Luego de las acusaciones de Isabella, Vladimir he permanecido distante de todo por horas, refugiado en su habitación y aceptando la única compañía de Miguelina, quien insistía para hacerlo hablar con Isabella para que le explicara cómo se habían dado las cosas, pero él continuaba en la negativa, pues no tenía caso que lo hiciera, él era responsable de la desgracia de Isabella, según su consciencia.
— ¡Basta, Miguelina! Deja de insistir con lo mismo
— Pero, su majestad, eso es lo correcto
— ¿Qué no ves que Isabella tiene razón? Le explique o no, yo soy el único culpable de lo que sucedió. Si yo no hubiera...
— ¡Eso es un gran error! ¡Tú no puedes permitir que Isabella piense que tú la ultrajaste! Ciando en realidad, fue otro hombre, ¡un maldito rufián!
— Digas lo que digas, nada cambiará mi culpabilidad
— Al menos inténtalo. Isabella no ha salido de su habitación, la he escuchado llorar incansablemente desde que se encerró en su habitación, pero estoy muy preocupada por ella, lleva horas allí y antes de venir aquí contigo, ya no se escuchaba ningún ruido
— Se habrá quedado dormida, cansada de llorar
— ¡No! Estoy segura que no es eso, anda
— Miguelina, si yo soy el rey, dime ¿porqué siempre termino haciendo lo que tú dices?
— Porque en el fondo sabes que tengo razón, si más sabe el diablo por viejo que por diablo
— Lo intentaré, pero por favor, acompáñame, no sabría qué hacer si ella tiene alguna crisis.
Vladimir y Miguelina se dirigen a la habitación de Isabella, pero a pesar de todos los llamados ella no abre, lo cual logra mortificarlos, pues ni siquera logran percibir alguna palabra ni ningún otro sonido que referente a que Isabella se encuentra allí. Luego insistir por un rato, Vlad recuerda que a Isabella le gusta cruzar la ventana para descansar por el espacio sobrante, entonces cree que ella podría estar en peligro, "¿se habrá quedado dormida en la orilla?", pensaba.
— Rápido, Miguelina, trae la llave de la habitación
— ¿Tú crees que Isabella esté en peligro?
— Eso no lo sabremos hasta que logremos abrir esta puerta, así que date prisa.
Miguelina siguio las órdenes del rey, cuando regresó y al fin pudo avrir la puerta ñiego de confundir algunas llaves, se encontraron con una oscuridad que impedía caminar por la habitación, por lo que fue necesario encender algunas velas para poder caminar por allí.
— ¡Isabella no está en su cama!
El rey corrió para asomarse por la ventana a ver si estaba allí
— ¡Por aquí tampoco está!
Miguelina se dispuso a entrar al baño para ver si estaba allí.
— ¿Estás allí, Isabella? — preguntó, pero al no escuchar respuesta decidió asomarse — ¡Isabella! ¡, Rápido, Vladimir, ayúdame!
Isabella estaba en la bañera empapada aún con la que se había envuelto, estaba tan helada que los labios se.le habían puesto morados y parecía que no respiraba.
— ¿Porqué lo hiciste? — cuestionaba Vladimir acongojado
— Vladimir, ¿está muerta? — preguntó Miguelina temerosa de la respuesta
Vladimir se acercó a Isabella para tratar de percibir si respiraba, su pulso era débil, pero daba selales de vida.
— ¡Está viva! — Él se sonrió de inmediato — ¡Rápido! ¡Que traigan al médico!
Miguelina corrió para mandar alguien a buscar al médico, mientras Vladimir sacaba de la tina a Isabella, la abrazó para intentar darle su calor y al poco tiempo comenzó a quitarle sábana que la cubría de.la desnudez, la llevó a la cama y la cubrió con las cobijas que encontró, cuando Miguelina volvió, el Rey estaba empapado casi de pies a cabeza y lo veía cómo la miraba, tomándola de la mano y tan atento a lo que fuera que ella necesitara, luego él percibió la presencia de Miguelina.
— Ya viene el médico, hijo — informó ella disimulando su asombro por tal escena
— Gracias, Miguelina
— ¿Lo ves, hijo? Tú no eres malo
— Claro que lo soy, Miguelina
—De no ser por tí, ella no estaría viva en éstos momentos
— Quizá tengas razón, pero sin duda, yo tengo la culpa de su desgracia y no me horas cambiar de opinión
— Tan obstinado y testarudo como tu padre, que Dios tenga en su santa gloria
— No, mi padre era un hombre sabio, válido, paciente y muy diferente a mí, él siempre sabía qué hacer y qué decir y no puso la vida de nadie en peligro, jamás
— Tu padre era como yo lo he dicho, si no me crees puedes preguntarle a Josué
— Como sea, — respondió él incrédulo — nunca podré ser como él
— Cada quien es como debe ser...
Luego de un tiempo de espera, el médico llegó para revisar a Isabella.
— La joven debe permanecer en calor, pues estuvo cerca de morir de hipotermia
— Haré que enciendan la chinenea para que no vuelva a enfriarse — respondió el rey con preocupación
— Doctor, ¿entonces Isabella no atentó contra su vida intentando ahogarse por voluntad propia?
— No, en lo absoluto
— ¡Qué alivio! Ya sabe usted que eso es un pecado y jamás sería perdonada por tal atrocidad
— ¿Perdonada por quién, Miguelina? ¿Por el rey? — reprendió Vladimir
— No quise decir eso, su majestad — Miguelina recordó que la única persona del reino que podría juzgar a Isabella era él y se sintió muy avergonzada por su comentario, pues sabía de sobra que él jamás haría algo para perjudicarla
— Le recomiendo que en cuanto despierte, le ofrezca sólo bebidas calientes — sugirió el médico
— Así será, — respondió el rey — Miguelina, ya escuchaste al médico
— Sí, su majestad, enseguida preparo algo especial para Isabella
— Yo me retiro aprovechando que usted me acompañará — dijo el médico refiriéndose a Miguelina, quien debía bajar a la cocina en ese momento.