PARTE 4

2336 Words
Observó el reloj marcando las siete y punto. Hundo el rostro en el escritorio cuando siento todas las emociones de confusión mezclarse con el estrés de las responsabilidades. Me agrada el capitán, pero no sé a qué grado y odio que mi cuerpo añore el calor de alguien que no está presente. —¿Qué haces aquí? —se altera ágata. —¡Trabajando!—le confirmo. Me arrastra fuera de las oficinas y es que ella está más alarmada que yo. La noticia de mi cita con el capitán fue tomada de dos maneras: Ágata se alegró, mientras Marie se enojó, pues quería al capitán para ella. Me ducho y salgo viendo cómo Marie rebusca en mi armario. —Este me gusta. —saca un vestido ceñido de color n***o, escote abierto, es elegante y perfecto para una cita, pero me parece muy poco conservador. —Este está mejor. — Ágata saca un vestido y mi impresión se apaga viendo el vestido color carmesí aún más atrevido que el n***o. Los analizo y me decido por el n***o, los tacones altos. Escojo un maquillaje nada llamativo y Complemento con aretes y pulseras de color dorado con una gargantilla. Me veo en el espejo y… En serio me preguntó ¿Qué estoy haciendo? El celular vibra y el mensaje del capitán me obliga a despejar la mente. —¡Estoy abajo! Suspiro dejando las inseguridades atrás y veo como su rostro se contrae al verme. —¡Te ves bien, pensé que vendrías vestida con pantalones!—su burla me obliga a reírme. La verdad sí contemplé la idea, pero Marie y ágata se negaron. El capitán posee vaqueros negros, una camisa gris y un saco a la medida, el Rolex de oro y las placas del ejército colgando de su cuello. Me extiende la mano, la cual sujeto, mientras caminamos al estacionamiento. —¿Cuál es tu auto?—pregunto. Mantiene las llaves en las manos quitando el seguro y el auto me asombra. ¿Deportivo? Sí, es un deportivo n***o. No sé a dónde vamos y me mantengo estática durante el recorrido, mientras él se comunica por llamada, no sé con quién. Siento que el corazón se me eleva cuando llegamos al destino y él valet parking sujeta las llaves que él le entrega y un centenar de cámaras me lastiman la vista y el rostro tomando fotos de mi acompañante. ¿En qué demonios me metí? Posa las manos en mi espalda, guiándome hacia dentro. Quiero preguntar que está pasando, pero no es el momento. Entramos al restaurante lleno de personas sofisticadas y joder, me alegro de no haber traído vaqueros. Se me revuelve el estómago al ver al hombre que camina hacia nosotros. «¿Matt Robinson?» El general que nos ha vuelto la vida miserable a todos los antinaturales me determina de arriba abajo antes de posar su mirada hacia el capitán. —Matt, ella es Mackenzie Prade. —me presenta y sigo a la defensiva. Miro al capitán a la expectativa de respuestas, pero el general se le adelanta. —¡Esperaba que mi hijo llegará por una vez temprano a festejar el cumpleaños de su padre!— me quedo helada con la revelación y empiezo atar cabos. El capitán nunca habla de su apellido, todo lo que sabemos de él, es que se llama John. Y oh… Sorpresa el hijo del general Robinson, se llama John Robinson, cosa que me hace sentir como una estúpida por no haberlo sospechado. Nota mi incomodidad y me guía hacia el bar que está al otro lado del salón. —¿Te sorprende?—me pregunta con insolencia. —¡No! Solo me siento ofendida por no haberlo sospechado, si lo miro fijamente se parece mucho a su padre. —frunce el ceño — Ambos tienen rostro de muñecos —le saco una sonrisa y pide dos martinis. La cena me hubiera sentado mejor si no hubiera tenido que soportar las palabras del general Robinson alardeando de cuántos antinaturales ha cazado o matado y me congelo al escuchar el nombre de Daez. —¿Daez Brhazo? Es el próximo líder del círculo ¿Verdad?—habla la mujer que lo acompaña. Hablan sobre todos los operativos para atraparlo e internamente sonrió sabiendo que todas fracasaron. La cena culmina y el general se levanta llevando a su acompañante a bailar, dejándome con el capitán y las otras dos mujeres, que se acercan a saludar. —¡Son mis primas!—me confirma y las saludo entablando conversación con ellas. Pasa el tiempo y las reuniones formales no podrían ser más aburridas. Odiaba que el abuelo me obligará a asistir a las reuniones, despejó mi mente cuando el capitán extiende su mano invitándome a la pista de baile. La música es suave y el ambiente se ve íntimo, la incomodidad viene acompañado del silencio. Su colonia golpea mi nariz y me veo aceptando su belleza. Es ese típico hombre que irradia madures y rudeza. Baja la mirada al ver que no le quitó los ojos de encima. —¿Estás impresionada por mi belleza?—me rio. —¡Eres la persona más humilde que he conocido!—emito el sarcasmo y él ejerce fuerza en los brazos atrayéndome hacia él. Mi cuerpo choca con el suyo y su mandíbula toca mi mejilla, su aliento golpea mi cuello y susurra en mi odio. —¡Le dije lo bien que se ve hoy, señorita Prade! —el corazón me late con rapidez y me obligó a mantener la mirada, cosa que él también hace creando un ambiente incómodo. El ambiente se borra cuando las luces se apagan y el pánico emerge entre los invitados. Llevo la mano a la Glock que llevo en los muslos. La mano del capitán me guían hacia fuera de la pista y… Una granada explota llevándose a muchos con ella. La onda expansiva me tumba y caigo al suelo. Desactivo el seguro del arma y las detonaciones emergen. No veo a quién le disparo, pero, vació el cargador en todo aquel se me atraviese. ¿Quién sabe y termino dándole muerte al general que tanto odio? Nadie me culparía. La mano que me sostenía ya no está y vislumbró en la oscuridad su figura. Corro hacia él y antes de poder llegar otra mano me sujeta. El aroma me golpea haciendo que mi cuerpo se debilite. «Es él» su aroma es droga para mí e inhalo prendiéndome de su cuello. El que no me aparte me confirma que si es él, la voz del capitán me hace reaccionar cuando grita mi nombre en medio del ataque. Me giró buscando su posición y siento como el hombre detrás de mí suspira dejando notar su enojo. Arremete contra mí llevándome hacia su hombro como si fuese una muñeca. Me saca del lugar y mientras pataleo para me baje. El portal se abre y no determinó el punto en donde estoy. La luz se enciende y toda mi racionalidad se pierde al verlo. Esta vez no hay nadie, ni detonaciones, ni segundas personas, solo él y yo en un espacio vacío. Siento que me desnuda con la mirada, se acerca en pasos suaves. Su mano se alza buscando mi cuello, el cual sujeta con enojo y celos. Me impacta contra la mesa que tengo por detrás. —¿Que demonios estás haciendo, Clare?—su pregunta está llena de rabia y puedo notar en sus ojos a qué se refiere. Maldita seas, odio que todo en él me obligue a bajar la mirada como si fuera mi dueño. —¡No es de tu incumbencia!—me impongo ignorando el llamado a gritos de mi piel. —¡Suéltame!—lo empujó. Me suelta y esta vez soy yo quien pregunta. —¿Por qué estás aquí? Se mantiene mandando mensajes y alza la mirada cuando escucha la pregunta. —¡Nada de tu incumbencia!—me regresa las palabras ya dichas. —Está bien, entonces adiós. —paso por su lado, abriendo la puerta, la cual estrella cerrándola de regreso. Sé que no me dejara ir, solo quería ver su reacción y confirmar que aunque intente ocultarlo metiéndose en el teléfono, su atención ahora es solo mía. Mi piel grita cercanía y sus ojos celestes parecen brillar al verme. —¿Que quieres Daez, por qué estás aquí?—vuelvo a preguntar mientras paso saliva reteniendo el impulso de cortar toda distancia. —¡Nada, me pareció una buena noche para arruinar tus planes con el idiota ese! —acorta el espacio arrinconándome con la puerta. El aire se escapa al sentir su aliento. Las manos me pican y espabilo empujando con manos temblorosas. Me alejo y consiguió regresar al lado de la mesa, dejando cinco metros de distancia entre nosotros. Lo conozco y sé que después del suceso con Yuré, no se quedará quieto, alguna razón debe de tener para haber venido. —¡No hagas esto! Arruinas mis planes y… Guardo silencio cuando su teléfono suena y él contesta, da instrucciones y vuelve a cerrar. —¿Qué decías?—se burla y yo suspiro ideando un plan para escapar de él. Él sigue en teléfono y yo me mantengo estática durante varios minutos. —¡Tengo que irme!—le digo por quinta vez. Ignora mi presencia. Suspiro tomando paciencia. Pasan otros minutos y el guarda el teléfono. —¡Ahora si me prestarás atención!—le reclamo. —¡No entiendo!, ¿para qué me traes aquí, si me vas a ignorar? —se tensa con mi pregunta. Saca una bolsa y empieza a sacar ropa, se quita la camisa blanca y se pone otra negra mientras me mantengo como espectadora. Termina de cambiarse quedando con ropa completamente oscura, se ve tan perfecto e ignoro la decepción que brota al ver que su mirada no me determina. Recoge todo y se encamina a la puerta. —¡Oye! ¿Qué haces? —le grito. —Me largo. —nota mi comportamiento y se burla. —¿O quieres que me quede? Me comprimo por dentro. «Desgraciado». —¡No soy tu puta muñeca para que juegues conmigo!—me enojo. Camino hacia la entrada y él me sujeta el brazo con fuerza evitando que me marche. —¿Acaso no eras tú la que me rogó hasta el maldito cansancio que debía irse a rescatar al imbécil ese? —me lanza de regreso a la habitación. —¿Cómo es posible que seas tú la que ahora se ofende? —¡Muérete imbécil!—camino con desespero por la alcoba cuando recuerdo que no debería de estar aquí, sus manos sujetan mis hombros. —¿Qué haces con ese imbécil?—me reclama. Y aunque quiero mentirle, mis labios me traicionan. —¡Tengo un maldito plan, el cual estás arruinando con tus idioteces!—le digo y se burla. —Un maldito plan que conlleva ¿A qué? —cuestiona. —¿A estar en su cama? No respondo y mi silencio lo toma como un sí. —¿Cuántos?—me cuestiona. Da un paso hacia delante y yo retrocedo dos. Me acorrala contra la mesa, sus manos se deslizan por mis muslos. —¿Cuántos hombres debes conocer?—no sé en qué puto momento me bajo la cremallera del vestido. —¡Para que entiendas que eres mía! —arqueo la cabeza cuando su lengua saborea mi clavícula deslizándose hasta mi mandíbula, atrapa mis labios en un beso que me nubla la mente. Debería alejarlo, pero… desgarra el vestido y aprisiona mis glúteos con sus manos alzándome en la mesa. Los besos siguen y… De un momento a otro se aparta contestando la llamada que le entra. Alcanzo a escuchar el nombre de rubí y los celos me golpean por dentro, se recompone tomando la bolsa que había tirado al suelo y antes de cruzar el umbral me habla. —¡Piensa detenidamente en lo que haces, por qué no volverás a joderme una segunda vez! Se marcha dejando el aire comprimido y estallo cuando reaccionó. Maldición, estrelló el puño en la mesa que se rompe tirando todo al suelo. Necesito calmarme o necesito un trago fuerte que me ayude olvidar todo. Por qué sigo temblando por el idiota que se marchó dejándome atrás, maldigo al karma cuando recuerdo que fui yo quien lo dejo primero. Me tomo unos segundos, arreglo como puedo el vestido. Salgo a la calle ubicando mi posición dándome cuenta de que estoy a dos cuadras de mi antigua posición. Las sirenas, las ambulancias y los antimotines, me alteran el pulso. «¿Qué demonios hizo?», llegó al restaurante y entro en pánico cuando veo a mi capitán junto al general. No puedo presentarme de esta manera. Acaban de atacar y yo estoy como si hubiera salido de un motel. «Lo cual sí hice, pero no es el punto» desordeno mi cabello y ensucio el vestido con las cenizas que me rodean. Entro en su radio de visión, pero no me determina. —Reporte. —exclama sin mirarme. —Fui, lanzada por un portal, intente regresar, pero… Se me acaban las mentiras y no sé qué más decir. Deja escapar el aire y no me obliga a continuar el reporte, pero sé que está enojado. Me hundo escuchando el reporte de daños. Bombardearon la central y liberaron a Yuré. Aparecieron de la nada, matando a muchos. ¿Qué pasa con él? No es que me moleste, estoy feliz de que Yuré ahora sea libre, pero esto solo empeora la guerra. El capitán me lleva de regreso y no inmutó palabras. —¡Lo lamento! —me dice. —¿Por qué? —me alarmó con su confección. Me explica que vio cuando un sujeto me ataco. «Si solo supiera quién fue ese sujeto» intento ayudarme, pero fracaso. Toda esa seriedad era por no poder protegerme. Y mientras tanto, yo… CONTINUARÁ…
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