Luego de encontrar el listón azul perteneciente a Isabella, el rey regresó lentamente a su habitación con éste en la mano, por si acaso ella decidía volver por él, pero no fue así, entonces lo olió y posteriormente lo guardó como si se tratara de un preciado trofeo, él sabía que ella tenía curiosidad en cuanto al tema a lo que sucedía en su alcoba cada noche, pues estaba seguro de que ésta no era la primera vez que Isabella lo espiaba, curiosidad que a él le encantaría engrandecer y luego satisfacer a la luz de la luna, pero la culpa que lo invadía era pieza clave para que el rey se resignara a sólo mirarla y nunca poder tocarla.
Isabella estaba de regreso en su habitación, nerviosa y pensando en aquello que había escuchado, tenía tanta curiosidad sobre el tema, pero el sólo pensar que un rufián le había arrebatado su virginidad, le hacía sentir sucia y temerosa, pues aunque había permanecido dormida durante los días posteriores al ataque sí habia percibido cierto dolor en el cuerpo, sobre todo en su área íntima, lo cual le hacía pensar que el acto siempre resultaba doloroso para la mujer.
—Probablemente Alaisa estaba sufriendo dolor, por eso los ruidos, — pensaba ingenuamente — ¡El rey Vladimir es otro rufián! No puedo creer que sea capaz de lastimar así a una mujer, ¿a una? No, no, no, no, estoy segura de que ayer vi salir a esperanza de su habitación, ¡y ahora Alaisa! Me preguntó, ¿cuántas más habrá sufriendo por su causa?
Isabella casi no pudo dormir esa noche pensando en lo malévolo que era su rey, pero aún así no se quedó dormida para preparar su café temprano como usualmente lo hacía. El rey estaba ansioso por ver a Isabella, quería mirarla a los ojos y ponerla nerviosa mostrándole el listón que había encontrado afuera de su habitación, cuando él pidió su café como de costumbre en la cocina, colocó el listón sobre la mesa para que Isabella pudiera verlo, cuando él obtuvo la atención que quería solo le bastó decir unas pocas palabras para lograr su objetivo.
— Isabella, necesito a alguien de confianza para hablar de algo
— Si en algo le puedo servir, su majestad, con mucho gusto
— Creo que alguien ha estado espiándome
— Pero, ¿por qué cree eso, señor?
— Te lo voy a contar que tú siempre has sido leal y confiable.
— Le agradezco — expresó Isabella haciendo una reverencia y el rey le indicó con el dedo que se acercara
— Anoche, mientras estaba con Alaisa escuché un ruido desde fuera, no le quise tomar importancia para no preocupar a mi acompañante, tú entiendes, pero luego, cuando ella se fue, me encontré este listón afuera de mi habitación, de casualidad, ¿tú sabes de quién es?
Isabella se puso muy nerviosa y comenzó a tartamudear, pero eso no le impidió ser valiente y decir la verdad.
— Quiero disculparme con usted, su majestad
— ¿Estás tratando de decirme que este listón es tuyo? — preguntó con un toque de inocencia
— Así es, su majestad
— ¿Eso quiere decir que has sido tú que me ha estado espiando, Isabella?
— Bueno, señor, — dijo ella nerviosa — yo no diría "espiar", exactamente
— ¿Entonces? — el rey se colocó en posición para escucharla, pues sabía que ella no tendría una buena explicación para ello a menos que se atreviera a decirle la verdad sobre su curiosidad
— Ehm... — titubeaba — Yo... sólo quería saber si se le ofrecía algo, como a veces se escucho algunos ruidos extraños provenientes de su alcoba, creí que, quizá, necesitaba ayuda o algo así, pero... luego me di cuenta que no era así — explicó avergonzada
— Lo siento, Isabella, la verdad nunca pensé que quisiera tanto ruido, te ves muy incómodo para ti... y para el resto de los habitantes de este palacio, supongo
— No se sienta mal, su majestad, este es su palacio, después de todo, y usted tiene derecho a hacer en él lo que le plazca.
Vladimir admiraba cada día más el valor de Isabella, pero sobre todo adoraba su inocencia, era muy difícil encontrar mujeres como ella, con el alma pura, así que había decidido no seguir más con ese juego, pues no quería causarle más daño del que ya le había causado.
Isabella continuó con sus tareas del día sintiéndose avergonzada por su conversación con el rey, a la vez sentía un poco de alivio por el hecho de que él en ningún momento la juzgó ni se burló de ella sino todo lo contrario se comportó como un caballero respetuoso y amable. Eso le hacía pensar que, quizá, el rey no era tan malo como ella lo había creído, tal vez, solamente lo estaba juzgando mal y solo había una manera de saber sus amigas realmente eran lastimadas por el rey, platicando con ellas sobre el tema, aunque eso también le causaba pudor, entonces, decidió que mejor le preguntaría a Miguelina quién mejor que ella para sacarla de todas sus dudas de una vez por todas. Más tarde le pidió a Miguelina platicar a solas.
— Miguelina, perdóname por interrumpirte en tus labores pero la verdad, quisiera saber algo y sé que solo tú puedes responder a mis preguntas sin juzgarme
— Tú puedes preguntarme lo que quieras, Isabella
— Miguelina, Yo no sé nada acerca de estar en intimidad con un hombre, tú me entiendes, ¿no?
— Creo saber de qué se trata
— Enn las noches he logrado escuchar ruidos provenientes de la habitación del rey y estoy preocupada por Alaisa y por Esperanza
— ¿Pero preocupada por qué? Si ellas son adultas Y saben muy bien lo que hacen
— ¿De verdad lo saben?
— No entiendo por qué tanta preguntadera, mi niña
— Es que... tengo entendido que eso... es muy doloroso y después de la experiencia que tuve no lo dudo ni un minuto
— Mi niña, no todas las experiencias son así... — explicaba Miguelina