1. Pérdidas y dolor
La guerra había causado grandes pérdidas y dolor, entre ellas, la muerte de un amado padre y esposo era llorada por una pequeña y su amorosa madre, tras este hecho desgarrador, la viuda debía tomar muchas decisiones para poderle brindar una calidad de vida a la pequeña aún con el recuerdo de ese padre y esposo en su corazón. Como todo mundo esperaba, ellas debían sonreír frente a la adversidad, continuar con sus vidas y mostrar felicidad para inspirar esperanza a quienes las rodeaban.
Con el tiempo, la guerra terminado al fin, pero había dejado a su paso pobreza, esclavitud y múltiples problemas más que parecían no tener solución, por lo que tras meses de guardar el luto, la viuda se vió obligada a contraer nupcias nuevamente para intentar salvar lo que más amaba de la desdicha, ella era hermosa y joven, por lo que no le costó mucho trabajo encontrar un hombre que quisiera tomar esa gran responsabilidad, y pronto su nuevo matrimonio se celebró entre flores, pues era primavera, y muchas personas que se arregocijaban por la nueva vida que les esperaba, a los invitados se les ofreció un gran banquete y la mejor orquesta de la ciudad, hubo baile, pastel y muchas personas expresaron su alegría con obsequios y bendiciones, pues todos creían que esta unión acarrearía armonía y bienestar.
Pese a que ya habían transcurrido tres meses desde la boda, aún costaba trabajo acostumbrarse a su nueva vida en compañía de ese hombre que parecía adorarlas, pero en su mirada se escondía un gran odio y devoción por arrebartarles lo que con tanto esfuerzo habían construído, él lo disimulaba muy bien, pero tenía personas a su mando trabajando para que un día él pudiera quedarse con todo lo que a ellas les pertenecía y, desafortunadamente, ese día se acercaba.
Era el festejo de su séptimo cumpleaños cuando la madre de la pequeña... Isabella, vamos a llamarla, ya que se desconoce su verdadero nombre, le organizó una hermoso festejo acompañado de todas su amistades, música en vivo, juegos, dulces, piñata y un gran pastel que, luego de partirlo, todo se torna oscuro, pues la familia recibe un aviso de que un enorme pelotón enemigo había sido visto aproximándose hacia ellas, por lo que ambas debían abandonar el lugar inmediatamente.
— ¡Vamos, querida! ¡Es mi deber ponerlas a salvo!
— Gracias querido, aunque no eres el padre de mi hija, has cumplido tu compromiso de amarla y protegerla a pesar de todo
— Es una niña encantadora y las amo a las dos, ¡anda , sube!
— Pero, ¿y tú no vienes? — pregunta la madre mientras el hombre toma la muñeca preferida de la pequeña y la coloca en sus manos
— Lo siento, pero sabes que debo quedarme a proteger nuestro hogar.
Él cierra la puerta y ellas se alejan en compañía de un sirviente, la señora temerosa de volver a perderlo todo y la pequeña envuelta en incertidumbre sin lograr entender lo que estaba sucediendo. En el camino, la velocidad va en aumento, el sirviente ignora las órdenes de su amo y ambas se asustan por la actitud del rebelde.
En cierto momento, ya en medio de la oscuridad de la noche, el sirviente detiene la carreta y se baja de ésta, se quita la capucha dejando ver una marca en su cuello igual a la su marido, la señora ve cómo él pone algo sobre los caballos que los hace ir de manera veloz y sin control, ella toma a su hija en brazos y suplica a Dios que la salve, entonces decide tomar el control de la situación, acomoda a su hija y le pide que se sostenga muy fuerte mientras ella conduce, abre la parte de enfrente de la carreta y con mucho cuidado se pasa al asiento del conductor, toma las riendas y comienza a maniobrar, pronto se da cuenta que es inútil seguir intentando, entonces desata a los caballos para que sigan su camino sin ellas, pero en el intento por desatar al último caballo, la carreta se ladea y ella cae pero no puede zafarse, pues su ropa está atorada, el caballo sigue su camino, arrastrando a aquella madre que intentaba salvar a su hija de la muerte.
— ¡Aaaah! — podía escucharse el grito de la niña
— ¡Salta, hija! ¡Ahora! — la pequeña obedece
— ¡Mamáaaa!
Otra carreta las alcanza a gran velocidad, se trata de Gerardo, el sirviente más noble y fiel que pudiera existir sobre la tierra, con su espada logra liberar al caballo, Isabella está bien aunque con un raspón en la frente, mientras que su madre ha sido arrastrada y malherida por las piedras y hierbas del camino, una rama se le ha enterrado en el vientre, al acercarse, Gerardo alcanza a escuchar las últimas palabras de su ama.
— Sálvala — refiriéndose a su pequeña — por favor
— Mi señora, así lo haré, se lo juro
Ella pierde la vida en ese momento, Gerardo y la niña quedan abatidos entre el dolor y el temor de que el enemigo pudiera encontrarlos y cumplir con el objetivo, por lo que luego del llanto de ambos, él le explica a la pequeña lo que deberán hacer para salvar sus propias vidas. Él sabe que todo ésto ha sido obra del ahora viudo de su madre y no puede permitir que la niña viva a sus expensas, pues sería como asesinarla allí mismo o condenarla a una vida miserable para siempre, por lo que toma la decisión de hacer pasar a la niña por muerta.
Intentando cumplir el objetivo del conductor, coloca el cuerpo de la madre sin vida sobre lo que queda de la carreta y la lanza al vacío junto con la muñeca de la niña, así cuando el enemigo acuda a cerciorarse de su acometido, no tendrá ninguna duda de que ambas perecieron. En el acto de lanzar y ver caer a su madre, ella grita de dolor al haber perdido lo único valioso que le quedaba, Gerardo la abraza e intenta consolarla, luego de un tiempo se van en silencio a un rumbo completamente desconocido.