02.

4034 Words
Bruno Salvatore. Uno de mis antonegras abre la puerta del coche para mí. Después de deslizarme dentro, me quedo mirando a Lorenzo cuando entra, notando el cambio de ánimo que tuvo durante la reunión. Misma que no dejaré pasar. —¿Qué fue todo eso de los Di Pietro ahí dentro? —pregunto cuando el coche se pone en marcha. Toma aire, nervioso. Desvía la mirada a la multitud que cruzamos en nuestro camino. —¿Tu padre no te contó nada acerca de los Di Pietro? —No quiero vueltas, Enzo. Dime lo que sabes de esa chica. ¿Por qué parece ser tan interesante? Clava su mirada mí. El lado sombrío que siempre parece querer mantener oculto sale a la luz y aquello pocas veces sucede. Lo he visto hasta asesinar a hombres sin tener un pizca de sentimiento. No entiendo por qué ahora parece tan... molesto. —La familia Di Pietro era una de las Cinco Familias. Su Don, Tomasso Di Pietro, fue un pilar importante para que tu padre ascendiera como el jefe de jefes que hoy es, y también fue un gran amigo de tu familia—comenta, perdido entre sus pensamientos. —¿Y qué pasó con él? ¿Por qué no sé nada sobre ellos? Desde niño, antes de incluso poder tener un pensamiento propio, me inculcaron para lo que fui creado. Nací en una familia de la mafia italiana, donde cada primogénito varón es el siguiente en la línea para convertirse en Don de su familia, en mi caso Capo. Era y es mi obligación conocer a cada persona, pasada, presente y futura que tuvo que ver con nuestra organización y negocios. Jamás supe nada de los Di Pietro. —Eso pasó hace mucho tiempo. Su familia pasó a manos de los Sasso. Don Vito tomó su lugar y al ser el último de su familia, quedaron en el olvido. —¿No tuvo hijos? —Dos niñas—concluye. —Desaparecieron de la faz de la Tierra casi al mismo tiempo que él lo hizo. La razón de que nadie lo mencione es que fue una rata. Y no se supo nada de ellos durante más de dos décadas. Hasta ahora. —¿Desapareció por voluntad o como desaparecen dentro de la organización? Enzo rueda sus ojos. —Se supo que trabajaba para los federales y tuvieron que encargarse. La posición de tu padre corría peligro así que lo arreglaron. Le dieron el control de esa familia a Vito Sasso pensando que todos ellos habían desaparecido, pero veo que no. A tu padre no le hará feliz saber que esa chica está en la ciudad. —¿No crees que sea coincidencia? Dices que pasó hace mucho. Esta chica no debe tener idea de lo que pasó con su padre. ¿Cuántos crees que tiene? ¿Veinticinco, veintitrés años? Era una niña. Se burla de mí sin una pizca de gracia en su tono. —Pues espero que no sepa nada de su padre, porque estamos jodidos si decide tomar el mismo camino que él. —¿Por qué sigues con vueltas? —reniego—¿Qué mierda era Di Pietro? —Tomasso fue el Numerale de tu abuelo. Asesinó a más de dos mil hombres para la Organización, así que no es que solo sabía el funcionamiento de las cosas. Él era quien las ponía en marcha. Tomasso era sanguinario. Su pasión era arrancar corazones con la mano y cortar cabezas. Realmente tenía un trabajo impecable. Jamás una huella ni señales que nos apuntaran, hasta que tu padre ascendió y no quiso hacer lo que le ordenaron. »No muchos querían a tu padre como jefe, y sabes cómo funciona esto. Le ordenó a Tomasso asesinar a cada Sottocapo de las cinco familias como amenaza ante una posible guerra interna por el poder, y él se negó porque eso significaba asesinar a una de sus propias hijas. —Es decir que el tipo no tenía sentimientos por nadie más que por sus hijas. —Y su esposa—concluye. —Su familia siempre fue su punto débil, y ante la insistencia de tu padre acabó por asesinarlo a él cuando se enteraron que tuvo una reunión con los federales. Creían que quería llegar a una especie de acuerdo y con todas las muertes que tenía en su lista, podrían haber terminado con todo. —Se hace lo que se debe hacer. Fue asesinado por idiota. —No quería asesinar a su hija y lo entiendo. Tengo hijos, Bruno. Asesinar a tu linaje no suena divertido ni para el más sádico hijo de puta que pueda existir. Después de eso su esposa e hijas se cambiaron el apellido y desaparecieron. Supongo que no se puede vivir con la cola entre las patas durante toda tu vida. Suelto un largo suspiro. La verdad es que las historias de mierda me quitan un poco el interés. Lo que pasó con Tomasso no me importa para nada porque estoy seguro de que esta chica no tiene nada que ver. Además de ser una simple ladronzuela, no creo que tenga conexión con historias de pasado. —Poco importa porque de ser la última Di Pietro, su historia familiar terminará hoy mismo—le suelto. El coche se detiene en la entrada de nuestro refugio en pleno Manhattan. Respirar el aire de mi distrito no se compara a nada, mucho menos a la mierda de Brooklyn que dejamos atrás con esa mierda de Sasso. El local, que sirve como fachada, es una pizzería que trabaja solo con personal de confianza. Misma que está ubicada justo arriba de nuestra sede. Por la hora, dos antonegras resguardan la seguridad desde el techo, mientras otros dos están en la entrada. El olor a comida sirve para disfrazar todo tipo de olor y el que las máquinas estén funcionando incluso de noche, nos permite tener un poco más de ruido del normal, incluidos los gritos. Bajo las escaleras. Las grandes puertas metálicas se abren para darme el paso, enseñando lo que hay dentro. En el centro, colgada de los brazos, reposa la pequeña ladrona que me roba el aliento. Solo son segundos los que tardo en recuperarme, pero me sorprende lo que provoca. Con su blusa elevada por la posición, deja a la vista su vientre plano y tonificado. Muy tonificado para ser una simple mujer que roba en tiendas de mi distrito. Un gran trasero prominente y trabajado es lo que puedo notar por la falda blanca que lo cubre, haciendo resaltar sus curvas. Los tacones están en el suelo, junto a un charco de sangre, al igual que la melena rubia que también acabó manchada. Dario y su hermano Mario están rodeándola, sin quitarle los ojos de encima como si fuera que va a salir corriendo cuando está sobre un gancho para carne. En silencio me quito los guantes, dejándolos sobre una mesa cercana. Nadie dice nada a mi alrededor y eso es lo que me gusta, disfrutar del placer del ensordecedor silencio cuando estoy a punto de torturar a alguien. Las herramientas que siempre uso en estas ocasiones están todas juntas, una al lado de la otra para poder escoger con cuál quiero comenzar, pero por alguna razón siento que todavía no debo hacerlo. —Caterina Di Pietro—digo, saboreando su nombre en mi lengua mientras me acerco, buscando su mirada. Quiero ver si es tan especial como dicen que es. —¿Les dio problemas? —pregunto a mis primos, apuntando a la sangre en el suelo. —Es una perra rápida—se queja Mario. —Quiso apuñalarme con unas tijeras. Dario se ríe junto a él. —Te dije que te mantuvieras alejado. La maldita es veloz, hermano. Su tersa y blanquecina piel, manchada con apenas unas gotas de sangre captan mi atención. ¿Es posible ser tan blanca como la harina misma? Pues esta chica sí lo es. Además de eso, sus músculos tonificados captan mi atención porque es extraño conocer a una chica que no tenga implantes en el cuerpo cuando estás en la misma posición que yo. Desfile de mujeres todas las noches no significa ver cosas diferentes pues todas son casi iguales. Cabello falso y tintado, cuerpos siliconados y todas desesperadas por tener un lugar dentro de nuestras camas con tal de dejar de follar con cada p**o que se encuentren para tener estabilidad. Esta mujer luce diferente. Casi puedo verla brillar, aun con todo el sudor que tiene su cuerpo pues es una noche calurosa. Acaricio la piel de su vientre sin lograr que levante la mirada todavía. Aprovecho para girar, notando que su trasero es igual de real que su piel. Me pregunto si toda la parte de abajo será igual de suave que su abdomen teniendo que retener la saliva que se forma en mi boca al desearla. Probar algo diferente suma, mucho más cuando se siente tan prohibido poseerla. Otra cosa natural en ella son sus tetas. No lleva sostén alguno. Caen por su propio peso dejando ver los pezones erectos. ¿De verdad existe una mujer real como ella dentro de este mundo lleno de falsedad? Casi siento que es una mujer mágica. Entonces quedo frente a ella de nuevo, y otra vez, sigue sin mirarme. —Mírame—ordeno. Es cuando lo veo. El azul de sus ojos se clava en mi mente, jurando quedarse ahí para siempre, pero no por el miedo que esperaba ver como en cada persona que estuvo en esa misma posición antes que ella, sino porque es justamente lo contrario. Me reta con la mirada, sin una pizca de temor o incertidumbre en ellos, ni siquiera después de la paliza que recibió. —Tú debes ser Bruno ¿No es así? Su voz. Pocas veces he sido testigo de personas que hablan con tanta confianza como ella lo hace. No emana ningún sentimiento, nada que me deje ver que está sintiendo. Como lo hace mi padre. Como lo hago yo. Fría, calculadora, totalmente despierta en una mala situación. Ahora siento lástima de tener que acabar con ella. —Así es—confirmo. —Y tú eres la pequeña puta que nos ha estado robando. Eleva el mentón, orgullosa. —Así es—repite. —La puta tiene agallas—comenta alguien detrás. Creo que Mario. El cabello rubio, con algunas manchas de sangre, se le ha pegado a la frente gracias a la herida que dejó de sangrar hace poco. De su boca, gruesa y roja sin necesidad de pintalabios, cae una fina línea carmesí hasta el mentón que todavía lleva erguido. —Antes de que te mate, ¿Quieres decirme por qué mierda robabas en mi distrito? Porque para nosotros no trabajas y no eres parte de la familia Sasso. Sonríe, enseñando perfectos y blancos dientes. —¿Y quién dijo que quiero formar parte de los Sasso? —replica—Yo no trabajo para nadie. Me río. Es cierto que tiene agallas. Mismas que le costarán la vida si sigue retándome con la mirada que me pone. —¿Qué hacías con ellos entonces? —Lo mismo que todos aquí. Sobrevivir. Lorenzo da un paso al frente, apuntándola con su dedo. —Andrea dijo que eras su soldato. Nos engañas. —No, querido. Te equivocas. Yo no soy su soldato y jamás lo seré. Solo quería una cosa de ellos y lo conseguí. —¿Cómo acabaste ahí? —interrumpo. —Mis hombres te siguieron. Vives en Brooklyn por lo que tienes permiso de Andrea para caminar por esas calles a plena luz del día, de otra forma ya estarías muerta. ¿Por qué? ¿Qué tienes con ese tipo? Sonríe abiertamente. Está agitada por la posición. Noto que en sus costillas se está formando una gran mancha roja, supongo que de un golpe que le dieron para mantenerla quieta. —Prefiero cortarme una teta a dejar que Andrea me toque un puto pelo—gruñe molesta. —No tengo nada con él, solo quería obtener una cosa. Ruedo los ojos. —Hablas mucho, pero no dices nada. Creo que te mataré ahora. Desenfundo la navaja, haciendo que la hoja brille llamando su atención gracias a la luz que tiene encima, enfocándola. —No puedes matarme—dice sonriendo. —¿Por qué no? —me acerco, quedando a solo centímetros de su cuerpo. —¿Quién me lo va a impedir? ¿Crees que alguien vendrá a salvarte? Porque querida, te aviso que cuando ponen un pie dentro de este cuarto, solo los Salvatore y su familia salen. Nadie más. A pesar de mi gran tamaño, mi porte intimidatorio y la navaja que tiene en su yugular, la muy hija de puta no muestra absolutamente nada. Tiene un temple de acero, no la estoy molestando ni un poco y eso me cabrea. ¿De dónde mierda salió esta mujer? —No vas a matarme porque me necesitas. Me burlo en su cara, alejándome. —¿Te necesito? ¿Con qué mierda crees que puedo necesitarte, maledetta strega? —Puedo evitarte una guerra. La seriedad con la que lo dice, su temple el cual no he quebrado ni una sola vez desde que comenzamos a hablar y supongo que desde antes que la golpearan, me hace creer que está hablando en serio, pero la parte racional en mí se pregunta cómo es que una soldato, alguien llegada de la nada, puede saber algo tan personal como una lucha interna, mucho más cuando aquello siempre se habla en privado, lejos de oídos traicioneros como los suyos. Lorenzo viene hacia mí, interviniendo. —Creo que debes escuchar lo que tiene qué decir—me susurra al oído. —¿Ahora si la quieres viva? Porque para mí son puras mierdas lo que dice. —¿No me crees? Desátame. Te contaré todo lo que sé, te entregaré las pruebas que tengo y después de eso, si decides matarme, no me opondré, pero algo me dice que voy a vivir mucho más tiempo después de hoy. Tú decides. Dado que Lorenzo es mi Consigliere y no interviene jamás a no ser que sea necesario, y que su trabajo es ese, me veo en la obligación de al menos hacer valer su lugar. Con una sola señal, Dario se acerca a la chica. La toma de las piernas subiéndola un poco mientras Mario le quita el gancho, liberándola. Termina en el suelo porque nadie tiene compasión, ni siquiera con las chicas, mucho menos con las que roban en locales bajo nuestra protección. —Habla y espero que lo tengas sea bueno porque tu vida, literalmente depende de eso—le dice Lorenzo. Sin temor y con total seguridad, Caterina se pone de pie. No es muy alta, pero tiene un cuerpo que roza la puta perfección, eso se lo puedo conceder. Además del hecho de que parece no sentir dolor alguno por la golpiza, porque se pone derecha, quitándose el cabello de la cara. Nos mira a todos y reconozco algo en sus ojos. Está viendo qué posibilidades tiene contra nosotros y a decir verdad, si sabe lo que hace, tiene al menos cinco segundos para correr hasta la mesa detrás suyo, donde hay cuchillos de cocina. Podría apuñalar a Mario si tiene buena puntería, luchar contra Dario y seguir contra nosotros dos, pero no lo hace, lo que me sorprende. Cualquier persona en su lugar buscaría atacar si lo que dice fuera mentira. Tiene con qué negociar. —No formo parte de los Sasso—anuncia. —Don Vito me acogió cuando llegué a la ciudad. Dijo que conocía a mi familia, lo que es extraño considerando que soy huérfana, pero me dio un lugar y me quedé. Sí, hice algunos trabajos para él, aunque nada de importancia. —Mejor cuenta la parte donde te envían a robar en nuestro distrito, para evitarme el aburrimiento—le pido, logrando que ruede los ojos. ¿De verdad me hizo eso a mí? —Ellos no me enviaron, yo les robé porque quise. Tenía que llamar tu atención. A decir verdad, su seguridad es un asco. Pude entrar y salir de Manhattan sin ser vista, así que uno de sus guardias, o varios, no están haciendo el trabajo que deberían. —Tienes más huevos que muchos hombres que he conocido—admito. —Mirarme a la cara y admitir que me robaste... lo siento, pero sin importar lo que tengas para negociar, terminarás muerta. Se encoge de hombros sin quitarme la mirada, dando un paso al frente intentando verse intimidante. —Entonces tú también acabarás muerto porque si no tengo la seguridad de que saldré de aquí con vida, no te diré una mierda y dejaré que el destino haga su trabajo. Dario enloquece. Con rapidez, algo clásico en él, le quita el cable a una pava eléctrica saltando al cuello de la chica. La toma por detrás ahorcándola, presionando su cuello con fuerzas. —¡No te atrevas a amenazar a mi familia! —grita. Da otro tirón más al cable que envuelve el tierno cuello de Caterina, volviendo su rostro rojo por la falta de aire, aunque sin quitarme la mirada. A decir verdad no gano nada con esto, pero está tan suelta de lengua que prefiero darle una pequeña demostración de lo que pasa cuando me tienen con vueltas. —Va a matarla, Bruno—dice Lorenzo, poniéndose nervioso. —¡Bruno! Podría dejarla morir. No es como si fuera una parte importante de cualquiera de las familias. Ella misma dijo que es huérfana así que nadie la echará de menos. No van a pegar pancartas con su rostro en ningún lado ni pedirán explicación. Ahora mismo, es la persona menos importante del mundo. —Suficiente. Con una sola orden, Dario la suelta, dejando que caiga de rodillas, tosiendo con fuerzas e intentando tomar aire al mismo tiempo. Se toma el cuello con una mano, se está esforzando, pero a ninguno de nosotros nos mueve una fibra. Es ardiente, sí, aunque es solo un coño en medio de una guerra de hombres llenos de poder. ¿En qué podría cambiar lo que ella pueda decir o hacer? —Habla, porque en serio tengo ganas de verte morir a manos de Dario—le suelto cuando la tengo a los pies. —Te escucho. Sacude la cabeza. Aún en el piso, clava la mirada en mí. —Planean derrocarte—dice entre tosidas. Lorenzo me mira con el ceño fruncido, al igual que mis primos, todos preocupados. —¿Quiénes? —Andrea—susurra. —Su padre... lo está enfermando. Obliga a todos a llamarlo Don porque dice que su padre morirá pronto y creo que lo hará. Don Vito dejó de caminar, ya no puede. Lo está envenenando con algo, yo lo sé. De la noche a la mañana desmejoró. Planea ser el Don de su familia. —¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —Que no va a detenerse ahí. Escucha, puede que no sea parte de la Organización, pero sé cómo funciona y me necesitas, porque puedo terminar con esto desde adentro y en silencio. Nadie sabrá, no se lo verán venir. Mi Consigliere le da la espalda, mirándome a los ojos. —Esto es grave. Tenemos que hablar con tu padre. Si un Sottocapo está envenenando a su padre, tenemos que intervenir. —¡Quiere el puesto de tu familia! —grita Caterina detrás, poniéndose de pie. —Estar dentro me permite escuchar cosas. Soy sigilosa cuando quiero. Lo escuché hablando con sus capitanes, planeando atacar a tu padre y luego a ti una vez que Don Vito muera. Dice que es hora de que el poder cambie de manos. Si alguien no está de acuerdo en cómo se llevan las cosas dentro de la Organización, no existe la democracia. Aquí hay dos formas de ascender para ser el Capo; por herencia como yo, o tras una guerra, como lo que él planea. Muerte, destrucción, miles de dólares de negocios perdidos, gente inocente afectada. Una guerra que no hemos tenido en mucho, mucho tiempo. —Tenemos que hablar con tu padre—repite Lorenzo. —¿Y crees que le va a creer? —susurro—Teniendo en cuenta su historia con los Di Pietro, ¿De verdad crees que la dejará decir palabra alguna? Esto hay que solucionarlo ya. —¿Y crees que ella lo hará? ¡No sabemos nada, no podemos asesinar a un iniciado solo por dichos! —No pienso dejar que mi padre muera—aclaro con firmeza. —Primero él, luego él y después yo. Lorenzo más que nadie sabe que la salvaguardar la salud y vida de mi padre es primordial. Es la punta de una pirámide que se vendría abajo de tener a otra persona en su lugar o de estar en medio de una guerra, mucho más cuando nos encontramos en medio de negociaciones con Canadá. Mi instinto me dice que no debo de confiar en esta chica, pero como dije, nadie la echará de menos. Si la caga, acabará muerta, y si lo hace bien, igual. —Don Vito morirá pronto—dice Caterina. —¿Por qué habría de creerte? ¿Qué sacas de esto? Se encoge de hombros. —Quiero dos cosas a cambio. Lorenzo se ríe, negando con su cabeza. —Ya sabía yo que esto no iba de a gratis—reniega. —Nada es gratis en esta vida, y no pienso dejar que una oportunidad así se me vaya de las manos. —¿Qué quieres? —Me haré cargo de Andrea. Lo mataré, nada llamativo, si quieres mato a Don Vito también, a sus otros hermanos y luego saldré de esa casa—dice con coraje. —¿Y qué quieres a cambio? Eleva el mentón. —Quiero formar parte de la familia Salvatore. Enzo me toma del brazo. —Bruno, no aceptes. —Dijiste que querías dos cosas. ¿Cuál es la otra? —Ser iniciada. —Bruno, no lo hagas. Ella da un paso al frente. —El trabajo que haré debe hacerme digna de confianza. Te estoy otorgando el placer de vencer a tus enemigos incluso antes de que puedan atacarte y nadie lo haría gratis. —¿Por qué mi familia? Sonríe de lado. Hay algo en su aura maldita que llama la atención, no voy a negar eso, pero ¿Arriesgarme por alguien que ni siquiera trae pruebas consigo? No pongo las manos en el fuego por nadie. —Porque nadie gana dinero en la ciudad sin tener la aprobación de los Salvatore, y yo quiero hacer dinero, pero no enemigos. No soy estúpida. Prefiero el lado ganador. —Entonces hazlo. Asesina a mis enemigos, y yo te daré lo que quieres. Estira su mano hacia mí la cual sacudo. —¿Tenemos un trato? —Claro que sí. Vendré aquí después de hacer el trabajo y espero que cumplas. —Un Salvatore siempre cumple con su palabra. —Tomaré eso en cuenta. Caterina Di Pietro toma sus tacones en silencio para luego salir por la puerta del sótano donde la teníamos. Apenas las puertas se cierran, Lorenzo se pone frente a mí, completamente molesto. —Jamás te he dicho cómo hacer tu trabajo, Bruno, pero acabas de cagarla en grande. ¿Cómo le prometes iniciarla por asesinar a un iniciado? ¡Estás demente! Me encojo de hombros. —Nadie sabrá que fuimos nosotros, o ella mejor dicho—digo, mirando a mis primos quienes asienten, estando de acuerdo en guardar el silencio. Saben bien que en cuanto papá quiera retirarse, tomaré el puesto de Don de la familia, estaré al frente y les conviene tenerme de amigo. —¿Eso quiere decir que en serio planeas iniciarla? ¿Qué dirá tu padre? Palmeo su hombro. —La iniciaré—admito—Pero cuando termine con ella, me rogará por salirse y entonces, no tendrá otra opción que quedarse, siendo infeliz para siempre. O podrá tomar la otra opción. Frunce el ceño. —Pero de aquí no se sale más que en un cajón. —Exacto.
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