GENEVIEVE
Estaba a mitad de camino de la segunda temporada de algún popular programa de televisión cuando oí que llamaban a mi puerta.
De todas formas, no es que hubiera estado viendo la serie. Había estado soñando despierta con la noche anterior y ahora agradecía la distracción. Puse el programa en pausa y me dirigí a mi dormitorio para coger un albornoz de seda que me había regalado mi abuela. Era uno de los únicos artículos de lujo que tenía y lo apreciaba mucho porque me lo había regalado ella.
Suspiré y me recordé mentalmente que tenía que hablar con el agente inmobiliario sobre la casa cuando volví a oír que llamaban a la puerta y esta vez sonaba con más fuerza y urgencia.
—Ya voy—, grité, haciendo un nudo en la parte delantera de la bata mientras atravesaba el apartamento.
Desb
