GENEVIEVE —Al menos quédate a cenar. Podríamos pedir a domicilio...—, intenté tentarle. No nos habíamos molestado en ponernos ropa mientras estábamos tumbados en mi cama, hablando en voz baja y burlándonos el uno del otro. —Genevieve... no puedo. No me miró mientras hablaba, sus ojos estaban fijos en el techo. —Por favor—, intenté de nuevo, —Comamos, tomemos un poco de vino... quizá veamos algo malo en la tele y veamos adónde nos lleva la noche... Rodé sobre mi estómago y me encontré cara a cara con su hombro, dándole un ligero beso. Tenía un brazo bajo la cabeza y el otro a un lado, y parecía un dios griego posando sin querer. —Es usted insaciable, señorita Carson—, murmuró, con esa sonrisa tan característica, jugueteando en sus labios mientras giraba la cabeza para mirarme. —Rea