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Enamorado de mi Cuñada

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Blurb

¿Qué harías si tu padre te arregla un matrimonio y la noche de la boda sucede lo inesperado? Las familias Bolton y Sheffield han sido rivales durante décadas, pero todo cambia cuando sus hijos: James Bolton y Katherine Sheffield contraen matrimonio, dando lugar a una unión que desatara un huracán de venganza, traición y pasión.

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Los Novios
Rosas rojas. Todo el lugar estaba plagado de rosas rojas y su olor, a pesar de lo bello de la decoración, a James le resultaba desagradable, les recordaban a funerales, a muerte. Tenía el estómago revuelto y le sudaban las manos, pero se lo achacó a la falta de ingesta de alimento y abuso del alcohol para alivianar la noche. Miró de reojo y a su lado, notó que la novia estaba igual de nerviosa que él, quizás más, pero ninguno de los dos se atrevía a decir media palabra. A penas habían cruzado un par de frases tras el incómodo beso de la ceremonia, y peor era lo que estaba por venir: la noche de bodas. No es que fuera un principiante en temas de cama, pero su compañera gritaba “virgen” por todas partes y a él no le inspiraba en lo más mínimo ser quien la desvirgara. ¿Quién en su sano juicio se casa con una mujer que no conoce y sobre todo, en menos de dos meses? “Sólo tú, Jamie”, se dijo a sí mismo mentalmente mientras daba un sorbo al güisqui sin hielo que le habían servido, habiendo perdido ya la cuenta después del décimo trago. Todo fuera por su herencia… —¿Te apetece bailar, querida? —la última palabra casi le hace soltar una risotada, porque era claro el sarcasmo en ella. La señora Bolton jugaba con un extraño brazalete que adornaba su delicada muñeca y su melena castaña caía ondulada alrededor de su angelical rostro. Era bella, eso sí, pero para James era igual que una modelo que viera en televisión, era un rostro bonito más, de quien no conocía nada. De por sí, su meta en la vida nunca fue comprometerse y mucho menos con una mujer como aquella, pero ahora, desposado y con un tremendo a fiestón a su alrededor, no dejaba de castigarse a sí mismo por haber caído en semejante trampa. —Solo si tú quieres —dijo ella con apenas un susurro, y él tuvo que contener las ganas de rodar los ojos por el tedio de la debilidad de ella. Si había algo que le disgustaba en una mujer era la inseguridad y falta de personalidad, cualidades que aparentemente definían a Katherine Sheffield. Si era cierto que iba a hacerla suya esa noche, tenía que ver si la nueva señora Bolton era una fiera oculta o si en verdad era meramente una mojigata más. “Ojalá me sorprenda” pensó él mientras tiraba de su mano hacia la pista de baile, para descubrir qué ocultaba bajo el despampanante vestido. —¡Auch! —aulló él de dolor cuando la aguja del tacón se enterró en sus pies ni bien empezó la canción. Poniéndose roja como un tomate, Katherine creyó morir. Esa noche no hacía más que quedar en vergüenza frente a su nuevo marido y se sentía fatal. —¡Lo siento, lo siento! ¡Oh, cielos! ¡Qué torpe soy! —estaba gravemente arrepentida, y su exageración no hizo más que encender la ira de James. —¡Ya basta! —rugió con ferocidad, apartando de un manotazo las manos de ella que intentaban acariciarle. —Claramente bailar es algo que tampoco se te da bien. Voy al baño y regresaré en breve para largarnos de aquí. Los ojos curiosos veían la escena con una mezcla de asombro y acusación. Katherine se sentía fatal, y con la mirada buscó a su padre para recibir algo de apoyo, pero este estaba entretenido con los demás invitados, en la mayoría ganaderos que habían ido a presenciar la boda de las dos familias más famosas de toda la ciudad, aunque para él eran posibles clientes que podrían ayudar a salvar el rancho de las hipotecas. Quería echarse a llorar y lamentaba que ni su madre ni Irina estuvieran allí. Sus ojos se clavaron en la espalda ancha y fornida de su marido, quien determinadamente buscaba alejarse de ella con toda prisa. —¿A dónde creen que van los tórtolos? —una voz los sorprendió a los dos, frenándolos en seco en medio de la pista. James se dio la vuelta para encontrarse con su padre, Theodore Bolton, quien lo miraba como si fuera un halcón y él su presa. Katherine los contemplaba sin decir media palabra, como había aprendido en casa, cuando los hombres hablan, las mujeres callan. —A casa. Creo que ya hemos dado suficiente contenido para impulsar tu candidatura a la presidencia de la asociación, ¿no es así, padre? Katherine y yo queremos irnos ya, ha sido una larga noche. Por primera vez, ella se sintió como si en verdad le importara a alguien, pero sabía que no era cierto, si James quería irse, era por razones meramente egoístas y pensar en consumar la unión la hacía sentir peor. El señor Bolton era uno de los pocos candidatos al puesto del presidente de los ganaderos y aquella fiesta era un as que había usado para impulsar su puesto. —¡Tonterías! —se burló Theodore, poniendo su mano en el pecho de su hijo y su risa desapareciendo de pronto. —Esta fiesta se acaba cuando yo diga, hijo —la autoridad que contenía su voz era irrefutable, como si escondiera una amenaza detrás de sus palabras, a la que James no pudo enfrentar. —Ahora, muevan sus traseros a la mesa del pastel y más les vale poner una maldita sonrisa en sus rostros y parecer enamorados. Katherine estaba perpleja, mientras que James apretaba la mandíbula con ganas de golpearlo. Ni siquiera ese día podía esconder el horrible ser que llevaba dentro y no pudo evitar sentirse herido. Sin responder, ambos se dirigieron a la mesa del pastel, donde le fotógrafo aguardaba para bombardearlo con flashes indeseables. —Yo también sé lo que es tener un monstruo como padre —la frase dejó a James perplejo, y sus ojos se conectaron por un instante con los de la joven desconocida para él. James buscó en su mirada y encontró que todas sus inseguridades se resumían en una cosa: miedo. Al parecer, la frágil y miedosa mujer que estaba a su lado, era fruto del trato arisco del señor Sheffield, quien ahora era su suegro. Sin embargo, una parte de él le decía a gritos que no se familiarizara con ella, porque aquello era una transacción con fecha de caducidad. —No sabes nada sobre mi familia, Sheffield, y no tienes derecho a hablar de ella. Su respuesta no dio lugar a nada más, por lo que ella enmudeció y sacó de lo más adentro una sonrisa falsa para posar a las fotos. —¡Me gustaría hacer un brindis! —la voz del señor Bolton retumbó por la sala y todos los ojos se enfocaron en él. —Por los novios, les deseo una larga vida. Nunca habría imaginado unir mi familia a la de mi amigo Sheffield, pero sé que grandes cosas vienen para nosotros. Esta noche, la fusión de los ranchos Rock Creek y Deep Wood, marcará un antes y después para el estado de Texas. ¡Qué vivan los novios! Sus palabras no podían ser más falsas, pero Lucas sonrió, sin poder contener la alegría que le provocaba aquella unión. Al fin la inepta de su hija le dejaría medio millón de dólares, y él no paraba de relamerse por el triunfo alcanzado. Todos elevaron sus copas para brindar al igual que James y Katherine a quienes les entregaron dos copas de champán en una bandeja de plata y la sala estalló en aplausos, dando por terminada la fiesta. —Se acabó la farsa, larguémonos de aquí —la voz de James era prácticamente un rugido y con brusquedad, tiró del brazo de su esposa, tratando de evitar los saludos incómodos, cuando, para su sorpresa, ella se frenó en seco en medio del salón. —Espera, no me siento bien —si de por sí su voz era temblorosa, ahora mucho más. —Con un demonio, mujer. No me hagas más drama de lo que ha habido hoy. No quiero cargarte, porque esta boda no es más que una maldita farsa. Estaba furioso por el comentario de su padre y se estaba desquitando con ella, pensando que era una de esas tonterías de fantasías que las mujeres soñaban de las bodas, en las que el novio las sacaba en brazos como un cuento de hadas. Él no era de esos románticos y no iba a sacrificarse más de lo que ya había hecho. Sin embargo, hasta su frío corazón se encogió cuando, al girarse, la vio de rodillas en el suelo, sosteniéndose la cabeza con ambas manos. —Katherine, ¿estás bien? —se arrodilló junto a ella, por primera vez preocupado. —No, James, me duele mucho la cabeza —se quejó en voz baja —y siento que no puedo… La frase no concluyó. De su nariz, dos hilos de sangre descendieron a toda prisa corriendo hasta sus labios. Los ojos de James se abrieron de par en par. Estaba pálida, y su cuerpo, de por sí delicado, se tensó, más frágil que nunca. —Katherine…. ¡Katherine! —él intentó zarandearla, cuando ella se desplomó en sus brazos, él aún de rodillas. La sangre ahora salía a borbotones de su boca y su tez pálida parecía hacerse más blanca, de ser posible. Con sus últimas fuerzas levantó su mano y acarició el sedoso cabello de James, mientras una lágrima se resbaló por su mejilla. Él estaba perplejo, no sabía qué hacer, salvo contemplarla, mientras la vida se iba alejando de su cuerpo a toda prisa. —James, James —lo llamó en un súplica que murió rápidamente cuando empezó a toser, dando lugar a más sangre. —Dile que intenté luchar, dile que lo hice por nosotras... Esas fueron sus últimas palabras, antes de que sus ojos quedaran viendo al vacío y su vestido de blanco inmaculado se tiñó de rojo, manchando su pureza para siempre.

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