Capítulo 1:¡Da la cara!
Antes de leer: Este libro se desarrolla en la época en la que Joaquín, el Duque de Manizales se casa con María Paz. El libro narra la historia de amor de su papá: don Miguel Duque, es una historia de amor adulto.
Sé que, en los libros anteriores, las que leyeron Un café para el Duque, don Miguel tenía una novia de nombre Mariana, ese personaje no me pertenece, no era de mi autoría, por lo que la historia de don Miguel no pudo ser escrita, el libro de don Miguel, iba a ser un proyecto en coautoría, no se concretó.
Por lo tanto, como don Miguel es mi personaje he decidido contar su historia, este libro es de mi completa autoría, como los demás de la Saga Duque, he creado un personaje para Miguel, que me pide a gritos aparecer, espero disfruten esta historia.
Capítulo 1
El singular canto de un par de gallos que tenía una vecina despertó como todas las mañanas a Mercedes Romero Aguirre. A las cinco de la mañana empezaba su rutina, se puso de pie, estiró sus brazos, se calzó sus chancletas, y corrió a la ducha.
«La gente me señala, me apunta con el dedo, susurra a mis espaldas, y a mí me importa un bledo…» canturreaba y bailaba mientras el agua tibia se deslizaba por su figura, su cuerpo ya no era el de una jovencita, no, ella ya era una mujer madura, de treinta y nueve años, caderas anchas, grande busto, cintura pequeña, y un poco de grasa abdominal en el vientre, muslos gruesos y aún firmes, claro caminaba a diario hasta el mercado, y a entregar la comida a domicilio cuando no llegaba el joven que la ayudaba con las reparticiones.
Sí Mechita como la llamaban en el barrio, tenía un pequeño restaurante de comida típica colombiana, su exquisita sazón costeña, encantaba a sus comensales.
«¿Qué más me da? Si soy distinta a ellos. No soy de nadie. No tengo dueño…»
Sí, así era ella, libre como el viento, una mujer que aprendió a vivir con la soledad en su corazón, dedicada a su trabajo y a su única hija.
—¡Deja de dar alaridos! —gritó desde la habitación Esther, su hija de veinte años. La chica se cubrió con una almohada los oídos.
—No seas exagerada, si yo canto hermoso —gritó y carcajeó Mercedes, mientras seguía en la ducha.
Minutos después salió envuelta en una toalla, y fue directo a la alcoba de su hija
—¡Despierta niña! —exclamó, la sacudió—. Si no entras a bañarte, vas a llegar tarde, y apenas llevas un mes en esa empresa, por cierto, no me has dicho: ¿Cómo son los dueños? ¿Te tratan bien? ¿Y por qué estás llegando tan tarde?
Esther sopló varios mechones de su cabello, se sentó, estiró los brazos, desperezándose.
—Pues el señor Duque es muy elegante, bastante serio, eso sí muy educado, amable con todos sus empleados, pero el hijo mayor don Carlos, ese sí es insoportable, nos mira a todos por debajo del hombro, como ha estudiado en Harvard, se cree la última coca cola del desierto —rebatió.
—¿Ja…ja…qué? —tartamudeó Mercedes intentando pronunciar Harvard.
—Olvídalo mamá, es una prestigiosa universidad de Estados Unidos, dicen que cuando don Miguel se retire, el doctor Carlos asumirá la presidencia, pero muchos van a renunciar, no lo soportan, es pedante.
Mercedes frunció sus labios.
—Bueno con que ese doctorcito no se meta contigo, pues tú sigue haciendo tu trabajo —recomendó la madre—, mira que tuviste suerte, dicen que es una empresa bien importante.
—Es el consorcio cafetero más importante del país —enfatizó—, el que, sí es un amor, es el joven Joaquín, es divino, guapísimo, parece un príncipe, claro bastante exclusivo eso sí, como todos ellos, pero al menos él no mira a los demás como si apestáramos.
Mercedes clavó sus grandes ojos color chocolate en su hija.
—Bueno mucho cuidado con poner los ojos en un millonario de esos, no quiero que te pase lo mismo que a mí. ¡Pilas Esther! —La acusó con el dedo.
—Ay mamá, esos hombres no se fijan en mujeres como nosotras, dicen que el menor tiene novia, y que es una chica muy bella, de su misma clase social.
Mercedes soltó un suspiro de alivio.
—¿Y ese don Miguel es casado, soltero, viudo, está guapo? —preguntó bromeando. —¿Crees que se fijaría en este cuerpo sensual, de grandes curvas? —inquirió y se puso a menear las caderas.
Esther soltó una carcajada al ver a su madre bailar envuelta en la toalla. Mercedes era un caso perdido, muy ocurrente.
—¡Mamá! —refutó Esther—, es viudo, y sí de buen ver, pero no se fijaría en una mujer como tú.
Mercedes arrugó el ceño, resopló, se puso de pie.
—¿Por qué no? Aquí donde me ves tengo a los hombres del barrio loquitos por mí.
Esther se levantó.
—Tú lo has dicho a los del barrio, no a un señor tan importante como don Miguel Duque.
—Mejor apúrate, no quiero que pierdas ese empleo, con tu sueldo completamos el dinero para tu universidad.
Esther puso los ojos en blanco, no dijo nada, pero no le interesaba entrar en la universidad.
Mercedes se vistió, se despidió de su hija y corrió a abrir su restaurante, ahí ya la esperaba su mejor amiga y socia Sara.
—Pensé que se te pegaron las sábanas —reclamó a Mercedes, la estaba esperando junto con la chica que hacía la limpieza y las ayudaba en la cocina.
—Claro que no —contestó Mercedes, entraron al restaurante y enseguida se pusieron manos a la obra, a las siete en punto abrían el local y tenían listos los desayunos.
Limpiaron todo con rapidez y Mercedes sacó una cebolla, empezó a picar.
—¡Auh! —se cortó un dedo.
Sara frunció el ceño, eso solo le pasaba a su amiga, solo cuando estaba muy distraída.
—¿Qué problemas tienes? ¿No me digas que ya Esthercita se enteró que no has podido pagar dos cuotas de la hipoteca?
—No, cállate —pidió Mercedes—, no sabe nada, le está yendo bien en el trabajo, además no es la primera vez que me atraso, y siempre la he librado, esta vez no será la excepción —enfatizó—, estoy algo angustiada, porque Esther está llegando tarde, dice que su jefe la tiene trabajando hasta la noche.
—¿Será verdad? —cuestionó Sara—, mira qué dicen que a esos hombres millonarios les gusta tener romances con secretarías, y más cuando son jóvenes y bonitas como Esthercita.
Mercedes clavó el cuchillo sobre la tabla de picar, su respiración se volvió irregular.
—¡Ese señor Duque, va a saber que mi hija no está sola! —gruñó—, voy a ir a hablar con él.
—¡Espera! ¡No seas loca! —exclamó Sara se golpeó la frente con el puño—. No sé para que te lleno la cabeza de ideas, cuando sé que eres una impulsiva, no puedes ir y acusar al dueño de semejante consorcio de tener un romance con tu hija.
Mercedes soltó un resoplido.
—No me creas tan boba, pues —reclamó, negó con la cabeza—, voy a ir a preguntar ¿por qué está haciendo trabajar a mi hija, hasta altas horas de la noche. —Se quitó el delantal, se lavó las manos.
—Mercedes, no vayas, vas a meter en problemas a Esther —suplicó Sara.
—Ya me clavaste la espina, así que no estaré tranquila.
Ese día Mercedes lucía unos sencillos pantalones de mezclilla y un top de tiras, calzaba zapatos deportivos, era la ropa más cómoda para laborar.
Mientras transitaba por las calles del populoso barrio donde residía hacia la estación del autobús, observó en el vidrio de un local su apariencia, su atuendo no era el adecuado para presentarse en la empresa donde laboraba su hija.
—Ay no, no me puedo presentar en estas fachas, ni oliendo a cebolla.
Fue donde una vecina a comprar ropa a crédito.
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El chofer que fue al aeropuerto por don Miguel le abrió la puerta de la elegante SUV y ayudó a guardar el equipaje.
Don Miguel había estado quince días en México, le había hecho caso a su futura nuera María Paz, de tomarse unas vacaciones.
El viaje había sido agradable, se reencontró con viejas amistades, había tenido la suerte de conocer a la cuñada de uno de sus amigos: Marian una mujer muy distinguida, elegante, bella, bastante culta, que lo había dejado prendado.
Había compartido con ella varias actividades, sin embargo, los dos eran conscientes que la distancia entre México y Colombia era un gran impedimento para consolidar algo más, además don Miguel no se encontraba listo aún para abrir su corazón.
Tenía aún incrustado en el alma, el recuerdo de su difunta esposa, sumado a los problemas familiares que padecía por la enemistad entre sus dos hijos, y la boda repentina de su hijo menor con su novia en Las Vegas.
—¿Cómo le fue en el viaje don Miguel? —La voz del chofer lo sacó de sus cavilaciones.
—Mejor de lo que pensé —respondió, ladeó los labios. —¿Cómo han estado las cosas por acá? —preguntó.
Arcadio guardó silencio, era un hombre prudente, además no quiso angustiar al patrón, con chismes de oficina.
—Creo que todo estuvo tranquilo, ya se enterará, cuando lleguemos. ¿Me dirijo a la hacienda?
El silencio de minutos antes de Arcadio alertó al señor Duque, así que decidió investigar.
—No, llévame al consorcio.
A pesar del cansancio de viaje, quería saber cómo había marchado la empresa en manos del mayor de sus hijos.
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—Ya le dije señora, don Miguel está de viaje, retírese.
La recepcionista miró con desdén a Mercedes, la mujer pensó que la chica estaba negando a su jefe, no insistió, no quería amar un escándalo y que Esther fuera a aparecer.
—Yo soy la mamá de Esther, ¿en qué piso labora?
La muchacha soltó un resoplido.
—Esther labora en el tercer piso, en el área de Contabilidad, pero la familia no puede venir a interrumpir las horas laborables.
Mercedes frunció los labios, dibujó una mueca.
—Ay pero que empresa de gente tan delicada, con razón mi hija se queda hasta tarde —rebatió—, explotadores —susurro bajo—, pero yo no me muevo de aquí hasta no hablar con el tal don Miguel.
Mercedes era bastante avispada, salió del edificio, se aproximó al guardia.
—Hola, guapo. —Sonrió con coquetería.
—Hola, mamacita —contestó él, escaneó a Mercedes con los ojos.
—No vayas a pensar mal de mí, soy la mamá de una de las chicas que trabaja en esta empresa, quiero darle un presente a don Miguel, pero esa mujer de allá dentro me niega la entrada.
El alto hombre se aclaró la garganta.
—Don Miguel está…—Iba a decir de viaje, pero miró el auto pasar al estacionamiento—. Acaba de llegar.
Mercedes miró ese reluciente auto negr0, siguió con sus ojos hacia donde se dirigía, y enseguida se encaminó al lugar.
—Señora —gritó el guardia. —¡No puede ir allá! ¡Espere! —Fue tras de ella.
Mercedes empezó a correr, la peineta con la cual agarró su cabello cayó, la tira del vestido del lado derecho se le bajó, pero no le importó, llegó a su destino.
—¡Miguel Duque! ¡Viej0 explotador! ¡Da la cara! —gritó muy fuerte, respirando agitada.