Mercedes inhaló esa exquisita fragancia y seductora de don Miguel, sintió las piernas como gelatina, se agarró más fuerte de él, lo miró con atención. Don Miguel se reflejó en esos ojos color chocolate, también la contempló, Mercedes tenía una piel fresca, lozana, y sus labios eran carnosos, seductores, invitaban a probarlos, pero él era un caballero, así que se aclaró la garganta. —Tiene unos ojos muy bonitos don Miguel —declaró ella. —Gracias. —Sonrió—, hace mucho que una mujer no me decía un piropo. Mercedes soltó una risilla nerviosa. —Qué pena, usted debe pensar que soy una loca y que le ando coqueteando, pero no, yo soy así, le pido disculpas. Don Miguel volvió a sonreír, Mercedes tenía la facultad de dibujarle sonrisas en sus labios. —No se disculpe, en el mundo hacen