Isabella seguía fingiendo que no comprendía la situación en la que estaba e ignoró por completo los deseos del rey.
— ¿Entonces, desea que le sirva la cena, señor?
— No, — respondió molesto porque ella lo ignoró — prefiero que me atienda Miguelina, ¿dónde está?
— No hay personal de servicio, hoy hay una fiesta a la que muchos asistieron
— ¡Debieron pedirme permiso! ¡Son tan...!
— Sí lo hicieron y usted accedió — intervino Isabella
— Estoy seguro de que yo no hice eso
— Desde luego que sí — explicó Isabella — fue ayer mientras usted estaba en el despacho, quizá estaba tan concentrado que lo ha olvidado
— ¿Y tú porqué no fuiste?
— No me gustan mucho esas cosas
— ¿Por qué no? A todo el mundo le gustan las fiestas
— Pues a mí no, señor, — responde con voz serena —lamento decepcionarlo siendo la excepción
— Entonces, sí deseo que me sirvas esta noche
— Enseguida le llevo la cena al comedor — respondió ella ignorando su doble intención
— Bien
El rey Vladimir estaba tan molesto por el simple hecho de que Isabella no atendía su orden nocturna como hacían las otras, ella simplemente lo ignoraba y eso iba contra su ego.
Isabella le servía amablemente la cena aún nerviosa por sus comentarios anteriores, pero no estaba dispuesta a perderse a sí misma por él, ni por nadie.
Después de cenar, el rey subió a su habitación para esperar a Isabella pensando en que ella llegaría como tanto lo imaginaba, con poca ropa y dispuesta a complacer sus más candentes deseos, pero eso simplemente no sucedía, molesto, se dispuso a hacer lo que siempre hacía a escondidas de todos, espiar, le encantaba ver a las jóvenes cuando estaban en su habitación vistiéndose e incluso bañándose, pero Isabella parecía desaparecer del palacio por largo rato. Entonces, furioso decidió salir a buscar a la mujer de esta noche, para ello se preparó para ir a la fiesta que le había mencionado Isabella.
Mientras él salía, ella cruzaba por una de las ventanas de su habitación para recostarse en una porción de suelo que quedaba libre, allí le gustaba sentarse a ver el cielo, disfrutaba admirar las estrellas y la luna resplandeciente, a veces podía quedarse dormida en ese lugar que tanta paz le inspiraba. Era tarde cuando despertó, se puso la ropa para dormir y se dispuso a descansar, pero su estómago parecía tener un antojo nocturno por lo que decidió bajar por algo de comer, una fruta fue lo que encontró, mientras regresaba a su habitación, notó que el rey tenían la luz de si habitación encendida y pensó que quizá, tenía insomnio y pretendía ofrecerle alguna bebida o un bocado nocturno como a ella le apetecía en ocasiones, pero al estar tan cerca de la puerta de su habitación, escuchó un extraños sonidos provenientes de adentro, pensó que el rey podría necesitar ayuda y se dispuso a entrar, al abrir la puerta puedo ver al rey teniendo sexo con una mujer, ella de inmediato entendió la situación y se marchó sin dar oportunidad de que se dieran cuenta de su presencia. Regresó a su habitación casi corriendo y tratando de borrar esa imagen de su mente, al entrar, se encerró temerosa.
Ella sabía que su majestad podía tener a todas las mujeres del reino si él lo quería, por lo que comenzó a pensar que casarse pronto la salvaría de las intenciones del rey, Enrique ya era su novio, pero no sabía si el querría casarse con ella, así que debería tomar la iniciativa de hablar de ello.
Como cada día, Isabella se levantó desde muy temprano, mientras preparaba su café, Alaisa y Esperanza iban llegando, el rey les había autorizado regresar por la mañana y tomarse el día gracias a sus excelentes servicios nocturnos. Miguelina no había regresado aún y eso le preocupaba, pues ella nunca abandonaría el trabajo sólo porque sí. Las muchachas se fueron a dormir e Isabella ahora debía atender al rey. Estaba nerviosa, pues no quería volver a ver algo como lo que vio en la madrugada, pero aún así, acudió para llevarle el desayuno a sus aposentos como era su costumbre.
Al entrar a la habitación, la mujer que había estado con el rey seguía dormida, mientras que él iba esperaba impaciente junto a la ventana.
— Llegas tarde, hace horas que muero de hambre — el rey estaba sólo con ropa interior, un bóxer ajustado que dejaba poco a la imaginación
— Perdón, señor — dijo Isabella y le dió la espalda casi de inmediato — Miguelina no ha regresado y estoy muy...
— Eres una mal educada, Isabella, — interrumpió el rey —no debes darme la espalda
— Lo... lo siento, su majestad — ella estaba muy apenada por verlo así y trataba de reincorporarse aún nerviosa, y él no sólo lo sabía, si no que lo disfrutaba
— ¿Desea jugo o café, señor? — preguntó tratando de no verlo
— Café — respondió con la intención de hacerla demorar más preparándolo
— ¿Puede indicarme cómo lo toma?
— Tres de café, dos de azúcar y un poco de leche — ella iba mezclando los ingredientes, mientras él intentaba deducir sus emociones, él también podía ver a través de ella
— ¿Así, señor? — pregunta nerviosa
— Sí, así déjalo, y por Miguelina puedes estar tranquila, ella me pidió permiso para ir a visitar a un familiar enfermo
— Pobre, debe estar angustiada. — expresó Isabella y él la miraba con extrañeza — Si no necesita nada más, ¿puedo retirarme?
— Sí, y por favor que nadie nos moleste, quiero disfrutar de esa mujer un poco más
Isabella casi salió corriendo de la habitación aún nerviosa, el rey Vladimir I era un hombre varonil, atractivo y seductor que le había hecho temblar, pero no por las razones que imaginamos, en realidad tenía miedo de él, rápidamente terminó sus labores en la cocina y se metió al despacho del rey, este era un lugar que tenía una biblioteca y a ella le gustaba perderse entre los libros.
En cuanto Isabella salió de la habitación, el rey se vistió, cuando la mujer que dormía en su cama despertó, ella estaba sonriente, pero él no, y amablemente le pidió que se fuera antes de que alguien la viera, a lo cual ella accedió feliz, pues él le había hecho sentir que ese sería su secreto amoroso, aunque él solamente la había manipulado para utilizarla sin que le armara un escándalo.