Letra Pequeña

1963 Words
—¿Qué horas son estas de llegar, James? —la pregunta de su padre le detuvo en seco, y contuvo una maldición que masculló por lo bajo. Era más de medianoche cuando atravesó el umbral de la mansión familiar, mas no le importaba. En otro tiempo se habría desvivido por complacer a su progenitor, pero la vida misma le había enseñado que no valía la pena y ese día no era la excepción. —Lo importante es que estoy aquí —fue todo lo que respondió mientras se dirigía al minibar, a la par que se desabrochaba la chaqueta. —Creía que hablaríamos en tu despacho —comentó al verlo. Theodore estaba sentado en el enorme sofá de la sala que su madre le había comprado el invierno pasado para que viera deportes. En su mano derecha tenía un vaso a medias de burbon y en la en el cenicero de la mesa un puro humeaba mientras se consumía. —¿Llegas una hora tarde y quieres venir a trazarme pautas? —como de costumbre estaba a la defensiva con su hijo menor y su respuesta ácida hizo que James soltara un suspiro de disgusto. Todo en su familia le causaba tedio y hastío, razón por la cual se largó en cuanto pudo con la excusa de estudiar en la universidad. Después de todo, nunca podría llenar los zapatos de su adorado hermano Matthew, por lo que se hacía una vida en la gran ciudad, lejos de la sombra de un fantasma que le atormentaría el resto de su vida. Su madre hacía horas que dormía, por lo que no tenía que esforzarse en contener las emociones que le causaba el señor de la casa, sin embargo, estaba agotado y lo único que quería era irse a la cama para poder largarse al día siguiente. —Es tarde y no he comido nada en todo el día, así que, si no es mucho pedir, habla de una buena vez para que pueda descansar, padre. En verdad lo necesito. Su confesión era cierta, y eso sin mencionar que creía que la falta de sueño le estaba haciendo tener visiones, o al menos eso era lo que se decía a sí mismo tras la extraña aparición que creyó haber visto en el cementerio, de la cual nunca hablaría para no comprometer su sano juicio. Prefirió perderse en un bar de mala muerte y revolcarse con una prostituta de las más costosas, intentando borrar la vorágine de vivencias de los últimos dos días. Theodore lo miró de arriba abajo, pero no se inmutó. Tenía la sospecha de que había estado con una mujer, cosa que no iba a molestarse en descubrir, puesto que la muerte de la chica en verdad le había calado, el muy débil. —Sheffield llegará en cualquier momento, así que será mejor que te lo diga de una vez, ya que estamos a solas. He cancelado tu vuelo, no volverás a la ciudad, te quedarás aquí conmigo por tiempo indefinido. Colérico, James dejó el vaso sobre la mesa, sin haber tocado su bebida y se dirigió a él, preso de la furia. —¿De qué estás hablando, papá? ¿Por qué has hecho eso? ¡He hecho todo lo que me has pedido, he cumplido mi parte del trato! ¡Creí que con haberme casado era suficiente para que me apoyaras con mi postulación! La impotencia, junto a la terrible animadversión reprimida estaban saliendo a flote al sentirse abusado. —¿Tienes problemas de audición o es que no he sido lo suficiente claro? —Theodore no toleraba los cuestionamientos y menos de aquel bastardo que había adoptado por hijo cuando su mujer le fue infiel. Su hijo lo desafió con la mirada e intentó calmarse, sacando de donde no tenía para no suscitar una discusión. Con fingida calma, se acomodó frente a él, intentando hacerse entender. —La campaña electoral empieza en diez días, papá, no puedo perderme en este rancho de mierda en mitad de la nada. Tienes que dejarme ir. ¿Qué más quieres de mí? James enfatizó cada una de las palabras como si estuviera hablando con un niño de cinco años, pero ni siquiera así logró el resultado que esperaba. —Rancho de mierda… —Theodore saboreó las palabras y tomó el puro para darle una calada profunda. De inmediato, James lamentó las palabras que usó, pero la ira no le había dejado frenarse. —¿Es así como llamas al lugar que me ha costado la vida y la de tu hermano? Antes de que pudiera preverlo, James sintió la bofetada sonora que le partió el labio. De un salto, Theodore se lanzó sobre él intentando estrangularlo y James sintió que el la vida se le iba del cuerpo. —¡Suéltame! —logró articular con su último aliento. —¡No puedes negar que eres un bastardo! —confesó Theo, a la vez que lo soltaba, sin revelar del todo la verdad sobre su paternidad. —Eres un maldito mal agradecido —escupió con desdén mientras se levantaba y volvía a acomodarse en su sillón. Molesto, y ahora más enojado incluso por el asalto, James se mesó el cabello, frustrado, y se puso de pie. —Has matado a la chica y ni siquiera me dejaste consumar el maldito matrimonio, padre, ¿por qué me retienes aquí? Theodore se puso de pie en dirección a la repisa para contemplar la foto de su hijo Matthew en su último cumpleaños. —Verás, James… —dijo con voz solemne —este rancho ha permanecido a la familia Bolton por más de cuatro generaciones, y todos y cada uno de los hombres de mi familia, han ofrendado su vida por dirigir este lugar —hizo énfasis en la foto de Matthew —mi hijo mayor más que nunca. Así que, si piensas que tú, un bueno para nada que salió huyendo a la primera que pudo, dejándonos abandonados a la primera que pudo a tu madre y a mí, va a heredar sin sacrificarse, estás muy equivocado. James se preparó para devolver el golpe, después de todo, lo que más tenía era argumentos, siendo abogado sabía defenderse muy bien, pero no pudo, porque un tercero los interrumpió. —Señores Bolton —la voz de Anthony, el mayordomo del rancho, los interrumpió —el Señor Sheffield ha llegado. Detrás de él, Lucas Sheffield se asomaba con cara de pocos amigos, varias emociones adornaban su rostro arrugado por el sol, pero ninguna parecía ser duelo por la pérdida de su hija. Sin embargo, sus ojos verdes, los mismos que la difunta Katherine, los estudiaron a ambos con recelo. —¿Llego en mal momento? —preguntó, quitándose el sombrero oscuro, a juego con su chaqueta de piel. Claramente había tensión en el aire, pero Theo se encargó de eliminarlas todas sirviéndole un trago. —Para nada, ¿cómo sigue tu esposa? —preguntó con fingida preocupación, cuando por dentro estaba regodeándose del placer de haberle quitado su niñita a él y a la moribunda de su mujer. —Mal —admitió Lucas mientras se sentaba junto a su yerno. —De por sí Emma estaba muy delicada de salud, pero ahora con esto… No sé si sobreviva. Un silencio sepulcral se implantó en la sala y por dentro, Theo, quien todavía estaba de pie, se alegraba de la desdicha ajena. Después de todo la jugada le había salido mejor de lo que pensaba, al llevarse dos vidas por el precio de una. —Quizás sea bueno hospitalizarla, en el cementerio se veía demasiado frágil como para estar sin cuidados especiales —sugirió James, quien era el único de los tres que sentía algo de compasión por la pobre mujer. —De hecho, hijo —dijo Lucas, reclinándose en el sofá —es esa la razón por la que estoy aquí. Theodore, necesito que cumplas la parte del acuerdo, necesito el medio millón que ofreciste para poder costear las recetas médicas de Emma. James abrió los ojos de par en par, inconsciente de que el padre de su difunta mujer tuviera tantas agallas. Para él, el acuerdo era meramente una alianza. No sabía que Lucas tenía tan pocos escrúpulos como para vender a su hija, y que Theodore estuviera dispuesto a pagar por aquella alianza. —¿Qué está diciendo, padre? —le reclamó. —¿Me has comprado a una esposa? Sus preguntas estaban teñidas de reclamo y repulsión. Lo último que esperaba en la vida era ser tan vil como para pagarle a alguien para que viviera con él. Para eso prefería quedarse solo o contratar los servicios de las mujeres de Madame Juliette, la dueña del burdel más caro de la ciudad. —No te hagas el santo conmigo, James. No hace falta. Tu padre y yo hicimos un acuerdo, así que vine a reclamar lo que es mío. Después de todo, mi pobre hija siempre fue una desequilibrada, así que deberías estar contento de haberte librado de semejante mujer. James estaba totalmente anonadado. ¿Cómo era posible que un padre hablara así de su hija? Se sintió peor al recordar las palabras de Katherine en la boda: ˂monstruo˃. —No tienes nada que buscar aquí —rió Theodore, finalmente rompiendo su silencio. Se dio la media vuelta y encaró a Lucas por primera vez desde su llegada, porque no quería perderse ni el más mínimo gesto de su cara. —¿De qué estás hablando? —Lucas sonaba ahora confundido. —Tú y yo firmamos un acuerdo. Con manos temblorosas, sacó del bolsillo interior el acuerdo que habían firmado y lo puso frente a él, intentando reclamar su derecho, pero Theo ni se inmutó en mirarlo, tomándolo James para echarle un vistazo. —En efecto, Lucas, firmamos un acuerdo, pero si no hubieras sido tan idiota como para confiar en mí, te habrías detenido a leer todo el documento antes de firmar. Como eres un vicioso que lo único que quiere es seguir apostando, tendrás que sufrir las consecuencias. Lucas estaba perplejo, no entendía nada y miraba a Theodore como lo que era, un cruel aprovechado que lo había timado, aunque todavía no sabía cómo. —No comprendo, tú me dijste que, si te daba mi hija para desposarla con tu hijo, entonces me darías medio millón de dólares… —Siempre y cuando hubiera un heredero de dicha unión —leyó James en voz alta la letra pequeña del contrato, sintiéndose igual de estafado que él. —¿En serio querías que tuviera un hijo con esa chica? Sabía que su padre era cruel, pero nunca llegó a imaginar hasta qué punto. Con toda la maldad que le caracterizada el señor Bolton soltó una sonora carcajada cruel. —Debo decir que parecen padre e hijo para ser imbéciles los dos. No te daré ni un centavo, Lucas. Por el contrario, tú me has cedido el control de tus tierras y tu rancho, porque tan pronto dejes de respirar, James heredará todo lo que un día fue tuyo. Lucas se desplomó en el sofá al caer en cuenta de lo que había sucedido. —¡Eres un maldito! ¡Eres un maldito ladrón y corrupto! ¡Estás muy equivocado si crees que te dejaré salir con la tuya, mal nacido! ¡Antes acabaré contigo! —bramó con los dientes apretados. Sin contenerse, sacó su arma de la cintura, y apuntó a Theodore, pero este fue más ágil y sin miramientos, le disparó en el pecho a quema ropa, quitándole la vida de inmediato. —Felicidades, hijo —dijo con su sonrisa cruel, a un James que estaba paralizado en mitad de la sala —acabas de heredar tu propio rancho gracias a mí.
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