8. La ilusión del primer amor

1011 Words
Mientras el rey permanecía en su despacho, Isabella aprovechó para salir por unos minutos del palacio, pues debía recoger su flor como cada día, Enrique, como cada día, la esperaba en su puesto de venta. — Hoy me has hecho esperar demasiado — le expresaba — Te pido que me disculpes, no ha sido mi intención — No importa, lo decía porque me parece eterno el tiempo que paso sin verte. — Él tomó su mano derecha y la besó en el dorso de ésta, luego le dio la hermosa flor amarilla que portaba en su mano — Siempre te estaré esperando, mi bella Isabella — Eres muy amable, Enrique — Más bien, soy afortunado, muy afortunado de tener tu amor, — Isabella sonreía sonrojada por las palabras de su novio — ¿y a dónde quieres ir hoy? — Lo siento, hoy no podré salir a ningún lado, estoy sola con todos los quehaceres del palacio — Comprendo y, por favor, pierde cuidado, lo que menos quiero es incomodarte, ya será en otra ocasión, además, así tendré tiempo de pensar en un hermoso lugar para llevarte, aunque ninguno jamás se igualará a tu belleza. Isabella estaba ansiosa por preguntarle si sus intenciones eran serias, pero como tenía prisa por regresar al palacio, lo omitió y decidió esperar a su próximo encuentro. De regreso en su habitación, disfrutaba del delicioso aroma de su flor mientras escribía la emoción tan grande que sentía en el corazón, no podía dejar pasar ningún detalle de su encuentro y casi podía jurar que estaba enamorada de Enrique, así como sus padres lo estuvieron en vida. Durante la cena, el rey Vladimir, nuevamente disfrutó de las delicias preparadas por Isabella, continuaban estando sólos por lo que, el rey se permitía acompañarla nuevamente sin importarle los estereotipos, ella lucía tan feliz que disfrutaba de verla sonreír disimuladamente, no lo decía ni lo expresaba facialmente, pero su corazón se llenaba de alegría sin saberlo. — ¿Hay algo que desees decirme, Isabella? — se dirigió a ella al notarla un poco dispersa — No, yo... en realidad sí, su majestad, sólo que no sé cómo empezar — Por el principio, como todo — Tiene razón. — Luego de tomar aire y armarse de valor, continuó. — No quiero ofenderlo, pero su padre, antes de morir, me pidió que encontrara un buen hombre y me casara con él — el rey tosió un poco — Entiendo — Yo creo que tengo a mi lado al hombre indicado y presiento que pronto me pedirá en matrimonio, ¿usted podría, de favor, recibirlo para la petición de mano? — Sí, claro, por supuesto — el rey estaba siendo sorprendido con esta petición — me gustaría conocerlo, desde luego — ¡Gracias, su majestad! De verdad, muchas gracias — agradecía sumamente emocionada — Pero, Isabella — dijo con tono serio devolviendo a Isabella la postura — ¿Él ya te ha hablado de matrimonio? — Aún no, pero sé que pronto lo hará — él la miraba prediciendo su ingenuidad — ¿Tú de verdad estás segura de él te ama de verdad? — Sí, señor, muy segura El rey no daba crédito a tanta ingenuidad de su parte, pensaba que seguramente ese tipo solamente quería aprovecharse de ella, pero también sabía que si expresaba su sentir, jamás podría conocer al gañán y a sus verdaderas intenciones, así que sería amable y complaciente con Isabella hasta demostrar su punto de vista. — En cuanto te lo proponga, tráelo ante mí para darles mi bendición y realizar la cena para tu pedida de mano — Así será, señor — Cambiando de tema, mi novia vendrá muy pronto, por lo que debo preparar algo espectacular para ella — ¿Desea que le ayude a organizar el menú para la ocasión? — No has entendido, debe ser algo extravagante — ¿Extravagante? ¿Cómo una fiesta? — Sí, pero no cualquier fiesta — Podría ser de disfraces con alguna temática — Me agrada tu idea, lo veremos mañana, ahora es tarde y deseo descansar — ¿Desea que le mande a alguna de las chicas? — Creo que por hoy, sólo dormiré Isabella creyó que esas palabras nuncas las escucharía de su boca, ¿qué habrá sucedido para que él perdiera el deseo de tener a una mujer esta noche? Lo que sea que hubiese sido, debió haber sido muy fuerte para él. Mientras Isabella se preparaba para dormir, el rey la espiaba como de costumbre, admiraba su belleza de pies a cabeza, su cuerpo era esbelto, la cintura pequeña, su busto no era exhuberante ni sus caderas, pero algo en ella le atraía y enloquecía, se mordía los labios al verla en paños menores, ella usaba una pijama ligera en tono rosa que le hacía lucir su color de piel blanco, desenredaba su cabello trenzado y lo peinaba junto a la ventana dejándolo danzar al son del viento, tarareaba una canción de amor y poco a poco sus pies comenzaban a moverse al ritmo de su canción, en el palacio podía escucharse su dulce voz entonando su canción y el rey se sentía incómodo por ello, ya que en cualquier momento la servidumbre podría subir para escucharla y descubrirlo espiando, así que, cautelosamente regresó a su habitación. Justo como el rey lo predijo, Esperanza y Alaisa subieron hasta la habitación de Isabella para poder disfrutar de un concierto privado, ellas podían reconocer su emoción, el primer amor que nunca se olvida y con el que todas sueñan casarse y, aunque ellas ya no conservaban esa ilusión, les alegraba pensar que Isabella podría lograr su sueño muy pronto. Ella les contaba las tiernas palabras que Enrique le decía y cómo le hacía sentir siempre con su caballerosidad, siempre tan atento y respetuoso, siempre esperándola con una flor especial para ella, además, él era un hombre guapo y varonil con el que cualquier mujer desearía casarse y formar una familia, así que creían firmemente que ella sí tendría la suerte de casarse con su primer amor.
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