La discusión entre Miguelina e Isabella continuaba, mientras que el rey seguía escuchando tras la puerta en medio de la desesperación y el dolor de descubrir que el daño en Isabella era más grande de lo que suponía.
— Tú puedes decir lo que quieras y engañar al mundo entero si prefieres, pero sabes de sobra que a tí misma jamás
— Tienes razón, Miguelina, yo no quiero conocer a nadie ni casarme nunca porque creo que estoy mejor sola
— ¿Sola? ¿Para no comprometerte de nuevo? ¿O porque estás enamorada en secreto? — cuestionó haciéndola sentir al descubierto
— ¿Qué? ¿Pero de qué hablas? Eso es sólo porque, porque... — Isabella no soportaba la mirada de Miguelina y pronto volvió a perder el control de sí misma — ¡porque no quiero, no quiero que nadie me toque! ¡Porque no soporto el contacto físico! ¡Porque allá afuera hay un maldito infeliz que me desgració la vida! ¡Y por eso nunca podré ser feliz! ¡Porque vivo con el temor de que ese hombre regrese a hacerme daño! — Isabella se abrazaba a sí misma y lloraba sin control — ¿Acaso es tan difícil de entender?
— Mi niña, claro que te entiendo y eso no volverá a suceder, te lo juro
— No, Miguelina, no jures nada que no puedas cumplir porque tú y yo sabemos que eso no está en nuestras manos
— Yo sólo puedo decirte que cuando amas a alguien de verdad, todos esos miedos se van desapareciendo poco a poco — injirió Miguelina persuadiéndola para que se acercara más al rey
— No lo creo, porque ninguno de mis miedos se van cuando... — Isabella recordaba al rey Vladimir y estaba a punto de confesarse enamorada de él, pero salvó la situación — cuando las pesadillas regresan para atormentarme cada noche
— Quisiera poder evitarte tanto sufrimiento, tú eres tan buena persona que tampoco puedo entender cómo alguien se atrevió a hacerte daño, mi niña
— Gracias, pero nadie puede hacer eso ni resolver esa duda
— Nunca olvides que nadie se va de este mundo sin pagar, pero tú debes abrirte a la felicidad, pues si no lo haces, ese infeliz se estará saliendo con la suya arruinándote la vida por completo
— También lo he pensado, pero, eso sólo que... siempre tengo miedo y no sé cómo hacer para enfrentarlo. Miguelina, dime, ¿qué debo hacer?
Isabella se dejó abrazar por Miguelina para ser comsolada, ambas compartieron el dolor hasta que poco a poco ambas se quedaron sin lágrimas.
Vladimir también lloraba en silencio para evitar ser descubierto mientras espiaba y al no poder con tanto dolor regresó a su habitación para tratar de calmarse antes de fuera visto por alguien. ”Y pensar que todo es por mi culpa, ¿cómo pretendo que me ame si sólo le he traído una gran desgracia a su vida?" Se repetía frente al espejo repudiándose a sí mismo por haber sido tan cobarde.
Isabella estaba desesperada, sabía que Miguelina tenía toda la razón y, aunque pretendía que nadie percibiera su gran pena, era obvio que al menos todos los habitantes del palacio lo sabían. ¿Pero cómo podría ella superar ese gran miedo?, ¿Cómo? Si la única persona que pudiera lograr romper esa gran barrera era su amor secreto, nada más y nada menos que El Rey Vladimir II, ese que disfrutaba de la compañía de una mujer diferente cada noche, ese al que le debía todo su respeto y devoción por el resto de su vida, ese que en este preciso momento estaba comprometido con la Duquesa oscura a la cual se suponía, él se debía. Quizá, con el tiempo lograría superarlo o, tal vez no, ¡qué gran osadía del destino! Si el difunto Rey Vladimir I viviera para ver esto, seguro le brindaría el mejor de los consejos y entonces, ella sabría qué hacer con determinación, pero lamentablemente y para su suerte, este no era el caso y solamente podía fiarse de los consejos de Miguelina, además de que al difunto Rey no le hubiera gustado saberla tan desdichada.
Por su parte, Miguelina y Josué, a pesar de que Alondra estaba lejos, no encontraban la manera de hacer que esos dos enamorados al fin lograran confesarse su amor, pues la condición anímica de Isabela no les permitía entrometerse más de la cuenta, ya que podría repercutir en su estado de salud mental e incluso el físico si es que ella comenzaba a transformar sus emociones en síntomas de enfermedades, así que, tiempo al tiempo, señalaba Don Josué para brindarle una esperanza a su querida amiga Miguelina.
Mientras tanto Vladimir no perdía el tiempo pues como acostumbraba, cada noche las mujeres se rendían a sus pies, Esperanza y Alaisa se sentían tan satisfechas acompañando al rey en su alcoba con frecuencia y estaban tan desilusionadas el amor que no buscaban ningún otro tipo de vida más que las que ahí se les podía ofrecer. Miguelina tampoco sabía lo que debía hacer para que esas dos muchachas al fin entraran en razón y comenzaron a buscarse un mejor futuro.
El tiempo no perdonaba y cierto día después de comer, el rey esperaba la visita del consejero, pues a pesar de la convivencia con el rey Alberto durante su despedida de soltero, éste no había cambiado de opinión y seguía presionando amenazante con una guerra si no se hacía todo lo que él quería, por ello era tan importante que Josué y Vladimir se reunieran lo más pronto posible para intentar salvar su reino de la desgracia, sólo un milagro podría ayudarlos y la situación tenía muy tenso a nuestro querido rey, tan tenso que su mal humor era constante al igual que las noches en vela, pero conservaba la fe y estaba seguro que todo tenía una solución, sólo que aún no la podía ver, quizá sería el momento de hablar del tema con alguien más.