluso ahora, era incapaz de sacarlo de su cabeza. Al final, había terminado bajando a la biblioteca, en su necesidad de buscar algo que la entretuviera y la hiciera olvidar a aquel atractivo caballero. ¿Cómo había terminado así? Ella jamás se había sentido atraída tanto por otro hombre. Había tenido sus enamoramientos y flechazos. Había salido brevemente con un pintor que luego se había marchado a España. Incluso con un joven aspirante a abogado que luego se había marchado a Londres. En realidad, todos se marchaban. Siempre era así. Nadie se sentía lo suficientemente enamorado como para permanecer con ella en el campo. Suspiró. Rafael también sería como los otros hombres. La enamoraría y, luego, regresaría a Londres. Dejándola con el corazón roto y el sentimiento de sentirse abandonada. Grace alzó la cabeza cuando escuchó suavemente el sonido del pomo de la puerta siendo girado. Su corazón comenzó a latir nervioso. ¿Quién podría ser a esta hora? Nadie debería de estar allí, siendo tan tarde. Apretó el libro que tenía entre sus manos y se preparó para atacar al supuesto invasor. Fuera quien fuera, iba a arrepentirse de haber intentado algo. De un salto, Grace se levantó del sillón y se dirigió hacia el enorme cuerpo masculino, dispuesta a golpearlo. Sus ojos se cruzaron con el azul verdoso de Rafael segundos antes de sentir como su cuerpo era alzado y estampado contra la pared. Un jadeo, a causa de la falta de aire, salió de ella. -¡Mierda! -exclamó Rafael.  
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