Vanora levantó sus manos. —¡Ahora es usted quien me asusta!— exclamó—, en cualquier caso, no dude que lo intentaré. Lo envidio más de lo que puedo decir por tener algo tan maravilloso y, debería añadir, tan impresionante. El Conde sonrió. —Ahora que está decidido— dijo—, creo que debe venir a conocer a mi tía, quien no ha querido, tras la muerte de mi padre, dejarme solo en el Castillo. Pensó ahora que era providencial el que Lady Sophie se encontrara allí. Si contrataba a aquella hermosa criatura y permanecía solo en el Castillo con ella, las lenguas de los chismosos se pondrían a trabajar. Viendo lo hermosa que era, estaba seguro de que debió haber constituido un éxito en Londres, aun cuando trabajara con un hombre tan mayor como Lord Blairmond. Subieron las escaleras y, mientras