El café frente al parque era uno de los más conocidos y buscados de la ciudad, principalmente por los exquisitos platillos dulces que ofrecía. Allí caminaba Manuel, en busca de un buen café y algo que tuviese chocolate, no le importaba qué, solo que estuviera aquel ingrediente en la preparación. Al llegar a la esquina vió a Pablo, el hijo del dueño que se creía el sujeto más codiciado de la ciudad cuando en realidad era un idiota más. Lo que detestaba Manuel de aquel hombre era que siempre había tomado muy a mal el rechazo de las mujeres, y solía tornarse muy insoportable cuando se encontraba con alguna que no quisiera de su compañía. En este caso esa mujer era Mar, que trataba de zafarse de la mano del hombre que la sujetaba con fuerza por el brazo. La morocha había ido a cubrir una noticia sobre el lugar de moda a pedido de Ramiro, su nuevo jefe, y allí se encontró a Pablo, quien no dudó en desplegar sus encantos para ella, cosa que fue rechazado de plano por la fotógrafa.
—Mira, no quiero problemas, pero realmente no me interesa — llegó a escuchar Manuel al estar a unos pasos de los dos. Había caminado directamente hacia ellos al ver la situación que estaba desarrollándose delante de sus ojos. Las manos asquerosas de aquel sujeto en el blanco brazo de Mar lo estaba poniendo de muy mal humor.
—Es solo un café. Nada más — le respondía el sujeto con su sonrisa torcida.
—Ey, te dijo que no — interrumpió Manuel y ambos lo miraron.
—Manuel, hermano, esto no es asunto tuyo, ¿si? — ambos hombres se conocían desde la secundaria, nunca se llevaron bien, se detestaban en silencio, aunque cada tanto ese silencio era reemplazado por golpes.
—Gracias a Dios no soy tu hermano, y mejor que la sueltes, ¿no? — le gruñó mientras señalaba la mano en el brazo de la chica.
—Ella está escuchando mi invitación, nada más — respondió Pablo aumentando su sonrisa al ver lo fastidiado que estaba el morocho.
—Miren, no quiero problemas, ¿si? — la tranquila voz de Mar rompió el contacto visual, y cargado de odio, que mantenían los sujetos —. Muchas gracias por tu invitación pero debo seguir trabajando — dijo soltándose con fuerza del agarre.
—Lo que quieras. Tú te lo pierdes — dijo Pablo irritado antes de girarse y volver al café.
—Es un idiota — escupió Manuel sin dejar de mirar la marca roja que aparecía en el brazo de la mujer —. ¿Estás bien? — Ella asintió —. Te acompaño a tomar un taxi, no vaya a ser que vuelva a aparecer a seguir la escena — le indicó señalando hacia la calle.
—Ok, gracias — respondió un poco nerviosa. El solo hecho de estar cerca de aquel hombre la alteraba. Se repetía, casi como si fuese un mantra, que aquel sujeto estaba con su hermana, que no debía sentir nada por él y menos caer rendida como una idota ante su sonrisa.
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—Me dijo que llegará en unos cuarenta minutos — explicaba Karen mientras él se mantenía de pie en el centro de la sala —. Pero ponte cómodo — le señaló el sillón.
Manuel había pasado en busca de la castaña para que fueran juntos a comprar algo de ropa deportiva que ambos necesitaban, pero quedarse esperando allí, con la despampanante Karen delante, que no dejaba de pasearse con una remera muy ajustada y una pequeña tanga cubriendo su parte inferior, no lo hacían creer que fuera buena idea. Tragó pesado y se sentó en el lugar que le habían indicado.
Desde su posición podía observar a la mujer que se maquillaba en un espejo de la sala, dejándole una muy buena perspectiva de su trasero. Cuando se giró sus ojos automáticamente subieron a los pechos de la mujer que parecían querer salir de esa ajustada remera. La pequeña cintura de Karen lo invitaban a tomarla con sus manos para tener una idea más exacta de cuánto dejaba de comer solo para conseguirla mantener en ese mínimo tamaño. Subió su mirada a los carnosos labios rojos que la mujer mordía bastante sugerente. Llegó hasta los ojos de ella que lo estaban viendo mientras él se la comía con la mirada. Sintió un poco de vergüenza, pero principalmente sintió deseos. Quería acostarse con aquella mujer que era sexy de una manera tan descarada que lo había llevado a dejarse encantar. De a poco Karen se acercó hasta él, agachando su torso para dejar sus ojos a la altura del hombre y su escote aún más cerca.
—¿Te gusta lo que ves? — ronroneó la mujer.
—Una de las mejores vistas que he tenido — respondió él cargado de deseo.
—Y eso que no me he quitado la remera — respondió ella.
—Lo podemos solucionar — respondió y atrapó los rojos labios de la mujer con los de él para luego jalar la remera y liberarla de aquella prenda. Ella se sentó sobre el hombre, comenzando a frotar su intimidad con la de él que ya estaba dura.
—Veo que te pongo como a mí me gusta — susurró ella en los labios del morocho que la volvió a besar con desesperación, quería hundirse en ella, sentir qué placeres nuevos le podía mostrar.
De a poco la mujer se quitó la prenda inferior y desprendió el pantalón del hombre que ya estaba listo. Le colocó con mucha sensualidad un preservativo antes de dejarlo sentirla por completo. Ambos, sobre el sillón, se dejaron llevar por el momento. Dejaron de prestar atención a su alrededor, por lo que cuando la puerta se abrió les tomó unos cuantos segundos notarlo, y para cuando ya lo había visto hecho Mar los miraba con una seriedad nunca antes vista. No dijo nada mientras su prima se volvía a vestir y él se acomodaba la ropa. Solo los miró fijo.
—Mar, no le digas a Zami — le pidió su prima.
—No te preocupes, eso no me corresponde a mí — escupió ella con rabia, intercambiando su mirada entre las dos personas que tenía enfrente.
—Esto... Yo... Solo...
—Manuel, creo que es mejor que te vayas — le indicó Mar al morocho que no podía formular una oración.
El hombre salió de allí y al poco tiempo Zamira llegó a casa. La castaña preguntó por su novio, quien supuestamente esperaba por ella.
—Mar le pidió que se fuera — respondió Karen como si fuese ajena a todo.
—¿Qué ella qué? — exclamó la mujer — ¿Qué mierda te pasa? — le recriminó a su hermana que la miraba sin ninguna expresión en el rostro.
—Nada, Zami, déjala ya — Karen parecía cansada, pero estaba claro que actuaba.
—¡Eres una imbécil, Mar!¡No puedes echar a mi novio así! — gritaba la castaña.
—No sabía que eran novios, pensé que solo perdían el tiempo — Fue la respuesta de la morocha que alteró a su hermana al punto que esta saltó directo sobre ella, tirando del corto pelo de la morocha que se defendía cómo podía.
—¡¿Qué sucede aquí?!— gritó una mujer de largo pelo n***o lacio desde la puerta de la casa. Arreglada con un pequeño vestido n***o y con enormes tacones miraba a las mujeres de la sala.
—¡Mamá, Mar echó a Manuel de aquí! — reclamó en un tono infantil Zamira.
—Mar, siempre tan envidiosa — la regañó su madre mientras negaba con la cabeza, por lo que la muchacha se puso de pie para encerrarse en su habitación.
Su madre jamás la defendía, siempre pensaba lo peor de ella, desde que su trabajo era una mierda hasta que jamás conseguiría a nadie que la quisiera por el solo hecho de llevar el cabello tan corto que parecía hombre.
A Mar jamás le mostraron un poco de amor en aquella familia, pero era la única que tenía y siempre lo toleraba. No le contaba a ninguna de las otras tres mujeres sobre su vida, trabajo o propuestas que recibía, no lo hacía porque ellas tenían el don de hacerla sentir humillada, convenciéndola que lo que pasaba en la vida de la morocha era una mierda en comparación con su hermana o prima. Lo peor es que Zamira había conseguido un hombre tan amable como Manuel y eso hizo que cayera sobre ella una automática queja sobre lo soltera que siempre había estado, sin una sola relación en toda su vida, claro que eso era a ojos de su familia, no necesariamente una verdad. Ahora un poco de satisfacción subió a su pecho al ver que Manuel era tan mierda como el resto de los tipos y había engañado a su perfecta hermana con su perfecta prima. Se la había cogido allí en la sala, sin importarle nada, y eso le daba una sensación de justicia. Aunque admitía también que la imagen del amable hombre se hizo trizas en cuanto sus ojos dieron con la escena que se desarrollaba en el sillón de su casa. Casi había caído como una idiota por un sujeto que no valía mucho más que otros tantos en esa ciudad. El mejor había sido Julián y ahora jugaba para el otro equipo. Ese pensamiento la hizo sonreír por unos instantes antes de que su hermana interrumpiera en su habitación.
—¡Eres una perra! — la señalaba mientras su prima la sujetaba por la cintura —. ¡Es mi novio! — le gritaba. La morocha la miraba confundida. No tenía idea de qué hablaba.
—¡¿Qué demonios, Zamira?! ¡¿Por qué entras así a mi hab...
—¡Te quisiste coger a mi novio! — escupió la castaña y Mar automáticamente desvió su mirada a Karen que se mantenía en silencio con sus brazos tomando la cintura de su hermana.
—¡¿Estás loca?! — gritó ella.
—¡Karen lo confesó! ¡Que lo sacaste de aquí porque cuando comenzaste a coquetearle él te rechazó!¡Eres una puta! — lloraba mientras le gritaba a todo pulmón.
—¡Nunca pasó eso!¡Karen! — Su prima negó con la cabeza pero solo ella lo vió.
—Hija, cálmate — La madre de ambas la tomaba por los hombros para girar a Zamira y envolverla con sus brazos mientras ella lloraba en su pecho. Con los ojos cargados de decepción miró a Mar —. Te daré un mes para que dejes esta casa — sentenció y Mar sintió su alma caer a los pies. Cómo siempre su madre pensaba lo peor de ella —. No entiendo cómo pudiste hacerle esto a tu hermana — dijo antes de llevarse a la castaña con ella.
—Eres una mierda — le escupió a Karen que seguía de pie junto a la puerta.
—No pensé que..
—Me importa una mierda qué pensaste. Vete — le dijo a su prima con los ojos inyectados de rabia. Al ver que la mujer no se movía volvió a gritar — ¡Vete!