43. La desilusión del recuerdo

1096 Words
Vladimir observaba Isabella cuando ésta comenzó a despertar ante la incomodidad de una nueva pesadilla, él intenta brindarle tranquilidad, pero ella se despierta abruptamente alejándose de él con una expresión de terror en su rostro, en el intento por bajar de la cama rápidamente, ella se cae y él intenta ayudarla a levantarse, pero su reacción no es la que él esperaba. — ¡Aléjate¡, ¡No me toques! — ¿Isabella? Sólo intento ayudarte — ¡Fuiste tú! ¡Fuiste tú el maldito infeliz que me violó aquella noche! — Isabella, yo... — Vladimir intenta explicarle pero ella no se lo permite — ¡No, no quiero escucharte! ¡Cállate! — Isabella se tapa los oídos con ambas manos Los gritos de Isabella se escuchaban casi por todo el palacio, Miguelina, temerosa de lo que estaba ocurriendo, se acercó para ver en qué podía ayudar, pero cuando logró llegar a la habitación del Rey, Isabella ya se había ido de allí. — ¿Qué pasó? — lo cuestionó — No lo sé, Miguelina, supongo que ella recordó el momento en el que yo estuve a punto de... — Rey ni siquiera podía mencionar aquella escena— y entonces me culpó de todo lo que le ocurrió, me acusó de ser el culpable, de haber sido yo quien la ultrajó aquella noche, de ser el desgraciado que le arruinó la vida — respondió Vladimir deshecho — Debiste aclararle cómo sucedieron las cosas — ¡Ni siquiera tuve oportunidad, Miguelina! ¡Ella me acusó y enseguida se marchó! — ¿Y ahora qué vas a hacer? — ¡No lo sé! Quizá sea el momento en el que yo deba dejarla ir para siempre. Vladimir no se sentía con valor para hablar de frente con Isabella y explicarle todo lo que había sucedido realmente, ya que a pesar de lo que ya había sucedido entre ellos la noche anterior, no se sentía merecedor de su cariño ni mucho menos de su bondad, por lo que decidió sumirse en la oscuridad de su habitación y no salir de allí a menos que fuera muy necesario. Por otra parte, Isabella estaba sumida en la tristeza, pues, para curar todos sus temores había tenido que recurrir al hombre que, en ese momento, creía culpable de su desgracia, ¿Cómo podía estar enamorada del canalla que la ultrajó? ¡Y pensar que ahora él se había salido con la suya! Se sentía sucia y con la mente y los sentimientos revueltos, lo único que deseaba era poder quitarse esa suciedad que sentía por todo su cuerpo por lo que se metió a bañar, en esos tiempos, recordarás que se usaban tinas y que se debía acarrear el agua en recipientes, Isabella había procurado siempre tener agua en su baño para en caso de cualquier emergencia, así que solo tuvo que llenar la tina y meterse en ella, no le importaba la temperatura que tuviera el agua y mucho menos la ropa que traía puesta, puesto que ni siquiera había alcanzado a vestirse cuando salió corriendo de la habitación del Rey, solo se envolvió con la sábana que tenía la mano y así, aún envuelta en esa sábana, se metió el agua de donde se refugió por largas horas. Miguelina preocupada por Isabella, llamaba a su puerta una y otra vez, pero ésta había decidido encerrarse, podía percibirse la oscuridad en su habitación por lo que podía deducirse que ni siquiera había abierto las cortinas para que entrara la luz del sol. Isabella no respondía al llamdo de la puerta, pero sí que se le podía escuchar llorar atormentada por los recuerdos y la desilusión que eso le había ocasionado al derribar al rey, su único amor, del pedestal en el que lo había subido. — Soy una tonta, —se repetía constantemente — ¿Cómo pude enamorarme de él?, ¿Cómo pude caer en su trampa? Caí tan fácil, ¡pero qué estúpida soy! — se atormentaba más con estas palabras una y otra vez En el palacio todo se había vuelto silencio y desolación, pues todos percibían lo que estaba sucediendo entre el rey e Isabela, no había duda del gran amor que se tenían esos dos, pero ahora se había interpuesto puesto una enorme barrera que no les permitiría disfrutar de su amor. La única persona en el palacio que lograba conservar la calma era Alaisa, al sentirse un tanto celosa de la preferencia del Rey hacia Isabella, podía sentir un poco de alegría por lo que estaba sucediendo. — No me mires así, Esperanza ¿A poco tú no estás feliz de que el rey no nos haya dejado por ella? — Tengo que admitir que me siento un poco aliviada, pero lamento mucho por lo que está atravesando Isabella, ella siempre ha sido muy buena con nosotras y sin olvidarnos de que, además, es nuestra amiga — Pues sí puede que tengas razón, pero no puedo cambiar lo que siento en estos momentos — A veces creo que eres bastante egoísta y que por eso no encuentras el amor — Sí, claro, dijo la otra solterona — Yo tengo un novio con el que pronto me voy a casar — Sí, como tú digas. La verdad, llevo escuchando eso por mucho tiempo y ya está empiezo a dudar que esa boda qué tanto presumes, llegue a suceder algún día — Yo no tengo la culpa de que alguien sí se haya fijado en mí de verdad — ¿Pero en qué mundo vives, Esperanza? ¿No te das cuenta de que cuando todo el mundo sepa de lo que sucede en la habitación del Rey durante las noches, ningún hombre querrá casarse con nosotras? — ¿Y tú en qué planeta vives, Alaisa? ¿Acaso no sabes que ya todo mundo habla de nosotras? — Pues por eso es que deberíamos quedarnos con el rey — ¡El rey va a quedarse con la persona que él elija y créeme que no seremos ni tú ni yo! — Odiaría que se quedara con Isabella, otra igual que nosotras — Tal vez, ni siquiera ella se quede con él, recuerda que el rey está comprometido con la Duquesa Oscura — Sí, la señorita esa qué hará de nuestras vidas un completo infierno cuando venga a vivir a este palacio — Lo sé, ni me lo digas, quizá nos convendría que Isabella sí se quedara con él, ¿no lo crees? — ¡Pero no digas idioteces, Esperanza! — ¡De verdad que no te entiendo, Alaisa!
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