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Intocable (Mafia Italiana)

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Blurb

Bruno Salvatore, sottocapo de la Mafia Italiana. Sabio, con el don de mando y un ejército que lo sigue, es igualmente cruel, despiadado, malvado e impredecible.

Con una larga carrera como criminal y las manos llenas de sangre, adora ser temido por todos. Físicamente un dios, pero tan tentador como un demonio, nadie le ha negado absolutamente nada.

Hasta Caterina Di Pietro.

Flechado por su intensidad, su vida sin límites, su gran bocota y lado oscuro, está listo para dar el siguiente paso al conocerla.

Deseando convertirla en la mano derecha de su reino del mal, protege a Caterina con su propia vida de ser necesario pues quiere un heredero de la única mujer que lo ha retado.

Pero ella esconde un secreto. No está aquí para buscar el amor. Está para vengarse. De Bruno y de toda la Mafia Italiana.

Él quiere hacerla su esposa. Ella solo quiere verlo derrotado.

¿Quién ganará? Descúbrelo en Intocable.

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01.
Bruno Salvatore. El local frente a mí rebosa de gente. Cientos de personas esperan a un costado de la entrada para que finalmente les permitan cruzar la cuerda roja, pero pocos tienen ese privilegio. —Creo que debimos consultar con el Don primero. Ruedo los ojos escuchando al consigliere de mi padre, Lorenzo. —Lo hice. Él me lo encomendó. —¿Sabe lo que planeas o simplemente planeas contárselo como la última vez? —Fueron un par de dedos. Nada de qué preocuparse. Se enfrenta a mí antes de bajar del coche. Luce contraído, como si salir conmigo fuera una terrible idea de su parte. —Casi enfrentas a las familias, Bruno. No fue poca cosa atacar a otro sottocapo. Palmeo su hombro, abriéndome paso a su lado. La música es lo primero que escucho cuando bajo del coche, también siento las miradas lascivas sobre mí, pero es algo a lo que estoy acostumbrado. Las mujeres me amaron desde el momento en que poblé esta Tierra. —Mira, tenemos que resolver este asunto, pero primero tienes que asegurarte de que ese idiota sepa de qué estás hablando. —¿Quieres que lo deje hablar? Bien, concedido. Mis antonegras me abren paso en la entrada y entre el gentío que baila pegados, disfrutando de la mala música y las bebidas alcohólicas baratas que esta mierda puede ofertar en este piso de poca monta. El aroma a sudor no me agrada, así como tampoco me agrada perder mi valioso tiempo con estos estúpidos que hacen las cosas como se les dé la gana, olvidando que mi familia da las malditas órdenes. El ascensor privado, custodiado, tampoco supone problemas pues en poco tiempo terminamos en el tercer piso donde apenas el buen gusto y la sofisticación comienzan a aparecer. —¡Bruno, amigo! —Tino Olivieri es quien me recibe, aumentando mi mal genio. —El Don estaba esperando a que llegaras. La sonrisa idiota que tiene es opacada por la presencia de Lorenzo frente a mí. —¿Don Vito está aquí? —pregunta sorprendido. —Creí que estaba en Florencia con su esposa. —Llévanos. Mi orden directa, clara y concisa termina con la puta suposición de que aquí, en este lugar de mala muerte, se encuentra uno de los capos de la mafia italiana, cuando claramente ese no es el asunto. No tardo en darme cuenta de que están o bromeando conmigo o tomándome por idiota, y ninguna de las opciones es buena para ellos. Nervioso, Tino nos dirige hasta un pasillo y luego, dos de sus antonegras abren las puertas dobles, dejando ver una habitación llena de terciopelo rojo en las putas paredes, como si fuera un hotel barato en medio de Sicilia. Y en el centro, en un sofá que de seguro brillará como luces navideñas con una luz ultravioleta por todos los fluidos, se encuentra Andrea Sasso, sottocapo de la familia Sasso, hijo del gran Don Vito Sasso. —¡Bruno, bienvenuto, entra, entra! —saluda, poniéndose de pie. —¿A qué debo la visita? ¿Vienes por mujeres? —¿Ahora te haces llamar Don? Los antonegras a su lado, se quedan perplejos y en silencio, aunque listos para cualquier contraataque y es que no hemos sido los mejores amigos en cuanto a territorio se trata. Mi padre asesinó a un primo lejano de la familia Sasso y yo le corté los dedos a uno de sus capitanes. Hay cierta tensión. —Todos sabemos que eso pasará pronto. Mi padre está enfermo—se excusa, algo serio. —Veo que no es una visita fraternal. Tomen asiento, por favor. Me quedo de pie, igual que mi consigliere. —No, gracias. De hecho, sí vinimos por una chica. Sonríe abiertamente. —¡Pues tenemos muchas para ustedes? ¿Qué están buscando? ¿Italianas, americanas, rusas? Tenemos una gran variedad. —Busco una en específico—mascullo. —Rubia, de un metro sesenta, más o menos, ojos azules. Dicen que la han visto en este club y contigo, muchas veces. Carraspea, mirando a su soldato, Tino. Vuelve a tomar asiento y puedo notar que se siente incómodo hablando sobre este asunto, cosa que no me parece nada raro. —Verás, Andrea, mi padre está muy molesto y me envió a aclarar una situación—continúo, sonriéndole—Esa chica, ha estado robando en nuestro territorio. Varias víctimas, quienes pagan por nuestra protección, piden que alguien se haga responsable de sus actos porque todos sabemos que nadie llega a la ciudad sin el permiso de alguno de los Dones o... sottocapos. —¿Qué estás queriendo decir? ¿Qué roba para la familia Sasso? ¿Cómo sabes siquiera que es nuestra? —Porque mi gente lleva siguiéndola dos semanas y siempre termina en tu casa. ¿Quieres seguir haciéndote el idiota o vas a decir la verdad? Traga grueso. Su manzana de Adán está tan dura que le cuesta respirar con normalidad, pero lo hace, señalando a su amigo Tino. —Él puede ir a buscarla. Levanto la mano. —Antes de que vaya, quiero preguntar ¿Por qué? Lorenzo me toma del brazo, mirándome a la cara. —Por favor, no armes un escándalo. Recuerda lo que pasó. —Sí, Bruno, recuerda lo que pasó y hazte un favor—dice Andrea detrás, poniéndose de pie. —¿Quieres saber por qué? Porque mi primo perdió tres putos dedos y a consecuencia, tu padre perdió trescientos mil dólares en negocios y seguridad. Por eso. Miro a mi consigliere. —¿Todavía piensas intervenir o tengo que recordarte quiénes somos? —susurro a Lorenzo, quien me suelta de inmediato dejando que me enfrente a Andrea. Tiene cierta creencia de superioridad porque estamos en su territorio, sin recordar todo Nueva York es territorio Salvatore por el Capo di tutti capi. Mi padre, Ugo Salvatore. Jefe de jefes de la mafia italiana. La navaja que siempre cargo conmigo brilla cuando la saco, enseñando los restos de sangre seca que todavía la manchan. —¿Ves esto? Es sangre de tu primo de cuando le corté esos dedos. No los usaba para nada, así que no es gran pérdida, pero ¿Trescientos mil dólares? Al Capo no le gustará saber que tuviste que ver, mucho menos el que finjas ante todos que eres el Don de tu familia cuando tu padre todavía sigue vivo. —Vamos, Bruno. Eso pasará en algún momento y sobre esto... no tenemos que ir a mayores ¿Cierto? Somos personas decentes. Sonrío de lado, apuntándolo con la navaja. —Quieres hacer pasar por decencia tu miedo, y está bien, todos aquí sabemos que jamás serás el Don de tu familia, pero tienes razón. Hoy vine bueno. Con temor me mira, intentando alejarse de mí. —¿De verdad? —Sí, podemos arreglar esto. Tienes razón. —¿Cómo? Dime cómo y lo arreglaré. No quiero tener problemas con el Capo. Mi familia siempre estará a sus órdenes. Bufo, volteando a ver a Lorenzo, quien no confía para nada en mis instintos de convicción. —¿Ves? Te dije que sin violencia—regreso a un miedoso Andrea—Quiero a la chica. Parpadea sorprendido, para luego negar con su cabeza. —Yo... lo siento, Bruno, pero no puedo hacer eso. —¿Por qué no? Es una simple ladrona de tu familia. —No. Resulta que también es nuestra soldato. No puedo... Lo apunto con mi navaja, sin ganas de perder la calma. —Di que no puedes una vez más y me harás perder la paciencia, Andrea. Piénsalo bien. Una chica no vale quedarse sin manos. —¿Qué? ¡No vas a cortar mis dedos! —dice alarmado, intentando resguardarse detrás de sus antonegras. Me encojo de hombros. —Alguien tiene que pagar por los robos, Andrea. No quieres darme a la chica, así que tendrás que tomar su castigo. Te dije que vine de buenas, prometo no dejarte discapacitado. —¡No vas a tocarme! —Entrégame a la chica entonces. No tiene escapatoria. Estamos en su territorio, es verdad, pero ser el hijo del Capo tiene sus ventajas y él lo sabe muy bien. Por más Don que se dé o que llegue a ser, nadie, jamás, vendrá por encima de la familia Salvatore. Ni él, ni su padre, ni la puta a la que tanto intenta proteger. —Su nombre—ordeno, ya sin ánimos de hacer putas negociaciones. —Cinco... cuatro... tres... dos... —Caterina Di Pietro. —¿Di Pietro? —pregunta Lorenzo—¿Estás seguro? Él asiente. —Sí. Es ella. Ese es su nombre. Veo que mi consigliere parece realmente interesado en el nombre, uno que a mí no me llama la atención para nada, pero planeo descubrir más tarde qué se trae entre manos. De momento, tengo que terminar con lo que me ordenaron para demostrarle a mi padre que merezco su puesto cuando todo termine. —¿Dónde está? —No puedes llevarla. Forma parte de mi ejército. Es una soldato de la familia Sasso—repite cual perico. Ruedo los ojos. —¿Quieres que se quede en tu familia? Pues tiene que pagar—digo—Conoces las reglas, si alguien las rompe será castigado y una mujer, por más que la hayas llevado a tu cama miles de veces, sigue siendo insignificante cuando la preservación de tu familia está en juego. Ahora, ¿Dónde está? Tiene serios problemas con su propia consciencia. Se nota a leguas que algo lo ata a esa mujer, de la cual nadie sabe nada, que llegó por arte de magia y misma que ahora intenta proteger. En vano, porque nada hará que cambie de parecer. —Está en la pista. Siempre suele... estar cera de la barra—dice en voz baja. Sin quitarle los ojos de encima saco mi móvil, marcando el número de Dario, primer capitán de los Salvatore y mi mejor amigo. —Caterina Di Pietro. Rubia, ojos azules, está bailando en la pista cerca de la barra—digo. —La tengo. —¿Estás seguro? —Sé hacer mi trabajo, sottocapo. ¿Dónde la quieres? Sonrío de lado. —En el sótano del negocio. Esa zorra y yo tenemos que hablar.

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