Cuando la amante nocturna se fue, el rey se dispuso a atender algunos pendientes que tenía en el despacho, por lo que al entrar se encontró con Isabella, quien nuevamente se puso nerviosa ante su presencia.
— Su majestad, pensé que no vendría hoy por aquí — expresó
— Mejor dime, ¿qué haces tú aquí? — clavando su mirada en ella
— Sólo leía un poco
— ¿Tú? ¿Leer? ¿Con qué derecho haces cosas sin mi autorización?
— Perdone, no creí que... a su padre le gustaba que leyera , pensé que podría seguir haciéndolo, usted disculpe, debí pedirle permiso antes
— Mi padre te daba muchas libertades que aún no comprendo, pero conmigo no será igual Isabella, otro error como este y...
— ¡No volverá a ocurrir! ¡Se lo juro! — ella estaba aterrada
— Ahora déjame sólo y que nadie me moleste
— Sí, señor
— Tráeme un té
— Enseguida, señor
Temerosa, Isabella siguió la órden del rey, luego de ello, el palacio se sentía tan callado y vacío, ciertamente no había quien ensuciara, así que Isabella comenzó a preparar la comida, olía muy bien cuando el cartero tocó a la puerta, ella recibió la carta y vió que iba dirigida al rey, la carta tenía un aroma a perfume de mujer, Isabella no sabía si interrumpir al rey para entregarla o no, pero luego de pensar que podría ser algo importante, decidió llevársela.
— ¡Te pedí que nadie me molestara! ¿Qué parte no entendiste?
— Perdón, señor — dijo mientras se acercaba a él
— ¡Perdón, perdón! ¿No sabes hacer otra cosa más que pedir perdón? — nuevamente clavaba su mirada llena de furia en ella — Habla, ¿para qué me has interrumpido?
— Es que le llegó una carta y pensé que era importante para usted — ella le entrega la carta
— Déjala por allí puedes retirarte
— Sí, señor, aprovecho para informarle que la comida pronto estará lista por si desea...
— ¡Dije que te puedes retirar!
— Con su permiso
Isabella salió rápidamente del despacho, comenzaba a dejar de sentir miedo para empezar a sentirse realmente molesta por los malos tratos de ese hombre.
— Es tan gruñón y grosero, no refleja en nada la buena educación que le dió su padre con tanto esfuerzo, debería irme lejos y nunca regresar a este palacio, sólo porque le prometí al difunto rey que no me iría hasta casarme o hasta.... hasta... regresar a mi casa, hacía tanto tiempo que no pensaba en ello, había olvidado de dónde vengo, creo que estoy más feliz sin pensar en ello, será mejor que hable con Enrique para casarnos pronto, lo más pronto posible.
Era normal que Isabella hablara sola, lo hacía todo el tiempo y eso le ayudaba a pensar mejor lo que haría. La comida estuvo lista y el delicioso aroma que emanaba llegaba hasta el despacho del rey, quien estaba molesto por haber sido distraído por ese olor tan...
— Realmente huele delicioso, pero debo terminar ésto... le dije que no me molestara y se le ocurre cocinar algo delicioso, esa mujer es tan irreverente, un castigo es lo que necesita. ¡Ahora no podré concentrarme gracias a ella!
El rey salió del depacho con la mirada llena de enojo, Isabella calentaba tortillas para sí misma cuando el rey llegó hacia ella.
— ¿Ya está listo para comer, su majestad? — pregunta ella con voz dulce
— Te pedí que nadie me molestara y tú haces ésto, ¿qué pretendes? — ella le sonreía comprendiendo que estaba hambriento
— Ya puede lavarse las manos mientras le llevo su platillo al comedor
— No, tú no me dirás que hacer, dame tu plato
— Pero...
El rey se sienta en el lugar de Isabella y comienza a comer del plato que ella tenía listo para sí misma, ahora ella lo veía más como un niño malcriado y caprichoso que osaba de causar disgustos a todo el mundo para llamar la atención y se quedó callada mirando cómo comía el niño hambriento, recordando que cuando ella misma tenía hambre, podía sentirme realmente enojada por cualquier tontería.
— Sírveme más y dame más tortillas
Isabella le atendía cuando él se detuvo por un instante a observarla sonreír, cuando ella lo descubrió, él siguió dando órdenes
— ¿Qué no piensas sentarte a comer?
— Hasta que usted termine, su majestad
— Hazlo ahora, es una orden
Isabella se sentó a comer con el rey, extrañada de su orden, por este momento él estaba rompiendo todos los estereotipos en los que lo había encasillado desde hace mucho tiempo.
— Debo seguir trabajando, por favor asegúrate de no interrumpirme ni siquiera con aromas
— Supongo que tendré que guardar el postre — comentó Isabella de inmediato
— ¿Acaso quieres que engorde? — replicó el rey
— No, tiene razón, será mejor que usted no lo pruebe
— Dame postre
Isabella volvía a sonreír mientras le servía a su rey gruñón, definitivamente no era como todos pensaban.
— ¿Qué es?
— Carlota de Limón, ¿nunca lo había probado?
— Creo que es obvio, ¿no lo crees?
— Con razón
— ¿Qué dijiste?
— ¡Nada!
— ¿Acaso te burlas de mí?
— No, para nada, señor
— Eso pensé. Sírveme más
—Si, señor
Isabella sintió que el rey se había puesto a la defensiva por su comentario, ¿quién se habría burlado tanto de él como para que tuviera esas reacciones? Ahora sentía que el rey realmente había tenido que sufrir mucho hasta convertirse en lo que ahora es, un amargado y gruñón que abusaba de su poder, pero sabía que lo ocurrido durante este día le había roto una de las barreras entre ellos y eso le daba esperanza, aunque seguía temerosa de sus intenciones carnales hacia ella, era la única que no había accedido ante su capricho nocturno y se sentía amenazada, cualquier error y él la castigaría, ¿cuál sería su castigo? Le aterraba intentar adivinarlo.