9. El compromiso

1163 Words
La noche transcurrió en calma, aunque no para el rey Vladimir, quien se había pasado la noche recordando la belleza de Isabella y todo lo que había visto la noche anterior mientras espiaba, la imaginada a su lado completamente desnuda y luego recordaba sus palabras dulces, todo el amor con el que ella soñaba y, aunque se mofaba de ello, sentía que no era capaz de arrebatarle esa inocencia que tanto le molestaba de ella, eso le hacía sentirse molesto, muy molesto consigo mismo, repudiaba todo eso que estaba sintiendo en ese preciso momento y sólo necesitaba con quien desquitar toda la ira que se estaba produciendo dentro de él. Isabella, como cada día, preparaba café, el rey se aproximaba hacia ella cautelosamente tratando de escuchar si cantaba como ayer o si comentaba algo con las sirvientas, pero ella estaba en silencio sonriendo solamente. — Buenos días, su majestad — dijo enérgica — No sé qué tengan de buenos — respondió el rey — ¿No durmió bien, señor? — Eso no te incumbe, muchachita metiche — Perdone, no quise ser entrometida. ¿Le sirvo café? — Te estás tardando — ¿Usted sabe cuándo regresará Miguelina? — pregunta mientras sirve café — No, no lo sé — Ya la extraño, ella es como la mamá de todos nosotros, ¿no lo cree? — ¡Qué estupideces dices! — replicó el rey, aunque sabía que ella tenía razón — ¿Desea almorzar, su majestad? — preguntó Isabella, comprendiendo que él no estaba de buen humor el día de hoy — Por su puesto, llévame algo al comedor — Enseguida Esa no era la actitud que Isabella esperaba después del acercamiento de ayer, quizá sí era mejor idea llevarle a una mujer cada noche para que liberara su mal genio y no se desquitara con los demás. Alaisa y Esperanza estaban tan ocupadas con las otras tareas que no se habían percatado que Miguelina no estaba para ayudarla, pero esperaba que eso no fuera problema para ella, pues el día anterior todo había salido muy bien. Mientras servía el almuerzo del rey, él esperaba impacientemente, se notaba que estaba desesperado por retirarse. — ¡Date prisa! — Sí, señor Él comenzó a comer, mientras Isabella esperaba atenta alguna orden del rey — Sírveme más Ella servía cuidadosamente para no derramar nada — ¡Con eso es suficiente! Luego de terminar sus alimentos, el rey se retiró subiendo a sus aposentos de nuevo, ella no lograban comprender lo que sucedía, ayer parecían ser amigos y ahora tan arrogante como siempre. "¿Quién lo entiende?" Se preguntaba. Mientras lavaba los trastes sucios, seguía recordando la emoción que le causaba su novio Enrique, estaba apurada por salir a verlo, tan apurada estaba que se le olvidó avisar que saldría. A su encuentro con Enrique, él nuevamente le obsequió una flor, esta vez de color rosa, era un flor hermosa que expedía un aroma delicioso el cual, ella disfrutaba. Juntos caminaron por la plazuela mientras conversaban y reían luego tomaron un asiento bajo un árbol y con toda la seriedad que concernía a la situación, ella le cuestionó. — Enrique, ya llevamos un tiempo saliendo y me gustaría saber qué intenciones tienes conmigo — Mi bella Isabella, te aseguro que mis intenciones son sólo las mejores, tanto así que desde que te ví por primera vez en el mercado, te compré ésto sin saber si algún día lo aceptarías — él sacó de su bolsillo una pequeña cajita que él mismo abrió dejando a la vista un lindo anillo de compromiso — ¡Enrique! ¿De verdad? — Por supuesto — él se puso de rodillas frente a ella ofreciendo el anillo — ¿me aceptarías como tu esposo? — Sí, ¡claro que sí, Enrique! He soñado tanto con este momento — Me alegra haber hecho tu sueño realidad porque sin duda alguna, sólo tú puedes hacer posible el mío Luego del momento tan anhelado por ambos, continuaron caminando uno al lado del otro, hasta que llegaron de regreso al palacio, antes de despedirse, Isabella le hizo una proposición. — Enrique, debes saber que nuestro rey Vladimir II, querrá conocerte y te exigirá realizar la petición de mano pertinente, como yo no tengo padres, corresponde a él brindarte mi mano — explicó temerosa de su reacción, pues el temperamento del rey atemorizaba a cualquier persona en el reino — Comprendo, — respondió mientras acomodaba la flor de Isabella en su cabello — ¿puedes preguntarle cuándo desea verme? Te espero para obtener su respuesta. Isabella se emocionó tanto el escucharlo tan convencido de su amor, tanto que no le importaba el tener que enfrentarse al rey, así que entró al palacio corriendo y se dispuso a buscarlo de inmediato para resolver la duda de su, ahora, prometido. — ¿Dónde estabas? — se escuchó la voz gruñona del rey por detrás de ella, logrando sentir su furia, se dio la media vuelta y quedó frente al rey, quien caminaba aproximándose a ella hasta una distancia que intimidaba — Salí por un momento, mi señor — respondió sin levantar la mirada — ¿Y se puede saber porqué no me pediste permiso para salir? — cuestionó mientras tomaba de su barbilla para obligarla a mirarlo — Lo olvidé, señor — los ojos parecía que se desorbitarían en cualquier momento por tanta ira que expresaban — ¿Sí recuerdas que cada infracción amerita un castigo, verdad? — Sí, señor. — respondió nerviosa — Su majestad, por favor, escúcheme — suplicó — Lo que menos quiero es verte o escucharte, ¡retírate! — Pero... — ¡Que te retires! — Sólo quiero... — el rey la miraba a los ojos y ella temerosa, decidió irse de su vista lo más pronto posible, cuando ella se dispuso a alejarse, el rey la tomó de la mano para reprenderla por su insistencia, en el acto notó que Isabella ya llevaba en su dedo el anillo de compromiso que tanto había estado esperando, al sostenerla de la mano hizo que ella volviera hacia él inesperadamente logando lastimar la mano de ella. — ¡Auch! Mi mano — se quejó Isabella — Era lo que le quería comentar, — expresó — mi prometido está afuera, quiere saber cuando desea verlo su majestad, pero entiendo que no es el momento — ¡Espera! — él cambió completamente su actitud — si está afuera, dile que pase, los espero en el despacho — Sí, señor — ella se alegró al escucharlo, aunque no sabía si sería una buena idea presentar a su novio en el día que estaba más gruñón. Enrique e Isabella siguieron las indicaciones del rey, él los esperaba en la oscuridad de su despacho y su voz podía escucharse dando indicaciones. — Por favor, tomen asiento — Su majestad, él es Enrique... ¿Cómo crees que el rey trate al hombre que pronto lo separará de Isabella impidiendo cumplir su capricho carnal?
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