Isabella se desapareció de su vista casi de inmediato para refugiarse en su habitación, puso seguro a la puerta y se recostó en su cama para llorar hasta quedarse dormida, luego de que terminara el día, Miguelina la buscó para cumplir con las órdenes del rey.
— Isabella, abre, soy yo
— ¡No, Miguelina, no iré!
— Ábreme la puerta tan siquiera, te traje un té
Luego de pensarlo unos segundos, abrió la puerta dejándola pasar, ella le sirvió un té de una jarra que llevaba y cuando comenzó a beberlo se dispuso a hablar.
— Te juro que intenté ayudarte, hija, le he suplicado desde que me enteré de lo ocurrido, pero él no escucha razones y al parecer, nadie puede hacerlo cambiar de opinión, pero quizá, si tú te presentas ante él y le hablas con franqueza sobre tus inquietudes, se apiade de tí y te perdone
— ¿Y si me voy?
— ¿Pero a dónde irías, mi niña?
— No sé, a casa de Enrique
— ¿Sola y en la oscuridad de la noche? ¡Es muy peligroso!
— Mi destino podrías ser el mismo, entonces, pero quizá no
— Ruégale, mejor, clama a su buen corazón, ese que esconde bajo sus excentricidades y rudeza
— Miguelina, tengo tanto miedo
— Lo sé, mi niña, lo sé
— Mi honra estaría en duda y Enrique ya no querría casarse conmigo
— Él es un buen muchacho y te ama, seguro que no se guiará por esas cosas
— Preferiría huír con él, quizá pueda regresar de donde vine hace muchos años
— Nunca he sabido de dónde has venido, pero espero sea de un mejor lugar que este
— Creo que eso haré
— Entonces, mandaré a alguien a llamar a Enrique para que te espere por aquí cerca
— Llevaré lo básico y escribiré una nota donde explique que nadie me ha ayudado para no comprometerte
— Te voy a extrañar, mi niña
— Y yo a tí. Solamente llevaré mi diario y lo que traigo puesto, incluyendo la medalla de mi madre que me protegerá de todo.
Miguelina e Isabella se abrazan fuertemente para despedirse, Isabella se queda preparándose para la huida mientras que Miguelina hizo lo que debía para ayudarla.
Llegado el momento, Isabella, desafortunadamente, no pudo salir del palacio, el rey Vladimir esperaba en la puerta de servicio previendo que intentara huir, en cuanto Isabella quiso cruzar por la cocina, él salió del rincón más oscuro y la detuvo sosteniendo su brazo derecho con su mano, su fuerza era tal que Isabella no logró siquiera intentar zafarse, la mirada del rey parecía brillar de entre la oscuridad, un gesto de furia en su rostro y el ambiente en medio de la oscuridad, lograron erizar la piel de Isabella quien era invadida por el terror del momento.
— ¿Así que pensabas escapar, Isabella?
— Yo... — ella pasaba saliva sin lograr articular palabra alguna
— ¡Ahora sabrás quién manda!
Sin soltar su brazo, el rey la llevó consigo hasta su habitación, ya estando allí cerró con seguro para que nadie pudiera intervenir.
— ¡Quítate la ropa! — Isabella se quedó pasmada y no respondió — No, mejor no, yo me encargo — le susurró
Vladimir comenzó besándola, luego la miró a los ojos por un par de segundos y empezó a besarla en el cuello, de los ojos de ella comenzaron a brotar las lágrimas, pero se quedó en silencio, él desabrochó la parte trasera del vestido de Isabella, mientras que ella sostenía la parte delantera para no quedar en la desnudez, sus lágrimas recorrían sus mejillas y él su espalda con sus labios, podía sentir cómo temblaba su cuerpo tras cada beso, luego volvió al cuello y cuando quiso bajar a sus pechos, Isabella la interrumpió.
— Por favor, no lo haga, — suplicó llorando mientras se arrodillaba ante él — ¡Se lo ruego!
— ¡Cállate!
— Por favor, siempre he soñado con casarme de blanco con el amor de mi vida, su padre siempre quiso que fuera así y si usted continúa mi sueño de amor ya jamás podrá realizarse porque ya no seré digna ante nadie
El rey la observaba sintiendo rabia por haber escuchado esas palabras y en un acto único de compasión, la dejó ir
— ¡Lárgate de mi vista! No quiero volver a verte nunca más — dijo furioso
Bañada en llanto, Isabella abrochó de nuevo su vestido y salió corriendo de la habitación rumbo a la calle, aterrorizada por las consecuencias que ello pudiera ocasionarle, corrió lo más rápido que pudo.
Vladimir pronto pudo ver desde su ventana la figura de ella que había abandonado el palacio de manera apresurada y salió de su habitación para buscarla, esperanzado de que fuera alguien más, llegó a su habitación, al no encontrarla se dirigió a la calle mandando a sus guardias a buscarla, él mismo salió tratando de evitar una desgracia. Una hora más tarde el mismo rey pudo escucharla gritando por ayuda en una vieja casa, el lugar era frío, oscuro y sucio, se notaba que había estado en abandono por un tiempo, cuando se acercó, sólo logró escuchar un grito más de Isabella, al ingresar a la habitación donde estaba, un tipo estaba sobre ella y su ropa estaba destrozada, inmediatamente apartó al tipo a golpes, luego se percató que ella estaba inconsciente, la cubrió con su propia ropa, mientras que el atacante aprovechaba para huir, él no pudo verlo, solamente golpearlo un poco. Cargó a Isabella en sus brazos y la llevó de regreso al palacio, tenía golpes en la cara y señales de forcejeo, sus ropa destrozada le hacía pensar lo peor y mandó a llamar al médico.
Cuando el médico llegó, éste duró bastante tiempo revisándola, lo cuál tenía a Vladimir con los nervios de punta, por lo que Miguelina le llevó una de sus bebidas calmantes y ella misma aprovechó para beber también mientras lo acompañaba en la espera, pues todo daba una mala impresión de lo ocurrido y temían lo peor para Isabella, quien con tanto esmero había mantenido su pureza para entregarla al hombre que amaba el día de su boda.