Bruno Salvatore.
Rodeado de un grupo de más de veinte hombres, todos leales a mí, estoy a la cabeza de la mesa de juntas.
—La misión que tenemos es extraoficial—anuncio, mirando a todos a la cara—, una misión personal, sin autorización del Capo. Entiendo que quien quiera bajarse ahora está en todo su derecho, pero quien no, será bienvenido.
Marcos, uno de mis hombres más leales, levanta la mano.
—¿Y de qué va la misión, patrón?
—Salvar a Caterina. Fue entregada a los Genovese solo por cargar con el peso de su apellido.
Karl, otro de mi personal, sacude la cabeza.
—Pues me va a disculpar, pero mi primo formaba parte de la familia de los Sasso y no voy a salvar a nadie que haya ayudado a matarlos, menos a la asesina.
Le señalo la puerta.
—Eres libre de irte entonces. Aquel que
