41. El mal humor del rey

1015 Words
Mientras esperaba, Vladimir yacía en su despacho analizando papeles y escribiendo en su intento por darle otro enfoque al problema que se le avecinaba, pero nada le convencía como resolución y Alaisa acudió ante su presencia para tratar de relajarlo, aunque fuera un poco, ya que había estado gruñón durante toda la mañana. — Querido rey, estoy aquí para hacerte relajar por un momento — Ahora no Alaisa, ¡no estoy de humor! — respondió él — Pues por eso mismo es que he venido a servirte — insistió Alaisa comenzaba a desabrochar el pantalón del Rey — ¡Alaisa, detente! ¡Te dije que no! ¡Por favor, retírate! —Amo, sólo tiene que cerrar los ojos y dejarse llevar, estoy segura que después de ésto se sentirá mucho mejor El rey accedió ante la solicitud de Alaisa, quién hacía maravillas con su boca y su m*****o masculino — Creo que sí está funcionando, continúa por favor Alaisa — expresó el rey Alaisa obedeció y casi cuando el trabajo estuvo terminado, Isabella entró sin avisar llevando el té consigo, sus ojos se engrandecieron al ver tal escena y el rey se dio cuenta de inmediato, sin que Alaisa se percatara de la situación, él le hizo señas a Isabela para que se fuera de inmediato, a lo cual ella obedeció, pero más por su propio pudor que por las órdenes del rey. Casi corriendo, Isabella regresó a la cocina sintiéndose avergonzada por haber entrado sin tocar la puerta, temblaba y no podía ni hablar, pero además, reconocía en ella cierto sentimiento que no podía describir, pues nunca antes lo había sentido, celos, sólo así se podía llamar a lo que sentía. "¿Cómo podía Alaisa atreverse a tanto? Es una desvergonzada, no tiene respeto por sí misma", pensaba justo cuando Miguelina la vió temblando de nervios, y de celos. — ¿Te pasó algo, Isabella? — preguntó — No, Miguelina, es sólo lo que estaba pensando en llevarle el te a su majestad, pero será mejor que espere a que me llame — Creo que no es necesario que esperes, si ya sabemos que esta es la hora del té para nuestro señor — Lo sé, pero hace un momento ví a Alaisa entrar al despacho, podrían estar tratando algún asunto importante para ella y no quiero interrumpir. Vladimir y Alaisa terminaban lo suyo y pronto ella se tuvo que retirar del despacho. — Te prometo que te compensaré por ésto durante la noche — dijo el rey — No es necesario, su majestad — Pero claro que sí, tú me haz quitado lo gruñón — Entonces, será como usted diga, su majestad El rey cambió su postura inmediatamente. — Por favor, Alaisa, dile a Isabella que me traiga el té, ya es tarde y no ha venido, y también necesito que te quedes al pendiente por si llega Josué, lo haces pasar enseguida — Sí, señor Cuando Vladimir se quedó a solas, solo podía pensar en lo avergonzado que estaba por tremenda escena que había visto Isabella, pero la vez le excitaba saber que ella había presenciado tal acto y se preguntaban lo que habrá sentido ella al verlo en esta situación, ahora mismo lo averiguaría — ¡Isabella! Dice mi señor que es hora de que le lleves el té — dijo Alaisa — Es cierto, enseguida voy — Isabella tomó lo correspondiente para llevar el té Cuando Isabella llegó al despacho, el cuerpo le temblaba, estaba tan nerviosa que comenzó a tartamudear — Su su su majestad, le le traigo el el té — Creo que no deberías olvidar tocar la puerta antes de entrar Isabella — Le le pido u u una di disculpa, se señor El ego del Rey se engrandecía al notar el nerviosismo de Isabela, pues eso quería decir que ella sí sentía algo por él — Solamente te pido que no vuelva a ocurrir — De desde lu luego, se se señor — Por favor, sírveme una taza de téy otra para Josué de una vez, estoy seguro de que no tarda en llegar En cuanto el rey dijo eso, Alaisa hizo pasar a Josué en el despacho. — Me alegra que llegaras, Josué — expresó el rey — Disculpe la demora, su majestad, tuve un pequeño percance — Si hay algo en lo que te pueda ayudar, con gusto — Ya quedó arreglado, pero agradezco mucho tu preocupación Isabella sirvió el té — Isabella, un placer saludarte — Lo mismo digo Ella se retira para que ellos puedan trabajar. Durante tods la tarde, la escena de Alaisa y el rey no dejaba de aparecer en su mente, sentía como un fuego que la recorría de pies a cabeza sin poder controlarse, no odiaba a Alaisa por lo que había visto, pero sí le molestaba que ella tuviera algo con él. Las palabras de Miguelina se repetían en su cabeza una y otra vez sin parar, y pronto sería la hora de dormir, por lo que debía hacer algo para detener sus pesadillas y su miedo. Mientras tanto, Vladimir esperaba a Alaisa con la habitación casi a oscuras para intentar compensarla por lo que había hecho durante la tarde, ese momento de gozo merecía una larga noche de placer, pero no podía dejar de pensar en Isabella, trataba de imaginarse cómo se había sentido ella y le gustaba pensar que lo deseaba como hombre aunque sólo fuese una vaga ilusión, pues sabía de sobra que ella nunca permitiría que nadie la tocara y está vez, él lo aceptaba y no tenía más remedio que imaginar que la mujer que tenía enrre sus brazos ella era, su amor secreto. De un momento a otro, sintió que alguien entró a su habitación, creyendo que se trataba de Alaisa, la invitó a acercarse... — Te estaba esperando, acércate Escuchó cómo puso el seguro a la puerta y le escuchó, también, caminar lentamente hasta él. — Al fin llegas Él la besó y sintió cómo la bata que cubría el cuerpo de la mujer se deslizaba por su piel...
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