Dos caras

1504 Words
El humo del incienso le hormigueaba en la nariz, y James se aclaró la garganta por décima vez, intentando mitigar en vano el nudo de emociones que le oprimían hasta la respiración. Con nerviosismo se arregló el nudo de la corbata, a la vez que jugaba con el pañuelo en su bolsillo. Lentes oscuros cubrían sus ojos para ocultar la ausencia de lágrimas pese a lo triste del momento. En el cielo, las nubes grises amenazaban con descargarse en cualquier segundo, pero al padre que elevaba la misa no parecía preocuparle en lo más mínimo, quien continuaba con su retahíla de rezos que todos escuchaban con atención. Emma Sheffield estaba en silla de ruedas frente a la tumba de su hija y el dolor la tenía totalmente consumada, tanto o más que su misma enfermedad, mientras que la madre de James, Danielle Bolton, le daba consuelo vagamente, sobre todo porque las cámaras de la prensa a unos cuantos metros no dejaban de fotografiarles. Resultaba imposible creer que aquella mujer que anoche estaba de lo más alentada estuviera hoy tan grave, tras el golpe recibido. —Si alguno de los familiares quiere decir unas palabras… —dijo el cura finalmente cuando hubo culminado su discurso, rogando por el alma de la joven. Con disimulo, Theodore le dio un codazo a James para que pasara al frente, y este negó con la cabeza en un rotundo no. Ya se había casado con aquella chica sin conocerla, y el colmo de los males era que ahora tuviera que ser él quien la despidiera en su lecho de muerte. Ni loco, hasta allí llegaría su docilidad. Su padre lo miró furioso, porque quería que se vendiera ante todos como el esposo sufrido, pero lo cierto es que no podía si quiera llorar por alguien a quien no amaba, pese a lo trágico de su muerte. Que hable Lucas, pensó él, de mal gusto. Después de todo, en la nota supuestamente se había suicidado por la presión que le provocaba su progenitor, por lo que debía ser él quien hablara en defensa de su imagen. Para sorpresa de todos, y apoyada de Danielle, Emma se puso de pie. El vestido n***o le quedaba enorme, ya que su cuerpo una vez esbelto se había vuelto un saco de huesos. Tambaleante y con los ojos hinchados de llorar, se colocó en el frente y empezó a hablar. —La vida es un contaste aprendizaje —su voz se cortó. —Estamos en la eterna lucha de aprender, a veces por las buenas y a veces por las malas. Uno de los grandes maestros en la vida es el dolor, pero debo decir —otra vez rompió a llorar —que no hay dolor que se compare a la pérdida de un hijo. Hasta James, quien se hacía llamar el corazón de piedra, no pudo evitar compungirse ante el llanto de una madre destrozada, sobre todo cuando su familia había experimentado el dolor mismo que ella vivía hoy, al perder a su hermano Matthew por culpa de los Sheffield. En el fondo, en cierto modo se alegraba de la muerte de la muchacha y de que ambas familias estuvieran ahora saboreando lo que era perder. —Cariño, no tienes que hacer esto —Lucas quiso detenerla con semblante serio, pero ella lo detuvo con su mano, frenando sus intentos de detenerla. —Sé que para los padres no hay hijo malo, sin embargo, si algo debo decir es que mi Katherine era la joven más noble y buena que conocía, sus manos siempre estuvieron prestas a ayudar y su corazón lleno de amor, por lo que no entiendo su decisión tan egoísta de haberse quitado la vida. ¡Mi bebé nunca haría eso! ¡Mi niña! ¡Esto debe ser un cuento de mal gusto, una trampa!— rehusándose a la realidad, Emma comenzó a llamar a su hija como loca, creyendo que se levantaría de su lecho de muerte. —¡Kathie! ¡Hija mía, despierta! ¡Katherine! Esta vez su valentía se desvaneció y las olas de llanto la estremecieron tanto que su esposo tuvo que cargarla, luchando por calmarla ahora que estaba fuera de control, para dejarla en su lugar nuevamente. Al mirar alrededor, James notó que casi todos los presentes eran ganaderos amigos del señor Sheffield, y que al igual, Lucas guardaba la compostura de una manera indecible. Es más, ira era lo que parecía sentir, aunque James no se tomó la molestia de descubrirlo, ya era suficiente con el escándalo que había hecho su ex suegra, como para tener que suscitar si el padre de la fallecida estaba dolido o no. A su lado, Theodore miraba orondo el féretro donde la muchacha yacía cual ángel, con el buqué de rosas rojas con el que se casó la noche anterior. La cabeza de James le daba vueltas, quería huir de allí a toda prisa, quería alejarse de aquel pueblo que para él había estado maldito desde que tenía memoria. Todo aquello era un error, y aunque bien le gustaba el sabor de la venganza al ver a los Sheffield sufrir, lo cierto era que no quería tener nada que ver con aquel lugar. Respiro profundo cuando cuatro de los hombres de su padre empezaron a bajar el ataúd a las profundidades de la tierra, mientras los gritos de Emma se elevaban como un clamor de dolor. Cuando la tierra cubrió el ataúd por completo, grandes gotas empezaron a caer, anticipando la tormenta que se avecinaba, y los presentes, intentando cumplir con la norma de cortesía, se apresuraban a estrechar la mano del recién viudo. —James, lamento mucho tu pérdida —repetían diferentes señores forrados de sombreros tejanos y camisas de luto, mientras él, en piloto automático, asentía con la cabeza sin saber qué decir. Los Sheffield fueron los primero en marcharse: Lucas tuvo que correr para resguardar a su esposa a quien tuvo que sedar para que no colapsara por el llanto, y poco a poco, la tumba de su difunta esposa quedó vacía, solo él frente a ella. No había estado casado ni doce horas, cuando su esposa había fallecido, y convenientemente, tenía en su bolso la nota justificando su suicidio. Para él, un abogado de experiencia y conocedor de los métodos de trabajo de su padre, todo aquello resultaba demasiado sospechoso y no dejaba de sonar una voz de alarma en su cabeza, que no podía apagar, a pesar de lo mucho que intentara. ¿Era cierto que se había suicidado? De ser así, no podía evitar sentirse algo culpable por la dureza con que la trató, sin embargo, qué tan dura debía ser la vida de aquella muchacha para terminarla así de esta forma, y justo tras haber contraído nupcias con él. “No pudiste hacerlo un día antes, desgraciada” pensó con pesar, mirando la tumba con preocupación de cómo esa noticia podía afectar su carrera. —Hijo —la voz de su padre lo trajo de vuelta a la tierra. —¿Qué quieres? ¿No puede un hombre despedir a su esposa en paz? —dijo con ira. Theodore rodó los ojos y se acercó a él por detrás. —Ya las cámaras se han ido, así que puedes ahorrarte el drama. Te necesito en mi despacho esta noche —anunció sin esperar respuesta, pero James respondió de todos modos. —Pensaba regresar a la ciudad esta noche, después de todo, ya he cumplido mi parte del trato. —¡Con un demonio te irás! —Theodore dejó escapar el monstruo que habitaba en él. —Esto apenas empieza, así que será mejor que estés a tiempo porque tenemos mucho que hablar, Sheffield vendrá también. ¿Entendido? Su voz autoritaria retumbaba en el cementerio vacío y James tragó en seco su orgullo y asintió con la cabeza. Todo eso lo hacía con el fin de impulsar su candidatura a Procurador y no podía darse el lujo de perder el apoyo de su padre. —Entendido, señor. Theodore sonrió de medio lado y señaló a la tumba. —Si ya me encargué de eso, también podré lidiar con lo demás. El alma de James se estremeció, al comprobar que todas sus sospechas eran ciertas. Dejó escapar un halo de aliento, tras quedarse solo y se metió la mano en los bolsillos de su traje n***o. —Lo siento, Katherine, lamento que tu vida haya acabado de esta manera —dijo con sinceridad, pero levantó la mirada, cuando entre los árboles escuchó el crujir de una rama y pensó que se trataba de su padre, pero él ya estaba llegando a su auto. James giró para ver si era algún animal, pero su corazón dejó de latir cuando sus ojos se chocaron con un par de ojos verdes que creía no ver nunca más. Frente a él, el rostro de su esposa le miraba con curiosidad y antes de que pudiera asimilar lo que acontecía, ella salió despavorida hasta perderse en la oscuridad.
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