Reencuentro

1294 Words
Todo el personal del rancho Deep Wood aguardaba en la plazoleta principal a primera hora de la mañana, esperando a que los nuevos señores llegaran de una vez por todas. Peter Dale, el que fuera capataz y mano derecha de Lucas, estaba a la cabeza, con cara de muy pocos amigos, porque después de todo, lo que estaban cometiendo era un atropello contra la familia Sheffield. —¿Dónde está el resto de los hombres, Dale? —fue el saludo de James, al presentarse frente a ellos por primera vez. Sin el traje y la corbata, se veía mucho más joven, y aunque no quisiera admitirlo, forrado de jeans y una camisa tejana, se sentía como él mismo por primera vez en muchos años. —¿Cuáles hombres, desgraciado? ¡Nosotros somos los que quedamos y tiene suerte de que estemos todavía aquí! Puedes llevarte tu trulla de malhechores a sus tierras, porque este lugar no les pertenece. El viejo Peter no era de los que se amedrentaba, y mucho menos ante un citadino como aquel, que había llegado para desterrarle del que había sido su hogar por más de tres décadas, respaldado por la pandilla que le había auspiciado su padre. James, quien sabía muy bien el manejo de los capataces y del lugar, de un salto bajó del caballo y lo agarró por las solapas de su chaqueta. —Te recuerdo, anciano, quien soy yo —la voz de James era un rugido. —¡Este lugar me pertenece ahora por ley y no me hablarás de esa forma! ¡Tú y yo no somos iguales! No eres más que un viejo empleado, y yo el dueño y señor. Tras zarandearlo un par de veces, lo estampó contra una pared, ganándose la mirada de desprecio de Peter, junto al temor de los demás empleados. A diferencia de él, que era prácticamente compañero de Lucas, los demás eran simples jornaleros que tenían dos días en el rancho, por lo que nadie se atrevería a llevarle la contraria al nuevo señor. James no se consideraba cruel, al menos, nunca llenaría los zapatos de su padre, pero la ambición de llegar a la posición más alta de los tribunales la había metido en ese embrollo y ahora tenía que cumplir para obtener el apoyo de su padre, le gustara o no. —Querrás decir el nuevo verdugo —le cortó Peter asqueado —no eres más que un secuaz del criminal de tu padre, por lo que sé que no llegarán lejos con este abuso que están cometiendo. ¿O acaso fue eso lo que te enseñaron en la escuela de derecho, muchacho? —¡Vuelve a hablarme así y no responderé de mí! —dijo James, ya hasta las narices, picado por el comentario. —No dejes que el traje te confunda, porque no toleraré rebeliones aquí, ni siquiera de ti. Todo aquel que no pueda estar bajo mis normas, tendrá que irse, y créeme que me encantaría empezar contigo. Ante la amenaza, Peter lo miró con desprecio. Quería largarse, quería partirle la cara a aquel niño lindo y mandarlo a freír espárragos, pero no podía, no podía dejar la pelea sin antes luchar. Entre ellos había una rencilla de hacía años, porque los Bolton lo responsabilizaban a él, quien era el encargado del ganado que asesinó a Matthew hacía tanto tiempo. Para ellos no había sido un accidente, si no una artimaña de Lucas para herir a su enemigo Bolton donde más le doliera. Ahora, quince años más tarde, James no era el escuálido mozo de cuadra de aquel tiempo, frente a Peter estaba un hombre alto y fornido, de caballera rubia y ojos color miel, que pese a ser de ciudad no perdía la fiereza de su persona. Ante el silencio de Peter, James sonrió. Después de todo, iba a disfrutar de lo lindo haciéndole la vida de cuadritos a aquel viejo descabellado, y a la moribunda de la señora Sheffield. —Muchos de ustedes me mirarán con malos ojos —afirmó viendo a la diminuta plantilla de hombres que trabajaban en el campo. —Para algunos no soy más que un asesino —afirmó con desdén —pero quiero que sepan que quien se atreva a acusarme de algo que no he cometido, tendrá que enfrentarse a todo el peso de la ley. En eso no mentía. Él no había asesinado a nadie y no pensaba llevar esa cruz sobre sus hombros. —Las condiciones que me han traído hasta aquí no son las que yo quería, pero pueden estar seguros de que, si cooperan, todo esto acabará lo más pronto posible. —¿A qué te refieres con que todo acabará? ¿No han acabado ya con la pobre Katherine y ahora con Lucas? ¿Qué es lo que más quieren el mal nacido de tu padre y tú, asesinar a todo el rancho? Peter no podía contener la impotencia, ni mucho menos refrenar su lengua, pero antes de que James pudiera tomar represalias contra él, un látigo sonoro se enredó en el cuello de Peter, doblándole de rodillas y cortándole la respiración. —¿Me mencionabas, Dale? —Theodore estaba en su corcel color pardo, con el látigo en la mano, tirando fuerte de él. —¿Quién es el mal nacido ahora? —se burló, mientras lo veía asfixiarse poco a poco. —¡Basta, papá! —bramó James, preocupado de que lo matara frente a tantos testigos lo que le traería más problemas. —Suéltalo de una buena vez —le rogó. Theodore lo torturó un poco más, para liberarlo finalmente, haciendo que el viejo cayera tosiendo con todas sus fuerzas. —No se equivoquen ninguno de ustedes, —advirtió el viejo Bolton para infundir temor. —puede que Sheffield los tratara con mano débil, pero eso acaba ahora. Harán lo que se les diga cuando se les diga y si alguno no quiere, yo mismo me encargaré de mostrarle el camino. Mi hijo… —dijo con maldad, mientras se paseaba en su caballo —es el dueño de todo, por lo que todo lo que hay aquí ahora pertenece a los Bolton y mi primera orden será que lleven el ganado hasta mis pastizales. Inconformes, los hombres de Deep Wood se miraban, sorprendidos por el robo declarado que estaban haciendo, pero a Theo no le informó. Le hizo una seña a sus hombres, quienes empezaban a marchar para llevarse las reses, cuando el zumbido a lo lejos de un helicóptero acercándose les hizo levantar la mirada. El piloto maniobro hasta plantarse sobre ellos y detuvo la nave en mitad del enorme patio de los Sheffield y con la gracia de una gacela, ella se desmontó en dirección hacia ellos. —No puede ser… —susurró totalmente hechizado James, al ver de quien se trataba. Era ella. La dueña del par de ojos verdes que vio en el cementerio y que vio morir en sus brazos el día de la boda. Su cabello largo y ondulado, oscuro como la noche, ondeaba bajo su sombrero, y su cuerpo esbelto atrajo la mirada de cada hombre del lugar, pese a no mostrar ni un centímetro de piel. Por lo visto, no era una alucinación lo que había tenido James, sino que era verdad, aunque su lógica no entendía cómo. —¿Qué demonios es esto? —rugió Theodore, totalmente confundido. —¿Quién eres tú? —preguntó petrificado. Sus labios teñidos de rojo pasión dejaron escapar la sonrisa más sensual que James había visto en su vida, provocándole una corriente que se extendió por toda su columna vertebral, cuando ella respondió: —Irina Sheffield, señor Bolton, y he venido a pedirle que se largue ahora mismo de mis tierras.
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