04.

2413 Words
Caterina Di Pietro. Para cuando cae la noche me muevo sigilosamente por los pasillos de la mansión. Con el silenciador en el arma, apunto a los antonegras que resguardan la entrada a la planta donde descansa Don Vito Sasso. Custodiados siempre por el temor a que sus amigos quieran cobrar venganza, jamás desconfiarían de quienes están en su territorio, mucho menos de quienes duermen bajo el mismo techo. Por eso a pesar de verme venir, no desconfían de mí. —¿Necesitas algo? —Sí, que te muevas de mi camino. Alzo mi arma y les disparo a ambos en la cabeza, a pesar de que el segundo quiso hacer el intento de sacar su arma, no le di el tiempo suficiente para ello. Arrastro entonces los cuerpos hasta el armario a un costado para evitar que alguien los vea, e ingreso a la primera habitación donde encuentro en la cama al segundo hijo de Don Vito, recostado plácidamente junto a su esposa. La verdad es que ninguno de ellos me interesa. Tengo un trabajo, esto se basa en supervivencia del más fuerte, del más astuto y ciertamente, es un obsequio para el mundo que dejen de contaminar a la humanidad con su mierda. Les disparo a ambos en la cabeza antes de salir y tomar la siguiente habitación. Denis descansa en su cama y el verlo dormir tan tranquilo despierta en mí cierta duda acerca si hacer o no lo que me encomendaron porque es joven. No tuvo la culpa de nacer dentro de esta familia de mierda, y me duele tener que hacerlo, pero como dije, es un obsequio. Les estoy haciendo un favor a todos y si lo dejo vivo, esta mierda no se terminará jamás. Y tiene que hacerlo. Con un dolor terrible en el alma, levanto el arma, recordando nuestros primeros encuentros y la forma en que se sonrojaba al verme en los pasillos hasta que nos hicimos amigos. Entonces suelto el disparo que le roba la vida, junto a un trozo de mi alma. Tengo que salir del cuarto con la creencia de que está tranquilo, descansando, para no caer en la desesperación. Si bien no tengo muchos sentimientos por nadie, me tranquiliza saber que Denis también formaba parte de esta mierda y eso debe terminar. Sin importar cuánto cariño le tuviera. Camino a la siguiente habitación, la cual se siente con otro ambiente cuando ingreso, notando a Andrea y su esposa en la cama, con su pequeño hijo en un colecho a un lado. Es solo un momento, al mirarla, en el que mi humanidad apunta a despertar. Una milésima de segundos que me grita que no debo hacer todo esto porque a fin de cuentas, ya soy una causa perdida, pero también recuerdo que no es la primera vez que hago esto, y disparo. Tengo una larga lista de asesinatos detrás de mí y uno más no hará la diferencia. No tengo salvación, por eso le disparo a su esposa primero, llevando el arma hacia Andrea segundos después, siendo esto lo que ve cuando abre los ojos sobresaltado. En sus ojos noto que la toxina que le di comenzó a hacer efecto. Está perdido, con las venas sobresaltadas e incluso sudado, pero aún así intenta ponerse de pie. —Quédate donde estás o el siguiente será tu hijo—amenazo. Se ríe negando con su cabeza. Voltea a ver a su esposa a un lado, derramando una gruesa lágrima antes de volver a mirarme, inyectado de rabia. Sé bien que no la quería. Tenía más putas que los años que llevaba junto a la mujer que decidió que era la indicada para darle un hijo. —Sabía que no teníamos que confiar en ti. —Sí. Cometieron un error—admito—. Ahora, ¿Vas a luchar o prefieres aceptar tu destino de una buena vez? Me aniquila con la mirada. —¿Dejarás vivo a mi hijo? Miro al bebé. Tiene apenas un año y es precioso. Un ser inocente que no tiene la culpa de haber nacido en medio de la mierda. —Sí. Lentamente se recuesta en la cama. Tiene tanto resentimiento en los ojos que sé que si por algún error queda vivo, terminará casándome y la verdad es que mi historia a su lado tiene que terminar de una vez, pues tengo otras cosas en mente. Mi trabajo, mi vida, todo por lo que he pasado hasta llegar aquí se basa en un plan de bases y esta es la última que debo pasar antes de llegar a las grandes ligas. Y no pienso desaprovechar la oportunidad. Apuntando el cañón a su frente, me quedo unos segundos para asegurarme que en serio esté muerto después de disparar, observando la sangre correr, mojando la almohada bajo su cabeza. Andrea era un hijo de puta con todas las letras. Tuve que pasar un año siendo testigo de sus constantes bajezas, de las mierdas que les hacía a las mujeres de esta casa, de la forma en que cobraba venganza y sé que dejar vivo a su hijo es casi como un obsequio para este idiota, que se divirtió secuestrando, torturando y asesinando hijos ajenos. El pequeño bebé por suerte no despierta, lo que me da un poco de tiempo. En silencio, en medio del pasillo, recargo mi arma para poder terminar con lo que falta. Me asomo hasta las escaleras que llevan al último piso, guardando el arma en mi cintura antes de llegar. —¿Qué haces aquí?—me pregunta uno de ellos. —Alguien entró en la casa. Asesinaron a los guardias del piso de Andrea y está como loco. Llevó a toda la familia al establo, quiere que los encuentren ahí. Se miran entre sí con el ceño fruncido. —¿Y tú para qué viniste? No escuchamos nada por los radios. —Fueron tomados de los cuerpos, los intrusos escuchan todo. Uno da un paso al frente. —¿Para qué viniste?—repite. —Me envió a cuidar a su padre. Sabe que él confía en mí—respondo, encogiéndome de hombros—. ¡¿Qué están esperando?! ¡Muévanse! Mis gritos los asustan y terminan marchándose todos a regañadientes. No confían en mí, Andrea logró envenenarlos, pero al quedarnos solos sé que tengo bastante tiempo porque el establo queda a una distancia retirada de la casa principal. Aún así, entro en el cuarto de Don Vito colocando el seguro a la puerta para que nadie nos interrumpa en nuestra pequeña conversación. Me aseguro de trabar la entrada de la enfermera a la habitación, enfocándome en el hombre que yace dormido en su cama hasta que me acerco, moviéndolo. Parpadeando repetidas veces, me observa con el ceño fruncido. —¿Caterina? ¿Qué estás haciendo? Bajo su mirada lo desconecto de todas las máquinas para evitar que suenen cuando lo asesine. —¿Qué haces? —Maté a sus hijos. Su mano se envuelve en mi muñeca, obligándome a mirarlo. Está tan confundido el pobre viejo que lo único que provoca en mí son risas. —¿De qué mierda hablas? Acerco lentamente mi boca a su oído. —Maté a sus hijos—repito, sintiendo su cuerpo estremecerse—. ¿Quiere que lo diga más alto? Maté a sus hijos y a su familia. Podría decir que lo siento, pero me enseñaron a no decir mentiras. Me alejo para ver su expresión confundida a ratos y sufrida al siguiente, en cuanto cae en cuenta de lo que digo. Supongo que no es nada divertido estar del otro lado. —¿Mis nietos? —Tienes que agradecer que todavía son niños, o habrían corrido con la misma suerte—comento—Bueno, no quisiera aburrirme con los detalles, así que, ¿Por qué no nos saltamos hasta la parte importante? Tengo mucho por contar. Intenta alejarse de mí, aunque sabe que no puede ir muy lejos. —¿Quién eres? —Sabe exactamente quién soy. Por algo quería reivindicarse brindándome ayuda ¿Cierto? Abre grande sus ojos. A este punto no hay nada por hacer y lo sabe, pues con sus ojos inyectados en furia intenta aniquilarme. Supongo que sabe lo que le espera. —¿No dice nada? Creí que un hombre que traicionó a su mejor amigo, tomó su familia, intentó asesinar a las niñas a quienes llamaba sobrina tendría mucho más por decir en una reunión familiar como esta. —Yo no… no lo maté. —Pero ayudaste—remarco—. Tú y los demás asesinaron a mi padre. Estuvieron de acuerdo en eso y luego intentaron asesinarnos también. —¿Y qué? ¿Volviste por venganza? Saco la navaja que tengo en el pantalón, enseñando el filo de la cuchilla la cual sostengo en lo alto. —Sí, solo para eso—sonrío—. ¿Y sabes qué es lo mejor? Que llevo meses viviendo bajo tu techo y nadie dudó de mis intenciones excepto Andrea. ¿No parece irónico que el más idiota de los Sasso fuera el único en notar que mis intenciones aquí nunca fueron buenas? Confiaste en el enemigo y para tu mala suerte, es el final que te toca. Sacude la cabeza con nerviosismo. —Te sientes culpable y me ayudaste, lo entiendo, pero admite que te equivocaste confiando en mí. Llevo semanas envenenándote, aunque jamás lo viste. —¿Qué? —Lentamente, el anticongelante que puse en tu comida, bebida y cada maldita cosa que te llevabas a la boca, está en tu sistema ahora—digo, acariciando su cuello con mi navaja—. Podría haber esperado a que hiciera efecto, pero ¿Qué tiene de divertido ver cómo te apagas lento, tranquilo y sereno en tu cama? No, eso no sería digno o suficiente para una escoria como tú. —Soy solo un viejo, Caterina. Trago grueso. —Mi padre también pudo haber llegado a tu edad si tan solo hubieras dicho que no. No me pidas piedad porque no la vas a tener. —Caterina… —Adiós, Vito Sasso, a ti y toda tu mugre famila. —¡Caterina! El filo de mi navaja le abre el cuello de par en par. La sangre le brota con fuerzas empapando la cama y las sábanas siendo algo imposible de contener y me quedo de pie a su lado, mirándolo a los ojos, disfrutando con una sonrisa de ver en primera fila cómo la vida lo abandona en cuestión de segundos y por mi propia mano, hasta que no queda nada. Los Sasso quedan finalmente erradicados y sé que sus nietos huirán, los harán desaparecer. Sin padres dentro de la mafia, sin nadie que quiera cuidar de ellos, tendrán que huir. Lo sé bien. Envuelvo la navaja junto a los guantes, guardando todo en mi bolsillo para deshacerme de esto antes. Sé que ahora debo huir de esta casa, pero es imposible para mí no tomar una fotografía pues necesito una prueba, además, debo admitir que disfrutar de que todo salió como planeé durante unos segundos se siente bien. Ver a Vito Sasso muerto, sus hijos asesinados y sus nietos condenados es solo una fase de mi plan que llevo casi toda una vida planeando. Y suena mal, pero me siento genial. Saber que al menos un poco de justicia se hizo después de todo lo que me robaron, es especial. Entonces llega el momento. Abandono el piso corriendo hasta lo que es mi habitación. Tomo la mochila que dejé previamente preparada para mi huída, admirando por última vez las cuatro paredes que me vieron llorar, gritar en silencio y sufrir rogando por la oportunidad de atacar de una buena vez. Corro por los pasillos de la mansión, disfrutando del pequeño caos que provoqué, teniendo el garaje como mi objetivo. Al llegar, tomo las llaves de la motocicleta de Denis. Recordarlo me duele en el alma y por más bueno que haya sido conmigo, me digo a mí misma que me habría cazado de dejarlo vivo porque en la mafia antes que el amor, va la lealtad y no me habría perdonado. Este juego donde nos metimos es así. Una vida por la otra. Supervivencia del más fuerte y aunque me costó comprenderlo, porque entrar a este mundo no es nada sencillo, cuanto menos pienso en todo lo que tuve que hacer, más fácil es avanzar. Como dije, ya no tengo humanidad o al menos no la siento. Lo he perdido todo, así que llevarme unas cuantas vidas en el camino para limpiar la ciudad no harán ninguna diferencia en mí. Me coloco el casco, cierro mi campera de cuero y emprendo mi salida de la mansión de los Sasso gracias a los antonegras que están en la entrada y quienes no tienen idea de lo que pasó. La carretera vacía de Brooklyn a esta hora es la única testigo de las lágrimas que corren por mis mejillas mientras me adentro en la ciudad donde todo terminará. Más de quince años preguntándome por qué hirieron a mi padre, dónde está su cuerpo, por qué nos odiaban tanto que mamá tuvo que pedirle a los del FBI ponernos a todos en protección a testigos, para que al menos una parte de esas dudas terminaran esta noche, con la muerte del hombre que dijo ser su amigo y tomó su lugar sin ninguna clase de remordimiento. No quise ser esto. No quise jamás convertirme en lo que soy, pero me obligaron. Crecí llena de odio, de rencor y justo cuando creí que podría dejarlo atrás, me golpean otra vez con lo mismo. Lo peor de todo, es casi toda la mierda que me pasó, todo lo que perdí, está ligado a esta ciudad de mierda, a esta mafia, a los Salvatore. Todas mis pérdidas son su culpa, y desde hace tres años me juré hacer de su caída mi mayor propósito. Desde las sombras, jugando el papel de la niña inocente me adentré en las filas de la mafia sin que nadie me notara. Escuché historias de mi padre, el gran Asesino de las Sombras. Oí cómo todos creen que se convirtió en una rata, en cómo intentó proteger a sus hijas, convenciéndome cada vez más de que lo que hacía era lo correcto. Hice que mi proyecto de vida fuera acabar con todos estos hijos de puta. Y lo cumpliré. Bruno Salvatore firmó su sentencia de muerte al estrechar mi mano.
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