Cuando el médico terminó de revisar a Isabella, procedió a hablar en privado con el rey, Vladimir pidió a Miguelina que lo acompañara para escuchar lo que tenía que decir el médico.
— La muchacha estará bien, pero recibió muchos golpes y está muy lastimada, por lo que deberá permanecer en cama algunos días, si me lo permite, su majestad, quisiera visitarla a diario para verificar que sus heridas sanen debidamente.
— Está bien, doctor, puede venir cuando guste y no es necesario que avise. Hay algo que me preocupa bastante, Isabella tenía la ropa desgarrada cuando la encontré y un tipo sobre ella, ¿tiene algo que decirme al respecto? — el médico se quedó un poco serio como buscando las palabras correctas
— Me temo que ella ha sido ultrajada y más que sus heridas físicas, tendrá que sanar emocionalmente, si gusta, puedo recomendarle a una persona que...
— Yo creo que a ella no le gustaría eso, — intervino Miguelina con lágrimas en los ojos — ella siempre cuidó su pureza para el día de su boda
— Entonces, será mejor que nadie lo sepa, con un poco de suerte, el futuro marido ni se dará cuenta al ser ella inexperta e inocente, — continuó el médico — en mi experiencia como médico, puedo jurar que algunas mujeres no sangran en su primera vez, sirviendo mi palabra como testimonio frente a quien se atreva a cuestionar la pureza de la joven
— Eso sería maravilloso, aunque conociéndola, no se atreverá a mentir de esa manera — expresó Miguelina
— Entiendo. Bueno, me tengo que ir, pero vendré al medio día para ver si ya despertó, aunque es probable que no lo haga aún y para ser sinceros, sería lo mejor para ella. De todos modos, si ocurre cualquier situación mándeme a llamar de inmediato. Con su permiso.
— Gracias por haber venido a ésta hora, lo espero mañana — injirió el rey
El médico se fue y Vladimir se quedó con una pena en el alma que no puede cargar.
— Es mi culpa, nana, todo ésto es mi culpa
— No te culpes, Vladimir, tú no fuiste el culpable
— ¡Sí lo hice! Si yo no la hubiera presionado, no se
hubiera visto en la necesidad de huír
— Pero tú no la deshonraste, a la mera hora recapacitaste y eso me hace sentir muy orgullosa de tí, hijo
— Nana, te juro que no sé que me pasó, enloquecí de celos de sólo imaginarla en los brazos del imbécil ese de su prometido
— Hijo, nunca me habías hablado de tus sentimientos hacia ella
— Es que ni siquiera yo los reconozco, sé que quiero a Alondra, pero Isabella es tan... — él sonríe al hablar de ella — tan cálida y me brinda tanta paz el sólo mirarla, el aroma de su cabello es adorable y... debo parecer un adolescente
— ¿Pero de qué hablas? Claro que eres un adolescente, siempre serás mi niño, ese que yo tanto quiero
— Nana, ella jamás me perdonará por haberle ocasionado esta desgracia
— No pienses eso, Isabella es muy buena, noble y compasiva
— Lo sé, pero no me siento digno de todo eso. Soy culpable de todo
— ¡El rufián es el único culpable! ¡Tú no! Tú eres una buena persona
— Desearía ser tan cruel como me ven los demás y hacerle justicia a Isabella ¡Lo mataré yo mismo cuando descubra su identidad! — exclamó refiriéndose al atacante — ¡Quiero que todos lo busquen y me lo traigan de inmediato!
Sin dejar pasar más tiempo y sin importarle que aún fuera de noche, mandó a llamar a sus súbditos más leales para que buscaran al hombre que se atrevió a cometer la barbaridad, ofreció una jugosa recompensa a quien lo llevara ante su presencia y ofreció aún más por mantener la discreción del asunto.
Las horas se hicieron largas para el rey, quien no durmió en toda la noche pensando en su terrible culpa, en eso y en la manera en que le cortaría la cabeza a ese hombre, podía imaginar la sangre corriendo ante sus ojos y su espada llena de sus jugos, adjudicando la satisfacción de haberlo eliminado y conseguido así, el perdón de Isabella. Caminaba de su habitación a la de Isabella sin atreverse a entrar una y otra vez, quería estar con ella cuidándola, pero temía que al despertar ella lo rechazara y lo culpara por todo, temía también de su reacción cuando lograra recordar lo que le ocurrió esa noche y no se creía capaz de soportar verla sufrir, en su mente se repetían las palabras de Isabella: "sueño con casarme de blanco con el hombre que amo y al deshonrarme ya no sería digna de nada", una y otra y otra vez lo cual le atormentaba y lo hacía enojarse consigo mismo por su estupidez.
Miguelina, quien cuidaba de Isabella en ese momento, se percató de la presencia de Vladimir junto a la puerta de la habitación y lo invitó a pasar de manera peculiar.
— Un rey no debe esperar afuera, tiene derecho a entrar cuando le plazca a cualquier habitación de su palacio
— No, Miguelina, — replicó — no tengo derecho a invadir la privacidad de nadie
— Entra, ella duerme aún y no creo que despierte
— ¿Cómo la ves?
— Mal, hijo, empezó con fiebre hace un momento, ayúdame a ponerle estos trapitos húmedos en la frente.
Vladimir tomó los trapitos y los colocó cautelosamente en la frente de Isabella admirando su belleza a pesar de los golpes que presenta, sus cara estaba hinchada y uno de sus ojos presentaba un gran hematoma, el labio tenía una herida y vió, también, las marcas en sus brazos, sus mejillas comenzaron a mojarse silenciosamente y su alma se llenó de impotencia poco a poco.
— Estarás bien, te lo prometo, cuidaré de tí como no he sabido hacerlo y mi padre, desde el cielo estará orgulloso de los dos — besó su mano y salió de la habitación sin decir más.
Miguelina había presenciado ese hermoso acto de amor y comenzó a rogarle a Dios para que ninguno de los dos se casara, pues presentía que ambos se amaban en secreto.