Cuando Miguelina bajó, se sorprendió mucho al ver a Isabella en la cocina, quien ya había limpiado toda el área y esperaba ansiosa para seguir trabajando, pues no deseaba pensar en lo que sea que le hubiera sucedido. Isabella vió que Miguelina estaba lista para salir del palacio y ella decidió acompañarla, quizá le sería saludable un poco de aire fresco, pensaba, aunque Miguelina se oponía a que la acompañara, no había quién pudiera evitar que Isabella se saliera con la suya y temerosa por las habladurías de la gente, le advirtió que debería hacer caso omiso a lo que fuera que escuchara. Isabella salió con la mejor disposición del mundo. Ya en el mercado, alguien le dijo a Miguelina que Enrique había regresado al reino, Isabella no supo de quién se trataba y continuaba ayudando con las compras en el mercado. Miguelina trataba de evitar que Isabella se encontrara con Enrique, pero el destino sí quería que sucediera.
Cuando Miguelina menos lo pensó, Isabella ya estaba en el puesto de Enrique, quien no dudó en menospreciarla negándose a vender la mercancía que ella le solicitaba, algunas personas lograron percatarse de la actitud Enrique hacia Isabella y las habladurías comenzaron a cesar sin parar haciendo que Isabella las escuchará ella como no era nada tonta logró comprender que él era su prometido ese mismo hombre que ahora la trataba o, incluso, peor.
Miguelina se dió cuenta de que Isabella no había logrado entender la situación al cien por ciento, pero aún así, le hacían sentir mal todos los comentarios mal que había alcanzado a escuchar. Ella tenía tantas ganas de recordarle al reino entero que Isabella no era una simple sirvienta, si no que se trataba de la protegida del rey, pero vió tan agobiada a Isabella que sin entretenerse un segundo más, optó por dar por terminadas las compras y regresar con prontitud al palacio.
El rey Vladimir regresó antes de lo esperado al palacio, su reunión con el parlamento había terminado abruptamente cuando el rey de la Nueva Victoria se presentó ante todos para ofrecer ciertos tratos convenientes para todos a cambio de evitar una posible guerra. El rey Alberto era un hombre ambicioso y peligroso, su actitud era peor que la de los duques oscuros, a él no se le ablandaba el corazón ante nada ni ante nadie y no le gustaba perder, siempre osaba de salirse con la suya ya fuera por las buenas o por las malas.
La angustia de Vladimir era evidente, pero no más evidente que la afectación de Isabella por todas las cosas que se habían dicho de ella aún en su presencia, él estaba furioso y por un momento imaginaba que el rey Alberto y su ataque contra el reino les daría la lección de su vida, pero luego recordó que sus padres habían amado esas tierras como a ninguna y recapacitó. Llamó a Miguelina para que le explicara lo que había ocurrido, ya que la expresión de Isabella no era la usual inclusive luego de haber perdido la memoria, nunca la había visto tan acongojada. Miguelina le contó sobre el regreso de Emrique y él no dudo en cuestionarlo sobre su actitud incoherente, así de inmediato lo mandó a traer a voluntad o en contra.
Los hombres del rey llevaron a Enrique al palacio por la fuerza, Vladimir lo recibió como la primera vez, en su despacho y en medio de la oscuridad, pero esta vez con un tono más hostil que hacía temblar a Enrique, su voz se quebraba mientras intentaba justificarse ante el hombre que le había dado toda su confianza y respeto. Isabella había escuchado a Alaisa murmurar con Esperanza sobre la presencia de Enrique en el palacio, y se apresuró a buscarlo para resolver su situación, pero en mala hora llegó a donde el rey le exigía cuentas pudiendo escuchar todo lo que se decían.
— No me interesa una mujer que ha perdido su valor
— ¡Isabella no ha perdido nada! ¡Maldito miserable!
— ¿Su virginidad le parece poco, su majestad?
— Ninguna mujer merece ser tratada así sólo por eso
— ¡Yo la quería virtuosa!
— No, tú lo querías, tú querías los privilegios que ibas a tener por casarte con la protegida del rey, ¡niégamelo!
— No puedo negárselo, señor, ese era un excelente negocio
— Bien, entonces negociemos, ¿qué es lo que quieres con tal de cumplirle como hombre? ¡Dilo!
— ¡No! — interrumpió Isabella — No es necesario que le ofrezca nada, su majestad, si el hombre no me ama como se esperaba, entonces es él el que no vale nada
— No digas estupideces, Isabella, eres tú la que ya no vale nada — injirió Enrique
— ¡Escúchame muy bien, pedazo de imbécil! ¡Eres tú el que no vale nada! ¡Eres tú el que lo ha perdido todo! ¡Y no te quiero volver a ver en este reino! ¡Te exijo que te largues ya mismo!
— No es necesario, su majestad, — nuevamente, intervino Isabella — como usted ya lo dijo, es él quien lo ha perdido todo y no deseo que se vaya
— Si piensas que me tendrás cerca para intentar ganarte de nuevo mi cariño, estás muy equivocada — añadió Enrique
— No se puede recuperar lo que nunca se ha tenido, y no, no es porque desee verte, todo lo contrario, es sólo que me das mucha lástima — replicó Isabella
— ¿Lástima? Esa la das tú
— En realidad, no, mi desgracia es momentánea, algún día volveré a amar
— Pero nadie podrá amarte
— No todos los hombres son como tú, falsos y con la mente nublada por el qué dirán
— Nunca encontrarás a alguien mejor que yo
— De eso se trata, Enrique — Isabella terminó esa frase y se retiró
Otra vez, el rey Vladimir quedó impactado con el actuar y la fortaleza que demostraba Isabella, aunque sabía que al salir del despacho iría corriendo a su habitación a encerrarse nuevamente a llorar.
Enrique estaba en la mira del rey, pero a petición de Isabella lo dejaría ir sin represalias por su mal actuar, teniendo que tragarse el coraje que le tenía y las enormes ganas de desterrarlo del reino.