—Escucha, Nikolay, necesito que hablemos. Alek entra a mi habitación y de inmediato, comienza a empujar mi silla sin siquiera preguntar si quería salir, abre las puertas corredizas que dan al jardín y me saca, tal y como lo había hecho la torpe de Celeste: sin mi consentimiento. —¿Y para hablar es necesario sacarme de mi habitación? —gruño de inmediato. —Discúlpame, hermano, pero honestamente no me gusta estar oliendo tanta humedad ahí dentro, ni siquiera sé cómo le haces para no asfixiarte. —Uno llega a acostumbrarse —me limito a decir al encogerme de hombros. Levanto la mirada, notando un bonito cielo cargado de estrellas, a la vez de que aspiro con suavidad una gran bocanada de oxígeno, llenando mis pulmones de aire fresco. Si había algo que me gustó de este país, era tanta limpie