26. Espiando al rey

1010 Words
Alondra no bromeaba cuando amenazaba con regresar al palacio si su prometido continuaba sin responder a sus demandas, con la aprobación de su padre ella decidió regresar sin previo aviso para averiguar lo que sucedía en realidad con el rey Vladimir, quien sólo estaba buscando la manera de retrasar su boda el mayor tiempo posible, pero al no existir un motivo para hacerlo, se sentía atado a una mujer que no amaba y deseaba tanto seguir protegiendo a Isabella aunque ella ni siquiera pudiera darse cuenta de sus sentimientos y no se sentía digno de revelárselos luego de haber ocasionado su desgracia, en este momento, añoraba el sabio consejo de su padre, si tan sólo le hubiera dedicado un poco de su tiempo mientras él vivía, seguramente hallaría la clave a lo que debería hacer. Isabella no era la misma joven alegre de antes, sus días se los pasaba en silencio y llorando a escondidas, haciendo las cosas sólo por hacerlas, pero ya no tenía las mismas ganas de vivir, al contrario, cada día se engrandecía más su deseo de que su vida terminara, ella reconocía que eso no estaba bien, pero no podía evitarlo ni cambiarlo y solamente tenía que esperar hasta el final de sus días con paciencia y cumpliendo con sus labores en el palacio. Ella ya no deseaba salir del palacio, pues volver a escuchar las habladurías en torno a ella, no le ayudaría en lo más mínimo, al contrario, solamente le harían sentirse peor. Vladimir se daba cuenta de lo que sucedía con Isabella, quien no podía ocultar su desdicha, pero no sabía cómo ayudarla, temía que un cualquier día ella decidiera irse del reino y así, perdería cualquier posibilidad para siempre, pero su compromiso con Alondra lo descartaba como una buena opción de matrimonio para la mujer que tanto amaba y no pretendía volverla su amante, como lo había hecho ya con tantas mujeres. Josué, quien había regresado al palacio por segunda vez en esa semana, se había dado cuenta de que el rey se casaría sin amor, pero no podía cuestionar su decisión ni siquiera intentar aconsejarlo sobre el tema, ya que podría costarle la vida si se entrometía, debía esperar el día en el que el hijo de su mejor amigo le solicitara su ayuda en cuanto a temas del corazón. Esta vez, como la anterior, hablarían sobre el tema del rey Alberto. Miguelina no se había creído el cuento de que el rey había decidido delegar asuntos por motivo de una boda que ni siquiera le interesaba, lo cual le tenía preocupada, pues ella sabía que Vladimir era astuto y nunca lo necesitaría a menos que se tratara de algo grave, muy grave. En esta ocasión, ella estaba decidida a averiguar el asunto, sin que el rey se lo pidiera, llevó un par de bebidas al despacho, interrumpiendo lo que se trataba allí, más tarde repitió la interrupción llevando algunos bocadillos, a Josué le parecía una señora muy atenta y amable y aunque, Vladimir se mostraba agradecido por las atenciones, en el fondo estaba realmente molesto con Miguelina, pero ya la reprendería después. Luego de que Josué se fuera, Vladimir habló seriamente con ella y le prohibió entrometerse en sus asuntos. A pesar de estar tan molesto, no la castigó, pues la veía como a una segunda madre. — ¿Y cómo sigue Isabella, nana? — Ay, hijo, ella sigue mal, a veces creo que lo mejor sería que ella se fuera de aquí — ¿Tan lal ésta? — Sí, hijo, su brillo se apagó totalmente, tú la has visto — Nana, si hay algo que yo pudiera hacer, créeme que lo haría sin pensarlo — Lo sé, hijo, pero no depende de nosotros — En mala hora me dejé llevar por mis bajos instintos, nunca debí presionarla — Ya lo hecho, hecho ésta y no podemos regresar el tiempo, pero piensa que al menos descubriste las malas intenciones de ese hombre — Pero, ¿de qué sirve? Preferiría que se hubiera casado, al menos serían un poco más feliz q ahora — De eso no estamos seguros, hijo — Nana, no te preocupes por el consejero, te prometo que si el asunto llegara a ser de gravedad, la primera en saberlo serías tú — Hijo, es que tengo tanto miedo a que se aproxime una nueva guerra — Haré todo lo que esté en mis manos para evitarla, te lo prometo — ¿Lo ves? Si es asunto de gravedad — El rey Alberto de la Nueva Victoria sólo está siendo caprichoso con unos negocios, pero encontraremos la manera de tenerlo de nuestro lado, lo sé — Confío en tu, tú eres astuto y sabes lo que haces — Descansa, nana — Tú también, hijo El rey se fue a su habitación, donde ya lo esperaba Alaisa para satisfacer las bajas pasiones de su rey. Isabella, quien no podía dormir luego de intentarlo por varios minutos, bajó a la cocina por un poco de agua, ya era tarde, pero aún podían escucharse los ruidos provenientes de la habitación del rey, gemidos y gritos de placer de Alaisa, ella no se explicaba porqué era algo tan ruidoso hacer lo que hacían y su inocencia y curiosidad, se acercó un poco para espiar, pero al intensificarse los sonidos, se retiró abruptamente del lugar, llegando a su habitación agitada y más confundida de lo que ya estaba. Cuando Alaisa y el rey terminaron lo que estabam haciendo, Alaisa se regresó a su habitación para dejar descansar a su rey plácidamente sin despertarlo al amanecer, el rey la acompañó hasta el comienzo de las escaleras, ya que ella dormía en las planta baja como el resto de las empleadas, cuando Vladimir volvía a su habitación, antes de entrar vió junto a su puerta uno de los listones con los que Isabella acostumbra a sujetar su cabello para dormir, lo reconoció de inmediato, la había visto con esos adornos algunas veces, además, ella adoraba ese color azul del objeto que tenía en la mano.
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