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La debilidad del CEO

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Blurb

Dominic Blader es el CEO de 35 años de Blader Incorporated en Dallas, Texas. Es poderoso, exitoso y dominante: una personalidad intrigante. Es guapo, podría tener a cualquier mujer que quisiera y es multimillonario. Está en la cima de su juego y en la cima del mundo, literalmente, en su rascacielos de 25 pisos. Dominic es estoico, profesional, bien vestido y rara vez muestra emociones. Hasta que la conoce...

Genevieve Carson tiene 22 años. Está en su último año de universidad y sólo quiere hacerse un nombre en el mundo de los negocios, pero cuando la tragedia de la muerte de su abuela golpea cerca de casa, abandona los estudios y se traslada a Dallas. Cuando las circunstancias hacen que se quede, encuentra un trabajo en Blader Incorporated... como asistente personal de Dominic.

¿Serán capaces Dominic y Genevieve de seguir siendo profesionales o se desatarán las pasiones? ¿Vendrá el pasado de Dominic a arrebatarle a Genevieve? Y si es así, ¿caerá ella en la tentación?

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EL MAL PRESENTIMIENTO
GENEVIEVE No sabía muy bien por qué, pero despertarme esta mañana me parecía más pesado de lo normal. Tenía un mal presentimiento, un nudo en el estómago que, pasara lo que pasara, no desaparecía. En retrospectiva, ahora sé que había perdido a mi mejor amigo, y esta sensación era una señal. Este era el peor día de mi vida, pero hoy era el punto de inflexión, mi vida cambiaría drásticamente. * —¿Gen? Vas a llegar tarde a clase, cariño—, oí a mi madre a través de la puerta. —Si quieres ducharte, tienes que levantarte ya. —Sí, sí—, refunfuñé, me quité el edredón de encima y resoplé, levantándome por fin y dirigiéndome al baño. Algo me tenía arrastrando los pies durante toda mi rutina matutina y simplemente no podía poner mi dedo en la llaga. Algo va mal. Lo noto. No pasa nada, todo va bien. Pero debería haberlo sabido cuando llamé a mi abuela y no contestó. Ahora era básicamente una rutina. La llamaba mientras me maquillaba y siempre me obligaba a contarle qué planes tenía para ese día, a qué clases iba, dónde iba a comer y con quién iba a salir. —Tienes que venir pronto a Dallas a visitarme, Genny. Te echo de menos y tengo una habitación de invitados con tu nombre—, me decía casi todas las mañanas y yo la rechazaba todas las veces. —Lo siento, abuela, ya sabes cómo son las clases. Estoy muy ocupada y los exámenes finales están a la vuelta de la esquina. No puedo permitirme vacaciones. Pero te visitaré en cuanto pueda. —Bien, pero sabes que no estaré por aquí para siempre—, intentaba hacerme sentir culpable. —No hables así. Estarás aquí mucho tiempo. Lo suficiente para verme graduarme en la universidad, lo suficiente para verme casarme, lo suficiente para conocer a cualquier bisnieto que decida traer al mundo. —Me alegro de que lo pongas en ese orden. Definitivamente, primero termina la universidad antes de pensar en chicos—, me decía con su voz firme. —Lo sé, abuela: Nunca dejes que un hombre cuide de ti. Sé independiente, Genny. Consigue tu título y cómprate la vida que quieras. Nunca te olvidas de decirme que sea yo misma y te lo agradezco. Y ese sería el final de la conversación. Pero esta mañana... no contestó. Y lo achaqué a que seguía durmiendo, o que se había dejado el móvil en otra habitación, o algo así... Y de nuevo, debería haberlo sabido. Pero antes de que mi mente siguiera divagando, mi madre volvió a llamar a la puerta. —Gen, tu padre ha dejado dinero en la encimera para comer hoy. Me voy a trabajar. Te quiero. —¡Yo también te quiero, mamá! Hasta luego—, le dije mientras me ponía una blusa de flores a juego con los pantalones negros, me calzaba unas bailarinas beige y cogía la mochila antes de bajar a la cocina a por una botella de agua y una barrita de cereales para desayunar. Llegué a la escuela con unos minutos de sobra, por suerte, y me reuní con mi pequeño grupo de amigos en el patio. —Buenos días, Gen. Tienes una pinta de mierda—, me dijo Rachel, alguien con quien me preguntaba todos los días por qué era amiga, cuando me acerqué. Antes de que pudiera responder, oí una voz familiar detrás de mí: —Oye, Gen, ¿podemos hablar? ¿En serio? ¿Vamos a hacer esto ahora? No seas tan grosera. Era mi amigo antes de que saliéramos. También era la razón por la que Rachel me odiaba. Me giré y miré a un par de ojos azules brillantes, los ojos que pertenecían a mi exnovio y mejor amigo de la infancia, Jackson Wallas. —Claro, Jacks. ¿Qué pasa?—, le pregunté. Me sentía mal por él. Se sintió dolido cuando decidí poner fin a la relación después de un año, pero estábamos mejor como amigos. Al parecer yo era la única de los dos que pensaba así. —Um, solo—, dijo en voz baja y oí a Rachel burlarse detrás de mí. —Hola, Jackson—, dijo con una voz reservada solo para él. Él la miró por encima de mí: —Hola, Rachel. ¿Cómo te va?—, y luego volvió a centrar su atención en mí: —¿Genevieve? Suspiré y le seguí a unos metros de distancia. —¿Qué tal?—, volví a preguntar, tirando de las correas de mi mochila. Tenía que admitir que salir con él había sido un gran error. No es que fuera un mal tipo, sino que desde que cruzamos la línea de amigos a algo más, ahora sabía que nunca podríamos recuperar esa parte de “amigos” Él siempre querría más de lo que yo podía darle y eso me hacía sentir ligeramente culpable. “Chica, no es culpa tuya que no sientas lo mismo. Tienes derecho a tus propios sentimientos” Pensé. Ya, ya. Lo sé, pero aun así... —Solo quería decirte—, empezó, —que no estoy enfadado contigo. Entiendo que no sientas lo mismo que yo, pero sigo queriendo ser tu amigo, Gen. Significas todo para mí, siempre lo has sido, y te quiero. Y si me necesitas como amigo más de lo que me necesitas como novio, bueno... supongo que tendré que aceptarlo—, terminó, apretando y soltando los puños como siempre hacía cuando estaba nervioso. —Gracias, Jackson. Eso significa mucho para mí. Sabes lo importante que es la universidad para mí y que me estoy esforzando mucho para conseguir este título y que ahora no es el momento adecuado para tener una relación—, mentí, lo que probablemente no debería haber hecho al ver que su cara se iluminaba en señal de comprensión. —Sí, no, claro. Lo entiendo perfectamente. Me alegro mucho de que hayamos hablado—, sonrió y me abrazó. Sus abrazos solían ser un espacio seguro para mí, pero ahora se sentían sofocantes.

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