03.

2539 Words
Caterina Di Pietro.  Tengo solo una cosa en mente. Mañana, tarde, noche, entre sueños, siempre sueño lo mismo. Una y otra vez. ¿Alguna vez sintieron tanto odio que su vida se está consumiendo? Pues yo sí. Cada minuto de cada día, vivir para mí es una completa tortura. Me duele todo el cuerpo, pero nada comparado al dolor que cargo en el alma, mismo que utilicé varias veces como un motor impulsor de la razón de mi existencia. Camino por las calles de Nueva York como puedo. Tengo que ir descalza, apenas puedo caminar porque no tengo la fuerza para mantenerme de pie, pero lo hago. No tengo miedo. A diferencia de las mujeres de mi edad, no tengo miedo de caminar en completa soledad por las calles de la ciudad porque me convertí en alguien terriblemente letal. Ya no tengo sentimientos, no siento empatía, no tengo nada. Ellos se encargaron de robarme absolutamente todo. Me repito miles de veces que tengo un solo propósito, y que no dejaré este mundo sin cumplirlo. Por eso camino a pesar de la lluvia torrencial que cae sobre mí en estos momentos, a pesar del dolor que quieren sentir mis pies, y del cansancio mental que cargo, sigo caminando. Abandono Manhattan entrando en el territorio de los Sasso. Aquí la gente me conoce. Llevo viviendo con ellos por más de un año donde tuve que ver las más horrendas bajezas. Andrea Sasso es un parásito. Creo que la única persona rescatable dentro de su horrenda familia es su hermano menor, aunque intento no pensar siempre en eso porque de otra forma, comenzaré a sentir tener que hacer lo que tengo qué hacer. Pierdo la noción sobre cuánto tiempo llevo fuera, solo sé que cuando ingreso a la propiedad principal de los Sasso, los antonegras vienen por mí en el coche, acelerando mi llegada a la entrada principal. Como si no tuviera demasiado con lo que hay en mi cabeza, Andrea me espera con los brazos cruzados bajo su pecho, sin una pizca de compasión en sus ojos después de todo lo que pasé y está bien, de no ser porque mi papel en esta casa es completamente diferente. No termino de subir los peldaños de las escaleras, cuando de una bofetada me deja tendida en el suelo. Ⲻ¡Hija de puta! ¡Malagradecida de mierda! Ⲻme grita. Ⲻ¡Andrea, suficiente! No fingiré que no me dolió porque a pesar de estar terriblemente molesta, sigo siendo humana y esto en serio fue fuerte. Después de los golpes a secas que me dió ese Salvatore, voy a necesitar días para recuperarme. Para mi suerte, no es Don Vito quien viene, sino que es el menor de todos ellos. Denis, mi salvador. Sé muy bien que se debe a que quiere meterse entre mis piernas desde el primer momento en que me vió, pero al menos ayuda. Eso hace todo incluso peor. Me toma del brazo, ayudando a ponerme de pie, observando mis lesiones. —¿Qué te pasó? ¿Cómo es que estás viva? —Me hago la misma pregunta—dice Andrea. —No la molestes ahora, deja que se seque al menos. Se cruza en nuestro camino, impidiéndome la entrada a la casa. Está tan molesto que la vena en su frente está demasiado notoria ahora mismo, lo que es extraño. Pensé que eso solo pasaba cuando las putas le chupaban la v***a hasta hacer que se venga. —No va a dar un paso más hasta que me diga cómo mierda es que la dejaron viva—ordena—¿Qué les diste a cambio? ¿Tu coño? Tuerzo la boca del disgusto. —El único que arregla todo con sexo, eres tú, no yo. Mi respuesta provoca de todo en él menos buenos deseos para mí. Es en verdad una burla, creyendo que puede intimidarme cuando no es así. Ni siquiera ahora que me tiene hecha mierda frente a él. —Si no te mataron ellos, lo haré yoⲺsaca el arma que siempre carga en la espalda, quitándole el seguro para apuntarme con ella luego. El cañón de su nueve milímetros queda justo en medio de mis ojos, pero no me inmuto. Crecí rodeada de esta mierda, estoy entrenada, no tengo miedo, y mucho menos me pregunto si Andrea tirará del gatillo o no porque sé leer a las personas y él no es más que una bola de grasa inservible, patético y sentimental. —¡Nadie la va a matar! ¿Por qué no dejas que responda primero? —interviene su hermano—. Deja que hable, Andrea. Me apunta con el mentón. —¿Crees que ella te dirá algo? ¡No ha dicho una mierda desde que llegó! Puede que todos ustedes confíen en ella, pero yo no. Nos acaba de meter en un buen problema. ¡Bruno Salvatore amenazó con cortarme los putos dedos hoy! Ruedo los ojos. —No exageres, a mí amenazó con cortarme el cuello y no estoy tan histérica. —¡Hija de puta! ¿Acaso no divisas el problema en el que nos metiste? Si no te mató significa que pasó algo, porque Bruno no perdona a nadie, mucho menos a quienes rompen las reglas. Me encojo de hombros. —Supongo que siempre hay una primera vez. —Dime lo que pasó o no vas a poner un pie dentro de esta casa—amenaza—¿Crees que voy a tragar esa mierda de que solo te dejó viva por llevar un coño entre tus piernas? Yo he visto a Bruno matar a mujeres solo por derramar tragos en sus pantalones e incluso a sus pies solo por placer, así que dime, qué es lo que pasa porque no te creo una mierda. Viendo que está terriblemente desconfiado de mí, y que incluso su hermano comienza a cuestionarme en silencio, tengo que inventar una historia si no quiero que mi sangre tiña los peldaños de las escaleras. —¿Ves esto?—me subo la playera, enseñando las lesiones en mis costados—. Él me quebró las costillas y yo prometí no entrar nunca más a sus territorios. Dijo que como no soy más que un soldato en esta familia, esperará a que cometa otro error para recién matarme. Me dio otra oportunidad. ¿Ahora puedo cambiarme? Muero de frío—gruño, haciéndolo a un lado. Si bien esta no es mi casa, hace tiempo que tengo el privilegio de entrar y salir como se me dé la gana. Camino a su lado sin preocuparme si es que me sigue o no porque gracias a la gentileza de su padre con una pobre chica huérfana, tienen prohibido tocarme sin su autorización. Lo que el jefe de familia dice, se hace. No hay debate sobre sus decisiones. Tengo una de las habitaciones de abajo, pero al menos estoy dentro de las instalaciones. Tanto el jefe como sus hijos, duermen en los pisos de arriba, custodiados como si fueran la familia real. Para cuando llego a mi habitación, me volteo antes de cerrar la puerta para encontrarme con Andrea, pero al parecer se creyó mi historia porque a fin de cuentas, se la creyó. Lo sé porque me habría volado la cabeza en cuanto le di la espalda si no me hubiera creído. Pero entonces cierro la puerta de mi cuarto colocando el seguro, apoyándome sobre la madera, dejando que las emociones salgan a flote explotando en mi pecho después de tanta angustia y dolor. Siento las lágrimas formarse en mis ojos, aunque las detengo, porque a fin de cuentas aquí no se puede llorar. Si te ven débil, si tan siquiera escuchan tu llanto, te doblegan. Trabajé demasiado aquí como para perderlo todo por dos lágrimas. Me tranquilizo lo suficiente recordando que tengo una misión y no dejaré esta casa, mucho menos ahora que estoy solo a unos pasos. O mejor dicho, a unos cuerpos. Me meto en la ducha después de quitarme absolutamente todo, pensando en cuáles son mis objetivos, desviando mi mente del dolor y la preocupación, dejando que se invada solo de los planes que siguen a partir de aquí. Aunque solo quiero tirarme a la cama y poder descansar, tengo cosas por hacer. Con el agua corriendo por todo mi cuerpo, me seco con la toalla para luego escoger mi ropa. Jeans, una playera negra, botas cortas y mi chaqueta antes de checar que mi habitación todavía tenga el seguro puesto. Llevo tanto tiempo sola que aprendí a cómo moverme con los demás, a cómo sobrellevar las situaciones límites, así como también aprendí a ver más allá. Cuando hay mucha calma rodeándome, es cuando las cosas suelen salir mal, así que me preparo para lo inevitable. Cierro las cortinas del cuarto y luego me agacho al suelo, buscando la madera correcta que está floja, levantándola al encontrarla. Meto la mano al agujero entre el subsuelo y el suelo, hasta encontrar la caja que oculté apenas me mudé a este cuarto. Al tenerla abierta, noto que todos los artefactos aquí están intactos, lo que me hace sonreír. Pocas veces han sido necesarios, y aunque tengo poca cantidad si lo comparamos con el trabajo que me encomendaron, he sabido utilizarlos solo en casos de extrema urgencia, como ahora. Con sumo cuidado saco las pinzas y luego me coloco el artefacto en la palma de la mano desplegando la cinta invisible que divide la parte desde donde se libera el producto. A sabiendas de que no debo tocar a nadie que no sea el propio objetivo pues tiene un solo uso, cierro y guardo todo, esperando sentada a los pies de la cama el momento en que alguien venga a tocar la puerta de mi habitación porque sé que eso es lo que va a pasar. Andrea no va a dejar esto al aire, y justo como lo pienso, los toques no se hacen esperar demasiado. —¡Abre la puerta, Caterina!—grita el propio sottocapo. Siempre sobreactuando. —Aquí estoy—digo, encarándolo—. ¿Qué quieres? Levanta el mentón, intentando siempre ser algo que no es. Importante. —Mi padre desea verte. —Bien, vamos. No les doy atención a los antonegras que viene acompañándolo. No entiendo por qué siempre teme a mi reacción. Sé que me ha visto en acción, pero supongo que para alguien con su cargo dentro de la mafia, eso no debería de ser algo para temer, sino para admirar. Aunque no todos reaccionan igual, por lo que veo. Caminando por los pasillos de su mansión me llevan hasta el último piso, donde casi nadie tiene acceso. Llegar aquí por tu cuenta es casi imposible. Es el área más resguardada de la mansión desde que el jefe enfermó, con más de tres controles de antonegras en cada una de las entradas, custodiando al Don de la familia Sasso y al jefe de la Mafia en esta parte de Nueva York. En los controles no encuentran nada, pues vengo desarmada. Bueno, casi. Nos permiten el paso. Dos grandes guardias están en la puerta del cuarto de Don Vito, mismos que nos abren las puertas dejando ver al jefe en una cama en el centro del cuarto, prácticamente moribundo. —Caterina—susurra, elevando la mano hacia mí. —Don Vito—saludo, besando su mano y tomando asiento a su lado. De inmediato frunce el ceño, notando mis heridas. Es un viejo sentimental, con mucha debilidad cuando se trata de mujeres o niñas que se encuentran completamente solas, como yo. Desde el momento en que me alojó supe que me convertiría en la hija que nunca tuvo, por lo tanto, su punto débil. —¿Qué te pasó? Andrea da un paso al frente. —Bruno Salvatore pasó. Le dio una paliza por estar robando en su territorio—acusa—. Padre, dije que traerla no sería una buena idea. Tiene que irse. Lo aniquilo con la mirada. —No, no es cierto. —Sí, lo es—admito, dejando a ambos sorprendidos. —¿Por qué? —Llevo semanas pidiendo por un trabajo. Algo para ganar mi propio dinero, pero al parecer me quieren en esta casa solo para ser uno de sus perros y no pienso lamerle el culo a nadie, menos a ti. Andrea se burla, sacudiendo la cabeza. —Sin trabajo no gano y sin dinero tengo que ver por otro lado. —¡No robando a los Salvatore, niña estúpida! Ruedo los ojos, enfocándome en su padre. —Siento decirlo, Caterina, pero en este caso Andrea tiene razón. ¿En qué estabas pensando? Pudieron haberte matado. —Pueden matarnos a todos por esta perra—gruñe Andrea—. Padre, tiene que irse, y como nuevo Don, yo… —Todavía respiro, hijo. Sigo siendo el jefe de esta familia hasta que muera y ocupes mi lugar. Y sí, Caterina se equivocó, pero la pregunta aquí es por qué no le has dado un trabajo. Si sabes que es buena. —No confío en ella y si no puedo confiar, no dejaré que resguarde mi espalda o los negocios de esta familia. Él y yo nos sumimos en la misma conversación de mierda de siempre. Le pido un trabajo, solo uno para ganar dinero, pero siempre acaba diciendo que no. Desde que llegué se ha sentido tan opacado por mí que no ha hecho más que intentar desacreditarme, quitándome el respeto que me he ganado a pulso en esta mugre familia, pero al menos escalé. Y ciertamente no debería confiar en mí. Supongo que es lo único en lo que no se equivocó. —¡Esto tiene que terminar!—grita su padre, dejándonos en silencio. Se nota que está haciendo un esfuerzo terrible por no caer rendido por la tos que lo está llevando lentamente de regreso a la cama. —Papá, tienes que calmarte. —¡Tienen que dejar esto ahora! Andrea se queda junto a él, tomando su mano. —Padre. —Ella… nosotros debemos protegerla—dice tosiendo, con toda nuestra atención—. Le prometí que tendría un lugar en estas filas y tú vas a cumplirlo, hijo. —Yo no… —¡Vas a cumplirlo! —No le debemos nada. —Yo sí. Don Vito comienza a tener un ataque de nervios y la tos prácticamente amenaza con dejarlo sin aire. Tanto su hijo como yo somos alejados de su lado por la enfermera personal que tiene, quien lo ayuda a calmarse colocándole el oxígeno para que pueda recuperarse de a poco, dejando en claro que al viejo no le queda mucho tiempo. Andrea parece realmente afectado pues se queda tieso, esperando a que su padre se recupere. El momento perfecto para tomarlo desprevenido. —Propongo una tregua—digo, extendiendo la mano—. Por el tiempo que le quede a tu padre, fingiremos que nos llevamos bien. Una vez que muera, me iré. No confía en mí, eso queda más que claro cuando mira mi mano cinco veces al menos antes de finalmente estrecharla, estirando mis labios con una sonrisa. —Tregua. —De acuerdo—digo, a sabiendas de que acaba de sellar su final.
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