Miguelina y Abraham ahora estaban muy seguros de que esos dos estaban enamorados uno del otro, pero sabían que ninguno se atrevería a confesarlo jamás a causa de sus miedos, así que deberían unir sus fuerzas para lograr esa bella unión a tiempo futuro.
Abraham, siendo acompañado por Isabella hasta el mediodía, decidió no volver a mencionar el tema de su hijo, pues no había visto lo mucho que le afectaba a la muchacha los temas de matrimonio y el daño tan grande que le habían ocasionado todas las habladurías de la gente alrededor, entonces, se cuestionaba a sí mismo cuál sería su proceder para lograr el objetivo que compartía con Miguelina, ya que el tema del hijo solo había sido un pretexto, pues en realidad no tenía ningún hijo en edad casadera y los nietos que tenía eran menores que la joven, ninguno apto para ella.
Llegado el mediodía y luego de solicitar su desayuno en la cama como cada siempre lo hacía, Alondra bajó para atender al señor Abraham, la emoción de su boda era algo que no podía disimular y quería que todo estuviese en perfectas condiciones para ese gran día y como era de esperarse, su altanería y egoísmo salieron a relucir ante la presencia de Abraham, que si puedes recordar, en realidad se trata de Josué, el consejero del rey, quien solamente está conociendo a la que será la futura reina.
— ¿Acaso no me escuchaste, Abraham? ¡Quiero un buffet de primera! ¡Y no me interesa si se desperdicia la comida o no! ¡Es mi boda y todo será como yo lo diga! ¿Entendido? ¿O tengo que repetírtelo?
— No, señorita, no es necesario que lo repita, es sólo que pensé qué sería bueno compartir con los pobres toda la comida sobrante
— ¡Pues de una vez te digo que no! Y cuando yo sea reina, te prometo que nada de eso volverá a suceder en este reino, así que puedes ir olvidándote de esas boberías
— Como usted diga, señorita
— Duquesa oscura, para tí
— Señorita Duquesa oscura, ¿hay algo más en lo que le pudiera ayudar?
— Sí, por favor retírate, no quiero verte más por hoy
— Como usted diga, señorita. ¿Prefiere que regrese mañana al mediodía, nuevamente?
— Pero claro, querido, tú debes venir todos los días hasta que se llegue el momento y sin importar si yo decido atenderte o no, tú me tienes que esperar, ¿te quedó claro?
— Sí, señorita, como usted lo ordene
Josué ya tenía una idea bastante clara acerca de la Duquesa oscura y lo que conocía de ella hasta el momento, no le estaba gustando para nada, pues el reino por el que su difunto amigo y su hijo se estaban esforzando tanto por sacar adelante, pronto sería sumido en la injusticia y la maldad con la llegada de ella al trono. Su misión como consejero del rey, se tornaba ahora en impedir esa boda a costa de lo que fuera, pero debía pensar muy bien cuál sería el siguiente movimiento para no afectar los intereses del rey ni de las personas que vivían en el reino, ya que se sabe que el Duque oscuro podría destruirlos en un abrir y cerrar de ojos al saber del rechazo hacia su única hija.
El tiempo transcurría y el amor entre Isabella y Vladimir crecía en silencio, aún oculto entre la culpa y el miedo. La señorita Alondra intentaba seguir haciendo de las suyas sin saber que Isabella contaba con la protección de el rey, quién se daba cuenta de todo y jamás permitiría que su amada sufriera alguna injusticia. Los preparativos para la boda seguían en pie Josué estaba más que comprometido a continuar con su papel como organizador de bodas y aún no sabía cómo hacer para evitar que el rey se casara sin perjudicar al reino completo, pero la esperanza de que el destino le diera la buena fortuna comenzaba a rendir frutos.
Para el día de la despedida de solteros se había organizado otra fiesta de disfraces, como tanto le gustaban a la señorita Alondra, Abraham tenía un pequeño plan para que Vladimir lo pensara un poco más. Ese mismo día, el rey Alberto de la nueva Victoria se presentó en el palacio del rey Vladimir II sin invitación alguna, y nadie tuvo otra opción más que aceptarlo en la fiesta. Gerardo, quién acompañaba al rey, inmediatamente se percató de la presencia de Isabella en el palacio, quién fungía como parte del servicio, para evitar que su majestad Alberto la reconociera, inventó que requería un poco de ayuda, siendo Isabella la primera en atenderlo.
— Un placer, soy Gerardo
— Isabella y el placer es todo mío — dijo estrechándole la mano y sintiendo plena confianza como si lo conociera de antes
— Mi amo me mataría a palos de no ser por ti, me has salvado, por favor, dime cómo puedo agradecerte
— No es necesario, se lo aseguro
— Tienes razón, de seguro te metería en problemas con tu rey
Gerardo se sentía tan feliz por volver a verla y le causaba una gran emoción ver en la hermosa mujer en la que se había convertido esa niña a la que él mismo rescató aquella vez, tan idéntica a su madre, pero con los ojos de su padre, aunque omitía hacerle alguna especie de comentario al respecto desde sus enormes ganas de abrazarla y expresarle lo mucho que la ha extrañado durante todo este tiempo.
— No tiene nada porque preocuparse, el rey Vladimir II es muy compasivo y además, tiene un gran corazón, aunque se esfuerza demasiado en demostrar lo contrario
— Me alegra mucho por tí, no todos tienen la fortuna de tener un rey como el tuyo
— De verdad lamento mucho saber eso
— No lo lamentes, yo sé que algún día llegará una buena persona como tú a salvar el reino de la nueva Victoria
— Mantenga la esperanza y engrandezca su fe y verá que que el milagro sucederá.
Gerardo se daba cuenta de que Isabella no recordaba nada, mas no osaba en preguntarle, pues en momentos creía que era lo mejor para ella, ¿para qué condenarla a la sed de venganza por el resto de su vida? Sabiendo que el rey Vladimir la trataba con compasión y paciencia, quizá era lo correcto dejarla allí haciendo su vida lejos de tanto odio y dolor.