La relación entre Isabella y el rey Vladimir II había comenzado con el pie izquierdo, pues cada vez era más notorio su falta de empatía del uno con el otro, sobre todo de él hacia Isabella, quien ya estaba cansada de la situación. Pero justo cuando ella se dispuso a enfrentarlo, él demostró su lado frío y oscuro.
— El tiempo de luto ya fue suficiente, pero me gusta el color , por favor quiero todas las ventanas con cortinas iguales, la intensidad de la luz disminuirá y cualquier erro, cualquiera por pequeño que éste sea tendrá su respectivo castigo
— Sí, señor
— ¡No escuché!
— ¡Sí, su majestad!
— Mi novia vendrá próximamente, por lo que debo dejar de salir de fiesta para guardar las apariencias, así que una mujer deberá venir a mi alcoba cada noche — expresó el rey
— Pero... ¿y si no hay chicas disponibles en el burdel?— replicó Esperanza
— No me interesa lo que tengan que hacer y tampoco me importa si ustedes se tienen que turnar cada noche, mi órden debe cumplirse, ¿entendieron?
— Sí, señor, pero yo tengo novio — replicó Alaisa
— ¡Empezando por ti, Alaisa! A las nueve en punto te quiero lista y sin lloriqueos, no tolero las lágrimas
Los ojos de Isabella se hicieron grandes, un gran temor la acechaba, aunque tenía la esperanza de que ella fuera salvada por los designios del rey Vladimir I.
Miguelina optó por defender a las muchachas, pero Esperanza no parecía inconforme y Alaisa temía más por su novio que por ella misma.
— Miguelina, no le diga nada, el rey es guapísimo y algo me dice que es un excelente amante o no tendría a tantas mujeres rendidas a su pies
— Niña, deberían darse a respetar
— Ay, Miguelina, trabajamos todo el día, y mi novio ni siquiera se ocupa de mí, ¿qué más da? Además es el rey, mi novio debería sentirse afortunado de que él nos haya elegido
— Mejor sigamos trabajando
Mientras tanto, Isabella no podía prestar oídos a todas las barbaridades que ellas decían, ella sabía que una mujer debía ser respetada sin importar de quien se tratase, pero como ellas estaban conformes y quería evitar disputas con el rey, prefería callar lo que realmente pensaba. Cada noche era lo mismo, llegada la hora una de las dos subía y podían escucharse los ruidos que producían desde varios metros de distancia, afortunadamente no llegaban hasta la habitación de Isabella, quien pasaba sus tardes soñando despierta y escribiendo en su diario su emociones mas fuertes del día. La flor que su pretendiente le obsequiaba cada día la llenaba de esperanza y pronto ella decidió darle una oportunidad, sentía que era lo correcto al seguir las añoranzas del difunto rey, una forma de seguir honrando su memoria.
La casa reflejaba una enorme oscuridad, ya no lucía como antes y parecía un indicio de que el reino poco a poco comenzaría a apagarse. El rey continuaba haciendo de las suyas y nadie podía hacerlo cambiar para bien.
Isabella era aconsejada por Miguelina, pues al ser la mayor en el palacio, gustaba de ofrecer su sabiduría a los demás aunque el rey ni siquiera la escuchara, pero Isabella disfrutaba las palabras de esa mujer que a veces las regañaba y que a veces las consolaba. Miguelina había visto al príncipe Vladimir llorar muchas veces por haber perdido a su madre y ahora, aunque se ocultaba, ella sabía que también lloraba la muerte de su padre.
— ¿Cómo éstas tan segura de eso, Miguelina? — preguntaba Isabella
— Porque yo estuve allí, y créeme, era un llanto desgarrador e inconsolable
— Debió ser muy doloroso para él — las lágrimas se asomaban por los ojos de la joven, pues comenzaba a tener un ligero recuerdo de cuando su padre parecía dormir
— Por eso debemos intentar comprenderlo y no juzgarlo
— ¡Pero es tan difícil! — expresaba Isabella
— Sólo mira a través de él, no a él, sino a través, en su ojos, en su alma
— Hablas tan bonito, Miguelina, que me estás convenciendo
— No ha sido mi intención, pero me da gusto
— Bueno, ya fue mucho platicar, ahora dime ¿en qué puedo ayudarte?
— Hija, tú sabes que no deberías estar haciendo estas cosas, el rey Vladimir I, jamás me perdonaría si te ciera ser tratada de esta manera
— El rey ahora está... muerto y yo me quedé sol, soy una huérfana, es mi destino
— Estoy segura que el rey te educó de manera diferente para que pudieras tener un futuro diferente y mejor, así que no tires por borda todo lo que él hizo por tí
— ¿Pero qué debo hacer? Yo me pregunto cada día lo que debo hacer
— En eso si no puedo ayudarte, ya que yo no tengo las respuestas adecuadas, pero sé que muy en tu interior tú tienes la respuesta
— A veces dices muchos acertijos, Miguelina
— Sí, eso parece
Isabella preparaba la cena cuando el rey bajó hasta la cocina para inspeccionar un poco, pues estaba aburrido y no encontraba a quién fastidiar.
— Buenas noches, Isabella — él hablo tan de repente que la asustó ocasionando que tirara algunos trates
— Usted disculpe, su majestad, es que soy tan torpe a veces — dijo Isabella haciendo una reverencia
— Eres débil, niñita, no entiendo porqué mi padre te dejó a mi cargo
Isabella volvió su mirada hacia él sin emitair palabra alguna, pues intentaba ver a través de él como Miguelina le había sugerido, pero sólo lograba ver amargura y dolor, lo cual le causaba tristeza y compasión.
— Su padre era muy noble, su majestad, Dios lo tenga en su santa gloria — respondió ella
— Tengo curiosidad — expresó el rey mientras la miraba de pies a cabeza libidinosamente
— ¿Porqué? Digo, si es que puedo resolver sus dudas, señor — él se mordía los labios
— ¿Qué tan bueno era él en la cama, eh?
— No sé de qué habla, señor — respondió ella dándole la espalda
— Así me gustan, discretas
Isabella se estaba dando cuenta de las intenciones del rey hacia ella.